• Carlos Mastretta Arista
  • 14 Marzo 2013

72

Milano, 13 Octubre 1938

Natalia mía:

En tus cartas me informas que mamá se encuentra completamente restablecida. Gracias a Dios que así es, pues no te escondo mi pena leyendo tus cartas en las cuales me narrabas las horas angustiosas transcurridas al pie de la cama de mamá enferma, por su madre adoptiva, por ti Nena. Tus cartas eran un opaco grito de protesta contra el destino cruel que te persigue. Siento en el alma que sufras también por causa mí. (...) ¿Por qué ha de sufrir Natalia, ella que no ha tenido en la vida sino bondad y fe? Esta es la pregunta que dirijo al cielo desde que comprendí otras cosas que en tu carta aparecen entre línea y línea como en una tenue sombra. (...) Volviendo a Milán, después de esta ausencia forzosa de quince días encontré muy a mi pesar que casi todo mi trabajo de estos meses se ha esfumado y, lo que más me disgusta, que la cuestión del petróleo se ha esfumado completamente. Pocos días de abandono bastaron para destruir un trabajo de siete meses. La vida es injusta y cruel hasta la exasperación. (...) Sólo tu fe me sostiene y me sirve para continuar esta lucha desigual y estéril. (...) ¿Nuestro destino quiere que nuestra vida sea una continua sucesión de obstáculos y sufrimientos? No, no lo será. Yo lucharé por hacerte feliz a cualquier costo.

(...) Te beso. Tuyo.

Carlo

73

Milano, 4 de Noviembre 1938

Natalia mía:

Ayer por la noche después de cenar me fui al cine a ver una película conmemorativa de Verdi. Salí a eso de las once y media. La noche era fría y envuelta en la neblina peculiar de Milán. Me encaminé a pie a casa pensando en los acontecimientos de hace un año cuando el 4 de noviembre te anuncié mi salida para esta tierra. (...) Pensaba yo estas cosas con inconmensurable tristeza y nostalgia. (...) Todo mientras caminaba por las calles de Milán envueltas en el blanco sudario de la neblina otoñal húmeda y triste, cuando escuché una voz de chiquilla que decía: “Cómpremelas, señor, para su novia”, al mismo tiempo que de entre la niebla aparecía una vivaracha criatura de ocho años de edad vestida de campesina, con una cesta de violetas preparadas en ramillete y una carita de ángel rubio con un sonrisa en los labios y dos ojos vivaces que brillaban en la niebla como luciérnagas. Me di cuenta de que estaba yo en el Teatro Carcano y que la chiquilla esperaba la salida de la gente para vender su mercancía, violetas, fl ores invernales, que una antigua tradición hace vender a las chiquillas a la salida de los teatros y cines de Milán. Por toda respuesta le dije: “Si supieras, niña, cuán lejana está mi novia”. Ella respondió: “Cómprelas en su nombre, le traerán fortuna”.

(...) Así comencé mis 26 años y mi onomástico, y espero que la frase de la chiquilla rubia que vendía violetas en la fría noche de un otoño avanzado se vuelva realidad. (...)

Con pasión y cariño. Tuyo.

Carlo

74

Milano, 24 Diciembre 1938

Natalia:

“Esta noche es noche buena”. Así comienza una antigua canción mexicana que de chico oí cantar. Cuántos recuerdos, cuánta nostalgia. No es el caso de comenzar a cansarte con mi eterna e incurable melancolía. Después de un año de cartas en las cuales sólo melancolía y desengaños se encuentran archivados, no quiero que esta carta sea como las demás, especialmente después de haber recibido tres cartas, una de las cuales la del 1’ de diciembre, me narra como el destino quiso que pasases la noche del 30 de noviembre, fecha de aniversario de mi salida. Cualquier otro enamorado se hubiera roído el corazón con los celos al pensar en los diez hombres que te “abrazaron” (para emplear la frase de tu Papá) en el baile del Hotel Reforma. Yo no, Nena, a treinta días de distancia gozo pensando que tú, después de tanto sufrir, de tanto vivir aislada, pasaste una noche en la cual tu belleza incomparable, tu infinita dulzura, habrá brillado como un faro en el Salón suntuoso y te habrá dado un momento de felicidad que yo desgraciadamente no te puedo dar. (...) No quiero sufrir pensando en la vida retirada que te obligan a hacer las lenguas envenenadas de Puebla. (...) Sé perfectamente que si tú bailas, ríes, y vas a todas partes tu corazón siempre me pertenece. (...)

Mi amor vive por encima de todo, como está el sol sobre la tormenta que azota la tierra sin piedad. (...) El destino está volteando la hoja en el libro de nuestro amor que no obstante la adversidad vive y siempre vivirá. Te quiero, te beso. Tuyo.

Carlo

 

Milano, 26 Dic/38

 Natalia:

Pasó Navidad, con su tradición y su alegra paz. Hoy recibí dos cartas tuyas. (...) En una me dices que te ha salido un pretendiente y debido a la amistad que lo une con tu Papá te acompaña a veces. No tienes necesidad de prevenirme contra las lenguas maldicientes pues bien sabes lo que pienso de ellas. Mi vida sigue tal cual. Ninguna novedad en nuestro asunto. (...) Estoy resignado ante un destino que juega conmigo y no me maravillaré, ni quejaré de la solución que en los primeros días de enero se presentará. Todo se juega en una carta sola. Te quiero siempre.

Carlo

75

Milano, 5 Gennario 1939

Natalia:

Como me pides, contestaré esta carta en manera especial, y no hay porqué temer, pues ninguna nube puede mínimamente opacar el inmenso cariño que por ti sustento y sustentaré, aunque las circunstancias y los inmerecidos golpes del destino separen que te diviertes, me regocijo. Ve a todas partes, baila, ríe, goza de la vida, pues la juventud no se debe sacrifi car a ciertos convencionalismos burgueses de rancio arraigo en la sociedad de Puebla. (...) Lo que me ha causado mal humor ha sido el concepto bastante mezquino en el cual ciertas personas tienen a nuestro sublime cariño.

Alguno te ha dicho que lo nuestro es “juego de niños” y tiene razón solo en parte. Nuestro amor por lo puro y lo inocentemente sublime es un “juego de niños. Un “juego de niños” que me ha abierto en el corazón una llaga, que ha resistido el tiempo, distancia, contrariedades, que me ha hecho desear para ti lo más grande del universo. (...)

Y si el destino cruel que me persigue me obligara a seguir alejado por mucho tiempo de ti, probablemente llegará el triste momento de la renuncia. (...) el destino quiere que deseando yo sólo tu felicidad hasta ahora no te he dado sino dolor y quizás desengaño. Triste amor el que renuncia y se le llama “juego de niños”. Tuyo para siempre.

Carlo

 

Tu casa, febrero 12–939

Carlos:

Aunque el tema que voy a tratar en esta carta es doblemente doloroso para mí, no me queda otro remedio que abordarlo, suplicándote antes que si hubiese algo que te desagradase lo pases por alto, pensando que no es esa mi voluntad sino simple torpeza de mi mano que sabe explicarlo.

Dos o tres veces he sido causa de frases irónicas y mordaces en las cuales no reparé, pero hoy desgraciadamente me he enterado de que todas esas burlas son debidas a una indiscreción tuya, perdóname, es la primera vez que me atrevo a reprocharte tu conducta; si los resultados de ella atacaran únicamente a mí, los hubiera dejado pasar de largo como uno más en la larga chismografía poblana, pero trayendo consigo en plan de choteo la reputación del ser más querido para mí, como es mi padre, no estoy dispuesta a permitírtelo ni hoy ni nunca.

He aquí la versión completa de este pomposo lío...

En días pasados recibió Juan Matienzo una carta tuya en la cual te muestras lleno de “indignación” contra mi padre por el grave delito de haber llamado “juego de niños” a nuestro noviazgo, recuerdo la frase, es mía; con sinceridad te dije esa inofensiva opinión de papá creyéndote discreto y pensando que como novio podría confiar en ti.

Pero dejando tú a un lado la caballerosidad que te caracteriza, escribiste sin duda alguna en un momento de ligereza la fatal carta.

No sé si Juan la enseñó o fue María quien después de leerla divulgó la noticia, pero es el caso que el texto íntegro de tu carta la conocen mi familia y la palomilla. Parece ser que existen algunos párrafos elocuentes, que no puedo conocer, ya que he notado tratan de ocultármelos.

Sin embargo la casualidad me puso después frente a Juan y no pudiendo yo reprimir mi ansiedad, le pregunté de manera disimulada por tu carta; me quedaba aún la esperanza de que todo fuera mentira, pero pronto desapareció al caer Juan en las redes que maliciosamente le tendí, en medio de una conversación chusca y amena. Inocentemente me dijo y me confirmó cuanto me interesaba saber; que te quejabas amargamente y que estabas indignadísimo con papá, por la califi cación que éste concedió a nuestro noviazgo, etc., etc. Redoblando mi astucia lo comprometí

a que me enseñara tu carta, pero recapacitando muy a tiempo sobre los “otros párrafos” que tan mal me ocultan, se negó terminantemente.

Afortunadamente poseo dos dedos de frente para comprender que en ellos haces referencia a alguna compatriota tuya...

Termino suplicándote que en lo sucesivo te abstengas de mencionar en manera alguna tanto a mí o mi familia en las cartas que a tus amigos dirijas. Un saludo cariñoso.

Natalia

p.s. Para evitar nuevos líos, que serían funestos para los dos,

te encargo no digas nada ni de esto ni de nada, a Juan.

77

Carlos Mastretta, a Natalia, borrador fechado a lápiz el 27 de febrero de 1939.

Cayó el juguete y, Pierrot se desprendió del conjunto...

Como el juguete roto así ha pasado con nuestras relaciones... Escribo esta carta tristemente y bajo el constante recuerdo del amor sublime que iluminó mi vida y deja en ella la imborrable nota de tu apacible e divina bondad. Contigo se va la parte mejor de mi vida, la única infinita parte de bondad que ha habido en ella. Soñé tu felicidad: no te he dado ni te daré más que dolor y desengaño. Mi alma al calor de tu amor alcanzó las vetas más altas de ternura y felicidad. Cuántas y cuántas horas alcancé en aquel polvoso paseo, que en su enmohecida banca hospitara nuestro cariño y nuestros sueños, bajo el siempre azul cielo de la tierra incomparable que nos vio nacer. Era todo demasiado bello.

Era todo un ensueño que la dura e impía realidad de la vida cotidiana ha vencido, pero no acabado. Este amor, puro, grande, sublime, este amor de primavera, de juventud, belleza que perfumó la parte más bella de mi vida, jamás me abandonará. Triste destino de una triste vida que hoy me impone el imperativo categórico de la renuncia, único medio de para lograr tu futura felicidad. Entre el amor y la vida se ha abierto el abismo invencible de la crueldad humana que jamás podrá arrojar su lodo nauseabundo sobre este cariño inmenso que nunca me abandonará y que deja en mi alma una infinita tristeza rebelde y mordaz. El fin ha llegado. Solamente la voluntad implacable de vencer a cualquier precio mi adverso destino, me impone de continuar un camino duro, durísimo que yo escogía y a través del cual por casi dos años he obligado a seguir y a sufrir al ser que tanto quiero, a ti.

Paso a contestar tus cartas que fechadas los días 8 y 12 del corriente mes, que el correo aéreo hoy me trajo. Te contesto sin tratar de salvar mi despreciable persona, que nada vale, pero salvaré, a costo de cualquier sacrificio, el cariño que por ti sustenté y sustento, del derrumbe general de mis ilusiones. Y antes que nada te confirmaré mis anteriores confesando que prefiero tu odio a tu desprecio. Fracasado el asunto de Fiat he comprendido una vez más que no te merezco, y no mereciéndote, jamás te podré dar la felicidad que en justicia no te debe faltar. De volver a México por ahora, y en varios años no se puede ni hablar. No creo, como te he dicho, en los milagros de índole económica y por consiguiente no quiero que tú continúes esperando un hombre indigno de ti que no te ha hecho sino sufrir. Si nuestro cariño hubiese sido una de tantas cosas comunes y corrientes que infestan la vida real ciertamente lo hubiésemos concluído. Pretendí hacer de nuestro cariño una obra maestra. No lo he logrado, pero mil veces es preferible una obra incompleta que deja un dulce recuerdo, que no una obra mediocre que deja en el alma el amargo sabor del arrepentimiento. (El siguiente texto está tachado en el original: Este cariño es viático y crisma de mi vida, que me acompañará siempre en mi errabunda existencia y será constante estímulo de perfección y de bondad.)

Me odiarás, pero no me despreciarás, recordando que mi amor queda intacto y sin mancha, sin mediocridad y sin fin. Por lo que se refiere al irreparable error de la carta que escribí a Juan Matienzo en un momento de crisis aguda de desolación, reconozco mi culpa. Existe solamente la malísima fe de tus gratuitos y ruines informadores. La reputación de Tu Padre, a quien siempre admiro y respeto, no fue en mínima parte tocada por mis palabras. En dicha fatal carta no me “indignaba” yo con tu Papá: únicamente expresé mi dolor por el concepto no muy elevado que ha tenido de nuestro cariño. Lo que tu Papá piensa de mí no me interesa, pues tiene razón totalitariamente. Me ha dolido el concepto ligero hacia nuestro cariño que se demostró desde los tiempos lejanos en los cuales siempre se negó a escucharme. Tuvo razón, pues tu papá comprendió desde entonces que yo no era digno de ti.

En dos años intenté lo intentable por alcanzarte o por lo menos por merecerte. Como el prisionero de las arenas movedizas mientras más luché por alcanzarte más me alejé de ti y del merecerte. Por lo que se refiere a los párrafos que te han hecho tanto cavilar, pues en vez de mostrártelos te los ocultan, yo te los diré enseguida y si antes no lo hice fue porque quise ahorrarte preocupación que ahora ya no tienen razón de ser. En estos 14 meses de separación, de luchas, de viajes y peripecias sin fi n he conocido infinidad de mujeres y como decía yo a Juan sin velos y sin pudores inútiles, yo jamás las busqué: ellas me telefoneaban, me venían a buscar a la oficina, me tendían redes de todas clases... Jamás ninguna me pudo hacer olvidar por un solo momento la mujer de mi vida, la mujer de mi corazón, la mujer que el destino me ha negado. Esto lo decía yo clara, clarísimamente. Pero estos párrafos que hablaban de la sublime grandiosidad de mi amor no te los comunicaron. Te dijeron lo que mal interpretado te podía hacer daño demostrando a la luz del sol la ruindad humana. No te preocupes que en adelante pueda suceder algo parecido: nunca más volveré a nombrar a tus familiares o a ti en carta alguna, pues terminado lo nuestro no me volveré a ocupar de escribir a México, excluyendo a mi familia, y rompiendo así los últimos puentes que me unen al país del cielo siempre azul que me vio nacer.

Concluiré esta carta tan necesario como dolorosa implorando a Dios, la bendición para ti. Dios te bendiga Nena (permíteme que así te llame por última vez) por la bondad y el cariño incomparables que en mi persona indigna derrochaste. En las horas tristes de la vida, que para mí son las más, te invocaré como se invoca la más dulce, grande e incomparable ilusión que se ha perdido pero que nunca se abandona. Me odiarás, pero repito prefiero tu odio a tu desprecio: Dios en su infinita justicia me concederá la 80dicha inmensa de saberte feliz, gracias al dolor que hoy me ha costado el escribir esta carta. Perdóname y recuerda que bajo cualquier cielo y en todas las circunstancias de mi vida el faro, la luz, el viático que me acompañará siempre ha sido y serás siempre Tu, sólo tú.

p.s. Escribo también a tu buena Madrina. Ella te hará comprender y si será necesario te consolará de cuanto desgraciadamente estoy obligado a hacer. Te ruego me comuniques lo que debo hacer con cuanto me habla de ti: con tus cartas. Ahorraremos al cariño inmenso, del cual no soy digno, la odiosa y cursi devolución de los regalos. Con mis cartas te suplico hagas una fogata: lo mismo de las fotografías: en el humo que el viento elevará al azul cielo de Puebla se irán las ilusiones que mis cartas, pobres telegráficas cartas, en dos años te llevaron. Perdóname.

 


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