• Sergio Mastretta
  • 14 Febrero 2013

Es el día 10 para la Antorcha Guadalupana. La carretera 45 corre al sur con rumbo de Huajuapan. Se miran los cerros dilatados por el sol a  plomo, y no se explican fácilmente las fronteras. ¿Quién decidió que en tal cañada terminara Puebla y empezara Oaxaca.  Del lado de Puebla, los municipios de Xayacatlán, Petlalcingo, Chila, San Miguel Ixitlán, todos con sus pueblos y rancherías. En Oaxaca casi todo los pueblos son municipios, como San Pedro y San Pablo Tequistepec, pero también están las aldeas, como la de San Miguel Ixtapan, a la que vamos a buscar para entender la defensa que hacen de una cañada de ahuehuetes que un plan del gobierno poblano pretende inundar con una presa imaginada para llevar el riego a las tierras de labor en Petlalcingo. Al final, todos son pueblos de origen mixteco, todos reconocen sus arroyos que refrescan las aguas del verano, y les llaman igual, Piedra Azul, Río Grande, Camotlán, Benito, el Pescado, el Bramadero. Y los cerros con sus selvas bajas: Xicui, Calahuate y Santa Rosa, con las maderas que la gente todavía reconoce y utiliza, el copal, el cuajilote, las acacias, el pochote, el mosmotxt, el yaxché, el rosadillo. Y como en todo este territorio del sur, los eternos ahuehuetes con sus cortezas que asemejan los surcos milenarios del trabajo de los hombres en la tierra.

Son dos pueblos fronterizos a los que la división les llegó desde tiempos antiguos, aunque los dos tengan raíces mixtecas. Uno está en Puebla, el otro en Oaxaca: Rosario Mixcaltepec  y San Miguel Ixtápam. Comparten una cañada de ahuehuetes eternos, una fronda esbelta que guarda el orgullo simple de la tierra, un resguardo de monte oculto por un tendido de colinas medidas por el rasero de la deforestación. Y es el agua y el río lo que les perturba. Ocultos a la deriva nacional, han aparecido en el mapa de los diarios por el anunciado proyecto de construir una presa en el lado oaxaqueño para el riego de tierras de labor poblanas.

A este enredo de pueblos mixtecos llegamos un mediodía. Rosario Micaltepec  y san Miguel Ixtápam, tienen de vecina también a la comunidad de Santa Ana Tepejillo. Pero San Miguel cayó, por azares incomprensibles, del otro lado de la línea que separa a Puebla de Oaxaca. Entramos desde el lado poblano, por una brecha de la carretera federal que va de Acatlán a Huajuapan de León.

Salvador Martínez tiene un bigote negro tan contundente como la serenidad de sus palabras. Es el promotor de la presa para los agricultores del Rosario Mixcaltepec,  y su voz se escucha tan cristalina como el agua que corre en el río que quiere cercar. “El agua –dice--, es para darle vida a nuestros pueblos… Y por no tenerla, nuestros hijos se van a buscar la vida fuera, porque nuestra región es un poco triste. Aquí había caciques, de toda nuestra región eran los dueños. Pero nuestra gente no quiso quitar las tierras, sino comprarlas. Los hijos aquí no tienen ni cómo atenerse, no hay trabajo para ellos, no hay campo para cosechar, sí hay tierras, pero no hay agua, y el agua es la base fundamental del ser humano y del campo, habiendo agua yo creo que todo se puede dar”. Uno de sus hijos se fue hace un tiempo a Nueva York, y apenas si hay reclamo en las palabras de Salvador que narran su asesinato: al salir de su trabajo una noche ahí en el Bronx  es asaltado por una pareja de raza negra; intenta defenderse pero no le dan oportunidad, un balazo en la nuca le quita la vida. Llevaba 40 dólares.

A San Miguel entramos por la terracería que lo une a El Rosario Micaltepec. Es mediodía, y la comunidad se ve desierta. Damos vuelta por una pequeña plaza que duras penas forma un cuadro: una escuela silenciosa, una oficinita municipal vacía, dos o tres árboles en un plano baldío. Por fin, en una bocacalle topamos con tres hombres que nos enfrentan decididos: qué buscamos en su pueblo. Nos explicamos. La antorcha guadalupana, un retrato breve de una comunidad. Hemos visto a los del Rosario, hemos recorrido el río y su cañada, los ahuehuetes inmensos. Ah, entonces no somos del gobierno, nada tenemos que ver con la intentona de imaginar una presa que inunde su comarca. No, pues entonces está bueno.

Detrás aparecen las mujeres. Treinta, tal vez cuarenta. Y no se ven niños alrededor. Vienen a lo que vienen. Machetes y azadones en las manos, rostros interrogantes y voces entrecortadas en mixteco, pero el enojo es lengua universal. Uno de los hombres las calma.

“Ya lo vieron –les dice--.La fosa de agua, la parte que se va a cercar, los sabinos, los ahuehuetes que tenemos ahí, ya lo vieron ellos,  vienen a difundir allá donde porqué motivo no queremos que se haga la presa, el pequeño pulmón de San Miguel Ixtapan…”

De inmediato arrebatan la voz a sus hombres.

“No hay terrenos, señor…”

“Ve usté ese terreno de allá, nos lo quitaron ellos, por eso no queremos presa, señor…”

“Si el gobernador de Puebla quiere agua, pues también tenemos machetes.”

“Si aquí ya hubo muertos, no amarraron uno de  los nuestros, lo colgaron, señor, eso fue en el 61”

Dice de nuevo el hombre: “Nuestras tierras no se venden, vamos a defender el patrimonio de nuestros abuelitos con lo que tengamos en la mano, por lo tanto, que nos respeten a nivel pueblo como estamos.”

Regresa una mujer: “Si nuestro gobernador del estado de Oaxaca no nos quiere ayudar, nosotros solos nos podemos defender. ¿Por qué? Porque nuestro pueblo es chiquito.”

“Así que ese San Pedro no lo vamos a dejar…”, dice otra, y se refiere al gobierno de su cabecera municipal.

“No tenemos agua, y la que tenemos la quieren quitar…”, adelanta una tercera.

“Cómo no se va a ir la gente al norte, no tenemos ónde.”

Otra vez el hombre: “Ese Salvador Martínez, ¿no le mataron a su hijo en el norte? Por unos cuantos dólares se lo mataron…”

Y la señora: “Vienen y miden…. Sin permiso de nosotros, unos que dicen son de guerrero, otro de Huatulco, pero vienen mandados de Puebla, vienen  pisando la tierra sin saber que aquí hay una autoridad. Pero ya les decimos, nosotros no vamos a firmar ningún papel, no hay permiso, ni se vende ni se regala. No se negocia nada.”

Y otra: “Tienen años que están con esa presa, y ora dónde vamos a tomar agua, pues…”

Y la de junto: “Los de Tepejillo tienen todo ese cerro grande, ónde pues, y nosotros tan pequeñitos y nos quieren quitar la tierra.”

Y señala: “Ese cerro grande que usté ve, era de nosotros, de nuestro municipio, y nos lo quitaron desde aquel tiempo, señor, mataron a nuestra gente, lo mataron nuestros abuelos, señor, y todavía quieren más…

Y cierran: “Por eso, con nuestro machetito, nos vamos a defender…”

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