• Gabriela Méndez Cota/Catedrática UDLAP
  • 04 Septiembre 2014

El viernes pasado se llevó a cabo el segundo foro Puebla: ciudad, capital y cultura convocado por el Doctorado en Creación y Teorías de la Cultura que dirige el académico de la UDLAP Alberto López Cuenca. En él participó con una atención profesional Gabriela Méndez Cota (http://contaminacionescriticas.wordpress.com/), una joven pensadora que ha decidido escribir, “pase lo que pase”, como ella dice. Y lo que ocurre es un pensamiento crítico que ojalá privara mucho más en nuestra vida pública.

“Normalmente preferimos no pensar seriamente en la crisis de la que somos parte --dice Gabriela--. Es parte del trabajo crítico de las (post-)humanidades, sin embargo, interrumpir esa tendencia, contaminarla activamente para impedir que la negación se vuelva total.”

Esta crónica de Gabriela--quien ha escrito una tesis con el tema de la defensa del maíz nativo frente al maíz transgénico-- es el relato de un buen propósito auspiciado por la UDLA y el ánimo inteligente de un grupo académico que se ha tomado en serio que el pensamiento crítico es efectivamente una acción directa autogestiva. La foto de portada fue tomada del blog “Relatos, crónicas y leyendas de Puebla, de Guillermo  Martínez Rodríguez  (Mundo Nuestro)

 

Esta no es una reseña objetiva de las II Jornadas Puebla: ciudad, capital y cultura, organizadas por el Doctorado en Creación y Teorías de la Cultura (UDLAP) en torno las actuales transformaciones del espacio urbano en Puebla y Cholula. Es, o intentaré que sea, una reflexión personal, opinante, de lo que se dijo, de cómo se dijo y de lo que todavía queda por decir. Digo que es personal porque hay asuntos que me parecen más importantes que otros, formas de debatir que me parecen más hospitalarias que otras y preguntas delicadísimas cuya apertura me parece fundamental recordar una y otra vez frente a quienes se posicionan como autoridades de la cuestión del origen, del quiénes somos y de qué es exactamente “lo nuestro” en este mundo nuestro. Ante esta cuestión, yo quisiera rescatar y ordenar los temas que me preocupan no solo a mí sino a muchos, me atrevo a pensar que a una mayoría, de quienes nos desplazamos desde la Universidad hasta un oscuro edificio habitado por miembros de Acción Directa y Autogestiva, en una zona más bien excéntrica del centro histórico de Puebla.

 Uno de esos temas es, precisamente, el de la crisis de la Universidad como una plataforma de acción e intervención efectiva en los procesos de conformación de “lo nuestro”. Fragmentación, desarticulación y franca impotencia se señalaron una y otra vez como experiencias compartidas por trabajadores de universidades públicas y privadas, y quizá de un modo más dramático, por trabajadores de instituciones, como el INAH, que hasta hace poco se pensaban como instrumentos inalienables del mantenimiento de la identidad nacional (solo una de las posibles versiones de “lo nuestro” y, me atreveré a sostener, no la más deseable). En esta ocasión me interesa más reflexionar sobre la experiencia de alienación de las y los universitarios (y sobre las promesas y las limitaciones de un diálogo excéntrico, extramuros, en torno a esa experiencia) que sobre la problemática jurídica o los aspectos técnicos de los recientes proyectos de intervención urbana que, al menos en Puebla y en Cholula, nos han reducido a la condición cómplice de espectadores pasmados de la destrucción.

 

Las jornadas iniciaron de un modo más bien didáctico, con la pregunta de si se puede o no hablar de “gentrificación” en el ámbito hispanoamericano. El Dr. Ibán Díaz, investigador de la UNAM, planteó esa pregunta en primer lugar para contextualizarla y en segundo lugar para responderla afirmativamente. La desregulación neoliberal de la economía, el ascenso del capital financiero, inmobiliario y rentista, la asimilación de la gobernanza pública a la administración de empresas y la concentración de la toma de decisiones en una élite que sustituye la planeación a largo plazo por la búsqueda efectos rápidos y visibles, son todos fenómenos globales que explican la proliferación de proyectos gentrificadores no solo en Estados Unidos e Inglaterra sino en el mundo entero. Por tanto, lo que estamos viendo en Puebla y Cholula no proviene exclusivamente del legendario autoritarismo de los gobernadores poblanos, y esto no es, sobra decir, una buena noticia. Quiere decir, simplemente, que este autoritarismo legendario no tiene ya que guardar apariencias ni pedir disculpas por hacer lo que hace, porque es lo que se hace en todos lados. A esta conclusión (personal), sin embargo, tuvo que añadirse a lo largo del día que en Puebla los proyectos gentrificadores (definidos por el Dr. Ibán Díaz como proyectos de aburguesamiento de zonas populares, que no resuelven los problemas típicos de estas zonas sino que los desplazan y al hacerlo, los multiplican) se caracterizan por una exasperante falta de profesionalismo y creatividad, de tal manera que, además de multiplicar los problemas sociales existentes (como en todos lados), una y otra vez entierran (bajo concreto hidráulico, en este caso) oportunidades reales de hacer el espacio urbano medianamente habitable. Y en este punto entra la pregunta por el papel de los profesionales, de aquellos que pasaron por la Universidad, y que por un extraño “complejo cultural universitario”, salen de ella (o bien permanecen en ella) siendo incapaces de incorporar a los proyectos gentrificadores un mínimo de lucidez técnica y administrativa.

 

Lo anterior suena a un bashing injustificado de las universidades, cuando lo que tendría que hacerse es (¿una vez más, hasta el cansancio?) un bashing de las autoridades gubernamentales o de las empresas, las que son verdaderamente culpables, ignorantes y miopes, autoritarias, etcétera. La cuestión, sin embargo, es que al menos en México no hay una diferencia real, efectiva entre unas y otras. Un participante de las Jornadas declaró, en este sentido, que la universidad pública en Puebla está, desde hace varios años, “secuestrada” por la rectoría, así como (digo yo) la sociedad en su conjunto está “secuestrada” por los gobernantes en turno, que en este sentido se distinguen poco a su vez de los criminales a quienes supuestamente combaten. Afortunadamente, la excesiva claridad de este esquema (según el cual todo es lo mismo y todos son iguales) se vio complicada por intervenciones como la del Dr. Mariano Castellanos Arenas, quien presentó el primer fruto de sus esfuerzos desde la Universidad: el Observatorio de Paisajes Naturales y Culturales de Puebla. Este arquitecto se mostró preocupado por “las cosas que el gobierno no ve, pero que la ciudadanía sí, y que aprecia”. También se mostró preocupado porque en realidad, esa ciudadanía apenas sobrevive, inmersa como está en un proceso avanzado de insensibilización respecto al deterioro progresivo de su propio entorno. No es que no haya profesionales críticos y comprometidos que intenten vincular su labor con las inquietudes sociales, sino que la tarea que tienen por delante es de proporciones titánicas: no se trata únicamente de participar, como técnicos al servicio del Estado, en la planeación y la implementación de proyectos urbanos, sino que de un modo más fundamental, se trata de educar la percepción social para que haya ciudadanía, para que la valorización del paisaje se convierta en parte integral de un ejercicio democrático de ciudadanía. Le pregunté al Dr. Castellanos si su iniciativa (universitaria) se había ya vinculado (por ejemplo) con el Círculo de Defensa Territorial de Cholula, y me contestó que no. Pienso que el lenguaje de este movimiento en formación (que hasta ahora revuelve en torno a términos eternamente problemáticos como “cultura” e “identidad”) se beneficiaría de incorporar los planteamientos del paisaje como un derecho ciudadano, pues de esta manera se lograría clarificar, al menos parcialmente, los términos en los que cholultecas “originarios” y cholultecas “postizos” convergen en la defensa de los campos de cultivo que rodean la pirámide, así como los términos en los que trabajadores académicos y trabajadores no académicos convergen en la resistencia a megaproyectos turísticos que se imponen, verticalmente, desde el Estado.


 [AC1]lax II Jornadax Puebla: Ciudad, capital y cultura

  

 

Foro Puebla: ciudad, capital, cultura II, en el barrio de Sana Antonio.

Sin duda, el trabajo intelectual que se desarrolla (a duras penas) dentro de las universidades públicas y privadas, puede y debe contribuir al debate público de lo que constituye un espacio urbano habitable para sus habitantes (y no solo para “el turista”, esa fórmula mágica inventada por los enemigos de una planeación para la ciudadanía). La Dra. Emilia Ismael Simental, actual coordinadora de la Licenciatura en Humanidades y Estudios Culturales de la UDLAP, dio una pequeña muestra de cómo las Humanidades pueden contribuir a ese debate al ofrecer un análisis meticuloso del texto que pretende justificar la expropiación de terrenos adyacentes a la pirámide de Cholula. Las Humanidades contemporáneas (que, por cierto, son también el resultado de una profunda crisis de identidad, de tal manera que algunos las identificamos ya como post-humanidades) se distinguen por su determinación para analizar, punto por punto, los términos del diálogo y los argumentos que circulan, persuasivamente, no solo en los textos clásicos sino sobre todo en los textos culturales del presente, incluyendo los documentos mediáticos, jurídicos y oficiales. Analizan estos textos para hacer preguntas como: ¿Quién define, y con qué criterios, lo que es un aprovechamiento ordenado del espacio urbano? ¿Quién define, y con qué criterios, las actividades de recreación y esparcimiento que necesitan los habitantes de un lugar? ¿Quién define, y con qué criterios, lo que es el “desarrollo” de un lugar? Pienso en las muchas mañanas y atardeceres en que, junto con tantas y tantos habitantes de Cholula y Puebla, disfruté inmensamente pasear entre los campos de cultivo, observar los ciclos agrícolas y el cuidado amoroso, el orden pacífico con que sus propietarios mantienen esos campos, beneficiando a todas y todos los que usamos esos campos para recrearnos y esparcirnos, desinteresadamente. ¿No era esto “utilidad pública”; no era esto el mentado “desarrollo”? Parece que no pero, ¿quién lo dice, cómo y por qué? Es preciso reconocer que Cholula se valora en términos muy diversos; sería ingenuo y contraproducente asumir que todos lo hacemos de la misma manera. Pero por eso resulta fundamental debatir a partir del texto, del argumento, los términos que utilizamos para entender lo que está pasando. La conclusión de la Dra. Ismael fue que antes que hablar de una comunidad existente, consolidada, real, es preciso entender que solamente la amenaza del despojo, de la exclusión, detona procesos de conformación de lo común, y yo añadiría a eso que esos procesos deberían partir de la reflexión sobre dónde estamos y dónde podríamos estar.

 

Personalmente, pienso que Cholula es un hermoso lugar para vivir, para habitar, porque en ella todavía se valora colectivamente algo de lo que la economía contemporánea nos separa cada vez más, la agricultura. Así como no son simplemente “inútiles” los espacios agrícolas que rodean la pirámide, tampoco son simplemente “inútiles” (o al menos no en principio) los diálogos y las lecturas críticas que, dentro de sus limitadas posibilidades, emprenden las y los universitarios. No es casual que ambos se enfrenten ahora a un asalto corporativo, gubernamental, mediático, incluso social. ¿Cuántos jóvenes han sido disuadidos de estudiar filosofía, o historia o artes porque supuestamente, esas disciplinas conducen a la pobreza y la perdición? ¿Quién define, y con qué criterios, esta asociación entre el pensamiento y el fracaso económico y social? ¿En qué se sustenta la desvalorización social del pensamiento en general, y del pensamiento crítico en particular? En el debate que siguió a las tres primeras intervenciones se hizo evidente, al menos para mí, que es preciso transitar desde un lenguaje reiterativo de mitos de identidad y cultura hacia un lenguaje cuestionador, no necesariamente destructivo pero sí orientado, estratégicamente, más hacia la subversión que a la conservación de mitos identitarios. Como señaló oportunamente el Dr. Ibán Díaz, las afirmaciones de la identidad y del patrimonio son fácilmente co-optables; ya está bastante documentado que en todo el mundo y la mayor parte de las veces, el énfasis en la identidad genera efectos opuestos a los que buscan, en principio, los movimientos sociales. En el caso mexicano, la co-optación del imaginario de identidad nacional ha sido tan efectiva que incluso hoy no acabamos de interrogar la lógica perversa con la cual el discurso capitalista de nuestro gobierno (tanto el revolucionario como el tecnócrata) rápidamente asimila defensas identitarias del patrimonio. De ahí, quizá, el real “atraso” o “subdesarrollo” que nos aqueja: el de nuestra educación política, el de no saber cómo jugar con el lenguaje para producir efectos inesperados, en lugar de más de lo mismo.

 

Esto nos devuelve al tema central de las Jornadas, resaltado aquí por mí y en realidad planteado de manera incisiva y capciosa por Sergio Mastretta, director del portal de periodismo narrativo Mundo Nuestro: “¿Qué tiene que decir la comunidad pensante de Cholula acerca de su propio fracaso y su propia marginalidad ante las decisiones del gobierno?” ? Alguno confesó que la causa del mentado fracaso es el “aburguesamiento” de dichos sectores; otros culparon a la orientación productivista, eficientista y efectista de las burocracias educativas y científicas que tienen a los universitarios atareados con los puntos y los bonos individuales en franco detrimento de la relevancia y el impacto social de la investigación. Creo que, independientemente de que estas confesiones y quejas apunten a la realidad, hay otros factores que tendrían que tomarse en cuenta para no solo explicar el fracaso sino solucionarlo. Me adelanto a sugerir que al menos una respuesta posible tiene que ver con el lenguaje, con el legado que nos conforma social y psíquicamente, y que parece ser que la comunidad pensante no ha terminado de desarticular y menos de re-articular. En la intervención del propio Mastretta el énfasis recayó sobre lo que podríamos denominar las “verdades” históricas de Puebla, y que yo resumo de la siguiente manera: que los gobernadores poblanos se han comportado siempre como virreyes déspotas, que lo que la ciudadanía comparte con ellos no es otra cosa que una cultura de despojo y autoritarismo, que no tenemos, ni en la práctica ni en la teoría, mecanismos para resistir efectivamente la imposición continua de un falso desarrollo. En relación con estas “verdades”, lo que me parece importante destacar no son los datos que el periodista presentó a manera de evidencia, sino la pregunta capciosa que, en el marco de esos datos, puso sobre la mesa en un foro convocado por universitarios. ¿Cómo resistir? ¿Cómo salir de entre la espada y la pared, de entre la ignorancia y el autoritarismo de las instituciones, por una parte, y por otra parte de la impotencia y la parálisis de las comunidades pensantes? Me atrevo a sugerir que se puede empezar por pensar de otro modo, por pensar de otro modo la comunidad, el poder y la ignorancia, pues esta es la labor de las comunidades pensantes o “inteligentes”. Pensando se llega a algo más importante que la posesión de verdades… se llega a cambiar de posición.

 

En su ponencia titulada “El poder y sus intentos para despojarnos de la memoria”, las antropólogas Cecilia Vázquez Ahumada y Sonia Espinosa Martínez aportaron datos interesantes de la historia de los Fuertes de Loreto y Guadalupe (hasta el día de hoy en que prácticamente todo vestigio de esa historia ha sido aplanado por la fiebre constructora de los gobiernos estatales). Resulta ser que el Fuerte de Loreto se constituyó a principios del siglo XIX como un amurallamiento de la clase pudiente contra los “revoltosos” independentistas. Más de un siglo después, se inventó el Día de la Bandera como otra suerte de amurallamiento simbólico por parte de una sociedad aun profundamente conservadora, como una especie de contrarrevolución ante el espectro de las banderas rojinegras. Fue tal el éxito de ambos amurallamientos (anteriores y posteriores a la intervención francesa) que con el tiempo los propios habitantes de Puebla contribuyeron de un modo entusiasta a la colección permanente de un tal “Museo de Historia Guerrera de Puebla”. Estos datos, me parece, permiten poner en cuestión el título mismo de la conferencia. ¿Cuál es ese poder que pretende despojarnos de la memoria? ¿Es solamente el de los gobernadores y los empresarios, o será también el del olvido, el de esas murallas de las que la propia sociedad se rodea para protegerse del conflicto y la diferencia? En una intervención anterior ya se lamentaba el Dr. Mariano Castellanos del amurallamiento generalizado de nuestras ciudades. Las repercusiones sociales de la preferencia por los fraccionamientos cerrados son inmensas, y tienen que ver (de nueva cuenta) con la (falta de) educación de los habitantes para la ciudadanía democrática. Lo que sale a relucir de todo esto que pensar el poder de un modo distinto implica sacudir la fijación con los poderosos y explorar las maneras en que el poder se asienta en el lenguaje, un lenguaje que en cierto sentido (no muy riguroso, ciertamente) va “más allá del texto” al manifestarse en los usos sociales del espacio, por ejemplo en la muy problemática preferencia por fraccionamientos cerrados y museos cuyo contenido parte de ideas históricamente cuestionables de lo que “es” la identidad poblana, en este caso.

 

Fotograma de la ponencia Milagro en Puebla: pero ésta sí es una historia de Virreyes.

Pero fue el asunto de la identidad cholulteca lo que sin duda convocó a más participantes a lo largo de la jornada y que casi generó un debate verdaderamente público, es decir, un debate entre académicos y no académicos, entre investigadores de los procesos sociales y aquellos directamente afectados por la ofensiva constructora del actual gobierno estatal. Me refiero al tema de la expropiación de los campos de cultivo en Cholula. En las jornadas participaron Ana María Ashwell, antropóloga experta en “el gran Cholloyan”, y Lendsdey Cholula, joven dirigente de una organización ambiental dedicada, entre otras cosas, a rescatar la milpa. La primera ofreció una cátedra sobre el patrimonio arqueológico en proceso de destrucción y la segunda describió la orientación y las estrategias organizativas del Círculo de Defensa del Territorio. Quisiera reflexionar sobre los argumentos profesionales de Ashwell, sobre la importancia de estudiar a fondo las osamentas quebradas y quemadas que están ya prácticamente debajo del infame distribuidor vial de Cholula. Según Ashwell, el estudio de esos restos (correspondientes a un periodo de auge de sacrificios humanos) permitiría comprobar los rangos sociales en un momento muy poco estudiado de la historia mesoamericana. Quisiera reflexionar sobre eso pero algo me detiene, y creo que es el hecho de que lo que capturó mi atención de su discurso fue en realidad su tono inflexible y su forma anti-reflexiva, un problema típico del activismo liderado por “expertos”. Pensar extramuros requiere una actitud de escucha y de respeto hacia quienes viven extramuros: personas que construyen su vocabulario y sus organizaciones atendiendo a necesidades concretas, muchas veces inmediatas, como por ejemplo la de nuevas estrategias comunicativas para atraer hacia su lucha a diferentes sectores de su comunidad, jóvenes y viejos, hombres y mujeres. Responder a estas necesidades, en primer lugar desde la escucha, exige una caída de los muros de la experticia, de la profesión, de la arrogancia colonial que formula enunciados implícitos del tipo: “yo con mi conocimiento arqueológico le voy a devolver su memoria indígena a los cholultecas” y “yo te voy a explicar a ti, chaval, lo que tú no sabes de ti mismo”. No basta con cuestionar, de un modo beligerante, las acciones de los gobernantes que, efectivamente, hacen y deshacen sin el menor interés en la investigación científica de los restos arqueológicos. Hace falta cuestionar el lugar de enunciación de quienes se consideran observadores privilegiados, el mito nacional que de formas insidiosas continúa estructurando el lugar de enunciación de quienes se consideran radicales. Pensar extramuros no es llevar el discurso antropológico más allá del aula sino cuestionar la violencia epistémica que lo estructura.

 

Dos contrapuntos interesantes emergieron más tarde en la voz de un grupo de investigadores de la Maestría en Estética y Arte de la BUAP, por una parte, y de María Fernanda López Jaramillo, candidata doctoral de la Universidad de las Américas-Puebla. Los primeros problematizaron el proyecto del Museo Internacional Barroco en términos de una crítica del imaginario social poblano, según el cual Puebla es una “ciudad barroca”. ¿En qué momento se llega a concebir Puebla como una ciudad barroca? Fue, como apuntó el Dr. Jesús Márquez, el momento en que el nacionalismo revolucionario optó por dejar de lado la tradición intelectual liberal del siglo XIX, según la cual la identidad poblana está basada en lo indígena más que en lo español. Lo cierto, aseveró, es que Puebla no es una ciudad barroca, y que no hay ejemplares suficientes de “arte barroco” en Puebla como para conformar una colección permanente para el citado Museo Internacional Barroco. Esto significa, como explicó su compañero expositor el Maestro Eliecer Alejo, que con este museo probablemente sucederá lo que sucedió con el MUPAVI (el Museo Poblano de Arte Virreinal), que tuvo que cerrar por razones de inviabilidad económica, siendo como era dependiente de las exposiciones temporales. La diferencia es que el MUPAVI era la quinta parte de lo que será el Museo Internacional Barroco, el cual a su vez supondrá una inversión millonaria menos en cultura que en infraestructura. Es obvio para el sector pensante que las motivaciones para la construcción del Museo Internacional Barroco tienen menos que ver con un interés por satisfacer las necesidades culturales de la localidad que con otro tipo de intereses políticos y económicos. Aun así, el sector pensante no deja de preguntarse qué pasaría si los millones que se invertirán en la construcción de un museo injustificable desde el punto de vista de las necesidades culturales de la localidad, se invirtieran en la investigación rigurosa de lo que sí hay en Puebla. Básicamente, una inversión tal “implicaría revisar nuestra historia, cuestionar el mito de que Puebla es una ciudad barroca”. Esa revisión, me atrevo a pensar, tendría el potencial de contribuir a la formación de una ciudadanía más democrática, al menos si lograra romper los muros de la academia y traducirse en una atención a las dinámicas de producción de tejido social.

 

En este sentido resulta más iluminador el trabajo de María Fernanda López Jaramillo, quien se ha dedicado a estudiar el graffitti en Puebla como un modo de apropiación social del espacio urbano mediante la articulación de redes de afecto y solidaridad en torno a la práctica del arte callejero. La inclusión de estas prácticas en la investigación académica de lo que sí hay en Puebla claramente apunta más allá de la conservación de formas coloniales de Arte hacia las prácticas de descolonización a través del arte, en un sentido ampliado del arte, la cultura y la política que solo pueden apreciar las post-humanidades. El graffitti se aprecia ahí como solo uno de tantos ejemplos de “cómo resistir” que pueden parecer insignificantes pero que conllevan enormes cantidades de energía social que una Universidad responsable no debería ignorar. Otro ejemplo de iniciativa extramuros es el proyecto Estudios Abiertos, presentado por Luis Calvo Zanabria, Elizabeth Flores y Oscar López Hernández, cuyo objetivo es organizar a los artistas locales para dar a conocer su trabajo y su obra a los habitantes locales y a los visitantes, sin intermediarios ni costosos museos. Lo que no hace el gobierno lo hacen los propios artistas, de un modo precario pero en cierto sentido más eficaz y propositivo que la investigación académica tradicional del “patrimonio”. Esta apropiación ciudadana de las responsabilidades públicas del Estado no carece, en la actualidad, de trampas materiales e ideológicas, y sin embargo empieza a delinear una de las rutas posibles para quienes han terminado por reconocer que las instituciones existentes no solo no ofrecen soluciones de fondo sino que son parte operativa de la situación de “fracaso” en la que se halla a sí misma la ciudadanía, incluyendo al sector académico. Este último quizá tendría que empezar por revalorizar y redefinir su propia labor como una labor que necesariamente consiste en desplazar fronteras o, dicho de un modo más provocador: derribar muros, una metáfora del riesgo que implica criticar su propio papel en una sociedad que no es sino que deviene. 

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