• Sergio Mastretta
  • 07 Febrero 2013

La marginación se lleva en los huaraches en sur campesino. Y las historias en el morral de periodista. 1991, en Acatlán de Osorio, gira del gobernador en turno. Basta con platicar con el primer grupo de hombres que me encuentro, por ejemplo la banda musical de Tescalapa de Juárez. De inmediato aparecen los hombres de sombreros escuálidos que deambulan alrededor del tinglado que arman los burócratas de la capital, y que vienen con sus demandas y sus oficios redactados por el escribano del pueblo. De la libreta extraigo, entonces, un vistazo de lo que viven tres comunidades campesinas que, como decenas de la región, a duras penas se anotan en el mapa. No hay pretensión sociológica, tan sólo constato que en cualquier hombre que uno tope en este desierto el reclamo está a flor de labio.

La banda de Tescalapa de Juárez cumplió con el encargo operativo cenesista armado para la visita del gobernador Mariano Piña Olaya. Tocó incansable ahí a la entrada del cine “Los Foquitos”, como decorado musical del informe del alcalde de Acatlán al que no asistiría el gobernador. Los músicos, ocho campesinos de esa junta auxiliar del vecino municipio de Petlalcingo, extraen bajo el rencor del sol los tonos agudos de los clarinetes y la claridad de los metales. No recibirán pago alguno por su participación en el evento. Como miembros del comité de base de la CNC son considerados sin mayor formalismo en el festejo municipal.

Rafael Contreras, el más joven y el que viste más mestizo, habla como miembro del PRI en el municipio de Petlalcingo. Los otros, Argimiro Velasco y Victorino Robles, no pierden en la plática su calidad de músicos, con un trombón uno, con la masa tambora el otro.

“Asistimos con la inquietud de que viniera el gobernador –dice Contreras-- para decirle que en Petlalcingo vemos con tristeza la desnutrición de los niños de Tescalapa. El médico de la clínica rural dice que tienen la mayoría un segundo y tercer grado de desnutrición. Eso nos preocupa, señor, y lo digo como gente del comité de base de la CNC. No hemos podido manifestar en nuestro sentimiento pero tenemos derechos, inquietudes de superación”.

“Y diga usted que no hemos recibido la participación en la junta auxiliar”, afirma Argimiro, un hombre ya grande pero no tanto como el viejo de la tuba que escucha en un lado, siempre en silencio.

Nadie desmiente eso. Luego plantean el caso de la carretera: con un presupuesto aprobado para 1990, se debió de haber construido una carretera que los uniría por primera vez con la cabecera municipal, Petlalcingo, a siete kilómetros de distancia.

Ahora para comunicarse con el exterior –no hay teléfono-, tienen que desplazarse hasta Acatlán, a 17 kilómetros, por una brecha que la comunidad hizo con su propia mano y costo. La denuncia es simple: la carretera de terracería, para lo que se aprobó el dinero, no existe, a pesar de que en Puebla los funcionarios le han puesto la palomita en la lista de caminos rurales construidos, por lo que así apareció, según los campesinos, en el pasado informe del gobernador.

“Ya hay dos actas de inconformidad –dice Victorio Robles, el de la tambora imperturbable-, una de nosotros los cenesistas y otra de los perredistas, pero en eso no hay división, porque todos queremos el progreso”

Hay 404 ejidatarios en Tescalapa, cuando el ejido original contaba con 102. Sólo tienen, uno diría que de ornato, siete hectáreas de riego. Toda la eternidad de temporaleros, no plantean por ahí el problema: “Algo así como con la carretera pasó con el agua potable –cuenta Argimiro-: así se acabó la obra, pero nomás entregaron los contratistas, cuando se probo la obra, ahí mismo tronó, no aguanto la presión de la red”.

Los interrumpe uno del ayuntamiento de Acatlán, va acabar el informe y se necesita música en la calle. Y allá van, sin inmutarse, al sol y a la despedida de la comitiva.

“Vienen los políticos, eso sí –dice al último Contreras-, piden el voto y todos prometen. Cuando los buscamos en Puebla nunca se hallan los señores...”.

Juvenal Márquez Pérez es otro cenesista mixteco. Vive en El Ídolo, una ranchería de cien familias, inspectoría de un municipio cercano a Acatlán. Su reclamo es directo a su partido: “Francamente no entendemos, como ahí es mayoría Antorcha Campesina, nos ha hecho a un lado. En noviembre inauguró la luz en el pueblo, ya todos tienen luz menos las 26 familias que somos priístas. Y ya estamos en febrero y nada, el presidente municipal sólo nos da esperanzas. Y no es justo, ora los antorchistas dicen que tenemos que pagar 600 mil pesos por familia, cuando ya habíamos dado entre las 26 más de cinco millones de pesos, porque la obra costó 34. Estamos enojados, no hemos querido caer en el juego de los antorchistas, pero si no se compone esto va a haber pleito”.

Y muestra el oficio que le iban a entregar de mano al gobernador. Y se queda en silencio, porque ya no está el otro campesino con su cuenta.

En el municipio de San Pablo Anicano hay una inspectoría llamada Tulapa, a media hora de Acatlán. Ahí hay pleito por el agua. Tiene tres años que se está construyendo el sistema. Pero el pozo no tiene agua, no surtió, como dice el señor Luis Aquino Barragán, un bigotudo inspector municipal.

“Es que lo rascaron en tiempos de aguas –dice-, contra lo que pedimos nosotros que sabemos que sólo en la cuaresma se sabe el verdadero fondo. Ahorita nos ayudamos con pozos de riata, y en Puebla nos traen a la vuelta y vuelta”.

Y cambia el tema, porque en Tulapa hay otro problema: la dotación original del ejido marca 1100 hectáreas de temporal –850 de agostadero y 250 de casco de hacienda-, pero en el plano que levantaron recientemente sólo se deslindaron 820 de agostadero y 190 de las otras.

“Estamos invadidos, tal vez por el pueblo de Amatitlán o por San Agustín y Mesquitepec. Sólo que ahora hay juventud para pelear. No ha habido enfrentamiento, pero los puede haber señor... Eso veníamos a decirle al gobernador”.

Chinantla es un bastión priísta, según ha dicho el propio diputado José Alarcón al dirigirse a los escasos 50 asistentes al informe del alcalde. Aquí no admiten a Antorcha Campesina. Y un hombrecito que se esconde en la sombra explica porque: “Aquí se vive en paz. Por eso le dijimos a los antorchistas que no podían entrar, que no queríamos dificultades. Sembramos maicito de junio a noviembre, y después a buscar la vida en otro lado. Algunos poquitos se van a Estados Unidos, otros, la mayoría, jalamos al corte de la caña de azúcar en Veracruz, en Potrero, Tres Valles y Cosamaloapan. En enero mandan los carros y de aquí se llevan a la gente con todo y su familia unos. No juí este año, pero en el 90 sí, le digo que es la chamba más dura que yo he visto en mi vida. Ya bía estado en Yautepec, en el Morelos, y me gustó menos porque ahí no queman la caña y el tlazole hace más peligro de la culebra palanca dura, un como coralillo...”

Una historia que se cuenta tranquila en Tehuitzingo. No sucedió aquí, pero llega con esa premura que corren los acontecimientos que no se ventilan así como así en los diarios, pero que son de la vida diaria de la Mixteca. Era un taxista de Tlancualpicán, en el distrito de Chiautla. Circulaba de noche de regreso de Axochiapan. Lo paran unos hombres a los que se les ha descompuesto el automóvil. Resultado: un atraco que lo deja con catorce puñaladas tirado a un lado de la carretera. Los otros huyen en su carro. Pero la noticia corre, porque el chofer no muere y alcanza a señalar a sus agresores. Se arma la persecución: una partida de taxistas y gente de Tlancualpicán los persigue con las señas hasta Cítela. Ahí los encuentra. Es tal la fuerza de los enardecidos perseguidores que la policía municipal se hace a un lado. Apañados –la versión no da cuenta de en qué estado quedaron-, fueron entregados en Chiautla a la justicia. Y uno piensa que efectivamente la sociedad se mueve, pero que no se tienen ojos y oídos para apreciar su movimiento.

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