• Sergio Mastretta
  • 20 Diciembre 2012

18 de octubre, Tulcingo

Arrancamos apenas el sábado, día 7 de la carrera, en la cañada reseca de Tlapa, en una tarde polvosa en esa ciudad de la Montaña de Guerrero: manifestación de transportistas y pleitos municipales. La Antorcha fue un jaleo más en ese centro caótico de uno de los territorios más pobres de México. El domingo fue extraordinario –lo veríamos después–, con una de las recepciones más fervorosas a las imágenes en la población de Progreso. Las escenas grabadas lo corroborarán. Ya estamos en Puebla.

Tulcingo es el más norteño de los pueblos del sur. Con una de las mejores páginas de internet para una comunidad –por cierto, elaborada por particulares–, los de Tulcingo no tienen ninguna duda de las consecuencias que la migración a Nueva York ha provocado para ellos. Dos ejemplos a la mano: uno, el fanático de los Yanquis y su señora, propietarios de un hotel en el que invirtieron 400 mil dólares, pagados por entero con los dividendos de más de seiscientos fines de semana y la venta de tacos en los campos de futbol soccer en Up Manhattan; Deus, como se llama el hombre, vive retirado ya por la enfermedad ahí en Tulcingo, regentea el hotel en las manos hacendosas de su esposa, quien mantiene la tradición de la garnacha con el puesto-restaurante a la entrada y se divierte con los desatinos de su esposo, consternado por la derrota de los yanquis en las finales beisboleras. Ella también es una excelente narradora, y lo prueba al contar su paso por la aduana neoyorquina con un pasaporte falso que la presentaba como profesora de escuela, a sus dieciséis años y analfabeta –y será mucho más precisa al contar su extravío en Manhatan.

El otro ejemplo es trágico. La muerte por accidente de un hombre joven en Nueva York. Apenas la semana pasada lo velaron. No son nuevas estas luces y sombras del Norte en un pueblo mexicano. Trabajo y muerte, fortuna y progreso... Igual se vive y se muere aquí que allá.

Por la tarde el calor y la indiferencia ante la llegada de la Antorcha, que se retarda más de la cuenta. Llega así, de sorpresa, tanta que le ganaron al de los cuetes, que para cuando tronaron la procesión le daba ya la vuelta al centro. Misa en el atrio, con los curas azotados por el sol mixteco y la feligresía disuelta en las sombras. La ceremonia inicia cuando se pone el sol, luego de una brevísima participación del presidente municipal y un breve recuento de los propósitos de la Antorcha por Daniel, al que se reconoce como capitán del equipo neoyorquino. Los corredores han llegado de Progreso, y como la mayoría de los que acarrearán la Antorcha por medio país, son muy jóvenes; las muchachas son delgadas y lucen las caderas en los jeans y las playeras de Tepeyac.org.; sus rostros morenos, casi negros, se alumbran cuando ríen y miran por rumbos muy distintos que los que la misa les propone. Cantos obligados y desafinados: “jóvenes, Cristos jóvenes”, exclaman. ¿Quiénes son? ¿Qué quieren? ¿Qué harán al terminar la secundaria? ¿Qué esperan para tomar el camino de sus padres y hermanos?

Fanático de los Yanquis

Deus, el beisbolero y hotelero anfitrión se deja entrevistar con la cordialidad que no quita la vista del televisor: los Yanquis juegan la Serie Mundial. No conocí a su hija, que apenas ayer se fue para su viaje semanal a Nueva York, como empleada de una agencia de transporte de todo tipo de bienes enlistados en los tres o cuatro locales especializados en el viaje internacional de estos mixtecos. Platicamos también con Lázaro, el hombre de las mil historias en la frontera, casi desbordado por sus recuerdos. Su esposa es una mujer joven que lo mira con la resignación de quien sabe que no pasará mucho tiempo, aunque diga lo contrario, para que su marido tome de nuevo la ruta del norte. Aparece también un muchacho de 21 años, Fernando Lucero, orgulloso propietario de una camioneta van negra, con un equipo sonoro que debe quitar la respiración de las chamacas; regentea un restaurante familiar, luce ropa de marca y piochita refinada; ha estado sereno y abierto en la conversación con nosotros.

 “¡Era técnico de un equipo¡ Y patrocinamos el equipo. Nos llamábamos los Pumas: Es el equipo que más odio, pero así le puse porque eran la mayoría mexicanos. Allá ahorita mero, el comercio de México en Nueva York, es el número uno, está progresando. Negocio que usted ponga, es negocio que usted la va a hacer. ¡Llegan a lo mismo!, pero hoy más abierto porque hay más gente, más mexicanos. Se puede uno mover más para el que sabe de negocio y puede hacerla más fácil y más rápido, porque no había tanta rata como ahora. Ahora sólo voy de vacaciones, tengo 9 hermanos allá. Ya tengo mi residencia. Yo soy residente legal desde 1983. La amnistía fue en 1986. Todavía esos arreglaron. Quienes habían llegado, pues tuvieron chance de arreglar. Pero lo que pasa es que hay que moverse porque el gobierno le dice: mira, nosotros vamos a hacer esta ley, pero tampoco te dicen, háganle así, entonces hay que inventarle. Llegaron unos primos míos en 1988 y ya no eran elegibles. Yo mande a buscar sellos postales, aquí todo, y busqué las pruebas y todo, pero ya no iban a ser elegibles. ¡Cartas!, ¡Exactamente!, esas eran las pruebas que más querían. De mi familia todos tenemos la residencia, ¡todos!, menos dos hermanos, dos hermanos, y los demás todos, unos diez hermanos. Mis hijos nacieron allá, pero prefieren estar acá porque les gusta más el ambiente, es que aquí todo favorece, el clima, la gente, es más bonito porque es provincia. Allá la ciudad no…”

Unos quieren irse, otros quieren volver: “Yo recibí muchas críticas de la misma gente de aquí, de mis paisanos de allá, de mi familia, que me decían, tú estás loco, cómo vas a invertir en México. Les digo, mira, si a mí no me gusta para invertir aquí en Estados Unidos, sí yo me vine de México con la ilusión de tener algo, yo quiero hacerlo allá. ¡como crees, sí es más difícil!, no me interesa, a mi lo que me interesa es tener algo allá en México. Y dicen: ¡aquí te puedes hacer millonario!; no me importa, no quiero aquí, yo quiero allá en México. Nosotros nos fuimos veinte en aquel tiempo. Diez triunfamos. Unos ya murieron, unos se volvieron alcohólicos y otros no hicieron nada. ¡Veinte en una misma cuerda, de una misma pasada! Bueno, yo iba solo, mis hermanos los mayores se habían ido antes. Y yo me fui solo. ¡Todos!, los veinte éramos de aquí de Tulcingo, todos. En 1975, octubre, octubre de 1975. Mero el 12 de octubre, día de la raza, llegamos allá. Ahora tengo 45, 46 años.”

 (Sergio): ¿Y usted no va a tomar la antorcha?

(Deus): ¿Dónde allá? ¡No!, me da un guaratazo y me desmayo, no aguanto, me da un ataque al corazón.

(Sergio): Lo vamos a agarrar de pollero…

(Deus): No, no… porque yo crucé y ya, pero no quiero meterme en problemas con los americanos, esos castigan, son muy exigentes.. Aparentemente el americano lo deja hacer, pero cuando actúa, actúa. Yo me fijé, el 4 de julio, en la celebración de ellos de la independencia, hubo un tiempo en que la gente destruía. Le ponía bombas a los teléfonos, a los negocios y en muchas otras partes. Y dijeron: en lugar que esta fiesta nos dé ganancias, nos da pérdidas. Esto hay que pararlo, ¿y cómo le vamos a hacer?, ¿de dónde vienen o traen estas pólvoras?, no pues, los chinos los traen… pues órale, se me van a cuidar el mar, mandan a la Marina y a todos los chinos con cuetes me los regresan. Eso hizo el gobierno y acabaron. Ahora el 5 de julio, mire… ni un cuete, porque ya abusaban. Le pasaban los cuetes por aquí, era un peligro andar por esas fechas en Nueva York. Ya los chamacos le tiraban a usted los cuetes y dijeron no, vamos a parar eso…

Aventura: “Anduve en la aventura, antes sí, pero hoy ya no. Crucé siete veces la frontera y en una de esas estuvo a punto de llevarme el canal de Tijuana, fue la última vez que crucé. Y entonces le dije a ella, a mi esposa: si yo me vuelvo a ir a México, nunca voy a volver acá, a Nueva York. Eso fue en 1981, por esas fechas, y el canal de Tijuana estaba llenecito. Yo crucé… conmigo iban dos muchachas que se iban a ahogar porque no sabían nadar, y con el ansia de la muerte, me abrazaron y ya me estaban ahogando. Entonces yo dije, bueno… tampoco las voy a dejar morir, y yo me aventé sobre ellas, y ellas...Un valeroso que iba ahí con nosotros que se metió a quitarme a una, si no, me ahogan a mí. Fue la última vez que crucé. Cruzar la frontera es peligroso, no vaya a creer que siempre es suerte. Antes era más fácil cruzarla, y hoy puede ser, sólo que vigilan más, pero, le digo, hay puntos que ellos no pueden estar vigilando. Por ejemplo en Brownsville, a fuerza tienen que cambiar de turno, cambian de turno a las doce o una de la tarde, a las cinco, a las seis de la tarde, y mientras se cambian la ropa y todo, dejan libre. La cuestión es saber los puntos, a qué horas y todo.”

 (Ella): Nosotros que ya estamos acá, es mejor para nosotros por su enfermedad de él. Porque allá la enfermedad de él, la mano se le pone bien tiesa y luego no puede caminar porque por allá hace más frío. Ahorita mismos, hace más frío porque es verano, y por eso nos quedamos mejor aquí.

(Deus): Esto va a funcionar, yo no me voy a hacer rico, pero como dice mi esposa, para irla pasando, si. Pero para que vaya construyendo el hotel no deja. La mayoría de gente viene de Puebla, los vendedores que vienen a vender, los del comercio, porque toda la gente aquí tiene sus casas y los de los pueblitos vienen, pero no duermen en hotel, duermen en la presidencia.

 (Deus): Creció el pueblo. Sí, desde 1970, en unos años se desarrolló lo triple. Éramos aproximadamente en 1970, unos 2 mil 500 habitantes, ahora somos cerca de 10 mil habitantes en el pueblo, aparte los lugares subalternos, seremos como unos 25 mil, aparte los que están en los Estados Unidos. En los Estados Unidos de este pueblo, en mi mal cálculo, serán unos 10 mil avecindados hasta allá, más los nacidos que ya nacieron allá. Y ya con todos sumados, debe haber unos 40 o 45 mil, con todo y los Estados Unidos, más o menos. En veinte años ha crecido demasiado esta región de la mixteca poblana, se ha desarrollado mucho. Inclusive este es el pueblo que más se ha desarrollado, porque anteriormente nosotros pertenecíamos a Chiautla de Tapia, la plaza era en Zihuatlán, pero se fue quedando acá y acá, y Zihuatlán se quedó atrás y mi pueblo siguió avanzando, avanzando y hasta la fecha, así quedó. Yo creo que dentro de diez años esto va a ser lo doble, la economía va aquí muy rápido, el comercio, todo.

(Sergio): ¿Todo basado en la lana que mandan desde Estados Unidos?

(Deus): Exactamente, en la economía de los Estados Unidos. Sí la economía de Estados Unidos está fuerte, aquí se pone fuerte también. Porqudesde aquí mínimamente se van unas 5 o 6 toneladas de productos mexicanos para allá, semanal, de la gente de aquí que van y vienen. Son muchas.

(Sergio): Por ejemplo, su hija, ¿aquí mismo se abastece de todo?

(Deus): Aquí mismo, aquí llega la gente de los pueblos cercanos como Chila de la Sal. Sus familiares aquí vienen para que les lleven, los paquetes se los llevan. Tortilla de manteca, son puros antojos. Mandan frijol, huaje, cuando hay permiso especial para llevar huaje, lo llevan, y hierbas como el que le llaman acá, papachis, es una hierba que al mexicano le gusta comer mucho, y en otras partes le llaman pápalo, es una comida que les gusta comer mucho, para las cemitas, y para comer en cualquier comida, es un vegetal muy sabroso, es como el cilantro. Es de la región… también la pitaya, mucha pitaya, ¡también hasta allá llevan las pitayas! caras que las venden allá en Estados Unidos, a cuatro o cinco dólares.

(Melchor): ¿Es como un trabajo hormiga?

(Deus): Sí, hay ahorita como unas 10 paqueterías, o unas 10 hormigas, como dice usted. Donde trabaja mi hija, es ella, los dos dueños, son cinco que viajan, y aquí dos están trabajando con ellos, y dos en Estados Unidos, son como diez. Tienen su agencia, y allá también están reconocidos. Están ahí, de correos, enfrente.

Yanquis

(Sergio): Por lo pronto siguen perdiendo los Yankees, mi querido Deus…

(Deus): No pasa nada, está todo tranquilo. Se van a poner tres juegos a dos y entonces vamos a poner a sufrir. A mi esposa no le gusta el beisbol, pero a mí sí. Una vez la llevé al boxeo, cuando peleó Pipino Cuevas y Tommy Hearns. Le digo, vámonos que la pelea ya terminó y me dice: ¿ya terminó?; ni cuenta se dio cuando acabó.  Uno apenas llega, y se está acomodando para ver la pelea y de pronto, ya terminó. Y hasta le dije a él, mira, ya encontré una silla, aquí me voy a sentar. Y dice: pa’ que te vas a sentar, párate que ya terminó la pelea. Y le digo: ¿cómo que va a terminar, si yo ni la vi? Con el Pipino, ni para la presentación alcanzó.

(Ella): También me llevó al beisbol, una vez que me llevó al beisbol; y entonces le digo, Deus, ¿a qué hora va a empezar el beisbol?, ya tiene rato que estamos aquí y no ha empezado. ¡Hay viejita!, dice, el beisbol ya va a acabar, ya nada más le falta una entrada, ¿qué no lo está mirando? Yo lo quería ver como en la televisión, que anduvieran corriendo. Dónde que las figuritas, de donde nos tocó, se veían así, pequeñitas y desde entonces ya no fui, mejor lo veo por televisión, se ve mejor.

(Deus): Yo soy el fanático número uno de los Yankis, y enemigo de los Boston desde que los conocí, desde que está Boston, desde la edad de 12 años, desde niño, yo fui yanquista. A mi papá le gustaba mucho el beisbol y me ponía a escoger equipos siempre. Cuando yo llegué a Nueva York, en 1976, los Yanquis eran un buen equipo. No me recuerdo bien, pero los Yankees ganaron una serie mundial cuando yo estaba allá, creo que a los Rojos de Cincinati, en 1977. Fue a la primera serie mundial que yo fui. No la ganaron, no, porque era la llamada máquina roja, estaba Pete Rose. Luego lo agarraron porque apostaba al beisbol. Por un mal ejemplo. Y eso nunca puede ser, lo agarraron por apostador. He estado ahí en el Yanqui Stadium unas 20 ocasiones más o menos. Antes sí tragaba cerveza, ahora ya no. En el estadio es caro, no vaya a creer que es tan barato. Ahora fui y pregunté, y una cerveza está en 15 dólares. Hay de marcas, está la Miller, la Heineken. En esta temporada fui una vez, en agosto, el 17 de agosto fui a ver a Toronto contra los Yanquis. Ganaron los Yanquis once carreras a dos. Pero el que no le va a los Yanquis no sabe de beisbol.

El sur

Amanece en Tulcingo, el sonido local te obliga a entenderlo. Y las campanadas del reloj de la iglesia, marca serrana Centenario. Y los gallos rotundos. No ahogó el calor nocturno, la noche se fue en un parpadeo.

Los árboles también en Tulcingo establecen su dominio: un amate enorme, circundado por la costumbre de las urracas, ha sobrevivido con su fronda los avatares del tiempo. Tulcingo tiene un ahuehuete reconocido con una jardinera y un estanque, apenas a la vuelta del zócalo, pero ya en el territorio del río, que aquí en este pueblo cumple también las funciones de calle. No lo quiero imaginar en alguna verdadera tormenta. Me pregunto por la suerte de estos dos árboles, el amate y el viejo sabino, ¿porqué sobrevivieron? ¿Qué milagro ocurrió con ellos?

La mujer y la jacaranda. El dolor en el rostro cálido. La muerte del hermano alumbrada por los cirios y las flores. Apenas hace dos días lo velaron en la habitación principal de la casa californiana de dos pisos que el hombre construía. La mujer sembró la jacaranda en recuerdo de un alcanfor cortado para la construcción de la casa. “Me bebí mis lágrimas”, me dice al pensar en el árbol perdido. Afuera, en el solar que da también con la vivienda antigua, el chile criollo se seca al sol. “Como esperábamos a mi hermano –recuerda–, se nos olvidó tenderlo. Apenas hoy lo hicimos”. Y cuenta del chilar cultivado más allá del monte, al poniente, lejos, a una hora de camino a pie, y que la familia sostiene pensando en la vida breve y el rumbo amargo de los Estados Unidos.

El hospital regional en Tulcingo es un orgullo del gobierno de Melquiades Morales. Como otros cuatro o cinco más en el Estado, ocupa una sola planta de una construcción moderna en las afueras del pueblo. Finalmente llegó el Estado al sur fuera de Tecomatlán de Antorcha Campesina. Algo extraño aquí: por un azar de la vida, la Secretaría de Salud apoyó las prácticas de la medicina tradicional, y en el hospital le dan su lugar a las parteras; hay, además, una serie de publicaciones sobre plantas medicinales alrededor de estos centros de Salud. Conociendo a los gobiernos poblanos como creo, es un milagro similar a la sobrevivencia del amate y el ahuehuete.

Sacamos imágenes y voces de Lázaro en su restaurante de carnes, a punto de abrirse sobre la carretera principal, la que lleva a Tlapa. Lázaro nos muestra orgulloso la disposición del mobiliario, campana incluída, y sobre todo, el wc ya instalado atrás de la cocina. ¿Logrará su sueño de nunca más volver a los Estados Unidos?

El río Mixteco, denso, ancho, casi blanco. Los pájaros negros a ras del agua. Los viejos sauces que lo contienen. Sobre el puente que lo cruza antes de llegar a Tecomatlán observamos la enorme vega, que se extiende unos trescientos metros más allá de la orilla sur. Puedo imaginar este río antiguo, cortando furioso el desierto, atento a sus vapores, lejanos los insospechados seres humanos que le heredarían su nombre.

Tecomatlán y el Estado antorchista. Aquí, que el medio nombre lleva de la carrera que ilustramos, el paso guadalupano pasa absolutamente desapercibido. Conjeturo: los curas de izquierda que respaldan y promueven el evento desde Puebla, hacen como que no miran la presencia de la capital de los antorchistas en el mapa. Y a estos supongo que no les importa. Sin embargo, la iglesia del pueblo es una muestra de recuperación arquitectónica con recursos municipales y, sin duda, uno de los templos más cuidados de la región. Así es Tecomatlán en sus lugares públicos, casi de maqueta: la Plaza de los Fundores, el templo, las instalaciones deportivas, las unidades habitacionales y, últimamente, el nuevo Palacio Municipal, todavía en obra, edificado casi sobre las cabezas de los mártires antorchistas en la plaza. Tecomatlán siempre está en obra. Como recordará uno de los enemigos de Antorcha: “los muertos de los antorchistas tienen hasta su llave de agua en el panteón, ¿pero porqué no van a ver las tumbas de los muertos de los llamados pipilines, los priístas que perdieron la guerra por el control del pueblo en 1982?”.

Alcanzamos la Carrera después del crucero de Las Palomas, ya en la hermosa cañada que cruza una sierrita antes de llegar a Acatlán. Unos diez kilómetros antes tomamos una terracería anunciada como “H. Galeana 6 Km”. Allí tendremos una larga conversación con tres hombres, uno de ellos todavía joven, todos con una perspectiva común: no quieren irse al Norte. Tomo de los apuntes de la libreta:

Galeana es un poblado ejidal fundado del reparto de lo que fuera el territorio enorme de la hacienda Boquerón, con por lo menos una docena de pueblos tributarios. Son doscientos cincuenta campesinos con derechos ejidales sobre una mayoría de monte y algo de terreno cultivable, solo temporalero para maíz, frijol y cacahuate. Tierras que cruzamos en la soledad del mediodía, con algunos zacatales escurridizos y las mazorcas breves a la espera de la cosecha.

En la plaza de Galeana hay un tanque al que le da sombra un guayabo con las frutas a la vista. Un grupo de niños trajinan con un burro y cuatro cántaros lecheros para acarrear el agua que escurre desde algún viejo manantial en el monte hasta la cisterna. Hostiles, los niños no ayudan a mi compañero Melchor a bajar una guayaba.

Don Luis Cuetero, su amigo más joven, y el viejo Miguel, no niegan la plática. De hecho, don Luis es la autoridad ejidal, así que lo toma casi como un acto oficial. Pero escurre bien su ánimo, sereno, diré cansado, que contrasta con la personalidad del hombre de 66 años, Miguel, con tres de sus hijos en Nueva York. La charla condensa al Norte como la bendición y la maldición del campesino. Los hijos han abandonado la tierra, pero los viejos la sostienen a regañadientes. Sin embargo, no hay nada qué hacer. Para ejemplo, la cosecha del cacahuate hace unos veinte años, y los escasísimos rendimientos actuales. El más joven, que al contrario de sus compañeros, sí tuvo oportunidad de cruzar la frontera hace unos años, no duda al encontrar la razón su regreso: el cuidado de sus padres.

El Sur, como concepto, brota fácil ahí en Galeana. Hemos platicado dos horas con don Luis y sus amigos, y sólo hacia el final reparamos en el árbol que nos ha regalado su sombra. Es el cuajilote, un árbol que no pasa los cinco metros de alto, y que produce unas hojas gruesas que no se imaginarían en estas tierras resecas. Pero ahí está, tan suelto como el guayabo del tanque de agua a la entrada de la plaza, y con su sorpresa extrema: decenas de frutos amarillos en forma de chiles largos, brotan del tronco y las ramas más gruesas, como arremedo de un arreglo navideño. Con cualidades medicinales (riñón y estómago), hervido se sirve como dulce o sopa; ya seco, es el viejo estropajo natural de nuestros ancestros mexicanos. Ahí está, lozano y entretenido con nuestra conversación, el cuajilote, bueno como sombra y sobreviviente de no sé qué antiguas selvas en estos páramos mixtecos.

La frontera de Puebla y Oaxaca guarda una de las más añejas culturas prehispánicas en una revoltura de pueblos y raíces protegidos por las montañas y los cactus. La sierra y el valle de Acatlán contienen en los nombres de sus pueblos la explicación de los danzantes que reciben a la Antorcha una tarde de octubre. Mixtecos, popolocas, nahuatls, chocopopolocas, chándaras, todos cruzados en la historia del sur de México. Por ejemplo la misma ciudad de Acatlán: conocida por los mixtecos como Tizaa, el lugar del agua cenicienta, fue conquistada por Moctezuma Ilhuicamina en 1445, y de los aztecas recibió su nombre actual, el lugar de los carrizos. O Xayacatlán, junto a las máscaras. Y Ahuhuetitla, lugar de los árboles que no envejecen. Y Piaxtla, donde la tierra es larga. Y Petlalcingo, en el petate fino. Y Tehutzingo, lugar de las piedras agudas. Y San Pedro Yeloixtlahuaca, lugar de la llanura que tiene tabacal. Y San Pablo Anicano, aquí hay camino de agua. “Selva baja caducilófila”, dicen los biólogos que describen estos cerros encendidos de verde en tiempo de lluvia, siempre breve en estas tierras del sur. Efectivamente, en la remota era prehispánica, eran selvas, sobre todo a lo largo de sus muchísimos arroyos y ríos que derivaban en los afluentes principales, el Mixteco y el Atoyac. Ahí están también los nombres: desde los esplendorosos y milenarios ahuhuetes, pero también los tepehuajes, los copales y cuajilotes, las ceibas y las acacias, los pochotes, los mosmots y los yaxchés, hasta los extraños estafiates y huibas del burro. La mayoría hoy han desaparecido como leña de los fogones en los caseríos. Uno recorre los caminos y no sabe distinguir un mesquite de un cuajilote, los mira bajos y cenizos, como los hombres y rostros de una tierra que expulsa sin miramientos a su gente.

La marginación se lleva en los huaraches en sur campesino. Y las historias en el morral de periodista. 1991, en Acatlán de Osorio, gira del gobernador en turno. Basta con platicar con el primer grupo de hombres que me encuentro, por ejemplo la banda musical de Tescalapa de Juárez. De inmediato aparecen los hombres de sombreros escuálidos que deambulan alrededor del tinglado que arman los burócratas de la capital, y que vienen con sus demandas y sus oficios redactados por el escribano del pueblo. De la libreta extraigo, entonces, un vistazo de lo que viven tres comunidades campesinas que, como decenas de la región, a duras penas se anotan en el mapa. No hay pretensión sociológica, tan sólo constato que en cualquier hombre que uno tope en este desierto el reclamo está a flor de labio.

La banda de Tescalapa de Juárez cumplió con el encargo operativo cenesista armado para la visita del gobernador Mariano Piña Olaya. Tocó incansable ahí a la entrada del cine “Los Foquitos”, como decorado musical del informe del alcalde de Acatlán al que no asistiría el gobernador. Los músicos, ocho campesinos de esa junta auxiliar del vecino municipio de Petlalcingo, extraen bajo el rencor del sol los tonos agudos de los clarinetes y la claridad de los metales. No recibirán pago alguno por su participación en el evento. Como miembros del comité de base de la CNC son considerados sin mayor formalismo en el festejo municipal.

Rafael Contreras, el más joven y el que viste más mestizo, habla como miembro del PRI en el municipio de Petlalcingo. Los otros, Argimiro Velasco y Victorino Robles, no pierden en la plática su calidad de músicos, con un trombón uno, con la masa tambora el otro.

“Asistimos con la inquietud de que viniera el gobernador –dice Contreras-- para decirle que en Petlalcingo vemos con tristeza la desnutrición de los niños de Tescalapa. El médico de la clínica rural dice que tienen la mayoría un segundo y tercer grado de desnutrición. Eso nos preocupa, señor, y lo digo como gente del comité de base de la CNC. No hemos podido manifestar en nuestro sentimiento pero tenemos derechos, inquietudes de superación”.

“Y diga usted que no hemos recibido la participación en la junta auxiliar”, afirma Argimiro, un hombre ya grande pero no tanto como el viejo de la tuba que escucha en un lado, siempre en silencio.

Nadie desmiente eso. Luego plantean el caso de la carretera: con un presupuesto aprobado para 1990, se debió de haber construido una carretera que los uniría por primera vez con la cabecera municipal, Petlalcingo, a siete kilómetros de distancia.

Ahora para comunicarse con el exterior –no hay teléfono-, tienen que desplazarse hasta Acatlán, a 17 kilómetros, por una brecha que la comunidad hizo con su propia mano y costo. La denuncia es simple: la carretera de terracería, para lo que se aprobó el dinero, no existe, a pesar de que en Puebla los funcionarios le han puesto la palomita en la lista de caminos rurales construidos, por lo que así apareció, según los campesinos, en el pasado informe del gobernador.

“Ya hay dos actas de inconformidad –dice Victorio Robles, el de la tambora imperturbable-, una de nosotros los cenesistas y otra de los perredistas, pero en eso no hay división, porque todos queremos el progreso”

Hay 404 ejidatarios en Tescalapa, cuando el ejido original contaba con 102. Sólo tienen, uno diría que de ornato, siete hectáreas de riego. Toda la eternidad de temporaleros, no plantean por ahí el problema: “Algo así como con la carretera pasó con el agua potable –cuenta Argimiro-: así se acabó la obra, pero nomás entregaron los contratistas, cuando se probo la obra, ahí mismo tronó, no aguanto la presión de la red”.

Los interrumpe uno del ayuntamiento de Acatlán, va acabar el informe y se necesita música en la calle. Y allá van, sin inmutarse, al sol y a la despedida de la comitiva.

“Vienen los políticos, eso sí –dice al último Contreras-, piden el voto y todos prometen. Cuando los buscamos en Puebla nunca se hallan los señores...”.

Juvenal Márquez Pérez es otro cenesista mixteco. Vive en El Ídolo, una ranchería de cien familias, inspectoría de un municipio cercano a Acatlán. Su reclamo es directo a su partido: “Francamente no entendemos, como ahí es mayoría Antorcha Campesina, nos ha hecho a un lado. En noviembre inauguró la luz en el pueblo, ya todos tienen luz menos las 26 familias que somos priístas. Y ya estamos en febrero y nada, el presidente municipal sólo nos da esperanzas. Y no es justo, ora los antorchistas dicen que tenemos que pagar 600 mil pesos por familia, cuando ya habíamos dado entre las 26 más de cinco millones de pesos, porque la obra costó 34. Estamos enojados, no hemos querido caer en el juego de los antorchistas, pero si no se compone esto va a haber pleito”.

Y muestra el oficio que le iban a entregar de mano al gobernador. Y se queda en silencio, porque ya no está el otro campesino con su cuenta.

En el municipio de San Pablo Anicano hay una inspectoría llamada Tulapa, a media hora de Acatlán. Ahí hay pleito por el agua. Tiene tres años que se está construyendo el sistema. Pero el pozo no tiene agua, no surtió, como dice el señor Luis Aquino Barragán, un bigotudo inspector municipal.

“Es que lo rascaron en tiempos de aguas –dice-, contra lo que pedimos nosotros que sabemos que sólo en la cuaresma se sabe el verdadero fondo. Ahorita nos ayudamos con pozos de riata, y en Puebla nos traen a la vuelta y vuelta”.

Y cambia el tema, porque en Tulapa hay otro problema: la dotación original del ejido marca 1100 hectáreas de temporal –850 de agostadero y 250 de casco de hacienda-, pero en el plano que levantaron recientemente sólo se deslindaron 820 de agostadero y 190 de las otras.

“Estamos invadidos, tal vez por el pueblo de Amatitlán o por San Agustín y Mesquitepec. Sólo que ahora hay juventud para pelear. No ha habido enfrentamiento, pero los puede haber señor... Eso veníamos a decirle al gobernador”.

Chinantla es un bastión priísta, según ha dicho el propio diputado José Alarcón al dirigirse a los escasos 50 asistentes al informe del alcalde. Aquí no admiten a Antorcha Campesina. Y un hombrecito que se esconde en la sombra explica porque: “Aquí se vive en paz. Por eso le dijimos a los antorchistas que no podían entrar, que no queríamos dificultades. Sembramos maicito de junio a noviembre, y después a buscar la vida en otro lado. Algunos poquitos se van a Estados Unidos, otros, la mayoría, jalamos al corte de la caña de azúcar en Veracruz, en Potrero, Tres Valles y Cosamaloapan. En enero mandan los carros y de aquí se llevan a la gente con todo y su familia unos. No juí este año, pero en el 90 sí, le digo que es la chamba más dura que yo he visto en mi vida. Ya bía estado en Yautepec, en el Morelos, y me gustó menos porque ahí no queman la caña y el tlazole hace más peligro de la culebra palanca dura, un como coralillo...”

Una historia que se cuenta tranquila en Tehuitzingo. No sucedió aquí, pero llega con esa premura que corren los acontecimientos que no se ventilan así como así en los diarios, pero que son de la vida diaria de la Mixteca. Era un taxista de Tlancualpicán, en el distrito de Chiautla. Circulaba de noche de regreso de Axochiapan. Lo paran unos hombres a los que se les ha descompuesto el automóvil. Resultado: un atraco que lo deja con catorce puñaladas tirado a un lado de la carretera. Los otros huyen en su carro. Pero la noticia corre, porque el chofer no muere y alcanza a señalar a sus agresores. Se arma la persecución: una partida de taxistas y gente de Tlancualpicán los persigue con las señas hasta Cítela. Ahí los encuentra. Es tal la fuerza de los enardecidos perseguidores que la policía municipal se hace a un lado. Apañados –la versión no da cuenta de en qué estado quedaron-, fueron entregados en Chiautla a la justicia. Y uno piensa que efectivamente la sociedad se mueve, pero que no se tienen ojos y oídos para apreciar su movimiento.

Click HERE is best bookmaker in the world.
Offers Bet365 best odds.
All CMS Templates