• José María Pérez Gay
  • 30 Mayo 2013
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Por: José María Pérez Gay (1944-2013)


La cosecha de vesículas

 

Chau Tau Kahn, embajador del Kubla Kahn en la corte de Angkor, escribió un informe en torno al imperio durante el siglo XIII una crónica de los khmer bajo la dinastía del primer rey budista, Jayavarman VII periodo en el cual Angkor llega a su verdadera grandeza. La capital Angkor Thom, una ciudad amurallada tenía dimensiones insólitas para su época: setenta kilómetros cuadrados de lagos artificiales y monumentos; la tumba de Suyavarman II, el monumento más impresionante del sudeste asiático, medía mil seiscientos metros de largo por mil trescientos de ancho. Jayavarman VII dio en perfeccionar el sistema fluvial, construyó trescientos hospitales públicos y cubrió el país con una red de caminos. Al parecer, el dispendio de esa dinastía tuvo consecuencias desastrosas: el peso de los impuestos imperiales, verdadera asfixia de aquella economía; la interferencia del Estado en la vida privada; la flora parásita de noventa mil esclavos, siete mil sacerdotes y tres mil bailarinas en los templos. El Tha Prom, otro mausoleo a la memoria de la madre de Jayavarman devoró materialmente la economía dé cuatro mil pueblos. Chau Tau Kahn informaba de leyes y castigos la prohibición de la usura y la crueldad dé la justicia. Se enterraba vivos a los criminales, se mutilaba a los ladrones y se premiaba la denuncia de los adúlteros. Una de las costumbres más extrañas de la civilización de Angkor era la colección de vesículas humanas que se ofrecía al emperador todos los años como tributo supremo. La vesícula, lugar donde anidaba la valentía se mezclaba con vino y se bebía en un ritual religioso, se utilizaba también para lavar la cabeza de los elefantes del monarca. Debía ser extraída siempre del cuerpo de alguien vivo, nunca la de un muerto. Nadie se atrevía a salir de noche por las calles de Angkor Thom durante la cosecha de vesículas; una vez al año -dice Chau Tau Kahn- todos los khmer se convertían en asesinos. El abbé Bouillevaux, misionero francés del siglo pasado, escribía en sus cartas que comerse la vesícula del contrincante era en 1850 una costumbre corriente; cien años más tarde los soldados de Long Nol y los guerrilleros del khmer rojo siguen comiéndose el hígado de sus enemigos. Como con los mayas, nadie sabe qué sucedió en Angkor; pero en cosa de veinte años se esfumó el tráfico de las ciudades, los lagos artificiales se fueron secando y los arrozales se convirtieron otra vez en pantanos. Los khmer se sometieron al dominio de Tailandia, perdieron su identidad por varios siglos; Siam secuestro a su élite y quemó sus archivos y bibliotecas, les robaron la memoria y los tesoros de sus templos, saquearon y demolieron varias veces sus ciudades.


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