• José María Pérez Gay
  • 30 Mayo 2013
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Por: José María Pérez Gay (1944-2013)


Angkor desapareció sin dejar huella. A principios del siglo diecinueve, al traducirse los textos chinos por primera vez nadie creía en su existencia. Henri Mouhot, un antropólogo francés, se abrió paso a través de la jungla, acudió a esa memoria que se desvanecía y sin previo aviso un día tuvo ante sí la ciudad de Angkor Wat, cubierta por la selva y sepultada entre los pantanos. Mouhot no entendió nunca el sentido de aquella civilización, nadie en Phom Penh podía explicárselo, algunos decían que era obra de gigantes, otros afirmaban que había sido edificada por un rey leproso y una minoría nacionalista alardeaba de que era creación de Pra-Wun, el rey de los ángeles.

 

A partir de 1431 los khmer se habían convertido en vasallos de Siam: miles fueron llevados a Bangkok en cautiverio, los que permanecieron pagaban tributos imposibles. Mientras Siam iba consumando la anexión los ejércitos vietnamitas cruzaron la parte occidental, destruyeron todo lo que encontraban a su paso y ocuparon el delta del Mekong. Camboya fue reduciéndose a una estrecha franja entre dos enemigos, el pueblo desaparecía en alguna de las dos zonas, el desarraigo y el olvido hicieron lo demás. En 1780, Annam o Vietnam dominaba ya todo el territorio, esa región que los franceses llamaron Conchinchina. La geografía ha sido aquí una constante en sentido histórico, las nacionalidades un instrumento de cohesión social, tribus bíblicas con sus familias y sus sacerdotes, sus jueces y jefes militares. Algunos se quedan en el camino y van formando islotes o poblaciones khmer dentro de territorio enemigo; fueron pueblos rivales porque luchaban por un río. Al comenzar el siglo diecinueve es talla la guerra entre Siam y Annam, una de las más largas y crueles del sudeste asiático los vietnamitas ocuparon entonces Phom Penh, la nueva capital del reino de Camboya le cambiaron el nombre, Nam Viang impusieron su lengua y sus costumbres y vigilaron desde ahí al reino enemigo. Los khmer toleraron en la desgracia a los tailandeses, su religión y su cultura eran casi las mismas; en cambio, a los vietnamitas los odiaron desde siempre, en ellos cifraron la efigie del enemigo y el exterminio. A finales de 1840, los tailandeses recuperaron Phom Penh la destruyeron por enésima vez y expulsaron a los ejércitos de Annam. Los vietnamitas, en retirada, secuestraron al rey khmer y lo confinaron doce años bajo arresto domiciliario, las crónicas de ese tiempo describen hambrunas epidemias e inundaciones. El pueblo parecía condenado a desaparecer.


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