• Sergio Mastretta
  • 25 Abril 2013


Otro detenido, José Arias, albañil de 18 años, hijo de campesinos, fue deportado desde San Antonio Texas en avión hace tres semanas. Ahora lo intenta de nuevo. "Pasé por Tecún Umán, solo, con un mapa. Caminé mucho, rodeé la garita El Manguito. Subí al tren en Huixtla, no me detuvo Migración, hay que tener fibra, caminé detrás de ellos. Luego camioneta, así a Juchitán, a Oaxaca, a México. Total: 800 quetzales (480 mil pesos) hasta la frontera. Al cruzar pedí dólares a mi hermano en San Francisco. No conocía. Si supiera, no compro boleto hasta San Francisco. Si supiera que había casetas, no estaría aquí".

Al sur de la carretera, la tormenta ilumina el Pacifico. En la cabina, nadie habla, queda el murmullo de los sueños centroamericanos interceptados por los agentes de Migración. En la penumbra, alguien aplaude, lento primero, hasta alcanzar el ritmo de una cumbia. Los ilegales ven caer la luna.

A la una de la mañana abren la reja en la cárcel municipal de Arriaga. Tres policías despatarrados sobre las hamacas ni se inmutan. Pasan lista a los detenidos. Separan a mujeres y niños, a las que alojan bajo un tejabán. Los hombres se pierden uno por uno en la oscuridad del calabozo. El hedor es el común a cualquier cárcel del estilo en el país: ahora en el espacio de seis metros cuadrados se apachurran veinte ilegales.

- Periodista -gritan desde la penumbra-, mire cómo nos tienen, aquí le meten la pija a uno.

Se asoma un muchacho:

Señor, me golpearon ahí en la vía, fue uno de Migración - muestra a la luz amarilla del patio carcelero un magullón en la cadera.

- No te hagas, te raspaste le dice el agente de Migración.

- No les crea, amigo -añade desde la hamaca el sargento municipal-. Son salvadoreños. Si los dejara, hasta la hamaca me quitaban.

En la celda vecina un mexicano asoma las narices. Es un pollero detenido apenas, de la banda de los "Caribe coolers", como la bautizaron los de Migración: metían a dos ilegales en la cajuela de una Caribe, les cobraban un millón a cada uno por pasarlos por la estación de Arriaga.

- Me pusieron el dedo --garraspea. Su rostro es un bigote perfilado a la luz amarilla del patio. Mañana, lo más seguro, su abogado interpondrá un amparo que lo dejará libre por la tarde.

Un poco después se impone el silencio en la cárcel. Los policías duermen en sus hamacas. De las celdas salen ronquidos iluminados por las brasas de los cigarrillos.

A las cinco de la mañana los agentes de Migración están despiertos. Barrio Guatemalita, en las afueras de Arriaga: casas de cartón dispersas en un páramo de huizaches. Han descubierto en una casa a un grupo de doce ilegales. Los traen hacia el camino, con el pollero identificado y agarrado del cinturón por el agente. Todavía está oscuro, se camina adivinando el sendero. En una bajada de la vereda, se suelta el pollero, forcejea con el agente, lo golpea en el pecho, echa a correr por el monte. Los disparos al aire no lo detienen. Los ilegales no se inmutan, la suerte del pollero no les importa.

De nueve a diez de la mañana Migración recorre "caminos de extravío" --brechas que recortan los ranchos ganaderos de la zona--, a lo largo de la vía férrea. No se miran pollos por ningún lado. Regresan a Arriaga por la estación de ferrocarril. Las vías corren paralelas a una serie de casas que dan a un carguero en espera de la orden de salida en el patio. Se bajan cuatro agentes en un extremo y dos más llevan la camioneta al otro. Son ocho góndolas vacías a las que han trepado veinte ilegales. La presencia de los agentes acarrea una cadena de chiflidos desde las casas. Los ilegales se descuelgan de las góndolas y se dispersan como hormigas bajo pie de infante. Los agentes corren tras ellos en medio de las mentadas de un público habituado a la escena y que toma partido por los extranjeros.

Algunos logran escapar. Los detenidos muestran el rostro común de la resignación.

Sigue el operativo. A las 11:10 dos salvadoreños son sorprendidos a las puertas del panteón. No oponen resistencia. Los cachean. Cantan el himno para probar su nacionalidad. "Saludemos a la patria...", arrancan muy solemnes...

- Qué bueno -dice uno, que confiesa haber sido detenido otras siete veces-. Una vacación, ya no aguantaba los pies.

Y cuenta que tiene más de un mes en el camino. Trabajó en el mango en Mapastepec, ahorró para hablar por teléfono a su hermano en Los Angeles. El lunes pasado tenía que llegarle un cheque de 500 dólares por Western Unión a nombre de su patrón, el ranchero Salomón Vázquez. Nunca llegó, le dijeron. Los agentes le prometen investigar la suerte de su dinero.

A las 12:30 seguimos en la ruta de la pobreza. Carretera Tonalá-Pijijiapán. Dos hombres descansan a la orilla del camino, recostados en un árbol. Reconocen a la camioneta cuando se detiene. Uno no hace nada, tiene fiebre y un cansancio tan pesado como el dolor de cabeza que lo mata. El otro brinca con el resorte del miedo, brinca la cerca de alambre perseguido por cuatro agentes. Claro que no anda en burro y a los cinco minutos los policías regresan derrotados. Retengo de la acción el rostro negroide del fugado, los dientes blanquísimos, apretados con todo el peso de su angustia.

Media hora después, en la estación La Polka, a veinte minutos de la carretera y a cinco del mar, un aguacero aguarda al tren pollero. Un piquete de soldados cruza el pueblo en un camión de redilas. Le llaman la guardia rural y los campesinos los miran con un temor que no reconoce fronteras en Centroamérica. Pasan indiferentes al aguacero. En un tendajón el radio ameniza la espera. "Como duende yo sigo tus pasos...", canta alguno, y los agentes sonríen. El tren trajo Sólo siete pollos. Agentes y ferrocarrileros se miran despectivos. Según unos, el precio por viajar en la máquina es de cien mil pesos por llevar al ilegal más allá de Arriaga. El viaje en góndola, según el pollo, de 20 mil a 50 mil. El ilegal avispado sabe que el ferrocarrilero lo dejará morir por salvar a los de la máquina. Detiene el carguero ante el acoso de los agentes de Migración, cuando se van sobre góndolas y furgones el maquinista desengancha la máquina y desaparece.

--Están amafiados -afirma el delegado de Migración en Arriaga, Xavier del Moral, un doctor de profesión que disfruta su oficio de policía--. Difícilmente podemos hacer algo con ellos, tienen radio, se avisan entre sí. Nosotros no tenemos el equipo necesario, no tenemos radio, no disponemos de prismáticos, el armamento cada quien lo obtiene como puede. Y es un trabajo riesgoso, es una plaga de criminales la que persigue a los pollos. Es un cuento de nunca acabar, los detenemos, los deportamos, pero lo vuelven a intentar, y aprenden a evadirnos, y tal vez muchos pasen, aunque aquí nosotros no tengamos descanso.

Muertos y estadísticas.

El Grupo Beta es un cuerpo formado por policías de distintas corporaciones que despliega sus operativos a lo largo de las dos fronteras mexicanas. Casi se diría que trabajan clandestinos, como estos días en Tapachula, a lo largo de la línea férrea hacia Arriaga, vestidos a la manera de los pollos centroamericanos, con la 45 escondida a la espalda, a la espera de ser asaltados por cualquiera de las bandas que diezman a los mojados. Se saben distintos: varios de ellos tienen estudios superiores y su comandante sacó una maestría. Llevan una semana convertidos en carnada, y tienen éxito el domingo, cuando detienen a Ubiel Flores Nicolás en el momento de atracar a un trío de guatemaltecos en el río Cahoacán.

No es común encontrar un policía cruzado.

- Esto ya es un problema de seguridad nacional -me dirá el comandante-, y a nosotros nos toca enfrentarlo. Esta gente que va al norte viene de países bélicos, muchos guerrilleros. Y los mexicanos, a lo suyo: atracan al que se deja. Nosotros nos las vemos con asesinos, y los propios Estados Unidos han reconocido que nuestro grupo se caracteriza por el respeto de los derechos humanos. Tenemos nueve meses de trabajar en las fronteras, hemos detenido a 600 personas sin disparar una bala, sin hacer ruido. Hemos permanecido en el anonimato, a veces quisiéramos el reconocimiento público, salir en el periódico. Nosotros somos un cuerpo especial, trabajamos para la defensa del sistema, ni por asomo pienses que mis ideas puedan ser de izquierda. Soy de derecha derecha, pero formo parte de una nueva generación de policías honestos y decididos, no como esos pinches oaxacos de la policía del Distrito Federal, con ellos si soy racista.

Puedo verlo a las dos de la madrugada en la línea del tren adelante del Huixtla. Caminan los seis hombres en la negrura del aguacero tropical. Imaginan en cualquier momento las sombras afiladas por los machetes de los atracadores de pollos.

Carretera panamericana. Minibús de Servicios Migratorios y "pollos" detenidos a la medianoche del 23 de mayo de 1991. México deportó en 1990 a 126,440 ilegales. El 30% fue expulsado en dos o más ocasiones; 58,845 (46.5%) guatemaltecos; 45,498 (36%) salvadoreños; 3,039 (2.4%) nicas; 2,500 más repartidos entre beliceños, chinos, ecuatorianos, colombianos, peruanos y dominicanos. Más otros 1740 correspondientes a 65 nacionalidades más.

Regresan al amanecer sin nada. Lo intentarán la noche siguiente, hasta que caiga uno.

Los ilegales en la prensa de Tapachula durante el mes de abril de 1991:

Día 4: Asaltante de pollos en la vega del río Cahoacán detenido por la policía.

Día 5: Encuentran cadáver putrefacto de desconocido con rasgos orientales en el municipio de Suchiate.

Día 5: El PRI niega estar afiliando jornaleros guatemaltecos e ilegales que trabajan en fincas cafetaleras.

Día 5: Cheyla Chavama, nicaragüense, denuncia la desaparición de su hermano desde el día 10 de febrero, cuando ambos se internaron a México en grupos distintos a la altura de Tuxtla Chico.

Día 7: El periódico Diario del Sur denuncia que agentes de Servicios Migratorios cobran dos millones de pesos por soltar a polleros. El diario es propiedad de Rubén Guízar, un hotelero al que funcionarios de Gobernación vinculan con el tráfico de ilegales.

Día 8: Más de 17 mil guatemaltecos fueron documentados entre enero y marzo como braceros para las fincas mexicanas.

Día 9: Seis mil extranjeros fueron deportados en el mes de marzo. Once personas fueron consignadas.

Día 11: Treinta salvadoreños indocumentados abandonados por el pollero cerca de la estación de ferrocarril de Tapachula fueron detenidos por judiciales del estado.

Día 12: Grupos vinculados con la Iglesia denuncian la explotación de menores guatemaltecos que trabajan en Tapachula.

Día 13: Ernesto Castellanos Martínez, salvadoreño de 27 años, muere destrozado por el tren que intentaba abordar. Fue inhumado en la fosa común.

Día 13: Denuncia contra camareros del Suchiate, se les vincula con las bandas de asaltantes de indocumentados que dominan la ribera del río.

Día 15: Cae preso el pollero Romain Samayoa, conocido como uno de los principales capos del tráfico de ilegales. Dos polleros detenidos en la garita de La Ventosa "cantaron" luego de nutrida balacera con agentes de Migración. (Con un amparo del juez de distrito, Samayoa saldrá en libertad).

Día 16: La Defensa Rural detiene a un grupo de abigeos con 183 reses de procedencia guatemalteca.

Día 18: Salvadoreños asaltados a machetazos cerca del poblado Alvaro Obregón.

Día 19: Cuarenta y cuatro ilegales salvadoreños son detenidos en la garita de El Hueyate. Iban escondidos en dos camiones de redilas. Se negaron denunciar a los polleros.

Día 21: La Judicial Federal detiene en la casa de huéspedes San Jerónimo al cantante Felipe León junto con 27 ilegales. León afirma que es inocente.

Día 25: Servicios Migratorios intercepta en El Hueyate un torton platanero con 42 ilegales. El chofer cobraría cinco millones de pesos por transportarlos hasta Chalco, México.

En Tapachula me imagino en el territorio natural de la flojera. Me lo impone el ritmo de las secretarias en las oficinas públicas, frescas, rotundas en sus caderas y maternales en su "vamos a tener que esperar un poco al doctor". ¿A quién le importa mi impaciencia? Estoy aquí, en la burocracia de la salud, infestado de calor, con medio reportaje en la libreta, rodeado de muchachas escotadas y culonas, carnosas y tropicales, morenas y huacaleras.

Pienso en todos los muertos encerrados en las estadísticas. O en la podredumbre de la fosa común, o en el sudor de los cadáveres en las planchas del anfiteatro. Todo es más rápido en esta latitud de la muerte.


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