• Julio Glockner
  • 30 Mayo 2013
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Por: Julio Glockner


El Mito del origen del maíz

 

  Las diversas culturas mesoamericanas han dado cuenta del origen del maíz a través de relatos míticos. Los mitos son historias de carácter sagrado que relatan el origen de las cosas. Un mito de origen nahua cuenta cómo Quetzalcóatl descendió al mundo de los muertos para traer los "huesos preciosos" que entregó, en Tamoanchan,  a la diosa Cihuacóatl "La mujer Serpiente", para que los moliera. Una vez molidos y colocados en una vasija, Quetzalcóatl se sangró el pene sobre este polvo primigenio con el cual fueron creados los humanos.

  Entonces se preguntaron los dioses  qué cosa comerían estas criaturas. Sucedió que una hormiga roja había ido a traer maíz del interior del Tonacatépetl o Cerro de los Mantenimientos, cuando la encontró Quetzalcóatl y le preguntó de dónde había sacado esos granos. La hormiga se resistía a responder, pero ante la insistencia del dios, finalmente señaló el lugar. Entonces Quetzalcóatl se convirtió en hormiga negra y acompañó a la colorada hasta el enorme depósito. Entre ambas acarrearon mucho grano de maíz a Tamoanchan. Fue así como los dioses masticaron el maíz y lo pusieron en boca de los humanos para alimentarlos. Pero enseguida los dioses se preguntaron ¿Qué haremos con el Tonacatépetl? La respuesta la dieron Oxomoco y Cipactonal, la pareja primigenia, en un acto de adivinación en el que emplearon también semillas de maíz. Aquellos chamanes revelaron que el buboso Nanahuatl desgranaría a palos el Cerro de los Mantenimientos. Entonces se previno a las deidades de la lluvia, los tlaloque azules, blancos, amarillos y rojos, de lo que iba a suceder y Nanahuatl desgranó el maíz a palos. Los tlaloque recogieron todo el maíz esparcido en estos cuatro colores además de frijol, bledos y otros alimentos, todo a consecuencia de haber apaleado el Tonacatépetl.[1] 

Es notable en este mito no sólo el origen divino del maíz y su aparición ante los humanos en cuatro colores, también lo es el origen divino de su preparación para comerlo, pues antes de darlo a los hombres los dioses lo molieron en sus bocas. La molienda y la cocción, el metate y el comal, son dos pasos imprescindibles en su elaboración como alimento. El relato da cuenta, también, del vínculo ritual que mantendrán los hombres con las deidades de la lluvia, los tlaloques, como proveedoras de alimento, y de la función oracular que tienen las semillas de maíz en rituales adivinatorios y terapéuticos.

Quisiera señalar aquí dos cosas:

1-  Toda historia mítica se representa bajo la forma de un ritual que hace del mito algo actual en la vida de los pueblos y no una simple leyenda.

2-  Los ritos y los mitos expresan una concepción del universo que nos habla de la existencia de un mundo espiritual estrechamente relacionado con el mundo material.

Menciono esto porque voy a referirme ahora a un ritual propiciatorio de las lluvias y del crecimiento de las plantas que se lleva a cabo entre los campesinos de la región del Popocatépetl.  En estas ceremonias están presentes de alguna manera las antiguas deidades de la lluvia y  los mantenimientos, pero no están ahí de un modo nítido y evidente, más bien hay que intuir su presencia, que se halla disuelta y re-unida en el santoral católico. Casi quinientos años de evangelización cristiana no han transcurrido en vano. No soy de los que piensan que el catolicismo europeo fue sólo una imposición, creo que los procesos de aculturación y sincretismo religioso son fenómenos muy complejos en los que la aceptación voluntaria de ideas y prácticas con un sustrato común son frecuentes y afortunadas. La religiosidad de los pueblos indios de México es una muestra de esa gran capacidad de adopción y recreación. Un ejemplo de ello es la rica cosmovisión campesina, de origen nahua, en la región de los volcanes, donde se realizan complejos rituales para atraer las lluvias y procurar el buen desarrollo de las plantas, principalmente el maíz.

  La antigua idea del Tonacatépetl o Cerro de los mantenimientos que  mencioné anteriormente, aun perdura en nuestros días. En la actualidad existe la creencia, en decenas de pueblos Morelenses, tlaxcaltecas y poblanos, de que los grandes volcanes son montañas sagradas en cuyo interior se encuentran almacenadas, en forma espiritual, los alimentos y las semillas que permiten el sostenimiento de los humanos. Por eso se realizan año con año los rituales de petición de lluvia, para que mediante la oración, las alabanzas y las ofrendas, puedan ser liberadas estas fuerzas y propicien el buen crecimiento de las plantas. Generalmente el ciclo comienza el día de la Candelaria, el 2 de febrero, con la bendición de las semillas, y termina el 2 de noviembre, cuando la cosecha se ha levantado y el maíz se comparte con los difuntos en las ofrendas domésticas.

Un buen ejemplo de este complejo ritual lo encontramos en los pueblos asentados en las laderas del Popocatépetl en el estado de Morelos. Los campesinos suben cada año hasta un lugar conocido como El Divino Rostro del Popocatépetl, ubicado a más de 4 mil metros de altura. Allí ofrendan, como en el relato de Pedro Ponce, comida y bebida, tamales y pulque, encienden copal, hacen oración y piden la lluvia y buenas cosechas al Santo Espíritu de Dios que habita en las montañas, los mares y lagunas. Lo hacen antes de que inicie el ciclo agrícola, en un pequeño montículo de arena que se forma a la entrada de una cueva. A ese montículo lo llaman, significativamente, Cuexcomate. En ese cuexcomate ritual se forman estrías que el viento hace en la arena y que los campesinos comparan con los surcos de sus campos, si las estrías están bien marcadas, es señal de que habrá una buena cosecha.

 Después de la ceremonia los campesinos siembran sus terrenos y llevan a cabo todas las tareas agrícolas alternando el cultivo del maíz y el frijol con visitas a los cerros cercanos a sus pueblos. Estos cerros se llaman Calvarios y en ellos también realizan rituales para controlar el clima. Durante la fiesta de San Miguel, el 28 y 29 de septiembre, cuando ya la milpa está crecida, colocan cruces de pericón en las plantas de maíz para proteger las siembras y llevan a los Calvarios los primeros frutos de su cosecha: elotes tiernos que son ofrecidos a esas fuerzas espirituales que los auxiliaron en la obtención de los alimentos que tendrán durante el año. Cuando los campesinos ofrecen los primeros frutos a los seres espirituales, éstos recogen sus aromas, sus esencias. De este modo se está iniciando el retorno simbólico de las semillas hacia el interior de los cerros y montañas sagradas. Ahí permanecerán almacenados hasta el año siguiente, cuando volverán a ser requeridos ritualmente para hacer posible la obtención de una nueva cosecha.

  En este movimiento circular, que ha perdurado durante siglos, resalta la importancia del cuexcomate, pues cada ciclo concluye cuando el granero que se encuentra en el patio de las casas se encuentra repleto de maíz. Al inicio del ciclo se propicia ritualmente, en el cuexcomate del volcán, la salida de las fuerzas que harán crecer las siembras. Al final del ciclo se tiene el granero lleno y se toma de él lo necesario para preparar los alimentos durante el año.

  Los seculares ritmos de estas ceremonias han conocido diferentes deidades, desde el joven Xochipilli-Centéotl hasta Jesucristo, de Chicomecóatl a la Virgen María y del viejo Tláloc a Jehová. Los dioses creadores que moldearon a los hombres con maíz y pusieron en sus manos las semillas de esta planta para que pudieran mantenerse, están siendo sustituidos por transnacionales que emplean grupos de científicos ocupados en manipular el código genético del maíz para bloquear su natural capacidad reproductiva, patentar su nueva condición y lanzarlo al mercado anunciando que se trata de una panacea que resolverá los problemas de pobreza y hambre en el mundo.

  Acerquémonos un poco a estos personajes que han aparecido en el escenario del nuevo milenio para apreciar mejor su idea del mundo y sus cualidades morales. En marzo de 1998 el Departamento de Agricultura de Estados Unidos y la Delta and Pine Land Company anunciaron una innovación en biotecnología llamada "Control de la expresión genética de las plantas". La nueva patente hace posible que sus dueños y los poseedores de una licencia creen semillas estériles mediante la programación selectiva del ADN de la planta para que mate a sus propios embriones. El resultado es el siguiente: Si los agricultores guardan las semillas de estas plantas después de la cosecha para futuras siembras, la siguiente generación de plantas no crecerá. Los tomates, los pimientos, las espigas de trigo y las mazorcas de maíz se convertirán básicamente en depósitos de cadáveres de semillas, dice Vandana Shiva, una de las más connotadas ecologistas. Con ello, el sistema obligará a los agricultores a comprar nuevas semillas a las compañías cada año.  Es decir, nuestros nuevos demiurgos no están metiendo las manos en las sustancias primigenias para generar vida y abundancia para todos.  Más bien, introducen la muerte en el código genético para condicionar la creación y permitir que sólo tengan alimentos quienes puedan pagar.



 

[1] Códice Chimalpopoca,  Anales de Cuauhtitlán y leyenda de los Soles, UNAM, México, 1992.

Foto de Cuatrovientos.net

  Durante miles de años los agricultores de estas tierras cultivaron el maíz y lo obsequiaron al mundo con una rica variedad genética, este acto de generosidad desinteresada fue aprovechado por estos asaltantes para incrementar aun más sus multimillonarias ganancias. Un ladrón está acostumbrado a mirar el mundo desde el punto de vista del atraco. Esto es lo que sucede con la principal productora de maíz transgénico: la compañía Monsanto. Durante las negociaciones del Protocolo de Bioseguridad de las Naciones Unidas, Monsanto distribuyó folletos en los que se afirmaba que "las malas hierbas roban la luz del sol". Esta visión de la vida, en la que la fotosíntesis de algunas plantas es considerada como un atraco, sólo puede caber en la amorfa cabeza de los dirigentes de una corporación obsesionada con el incremento de sus ganancias. El problema es que estos valores han tocado ya a los responsables de la política alimentaria de nuestro país, que están permitiendo la entrada de dos millones de toneladas anuales de maíz trasngénico proveniente de los Estados unidos.  Son muchos los países en los que la sociedad se ha organizado para exigir a sus gobiernos información precisa y oportuna sobre la introducción de productos transgénicos al mercado. En estos países el consumo de transgénicos ha disminuido considerablemente debido a las campañas de concientización de los grupos ambientalistas. En México debemos impulsar y perseverar en estas iniciativas antes de que sea demasiado tarde. Somos un país que ha disfrutado de las bondades del maíz durante siglos y sería imperdonable que por ignorancia o desidia, empobrezcamos nuestra dieta y la vida de los campesinos, cultivando ese Frankestein vegetal producido en los Estados Unidos. 


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