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Por: Julio Glockner

 

El sábado 25 de mayo se llevaron a cabo en más de 430 ciudades en 52 países del mundo manifestaciones contra la empresa trasnacional de semillas genéticamente modificadas, Monsanto. El objetivo común, denunciar e informar sobre los peligros de los alimentos modificados genéticamente.

Como lo dice el portal de internet Boca de Polen (http://tinyurl.com/qbh8pnz), “en la capital mexicana la movilización contra Monsanto tomó el cariz de carnaval, el Carnaval del Maíz. A pesar de que se dio en tono festivo, la exigencia al gobierno mexicano por parte de la sociedad civil, campesinos, productores y científicos, es clara y firme: ¡ni un permiso para siembra de transgénicos en el territorio mexicano!”

 


Informa Boca de Polen: “La Campaña Nacional Sin Maíz No Hay País está circulando información sobre la consulta pública de seis solicitudes de siembra piloto y experimental de maíz y algodón transgénico en los estados de Sinaloa, Tamaulipas, Veracruz y San Luis Potosí. Las empresas que solicitan estas autorizaciones son Syngenta y Bayer. Es importante mencionar que en los últimos años, a nivel internacional se ha desarrollado una gran cantidad de evidencia científica que demuestra efectos negativos en la salud y el medio ambiente por el cultivo de organismos genéticamente modificados, sobre todo los Bt o tolerantes a herbicidas.”

Julio Glockner, el antropólogo y escritor del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la BUAP, presenta en Mundo Nuestro una valoración de este inmenso complejo cultural guardado en el maíz mexicano, con una narración extraordinaria  en torno a los rituales del maíz en los pueblos campesinos del entorno de los volcanes Izta y Popo, frente a la criminal política de producción de las empresas biotecnológicas como Monsanto. De ahí la importancia de denunciar la irresponsable postura del gobierno federal que ha abierto las fronteras a la importación de maíz transgénico y está a punto de abrir los campos de experimentación impulsados por la trasnacional.

(Ilustración de portada tomada de Artes de México, Rituales del Maíz,      abril del 2006)

A Jesusa, Clara, Clarisa, las Fernandas,

los Carlos, Elías, Jaime, Sara, Lalo, Luís,

Mauro, Juan, Andrés y Araceli,

por los intensos días que pasamos

en la Caravana del Maíz.

  Durante miles de años los hombres concibieron el mundo como un ámbito sagrado. En la actualidad, esta cosmovisión perdura como un elemento fundamental que ordena no sólo la vida religiosa de los pueblos indígenas de México, sino también varios aspectos de su organización social y su cultura.

Hace ocho mil años, cuando el maíz se comenzó a cultivar en el área geográfica de lo que hoy conocemos como Tehuacan en Puebla, y Cuicatlán, en Oaxaca, la relación con la naturaleza tenía un fuerte vínculo ritual  y la agricultura era una expresión más de esa ritualidad. 

Sembrar el maíz y observar el prodigio de su reproducción, cosechar una cantidad suficiente para el mantenimiento de la población y seleccionar las semillas necesarias para su futura multiplicación. Estas acciones,  repetidas a lo largo de los siglos, permitieron el descubrimiento de las cualidades de esta planta, e hicieron posible que fuera concebida como una hierofanía, es decir, como un ser a través del cual se revela el carácter divino de la existencia mediante el poder genésico de la reproducción y las fuerzas cósmicas de la muerte y el renacimiento. Una planta que al ser consumida pone en contacto a los humanos con esas fuerzas, al incorporar su sustancia a sus  propios cuerpos, una planta que en todo ello revela su carácter sagrado.

No es casual, entonces, que aparezca representada desde los primeros tiempos de la civilización olmeca  y que tenga un lugar destacado en todas las culturas mesoamericanas como símbolo del mantenimiento de los pueblos. Vemos representaciones del maíz en sitios tan distantes en el tiempo pero culturalmente emparentados como los relieves labrados hace tres mil años en las paredes del cerro de Chalcatzingo; en los impresionantes murales de Cacaxtla, donde se representa una milpa cuyas mazorcas tienen rostros humanos, o, mil años después, en la iglesia de Tonantzintla, donde aparecen cuatro rebosantes cuitlacoches al pie de la Virgen María en las esquinas del sotacoro.

  Los dioses mesoamericanos no son individuos sino símbolos de fenómenos cósmicos. De este modo, las deidades más importantes del maíz, Centéotl y Chicomecóatl, están íntimamente asociadas con diosas de la tierra y la fertilidad, como Cihuacóatl-Tonantzin, Xochiquetzal y Chalchiuhtlicue, y a los númenes de la lluvia y la vegetación, como Tláloc, los tlaloques y Xochipilli, el dios de las flores, la danza y el canto. Sabemos también que algunas de las antiguas deidades eran andróginas y que podían manifestarse indistintamente en cualquiera de los dos sexos, como es el caso de los númenes del maíz.

  El nombre de Centéotl viene de Centli, voz que designa la mazorca del maíz seco y teotl, que significa dios, persona sagrada. Entre los antiguos nahuas se designaba de un modo distinto al maíz de acuerdo a los momentos en el proceso de su madurez. Cuando el maíz estaba tierno se le llamaba Xilonen y se le representaba como una deidad joven. Otra forma de nombrar a Centéotl era Chicomecóatl, que significa "Siete Serpiente". Chicomecóatl era el séptimo día de la séptima trecena del Tonalámatl o calendario adivinatorio. Todos los días de este calendario fueron deificados y adorados por los antiguos mexicanos, pero sólo algunos de ellos fueron personificados y representados en imágenes. Tal es el caso de Macuilxóchitl (5-Flor) nombre calendárico de Xochipilli-Centéotl y de Chicomecóatl, a quien el fraile Bernardino de Sahagún compara con Ceres, la diosa romana de la agricultura, que equivale a la diosa Demeter de los griegos.  De la misma manera en que Ceres da lugar al pan de trigo en la antigua Europa, Centéotl-Chicomecóatl da origen a la tortilla de maíz en Mesoamérica.

  "Esta diosa -dice el fraile franciscano- era la diosa de los mantenimientos, así de lo que se come como de lo que se bebe. Debió ser la primera que comenzó a hacer pan y otros manjares y guisados: a ésta la pintaban con una corona de papel en la cabeza, y en una mano  un manojo de mazorcas y en la otra una rodela con una flor de sol,  su falda y blusón adornados con flores acuáticas".  Por lo que dice un canto entonado en su honor -observa Yólotl González-  se deduce que vivía en el Tlalocan ("paraíso" de Tláloc). Su templo recibía el nombre de Chicometéotl Iteopan y se le rendía culto durante el mes Huey tozoztli o "Gran vigilia" (4° mes: abril-mayo) Entonces se colocaban gran cantidad de ofrendas a los dioses en las casas y en los templos, sobre todo de alimentos, que después eran llevadas ante la diosa Chicomecóatl y allí eran consumidas.

  Durante esta fiesta, dice Francisco Javier Clavijero: "Sacábanse sangre de las orejas, de los párpados, de la nariz, de la lengua, de los brazos y de los muslos, para expiar las culpas cometidas con todos sus sentidos, y con la sangre teñían unas ramas que colocaban a las puertas de sus casas, sin otro objeto probable que hacer ostentación de su penitencia" (Robelo: p.191) Es probable que estos ritos de purificación en los que se asocia el sacrificio, la sangre y una rama, sean el antecedente de las actuales "reliquias", que se distribuyen en la semana santa y que la gente del campo suele colocar en sus puertas y utilizar cuando un mal temporal amenaza con destruir los cultivos.

En algún momento de esta fiesta iban al templo mayor y en el lugar que correspondía a Chicomecóatl se hacían combates rituales y se sacrificaban prisioneros y codornices. "Las doncellas -dice Clavijero-  llevaban al templo en procesión mazorcas de maíz de la cosecha anterior, las ofrecían a la diosa y las llevan a las trojes, a fin de que, santificadas con aquella ceremonia, preservasen de insectos a todo el grano y sirviesen de semilla en la nueva siembra". (Robelo: p.192)

Algunas décadas después de la caída de Tenochtitlan tenemos el interesante testimonio de un beneficiado que vivió al sur del estado de México en la segunda mitad del siglo XVI. Pedro Ponce relata con cierto detalle las actividades agrícolas y los ritos asociados a ellas:

"Al tiempo y cuando han de barbechar sus tierras, primero hacen oración en la tierra, diciéndole que es su madre, y que la quieren abrir y ponerle el arado o la coa en la espalda; a este punto, piden favor a Quetzalcóatl para que les de esfuerzo para poder labrar la tierra. Hechos los barbechos y llegado el tiempo en que se han de sembrar, van a los barbechos y ahí primero invocan a ciertos espíritus que llaman tlaloques y tlamacazques, suplicándoles tengan cuidado de la sementera guardándola de los animalejos, como tejones, ardillas y ratas, para que no le hagan daño; luego la siembran. A los siete u ocho días, que ya el maíz ha salido, llevan a la sementera una candela de cera y copal en honor de aquellos espíritus y encienden y queman copal en medio de la sementera y vuelven a pedirles les libren de los dichos animalejos. Estando ya el maíz para el primer desyerbo , vuelven a llevar una candela de cera y una gallina para sacrificar al bordo de la sementera; poniendo la candela encendida en medio de la sementera; luego aderezan el ave sacrificada; con tamales la llevan a donde está la candela y allá la ofrecen a la diosa Chicomecóatl, diosa de los panes, que dicen habita en la Sierra de Tlaxcala, y le hacen su oración y petición, y habiendo estado ahí un rato la ofrenda, la quitan y la comen con lo demás y luego queman copal. Antes de empezar el desyerbo, invocan a Quetzalcóatl, pidiéndole su favor y esfuerzo".

 

Debido a la satanización de las deidades indígenas por parte de los evangelizadores y colonizadores en general, los ritos se suspendieron en los grandes centros ceremoniales, no obstante, los encontramos, como hasta la fecha, dispersos en los campos de cultivo, en las cimas de los cerros, en las cuevas, los nacimientos de agua y en el fondo de las cañadas. Desgraciadamente el autor de esta descripción no anotó las palabras dirigidas a Quetzalcóatl, no sabemos si por desconocerlas o por evitar su propagación, algo de lo que tenían mucho cuidado los españoles, pero para nuestra fortuna nos dejó una imagen del ofrecimiento de las primicias:

"Los que son curiosos entre los naturales no permiten se quite al maíz hoja ninguna hasta que los xilotes apunten a salir y, habiendo ya salido, toman de las hojas del maíz y xilotes primeros... y las primeras cosas que la tierra da en aquel tiempo y las llevan a ofrecer delante de las trojes con un ave, tamales, copal y una candela de cera y pulque para derramar delante de las trojes. A los primeros elotes que las sementeras dan hacen otro ofertorio a lo que ellos dicen tlaxquiztli [ofrenda] que teniendo aparejadas las cosas necesarias para este sacrificio, que son hule, papel que dicen texamatl y unas como camisillas de manta que llaman xicoli, copal, pulque, una candela de cera y una gallina para sacrificar.   Toman los primeros elotes y vanse a los cerrillos a donde tienen sus cuecillos [pequeños templos] que llaman teteli [montón de piedras], que son como altares. Es mandato que a esos cerrillos no vayan los niños porque no descubran lo que se hace, y llegado allá hacen fuego al pie de un cuecillo, o en medio, en honra del dios Xiuhtecuhtli. El más sabio toma un tiesto de este fuego y échale copal e inciensa todo el lugar del sacrificio y luego enciende la candela de cera y la pone en medio del cuecillo y echo esto, toma la ofrenda, que es el hule, copal,  pulque y las camisillas y jícaras y papel y las ofrece ente el cuecillo y el fuego. Acabado esto ponen los elotes a asar y toman del pulque ofrecido, derrámanlo delante del cuecillo y del fuego y rocían los elotes con el pulque; algunos se sangran de las orejas y rocían los elotes y el lugar con sangre. Luego toman la gallina que se llevó para sacrificio y la degüellan ante el altar; mandan aderezar esta ave, y con tamales la ofrecen ante el fuego y el altar, y las camisillas las visten a algunas piedras que allí ponen, lo cual acabado, comen de los elotes y lo demás ofrecido, bebiéndose el pulque y de esta manera pagan las primicias de los nuevos frutos."

 

  La relación que estos hombres mantenían con la naturaleza no es de ninguna manera utilitaria, en el sentido moderno del término, que implica un manejo meramente instrumental de un objeto considerado inerte. Lo que presenciamos en el relato de Pedro Ponce es una relación de reciprocidad entre dos o más sujetos vivos, dueños de un espíritu, de un tonalli, una relación entre seres que de algún modo son semejantes y tienen necesidades complementarias que han de satisfacerse mutuamente. No es casual que en la mitología maya el hombre haya sido hecho de maíz. De ahí el pago ritual de las primicias, como una forma de corresponder a los beneficios que los dioses envían en cada cosecha de maíz. Esta relación de correspondencia entre los hombres y el mundo natural y sobrenatural perdura vigorosamente en el mundo indígena y campesino de México. Más adelante me referiré a un ritual actual. Pero antes quisiera mencionar la importancia que tienen los mitos.

Foto de Ceccam.org



El Mito del origen del maíz

 

  Las diversas culturas mesoamericanas han dado cuenta del origen del maíz a través de relatos míticos. Los mitos son historias de carácter sagrado que relatan el origen de las cosas. Un mito de origen nahua cuenta cómo Quetzalcóatl descendió al mundo de los muertos para traer los "huesos preciosos" que entregó, en Tamoanchan,  a la diosa Cihuacóatl "La mujer Serpiente", para que los moliera. Una vez molidos y colocados en una vasija, Quetzalcóatl se sangró el pene sobre este polvo primigenio con el cual fueron creados los humanos.

  Entonces se preguntaron los dioses  qué cosa comerían estas criaturas. Sucedió que una hormiga roja había ido a traer maíz del interior del Tonacatépetl o Cerro de los Mantenimientos, cuando la encontró Quetzalcóatl y le preguntó de dónde había sacado esos granos. La hormiga se resistía a responder, pero ante la insistencia del dios, finalmente señaló el lugar. Entonces Quetzalcóatl se convirtió en hormiga negra y acompañó a la colorada hasta el enorme depósito. Entre ambas acarrearon mucho grano de maíz a Tamoanchan. Fue así como los dioses masticaron el maíz y lo pusieron en boca de los humanos para alimentarlos. Pero enseguida los dioses se preguntaron ¿Qué haremos con el Tonacatépetl? La respuesta la dieron Oxomoco y Cipactonal, la pareja primigenia, en un acto de adivinación en el que emplearon también semillas de maíz. Aquellos chamanes revelaron que el buboso Nanahuatl desgranaría a palos el Cerro de los Mantenimientos. Entonces se previno a las deidades de la lluvia, los tlaloque azules, blancos, amarillos y rojos, de lo que iba a suceder y Nanahuatl desgranó el maíz a palos. Los tlaloque recogieron todo el maíz esparcido en estos cuatro colores además de frijol, bledos y otros alimentos, todo a consecuencia de haber apaleado el Tonacatépetl.[1] 

Es notable en este mito no sólo el origen divino del maíz y su aparición ante los humanos en cuatro colores, también lo es el origen divino de su preparación para comerlo, pues antes de darlo a los hombres los dioses lo molieron en sus bocas. La molienda y la cocción, el metate y el comal, son dos pasos imprescindibles en su elaboración como alimento. El relato da cuenta, también, del vínculo ritual que mantendrán los hombres con las deidades de la lluvia, los tlaloques, como proveedoras de alimento, y de la función oracular que tienen las semillas de maíz en rituales adivinatorios y terapéuticos.

Quisiera señalar aquí dos cosas:

1-  Toda historia mítica se representa bajo la forma de un ritual que hace del mito algo actual en la vida de los pueblos y no una simple leyenda.

2-  Los ritos y los mitos expresan una concepción del universo que nos habla de la existencia de un mundo espiritual estrechamente relacionado con el mundo material.

Menciono esto porque voy a referirme ahora a un ritual propiciatorio de las lluvias y del crecimiento de las plantas que se lleva a cabo entre los campesinos de la región del Popocatépetl.  En estas ceremonias están presentes de alguna manera las antiguas deidades de la lluvia y  los mantenimientos, pero no están ahí de un modo nítido y evidente, más bien hay que intuir su presencia, que se halla disuelta y re-unida en el santoral católico. Casi quinientos años de evangelización cristiana no han transcurrido en vano. No soy de los que piensan que el catolicismo europeo fue sólo una imposición, creo que los procesos de aculturación y sincretismo religioso son fenómenos muy complejos en los que la aceptación voluntaria de ideas y prácticas con un sustrato común son frecuentes y afortunadas. La religiosidad de los pueblos indios de México es una muestra de esa gran capacidad de adopción y recreación. Un ejemplo de ello es la rica cosmovisión campesina, de origen nahua, en la región de los volcanes, donde se realizan complejos rituales para atraer las lluvias y procurar el buen desarrollo de las plantas, principalmente el maíz.

  La antigua idea del Tonacatépetl o Cerro de los mantenimientos que  mencioné anteriormente, aun perdura en nuestros días. En la actualidad existe la creencia, en decenas de pueblos Morelenses, tlaxcaltecas y poblanos, de que los grandes volcanes son montañas sagradas en cuyo interior se encuentran almacenadas, en forma espiritual, los alimentos y las semillas que permiten el sostenimiento de los humanos. Por eso se realizan año con año los rituales de petición de lluvia, para que mediante la oración, las alabanzas y las ofrendas, puedan ser liberadas estas fuerzas y propicien el buen crecimiento de las plantas. Generalmente el ciclo comienza el día de la Candelaria, el 2 de febrero, con la bendición de las semillas, y termina el 2 de noviembre, cuando la cosecha se ha levantado y el maíz se comparte con los difuntos en las ofrendas domésticas.

Un buen ejemplo de este complejo ritual lo encontramos en los pueblos asentados en las laderas del Popocatépetl en el estado de Morelos. Los campesinos suben cada año hasta un lugar conocido como El Divino Rostro del Popocatépetl, ubicado a más de 4 mil metros de altura. Allí ofrendan, como en el relato de Pedro Ponce, comida y bebida, tamales y pulque, encienden copal, hacen oración y piden la lluvia y buenas cosechas al Santo Espíritu de Dios que habita en las montañas, los mares y lagunas. Lo hacen antes de que inicie el ciclo agrícola, en un pequeño montículo de arena que se forma a la entrada de una cueva. A ese montículo lo llaman, significativamente, Cuexcomate. En ese cuexcomate ritual se forman estrías que el viento hace en la arena y que los campesinos comparan con los surcos de sus campos, si las estrías están bien marcadas, es señal de que habrá una buena cosecha.

 Después de la ceremonia los campesinos siembran sus terrenos y llevan a cabo todas las tareas agrícolas alternando el cultivo del maíz y el frijol con visitas a los cerros cercanos a sus pueblos. Estos cerros se llaman Calvarios y en ellos también realizan rituales para controlar el clima. Durante la fiesta de San Miguel, el 28 y 29 de septiembre, cuando ya la milpa está crecida, colocan cruces de pericón en las plantas de maíz para proteger las siembras y llevan a los Calvarios los primeros frutos de su cosecha: elotes tiernos que son ofrecidos a esas fuerzas espirituales que los auxiliaron en la obtención de los alimentos que tendrán durante el año. Cuando los campesinos ofrecen los primeros frutos a los seres espirituales, éstos recogen sus aromas, sus esencias. De este modo se está iniciando el retorno simbólico de las semillas hacia el interior de los cerros y montañas sagradas. Ahí permanecerán almacenados hasta el año siguiente, cuando volverán a ser requeridos ritualmente para hacer posible la obtención de una nueva cosecha.

  En este movimiento circular, que ha perdurado durante siglos, resalta la importancia del cuexcomate, pues cada ciclo concluye cuando el granero que se encuentra en el patio de las casas se encuentra repleto de maíz. Al inicio del ciclo se propicia ritualmente, en el cuexcomate del volcán, la salida de las fuerzas que harán crecer las siembras. Al final del ciclo se tiene el granero lleno y se toma de él lo necesario para preparar los alimentos durante el año.

  Los seculares ritmos de estas ceremonias han conocido diferentes deidades, desde el joven Xochipilli-Centéotl hasta Jesucristo, de Chicomecóatl a la Virgen María y del viejo Tláloc a Jehová. Los dioses creadores que moldearon a los hombres con maíz y pusieron en sus manos las semillas de esta planta para que pudieran mantenerse, están siendo sustituidos por transnacionales que emplean grupos de científicos ocupados en manipular el código genético del maíz para bloquear su natural capacidad reproductiva, patentar su nueva condición y lanzarlo al mercado anunciando que se trata de una panacea que resolverá los problemas de pobreza y hambre en el mundo.

  Acerquémonos un poco a estos personajes que han aparecido en el escenario del nuevo milenio para apreciar mejor su idea del mundo y sus cualidades morales. En marzo de 1998 el Departamento de Agricultura de Estados Unidos y la Delta and Pine Land Company anunciaron una innovación en biotecnología llamada "Control de la expresión genética de las plantas". La nueva patente hace posible que sus dueños y los poseedores de una licencia creen semillas estériles mediante la programación selectiva del ADN de la planta para que mate a sus propios embriones. El resultado es el siguiente: Si los agricultores guardan las semillas de estas plantas después de la cosecha para futuras siembras, la siguiente generación de plantas no crecerá. Los tomates, los pimientos, las espigas de trigo y las mazorcas de maíz se convertirán básicamente en depósitos de cadáveres de semillas, dice Vandana Shiva, una de las más connotadas ecologistas. Con ello, el sistema obligará a los agricultores a comprar nuevas semillas a las compañías cada año.  Es decir, nuestros nuevos demiurgos no están metiendo las manos en las sustancias primigenias para generar vida y abundancia para todos.  Más bien, introducen la muerte en el código genético para condicionar la creación y permitir que sólo tengan alimentos quienes puedan pagar.



 

[1] Códice Chimalpopoca,  Anales de Cuauhtitlán y leyenda de los Soles, UNAM, México, 1992.

Foto de Cuatrovientos.net

  Durante miles de años los agricultores de estas tierras cultivaron el maíz y lo obsequiaron al mundo con una rica variedad genética, este acto de generosidad desinteresada fue aprovechado por estos asaltantes para incrementar aun más sus multimillonarias ganancias. Un ladrón está acostumbrado a mirar el mundo desde el punto de vista del atraco. Esto es lo que sucede con la principal productora de maíz transgénico: la compañía Monsanto. Durante las negociaciones del Protocolo de Bioseguridad de las Naciones Unidas, Monsanto distribuyó folletos en los que se afirmaba que "las malas hierbas roban la luz del sol". Esta visión de la vida, en la que la fotosíntesis de algunas plantas es considerada como un atraco, sólo puede caber en la amorfa cabeza de los dirigentes de una corporación obsesionada con el incremento de sus ganancias. El problema es que estos valores han tocado ya a los responsables de la política alimentaria de nuestro país, que están permitiendo la entrada de dos millones de toneladas anuales de maíz trasngénico proveniente de los Estados unidos.  Son muchos los países en los que la sociedad se ha organizado para exigir a sus gobiernos información precisa y oportuna sobre la introducción de productos transgénicos al mercado. En estos países el consumo de transgénicos ha disminuido considerablemente debido a las campañas de concientización de los grupos ambientalistas. En México debemos impulsar y perseverar en estas iniciativas antes de que sea demasiado tarde. Somos un país que ha disfrutado de las bondades del maíz durante siglos y sería imperdonable que por ignorancia o desidia, empobrezcamos nuestra dieta y la vida de los campesinos, cultivando ese Frankestein vegetal producido en los Estados Unidos.