• José María Pérez Gay
  • 30 Mayo 2013
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Por: José María Pérez Gay (1944-2013)


José María Pérez Gay murió el pasado fin de semana en la ciudad de México. Apenas en febrero cumplió 70 años de edad. Sus novelas y ensayos dan cuenta de una de las trayectorias intelectuales más importantes en los últimos años de México. Su conocimiento profundo sobre la literatura y la historia de la Europa central le permitieron abordar los sucesos contemporáneos con una maestría inigualable. Como ha dicho él de su libro El imperio perdido, la literatura es la zona más acogedora de la existencia.  Con autorización de la revista Nexos, de la que fue fundador y gran animador, presentamos hoy en Mundo Nuestro un texto publicado por esa revista en diciembre de 1982, y que formara parte del libro El príncipe y sus guerrilleros. La destrucción de Camboya, que así presenta la editorial Cal y Arena:

 

“En la década de los setenta, y al amparo de los saldos devastadores de la Gran Revolución Proletaria impulsada por Mao en 1966, los guerrilleros del Jemer Rojo lucharon por la restitución del príncipe Norodom Sihanuk de Camboya, alcanzaron el triunfo y perpetraron uno de los crímenes más odiosos de la historia de la humanidad. En esa minúscula nación que en Occidente vivía entre las leyendas y aventuras de los traficantes de arte y las páginas de las narraciones orientalistas, se puso en marcha la implacable maquinaria del paraíso en la Tierra. Casi una cuarta parte de la población camboyana, en especial los sectores educados, los monjes budistas y la población de las ciudades, morirían pasados por las armas o de hambre y por las enfermedades adquiridas en los centros de reeducación, verdaderos campos de la muertes. En esa cruel encrucijada geográfica y espiritual de culturas y odios ancestrales, pero también de intereses geopolíticos muy actuales, se escribieron algunas de las páginas más terribles de la historia reciente. E inexplicables. Hasta ese corazón de la obscuridad nos lleva el autor.”

Para  leer en Nexos: http://www.nexos.com.mx/?P=leerarticulo&Article=266571

El pueblo amado pero infeliz

 

De ninguno de los pueblos del sudeste asiático sabemos tan poco como del pueblo de Kampuchea; sus orígenes se pierden en una leyenda, la del reino de Funan, que domina un siglo después de Cristo todo el delta del Mekong, una parte de Tailandia y el sur de Laos. Los habitantes de Funan eran los khmer, pueblo dedicado a la siembra del arroz, dueño de un sistema de riego y una flota comercial, cuyos barcos podían transportar por ese entonces unas mil toneladas. Los historiadores chinos han narrado varios capítulos de una dominación: los bramanes hindúes fueron conquistando a los khmer, los despojaron de su religión y los civilizaron a sangre y látigo. Funan era un Estado absolutista; los textos chinos cuentan de un monarca, Fan Man, cuya política tributaria fue sangrienta. Por ese tiempo existía al norte de la región otro reino khmer, Kambuja o Chenla, que conservó su autonomía ante el embate de la civilización bramánica, tuvo un comercio considerable con China y la India y resistió por decenios las agresiones de Funan. Según la leyenda, el bramanismo conquistó también el reino independiente de Kambuja gracias a un matrimonio, el del señor bramán de Kambu y la hija de un príncipe khmer, Naja. La palabra que siglos después impusieron los miembros del khmer rojo Kampuchea, será la transcripción fonética de la otra en sánscrito, Kambuja, que quiere decir: el pueblo amado pero infeliz. El nombre de Kampuchea no logró imponerse nunca entre la población, el significado seguía siendo un estigma, los habitantes de Camboya o Kampuchea prefieren llamarse Skor Khmer, los de la tierra del khmer. No se dio sin violencia la unión de los dos reinos, Funan y Kambuja; los historiadores chinos, única fuente confiable, narraron también una secuela de guerras fraternas, describieron ciudades que fueron destruidas veinte veces y dinastías desaparecidas en horas. La decadencia de Funan comenzó a mediados del siglo XIII, y el Estado no pudo controlar la furia de las aguas ni reparar el desastre ocasionado por las inundaciones; la población emigró rumbo a Kambuja, dejando atrás el delta del Mekong convertido en un enorme pantano. Kambuja fue el beneficiario de aquella catástrofe, se apoderó de las tradiciones de Funan y se fortaleció militarmente. De esa unión nació el pueblo de Camboya o Kampuchea.



Angkor: el misterio de la piedra.

 

La unidad se dio sólo siglos más tarde: sobre las ruinas de los dos reinos emergió Angkor una de las más extraordinarias civilizaciones hidráulicas que conocemos y cuyos soportes fueron la esclavitud, el culto fanático al rey -un Dios intolerante- y el estricto control de los canales. El rey Yasorvarman (870-910) edificó la capital de Angkor, otra leyenda hasta fines del siglo pasado, dominando el río Siem Reap y empleando a todos sus esclavos para levantar una asombrosa red de canales. Al cabo de un siglo, Angkor contaba con varios lagos artificiales (barays) y siete puertos, los barcos entraban remontando el Mekong tierra adentro y no existía entonces una sola aldea, por insignificante que fuese, que no estuviera unida a la red fluvial; el puerto de Tonle Sap fue el centro del comercio, las flotas llegaban hasta él para descargar sus mercancías cientos de barcazas las distribuían después en los lugares más lejanos. El sistema de riego alimentó regularmente a la tierra, el suelo más fértil de toda la región, los khmer levantaban tres o cuatro cosechas al año, un modo de producción asiático fue imponiéndose a través de dos siglos.

 

Pero también una de las formas más radicales del despotismo oriental. En realidad, ésta es la historia de un río: el Mekong ha sido el don y la desdicha de Kampuchea, su cauce es el de toda la historia del sudeste asiático. La suerte de Angkor dependía del agua, su estructura fluvial les facilitó la expansión, el territorio de su dominio llegó hasta Burma y Malasia. El agua les permitió construir también templos gigantescos, monumentos a la memoria de sus reyes. En el siglo doce tuvo lugar un cambio decisivo en su historia: Siam o Tailandia, el pueblo vecino les exportó una religión, el budismo theravada, que fue echando raíces en Angkor. A diferencia de las otras religiones, el budismo theravada no les fue impuesto a los khmer por decreto, sino por medio de una doctrina cuyos misioneros predicaban la humildad, la pobreza y el recato. La multitud vio en ellos a una casta de varones honestos que contrastaban con el despotismo de sus monarcas; los misioneros del budismo se fueron mezclando con el pueblo, sepultando en el lapso de ochenta años no sólo a la antigua religión, sino también a la monarquía bramánica. Así las cosas, el budismo theravada es desde entonces la fe nacional y el consuelo de los khmer.


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