• Sergio Mastretta
  • 14 Diciembre 2012
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Por: Sergio Mastretta

5.- Para una decisión correcta: estudios ambientales rigurosos, objetivos.

 

Sigo en el Espinazo del Diablo. Quiero ser objetivo. “Energía limpia, eficiente, sustentable”, dicen las corporaciones. ¿Quién lo sabe? En la memoria de la sierra, otras cuatro grandes presas: las centenarias de Necaxa, tres, diseñadas y construidas por los ingenieros ingleses; en Tlatlauqui, la presa de la Soledad, que encajona el río Apulco, construida por la CFE. ¿Qué se sabe de ellas? ¿Cuánto es su azolve? ¿Qué ha pasado cañada abajo? ¿Murieron los ríos así cortados? ¿Existen estudios con bases científicas, técnicamente bien elaborados, que respondan estas simples preguntas? He buscado la opinión de una bióloga mexicana que estudia un doctorado en Inglaterra especializado en genética de poblaciones de los bosques templados de México. Así me ha respondido por correo electrónico:


“El agua del río no es un recurso infinito. El agua de los ríos es un servicio ambiental que depende de los ecosistemas que existen en las montañas. La lluvia que alimenta los ríos pareciera un fenómeno que ocurriría con o sin árboles, y es en parte así, pero es el hecho de que existan las especies de árboles, plantas y hongos que conforman los bosques lo que genera microclimas, mantiene la humedad, favorece la regularidad de las precipitaciones, evita los deslaves y hace que se formen ríos. Las presas hidroeléctricas necesitan ríos saludables que existan en el largo plazo. Las empresas hidroeléctricas no deberían considerar la conservación y la reforestación de los bosques como un compromiso burocrático a cubrir, sino como la lógica fundamental detrás de su funcionamiento.

“Es en este sentido que la existencia de presas podría jugar en parte a favor del medio ambiente: la construcción de una nueva presa podría ir de la mano con financiar la conservación de grandes extensiones de ecosistemas naturales a los que está asociada y con la seria obligación de restaurar las zonas deforestadas. Esto último implicaría no sólo reforestar cierto número de hectáreas, sino hacerlo con las especies nativas adecuadas acorde a cada sitio y brindando el mantenimiento necesario para que los árboles logren establecerse de forma definitiva y los ecosistemas puedan funcionar por sí mismos. Una postura así requiere inversión, estudios ambientales específicos, rigorosos y objetivos, requiere también un cambio de mentalidad respecto a la relación de las presas con la biodiversidad que las rodea.”


No han llegado así a la sierra estas empresas. Ninguna ha dicho “voy a invertir en la reforestación a largo plazo, voy a crear centenares de empleos para mantenerla, voy a pagarlos por diez, por quince años, voy a contribuir a recuperar la vocación natural de las montañas, sus bosques de niebla, voy a apoyar de raíz a sus pueblos originarios, voy a…”


No han llegado así. Han aparecido sus ingenieros y sus topógrafos. En México han presentado sus manifestaciones de impacto ambiental, algunas rechazadas en el primer intento. Volverán a intentarlo. Pero a las comunidades han llegado calladitos. Sin pedir permiso.


El viento es seco y frío en el Espinazo del Diablo. La bruma no se condensa en este mediodía, la luz vertical del sol aplasta los contornos. Sigo mi camino.

 


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