• Luc Mehl y Steve Fassbinder
  • 28 Febrero 2013
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Por Luc Mehl y Steve Fassbinder


En caída libre al río

Después de relajarnos en la cumbre regresamos al albergue, empacamos nuestras bicicletas, y comenzamos el descenso más increíble de nuestras vidas. No estábamos seguros de lo que nos esperaba. Yo había elegido una ruta basado en mediocres imágenes satelitales, y no sabíamos qué tan empinadas estarían las carreteras y si las bicicletas aguantarían.

Las brechas eran sensacionales. Volamos hacia abajo, levantando "colas de gallo" de polvo. Los primeros pueblitos que pasamos eran increíbles, a diferencia de lo que habíamos visto en el lado oeste. Los niños, con rostros tan sucios como los nuestros, corrían a nosotros como el agua de los campos y las casas.



Nos detuvimos con frecuencia para apretar tornillos y renovar los frenos, pero aun así, bajamos 3,800 metros en un día. Todd, nuestro ciclista menos experimentado, manejó con abandono imprudente, pues claramente no entendió qué tan cerca estaban las bicicletas de una falla catastrófica, y que una caída a esas velocidades significaría equipo roto, o peor aún, huesos.

“El día era joven, así que empacamos nuestros equipos y agarramos camino. Yo esperaba que este descenso en bicicleta estuviera en el escalón más alto de los descensos históricos, pero mis estimaciones se quedaron cortas. A las 2 de la tarde abandonamos el albergue y empezamos a bajar 2,400 metros de brechas mexicanas en las siguientes cinco horas. Al final del día, ya en la penumbra, acampamos en un maizal a la orilla de un abismo en la más grande bajada que alguna vez pudiera imaginar. Alrededor de cuatro mil metros de descenso en un solo día. Lo más chistoso fue que al día siguiente despertamos para bajar otros ochocientos metros en caída vertical. Todo esto tuvo un precio, como todas las buenas montañas lo cobran: ¿cuántas pastillas de frenos? Ayudó la creatividad mecánica, pero al final todos estábamos desconcertados por el hecho de que las bicicletas siguieran rodando.” (Steve Fassbinder)

Los días siguientes no fueron tan fáciles: cruzamos tres cañones tremendos, con bajadas emocionantes seguidas de subidas brutales. La amplitud de estas gargantas era nueva y exótica para mí. Las paredes estaban cubiertas de plantas con hojas verdes que nunca había visto o imaginado.




“El viaje desde el Refugio hasta la Barranca Grande, en el río Antigua, nos llevó tres días. Hablo por todos al decir que estábamos sorprendidos de que no tuviéramos un percance mecánico mayor, como un cuadro o una clavícula rotos, por ejemplo. El descenso inicial fue increíble, mis ojos literalmente se quemaban de lo rápido que bajábamos, y por tanto tiempo.”  (Steve Fassbinder)

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