• Sergio Mastretta
  • 11 Abril 2013
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Por: Sergio Mastretta

Viaje al Zempoala con Alicia, Semana Santa del 2003

(Segunda parte)

Leer parte I

El río no se detiene en esa boca de granito. Enfila profundo hacia otro empalme de barrancas en donde arrancará  formalmente el Zempoala. Un afluente  viene del poniente, y si se le sigue río arriba unos kilómetros anunciará en una de las cimas de la montaña las luces de San Miguel Tenango, colgado en una soledad hermosa que abruma si se le mira desde Zacatlán. La montaña que arrastra ese desfiladero viene bien definida y se convertirá sin más en la cuesta poniente del río y casi carga entero al municipio de Tepetzintla. Vista desde Cuautempan, es una falda enorme  que perfila sus terracerías con la voluntad forzada de los hombres que han abierto con sus pies veredas que no han perdido la memoria, que trepan despeñaderos insondables para llevar a pueblos cercados por la fuerza cristalina de sus nombres. Tlamanca es uno que encontraremos como milagro de la agricultura serrana, con sus cuatrocientas hectáreas para el maíz, el café y el chile recostadas para la envidia de los pueblos vecinos. 




      El contraste del pueblo de Cuautempan es brutal contra la imagen que guardo de 1984. Una avenida de camellón y luminarias es el acceso principal. El encementado del camino es la obra municipal del momento; una calle larga hacia el centro tiene ya banquetas y guarniciones; sobresale el semáforo que recibe a los automovilistas al llegar a la plaza, con el amarillo preventivo que parpadea incansable día y noche; otro más en la contra esquina confirma el ánimo modernista de las autoridades locales.

  Desde  Cuautempan se mira la cañada emplazada y perfecta para correr sin freno al mar. Si se asimila esa carga de tierra esbelta en su inclinación admirada al río, es posible imaginar la contundencia mortal con la que arremetieron el Necaxa, el Zempoala y el Apulco hacia Tecolutla en la tormenta de octubre del 99. La palma de la mano de un viejo no alcanza a bordar surcos tan breves y rotundos, depresiones tan elaboradas y antiguas, grietas tan racionales y convulsas. Qué naturaleza tan discreta y seria ha explotado, revolucionado, la Sierra.

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Bajamos a pie a Totomoxtla por una terracería renovada después de la tormenta del 99, cuando la montaña se rindió y se dejó caer en un río de lodo que tapó el pueblo. Todo quedó grabado en video, en uno de los mejores testimonios que de entonces se produjeron. Día y noche, por dos días, la masa de tierra corrió lenta, como lava negra abrazadora, y cubrió la calle principal y con ella las casas, la escuela, el centro de salud, el edificio de la junta auxiliar, la tienda principal. Nada de eso vemos ahora: el pueblo luce impecable, con buena parte de su caserío ganado por el block y la loza, con la gente metida de lleno en la siembra del chile serrano, esperanzada en que la cosecha en el verano dejará por lo menos 300 toneladas del más común y afamado chile mexicano, base de las mejores salsas molidas en el molcajete.

Pero vamos con prisa, queremos llegar caminando a Tepetzintla a medio día. Bajamos en fuga al río por el camino recto, casi sin curvas, desplomado sobre la barranca hasta el antiguo puente colonial, por entre chilares, cafetales y maizales pues en esta cañada se aguarda pronto por el agua. Encontramos el puente nuevo y desde él observamos la ruina del antiguo: se lo llevó otra tormenta, la de 1955.

No lograré llegar a pie a Tepetzintla. Alicia mi hija decide que la vereda que arranca inmediatamente de la orilla del río será el mejor camino para vencer el paredón de trescientos metros de piedra que oculta la meseta de Tlamanca. Y yo la sigo. Pero no me dan mis cuarenta y ocho años. Al final, casi ahogado por el esfuerzo, aguardo a la vera de la terracería el paso del primer vehículo que aparezca. La niebla no me dejará ver Tlamanca ni, mucho más arriba, en el puerto, el caserío de San Simón. Desde ahí se abre otra barranca, con Tepetzintla y Tonalixco mirándose desde las dos pendientes de un nuevo río afluente del Zempoala.  Ahí respiro y afirmo que el corazón debe respetar a la montaña.

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