• Lidia M. Gómez García/ Crónica de viaje
  • 17 Septiembre 2014

Lidia M. Gómez García es Profesora-investigadora del Colegio de Historia-Facultad de Filosofía y Letras de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Estudió Licenciatura en Estudios Religiosos en la Facultad de Teología, por la Universidad Católica de Lovaina, en Bélgica. Maestría en Historia por la Universidad Simon Fraser, en Canadá. Actualmente candidata a doctora en historia por la Universidad Libre de Berlín, Alemania. Sus líneas principales de investigación son: los indios en la región Puebla Tlaxcala durante el periodo virreinal. Coordina el Seminario Permanente de Náhuatl Luis Reyes García, cuyo principal objetico es el rescate de la historia y tradiciones de los pueblos de indígenas del Estado de Puebla. 

Mi encuentro con Berlín ha estado lleno de buenas noticias y un tanto de desconcierto. Buenas noticias porque en lo académico no podía haberme ido mejor, realicé los objetivos que me trajeron a estas latitudes (con los más sinceros agradecimientos a la BUAP que me ha apoyado).

 Pero el desconcierto se hizo evidente en cuanto empecé a moverme por la ciudad (el primer día logré llegar sin conocer para nada Berlín ni su sistema de transporte, y sin alguien que me ayudara). Había algo extraño que se sentía desde la llegada y no podía explicarme qué. Fui al lugar más mencionado en todas las guías de turistas, buscaba el "centro" de la ciudad, el punto emblemático, y nada. Llegué a la famosa Potsdamer Platz y, por mucha arquitectura moderna preciosa, ese sitio parece más un down town en cualquier ciudad de Estados Unidos o del oeste de Canadá (Vancouver, Portland, Los Ángeles, etc.), que una ciudad europea como Viena, Gante, Brujas, Colonia, Madrid, Barcelona o alguna de Italia.

Entre tanta modernidad y comodidad, había olvidado la historia de Berlín. Pronto me di cuenta que el centro estuvo dividido como consecuencia de la derrota de Alemania a manos de los aliados. Y el paso por los antiguos sitios donde estuvo la SS y otros edificios de la Alemania de Hitler empezaron a aparecer ante mis ojos con un edificio nuevo en su lugar o espacios vacíos. Cuando visité la zona donde estuvo la SS, ahora convertida en una explanada con una sala/museo, salí con un nudo en la garganta.

Dado mi bajo presupuesto, tuve que hospedarme en el departamento de una amiga chilena, que me rentó una habitación. El edificio es antiguo y está situado en la zona del Berlín oriental. Ahora es difícil ver la diferencia entre el este y el oeste. Sin embargo, hay un algo en este lado de la ciudad que es difícil de describir, un poco mágico, lleno de emotividad. Como dijo una vez Jorge Edward en un artículo de El País: "Ese Berlín encerrado, más o menos aislado, que alcancé a conocer a comienzos de la década de los ochenta tenía un aspecto enigmático, un misterio, un encanto particular." Caminando por las calles y descubrí tres iglesias en un radio de cinco calles, de hecho una a media cuadra de otra. Eso me sorprendió y me sentí como cholulteca en su casa, y yo que pensaba que los alemanes no eran tan religiosos. Entré a una de ellas, católica y me encontré tan a gusto que disfruté de la última parte de la misa. Era un templo hermoso y una feligresía alemana lo abarrotaba. A la salida vi que todos en tropel fueron a un café ubicado casi enfrente, así que los seguí y disfruté de un delicioso café unos pastelillos que estaban deliciosos. Luego fui a la segunda iglesia, notoriamente un edificio más antiguo; había un culto protestante emotivo y hermoso, con una feligresía muy participativa y mayoritariamente hindú; el ritual era bilingüe, en inglés y en algún dialecto hindú, lo que me permitió participar del ceremonial. Luego fui a la tercera iglesia y me encontré un maravilloso mercado de pulgas, pero no había servicio en el templo, así que allí no entré sino que me dediqué a disfrutar del mercado.

Al salir de allí me encontré con los viejos panteones (seguramente de esta iglesia antigua), donde reposan los restos de aquellos que murieron antes o durante la guerra, no soldados, sino alemanes nada más. Luego, ya de regreso, descubrí que esta zona es de artesanos: zapateros, carpinteros, canteros, modistas, y con muchos negocios de segunda mano, sobre todo de antigüedades, lo que me hizo recordar a Antonio Ramírez Priesa y Alfonso De La C Bonilla Ramírez allá en Puebla. Hay anticuarios especializados en lámparas, otros en muebles, otros en textiles, etc. Todo un deleite.

Descubrí también que es una zona donde hay muchos inmigrantes árabes, hindús, polacos, rusos, etc., y claro que no es uno de los barrios de mayor ingreso, más bien es de los menos favorecidos. Pero eso hace toda la diferencia. Este es el Berlín que me recuerda que estos alemanes no niegan los errores del pasado ni su deuda histórica, pero se empeñan en construir un mejor futuro, con trabajo, con inclusión de los "otros", aceptando y compartiendo los duros devenires que el futuro les plantea.

No he ido a los lugares turísticos, pero francamente para mí conocer este Berlín es lo que más me ha nutrido el alma viajera que llevo dentro.

Luego de haber salido del museo de la Topografía del Terror, donde estuvo la SS, estaba helada, literalmente. A todos les impresionan las fotos (por ejemplo, las de mujeres y niños en eventos nazis, con escenas horribles), pero para ser sincera fueron las reproducciones de audios y documentos los que me dejaron tan impresionada que no pude evitar soltar el llanto. No puedes estar sin conmoverte frente a las órdenes de matar y devastar hasta las cenizas a judíos, homosexuales, gitanos y polacos, además de minusválidos. Y menos cuando te presentan los informes de cumplimiento de esas órdenes en formato de listas de números. Se me iba el aire, no pude evitar llorar. Pero cuando caminé por estas calles de lo que fue la parte oriental, me reconfortó ver tanto inmigrante de todos lados, especialmente de la Europa oriental, y la grandeza de sus tiendas artesanales (ya subiré fotos), unas verdaderas obras de arte, y tiendas de antigüedades tan hermosas, tan especializadas. Vi sus iglesias, sus parroquianos departiendo entre muchas lenguas al calor de un café o una cerveza, y entendí que estos barrios tan poco privilegiados son el verdadero sentido de la reconstrucción de Berlín. Son ellos, los que le sufren para sacar lo del pan del siguiente día, los que cuentan una historia de la reconstrucción que me ha llenado el alma de esperanza y de consuelo. Porque al final es en el trabajo colectivo donde está la semilla verdadera de la paz.

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