• Julio Glockner
  • 30 Mayo 2013
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Por: Julio Glockner

 

El sábado 25 de mayo se llevaron a cabo en más de 430 ciudades en 52 países del mundo manifestaciones contra la empresa trasnacional de semillas genéticamente modificadas, Monsanto. El objetivo común, denunciar e informar sobre los peligros de los alimentos modificados genéticamente.

Como lo dice el portal de internet Boca de Polen (http://tinyurl.com/qbh8pnz), “en la capital mexicana la movilización contra Monsanto tomó el cariz de carnaval, el Carnaval del Maíz. A pesar de que se dio en tono festivo, la exigencia al gobierno mexicano por parte de la sociedad civil, campesinos, productores y científicos, es clara y firme: ¡ni un permiso para siembra de transgénicos en el territorio mexicano!”

 


Informa Boca de Polen: “La Campaña Nacional Sin Maíz No Hay País está circulando información sobre la consulta pública de seis solicitudes de siembra piloto y experimental de maíz y algodón transgénico en los estados de Sinaloa, Tamaulipas, Veracruz y San Luis Potosí. Las empresas que solicitan estas autorizaciones son Syngenta y Bayer. Es importante mencionar que en los últimos años, a nivel internacional se ha desarrollado una gran cantidad de evidencia científica que demuestra efectos negativos en la salud y el medio ambiente por el cultivo de organismos genéticamente modificados, sobre todo los Bt o tolerantes a herbicidas.”

Julio Glockner, el antropólogo y escritor del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la BUAP, presenta en Mundo Nuestro una valoración de este inmenso complejo cultural guardado en el maíz mexicano, con una narración extraordinaria  en torno a los rituales del maíz en los pueblos campesinos del entorno de los volcanes Izta y Popo, frente a la criminal política de producción de las empresas biotecnológicas como Monsanto. De ahí la importancia de denunciar la irresponsable postura del gobierno federal que ha abierto las fronteras a la importación de maíz transgénico y está a punto de abrir los campos de experimentación impulsados por la trasnacional.

(Ilustración de portada tomada de Artes de México, Rituales del Maíz,      abril del 2006)

A Jesusa, Clara, Clarisa, las Fernandas,

los Carlos, Elías, Jaime, Sara, Lalo, Luís,

Mauro, Juan, Andrés y Araceli,

por los intensos días que pasamos

en la Caravana del Maíz.

  Durante miles de años los hombres concibieron el mundo como un ámbito sagrado. En la actualidad, esta cosmovisión perdura como un elemento fundamental que ordena no sólo la vida religiosa de los pueblos indígenas de México, sino también varios aspectos de su organización social y su cultura.

Hace ocho mil años, cuando el maíz se comenzó a cultivar en el área geográfica de lo que hoy conocemos como Tehuacan en Puebla, y Cuicatlán, en Oaxaca, la relación con la naturaleza tenía un fuerte vínculo ritual  y la agricultura era una expresión más de esa ritualidad. 

Sembrar el maíz y observar el prodigio de su reproducción, cosechar una cantidad suficiente para el mantenimiento de la población y seleccionar las semillas necesarias para su futura multiplicación. Estas acciones,  repetidas a lo largo de los siglos, permitieron el descubrimiento de las cualidades de esta planta, e hicieron posible que fuera concebida como una hierofanía, es decir, como un ser a través del cual se revela el carácter divino de la existencia mediante el poder genésico de la reproducción y las fuerzas cósmicas de la muerte y el renacimiento. Una planta que al ser consumida pone en contacto a los humanos con esas fuerzas, al incorporar su sustancia a sus  propios cuerpos, una planta que en todo ello revela su carácter sagrado.

No es casual, entonces, que aparezca representada desde los primeros tiempos de la civilización olmeca  y que tenga un lugar destacado en todas las culturas mesoamericanas como símbolo del mantenimiento de los pueblos. Vemos representaciones del maíz en sitios tan distantes en el tiempo pero culturalmente emparentados como los relieves labrados hace tres mil años en las paredes del cerro de Chalcatzingo; en los impresionantes murales de Cacaxtla, donde se representa una milpa cuyas mazorcas tienen rostros humanos, o, mil años después, en la iglesia de Tonantzintla, donde aparecen cuatro rebosantes cuitlacoches al pie de la Virgen María en las esquinas del sotacoro.

  Los dioses mesoamericanos no son individuos sino símbolos de fenómenos cósmicos. De este modo, las deidades más importantes del maíz, Centéotl y Chicomecóatl, están íntimamente asociadas con diosas de la tierra y la fertilidad, como Cihuacóatl-Tonantzin, Xochiquetzal y Chalchiuhtlicue, y a los númenes de la lluvia y la vegetación, como Tláloc, los tlaloques y Xochipilli, el dios de las flores, la danza y el canto. Sabemos también que algunas de las antiguas deidades eran andróginas y que podían manifestarse indistintamente en cualquiera de los dos sexos, como es el caso de los númenes del maíz.

  El nombre de Centéotl viene de Centli, voz que designa la mazorca del maíz seco y teotl, que significa dios, persona sagrada. Entre los antiguos nahuas se designaba de un modo distinto al maíz de acuerdo a los momentos en el proceso de su madurez. Cuando el maíz estaba tierno se le llamaba Xilonen y se le representaba como una deidad joven. Otra forma de nombrar a Centéotl era Chicomecóatl, que significa "Siete Serpiente". Chicomecóatl era el séptimo día de la séptima trecena del Tonalámatl o calendario adivinatorio. Todos los días de este calendario fueron deificados y adorados por los antiguos mexicanos, pero sólo algunos de ellos fueron personificados y representados en imágenes. Tal es el caso de Macuilxóchitl (5-Flor) nombre calendárico de Xochipilli-Centéotl y de Chicomecóatl, a quien el fraile Bernardino de Sahagún compara con Ceres, la diosa romana de la agricultura, que equivale a la diosa Demeter de los griegos.  De la misma manera en que Ceres da lugar al pan de trigo en la antigua Europa, Centéotl-Chicomecóatl da origen a la tortilla de maíz en Mesoamérica.

  "Esta diosa -dice el fraile franciscano- era la diosa de los mantenimientos, así de lo que se come como de lo que se bebe. Debió ser la primera que comenzó a hacer pan y otros manjares y guisados: a ésta la pintaban con una corona de papel en la cabeza, y en una mano  un manojo de mazorcas y en la otra una rodela con una flor de sol,  su falda y blusón adornados con flores acuáticas".  Por lo que dice un canto entonado en su honor -observa Yólotl González-  se deduce que vivía en el Tlalocan ("paraíso" de Tláloc). Su templo recibía el nombre de Chicometéotl Iteopan y se le rendía culto durante el mes Huey tozoztli o "Gran vigilia" (4° mes: abril-mayo) Entonces se colocaban gran cantidad de ofrendas a los dioses en las casas y en los templos, sobre todo de alimentos, que después eran llevadas ante la diosa Chicomecóatl y allí eran consumidas.

  Durante esta fiesta, dice Francisco Javier Clavijero: "Sacábanse sangre de las orejas, de los párpados, de la nariz, de la lengua, de los brazos y de los muslos, para expiar las culpas cometidas con todos sus sentidos, y con la sangre teñían unas ramas que colocaban a las puertas de sus casas, sin otro objeto probable que hacer ostentación de su penitencia" (Robelo: p.191) Es probable que estos ritos de purificación en los que se asocia el sacrificio, la sangre y una rama, sean el antecedente de las actuales "reliquias", que se distribuyen en la semana santa y que la gente del campo suele colocar en sus puertas y utilizar cuando un mal temporal amenaza con destruir los cultivos.

En algún momento de esta fiesta iban al templo mayor y en el lugar que correspondía a Chicomecóatl se hacían combates rituales y se sacrificaban prisioneros y codornices. "Las doncellas -dice Clavijero-  llevaban al templo en procesión mazorcas de maíz de la cosecha anterior, las ofrecían a la diosa y las llevan a las trojes, a fin de que, santificadas con aquella ceremonia, preservasen de insectos a todo el grano y sirviesen de semilla en la nueva siembra". (Robelo: p.192)

Algunas décadas después de la caída de Tenochtitlan tenemos el interesante testimonio de un beneficiado que vivió al sur del estado de México en la segunda mitad del siglo XVI. Pedro Ponce relata con cierto detalle las actividades agrícolas y los ritos asociados a ellas:

"Al tiempo y cuando han de barbechar sus tierras, primero hacen oración en la tierra, diciéndole que es su madre, y que la quieren abrir y ponerle el arado o la coa en la espalda; a este punto, piden favor a Quetzalcóatl para que les de esfuerzo para poder labrar la tierra. Hechos los barbechos y llegado el tiempo en que se han de sembrar, van a los barbechos y ahí primero invocan a ciertos espíritus que llaman tlaloques y tlamacazques, suplicándoles tengan cuidado de la sementera guardándola de los animalejos, como tejones, ardillas y ratas, para que no le hagan daño; luego la siembran. A los siete u ocho días, que ya el maíz ha salido, llevan a la sementera una candela de cera y copal en honor de aquellos espíritus y encienden y queman copal en medio de la sementera y vuelven a pedirles les libren de los dichos animalejos. Estando ya el maíz para el primer desyerbo , vuelven a llevar una candela de cera y una gallina para sacrificar al bordo de la sementera; poniendo la candela encendida en medio de la sementera; luego aderezan el ave sacrificada; con tamales la llevan a donde está la candela y allá la ofrecen a la diosa Chicomecóatl, diosa de los panes, que dicen habita en la Sierra de Tlaxcala, y le hacen su oración y petición, y habiendo estado ahí un rato la ofrenda, la quitan y la comen con lo demás y luego queman copal. Antes de empezar el desyerbo, invocan a Quetzalcóatl, pidiéndole su favor y esfuerzo".

 

Debido a la satanización de las deidades indígenas por parte de los evangelizadores y colonizadores en general, los ritos se suspendieron en los grandes centros ceremoniales, no obstante, los encontramos, como hasta la fecha, dispersos en los campos de cultivo, en las cimas de los cerros, en las cuevas, los nacimientos de agua y en el fondo de las cañadas. Desgraciadamente el autor de esta descripción no anotó las palabras dirigidas a Quetzalcóatl, no sabemos si por desconocerlas o por evitar su propagación, algo de lo que tenían mucho cuidado los españoles, pero para nuestra fortuna nos dejó una imagen del ofrecimiento de las primicias:

"Los que son curiosos entre los naturales no permiten se quite al maíz hoja ninguna hasta que los xilotes apunten a salir y, habiendo ya salido, toman de las hojas del maíz y xilotes primeros... y las primeras cosas que la tierra da en aquel tiempo y las llevan a ofrecer delante de las trojes con un ave, tamales, copal y una candela de cera y pulque para derramar delante de las trojes. A los primeros elotes que las sementeras dan hacen otro ofertorio a lo que ellos dicen tlaxquiztli [ofrenda] que teniendo aparejadas las cosas necesarias para este sacrificio, que son hule, papel que dicen texamatl y unas como camisillas de manta que llaman xicoli, copal, pulque, una candela de cera y una gallina para sacrificar.   Toman los primeros elotes y vanse a los cerrillos a donde tienen sus cuecillos [pequeños templos] que llaman teteli [montón de piedras], que son como altares. Es mandato que a esos cerrillos no vayan los niños porque no descubran lo que se hace, y llegado allá hacen fuego al pie de un cuecillo, o en medio, en honra del dios Xiuhtecuhtli. El más sabio toma un tiesto de este fuego y échale copal e inciensa todo el lugar del sacrificio y luego enciende la candela de cera y la pone en medio del cuecillo y echo esto, toma la ofrenda, que es el hule, copal,  pulque y las camisillas y jícaras y papel y las ofrece ente el cuecillo y el fuego. Acabado esto ponen los elotes a asar y toman del pulque ofrecido, derrámanlo delante del cuecillo y del fuego y rocían los elotes con el pulque; algunos se sangran de las orejas y rocían los elotes y el lugar con sangre. Luego toman la gallina que se llevó para sacrificio y la degüellan ante el altar; mandan aderezar esta ave, y con tamales la ofrecen ante el fuego y el altar, y las camisillas las visten a algunas piedras que allí ponen, lo cual acabado, comen de los elotes y lo demás ofrecido, bebiéndose el pulque y de esta manera pagan las primicias de los nuevos frutos."

 

  La relación que estos hombres mantenían con la naturaleza no es de ninguna manera utilitaria, en el sentido moderno del término, que implica un manejo meramente instrumental de un objeto considerado inerte. Lo que presenciamos en el relato de Pedro Ponce es una relación de reciprocidad entre dos o más sujetos vivos, dueños de un espíritu, de un tonalli, una relación entre seres que de algún modo son semejantes y tienen necesidades complementarias que han de satisfacerse mutuamente. No es casual que en la mitología maya el hombre haya sido hecho de maíz. De ahí el pago ritual de las primicias, como una forma de corresponder a los beneficios que los dioses envían en cada cosecha de maíz. Esta relación de correspondencia entre los hombres y el mundo natural y sobrenatural perdura vigorosamente en el mundo indígena y campesino de México. Más adelante me referiré a un ritual actual. Pero antes quisiera mencionar la importancia que tienen los mitos.

Foto de Ceccam.org


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