• Sergio Mastretta
  • 25 Abril 2013

La Tijuanita guatemalteca

1. Tecún Umán es la Tijuanita guatemalteca, tierra de nadie, dominio de polleros, lenones, matronas, atracadores y elementos de la Guardia de Hacienda, el cuerpo policiaco al que teme el común de los chapines. Es un caserío húmedo de madera que en el día vive en torno de los autobuses con sus pasajeros que llegan de la capital y de noche en los congales con sus muchachas de a 20 quetzales. A todas horas el movimiento pollero: muchachos en taxis-triciclos revolotean como moscas en la pollería, abruman a los viajeros con tipos de cambio dólar-peso-quetzal, marchantean sin escrúpulos sus servicios a Ciudad Hidalgo -el poblado al otro lado del río-, a Tapachula, al Distrito Federal, a Los Angeles.

Ese canche -me dice uno-, ¿vas al otro lado? Cien mil pesos hasta Tapachula, 200 dólares a Tijuana. Va asegurao, si lo retachan, vamos de nuevo. Y enciérrese en un hotel -añade-, que no lo vean en la calle después de las siete de la noche.

2. En la caseta de Migración, en la zona del puente, se detiene un autobús; directo de Acayucan, trae una remesa de 40 deportados, la mayor parte salvadoreños. Hoy es un día cualquiera de mayo, un día tranquilo: a las dos de la tarde sólo han llegado dos camiones, y regularmente son cinco o seis. El agente mexicano baja lista en mano y se mete en la oficina de sus colegas guatemaltecos. Tras él bajan los ilegales con sudor de tres semanas. Si les va bien, no les cobrarán una multa de 20 quetzales, único beneficio inmediato que México obtiene tiene de las deportaciones masivas. La mayor parte conoce el lugar. De aquí partieron, de aquí lo volverán a intentar.

Como José de Jesús Rosales, desempleado, con 22 años y cero pesos en el bolsillo. Sale de El Salvador con 600 colones (75 dólares). Pasa por Tecún el viernes 10 de mayo por la noche. Cruza el río a nado junto con otro salvadoreño ya residente en Estados Unidos, ayudados por un cipote (chavo) mexicano de 14 años. Toma un pesero minibús a Tapachula. Los agentes en la caseta de El Manguito no le piden papeles. Utiliza el sistema más socorrido por los pollos que viajan libres: trepa a un carguero con otros 60 ilegales y sube y baja de los trenes, libra las casetas migratorias de El Hueyate, Arriaga, en Chiapas, y La Ventosa, en Oaxaca. En el istmo cambia de clase ferrocarrilera y se acomoda en el tren pollero que por módicas 24 horas y regalados 11 mil pesos une a Tapachula con el puerto de Veracruz. A la altura de Matías Romero lo asaltan a mano armada. Rescata cinco mil pesos y sigue el viaje. Si llega a Veracruz trabajará un tiempo, lo necesario para agarrar camino. Pero lo detienen en Tierra Blanca. No se defiende, no intenta pasar por mexicano. Tampoco tiene los 50 mil pesos que le pide el agente para dejarlo ir.

Sentado en una banqueta en Tecún Umán, recién deportado, rumia el hambre y la indecisión de pedir un "raite" a El Salvador.

3. En Tecún, algunas imágenes de la soledad femenina extraviada en México.

Elizabeth Montero, madre de tres hijos, soltera, trajo sus 27 años a México por Talismán. Salió de San Salvador el 12 de mayo con 400 dólares y medio millón de pesos en la bolsa. Sentada en un rincón en los separos de Migración en Tapachula escucha a otra muchacha detenida contar que a Elizabeth la estafaron en Guatemala con una visa falsa. No le pidieron papeles en todo Chiapas, corría con suerte. En La Ventosa la bajó un agente que revisó el documento. "Por dios -dice Elizabeth-, ya iba llegando."

Tecún Umán, Guatemala. Camareros en un día cualquiera de mayo en el río Suchiate. Al fondo, el lado mexicano.

Carmen García, peruana de 29 años, soltera, madre de dos niñas y secretaria de profesión, el 26 de abril lleva ya una semana detenida en los separos que Servicios Migratorios tiene en la calle de Agujas, en Iztapalapa. Quería vivir un tiempo en el Distrito Federal, trabajar y prepararse para el viaje a Estados Unidos. Detenida en La Ventosa junto con Rocío González, maestra de escuela en Lima, espera a que sus familiares reúnan el costo del pasaje de regreso. Salieron de su país a principios de abril con cuatro mil dólares que les dejaron liquidaciones en chambas y venta de garage. Viajaron a Panamá por avión. De ahí vinieron por tierra. Cruzaron el río por Talismán. Ahí contrataron un auto particular que las llevaría a Juchitán por 700 dólares. El hombre las abandonó antes de la caseta de Arriaga. Rodearon la ciudad y tomaron el autobús en el que las detendrían en La Ventosa.

Julieta Rodano, maestra de escuela salvadoreña de 23 años, madre soltera, espera el jueves 6 de junio con otros 109 indocumentados su traslado al CERESO de la ciudad de Puebla Los detuvieron la noche anterior dos policías de caminos a la altura del kilómetro 213 de la autopista a Orizaba. Iban en el interior de una caja thermokin de un tráiler bananero, bajo una tarima que soportaba varias toneladas de plátano del Soconusco. Llevaban 24 horas encerrados, en viaje directo desde Ciudad Hidalgo, frontera con Tecún Umán. Cuando los agentes abrieron las puertas de la caja, el hedor espeso de la furia y la asfixia ilegal se les vino encima. Los policías desenfundaron sus armas para contenerlos. Julieta, al fondo de la caja, comprendió que había perdido los 1,200 dólares que los polleros cobraron por el viaje.

Alba Moreno, salvadoreña de 24 años, fue detenida a mediados de abril en Apizaco, junto con su compañero Luis Ovidio, ex-soldado del ejército de su país. Venían en el tren de Veracruz. Bajaron antes de llegar a la estación, pero se toparon con un grupo de judiciales federales en operativo que al verlos los amagaron con unas escuadras relucientes. Alba iba por primera vez a Los Angeles, de la mano de Luis Ovidio, un bracero reciente que huye de la guerra en su país. "A su hermano lo mató la guerrilla, era soldado como Luis, salía de franco del cuartel y ya no llegó a casa. Apareció muerto en una zanja con un tiro en la cabeza y una bandera de los subversivos enredada en el cuerpo. Luis tiene miedo. Se fue, ya conoció, regresó por mí. Es nuestra suerte salir rechazados".

4. A la orilla del Suchiate dos mujeres lavan ropa y bañan a sus hijos. Son del Quiché, huyeron de la guerra hace tres años. Ellas no saben que ACNUR les reconocería su situación de "refugiados dispersos". Ahora trabajan con sus maridos en las fincas de la región. Los niños juegan y le devuelven al río su rostro natural.

A unos metros atraca un camarero mexicano; hoy trabaja México, mañana Guatemala, una y una, en el mejor los tratados bilaterales posibles. Julián López, camarero desde hace tres años, es un hombre de Huixtla que sobrevivió a un ataque a machetazos en un pleito de bolos. Perdió el movimiento de la mano pero no el jalón de sus piernas y brazos. Ahora transporta al comercio hormiga. Desembarca una mujer con tres cajas de jabones y pastas Colgate y otros artículos mexicanos. Embarca una señora mexicana con la canasta repleta de legumbres. Las dos se explican: Guatemala es baratísimo para los del otro lado del río: un trajecito de mezclilla para niño cuesta aquí 30 quetzales, 18 mil pesos; en Ciudad Hidalgo no se consigue por menos de 30 mil. Y los betabeles, la media docena cuesta seis mil pesos en México contra 900 en Tecún. La ventaja mexicana está en su industria: jabones, pastas y galletas pasan por toneladas, hormiguita tras hormiguita.

5. En el bar Loros una matrona y dos muchachas, salvadoreñas las tres, preparan sus cuerpos para la noche. Las llama el policía de Hacienda con el que yo tomo unas cervezas.

- ¿Te gusta esta piernuda? -me dice el hombre nacido en el oriente de Guatemala, y aprieta el muslo de una chinita-, te hará feliz por 20 quetzales. ¡Doce mil pesos, te das cuenta!

Y luego entra en confianza. En Guatemala hay una guerra, dice, los subversivos quieren el comunismo y los militares están para impedirlo. En esa guerra él ha matado a muchos. En 1981 trabajó en la capital, persiguió y torturó a los estudiantes. Jodidos, dice, apoyaron a la guerrilla, eran ellos o nosotros.

La chinita lo trae al presente. Antier apenas entró un operativo del ejército y la policía en Tecún. Dos días con sus noches para detener a más de 500 extranjeros. Las mujeres del Loros se salvaron por el apoyo del policía y 50 quetzales para un sargento.

"Maldita soledad -canta el policía con Cornelio Reyna en la sinfonola-, cuándo se irá, cuándo se irá mi mala suerte".

6. En el hotel Vanessa detuvieron en el operativo de ayer a 180 ilegales. Poco importa. Cuento ocho muchachos en shorts sobre la banqueta. En algún momento llegará el pollero por ellos.

La ruta de la pobreza

Arriaga, Chiapas, es el tercer puesto de control que Servicios Migratorios ha dispuesto desde la frontera. A 250 kilómetros de Tapachula un equipo de 18 agentes se turna entre la garita y las brigadas volantes en la línea del ferrocarril, la carretera y los caminos de extravío. A la medianoche del 23 de mayo, a un lado del camino entre Tonalá y Escuintla, la volanta espera el paso de los camiones de segunda. Poco a poco llenan el minibús con guatemaltecos y salvadoreños, los indocumentados más asiduos al tránsito hormiga, ilegales sin pollero, muchos de ellos deportados apenas la semana anterior. Es una jornada cualquiera para los agentes. Para unos inicia el turno; para otros empezó doce horas antes. Esperan pacientes, apenas atentos a los escapes de trailers y tortons rezagados en su viaje nocturno hacia el centro del país.

Hay quince gentes en el minibús, tres de ellos niños. Algunos tienen ya dos horas detenidos. Una muchacha canta el himno guatemalteco para convencer al agente que es de Tecún Umán y va a trabajar de sirvienta a Tonalá. Un flaco, chinito, es de Puerto Barrios, estudiante de leyes. "La propia necesidad obliga al hombre -dice-. En Guatemala los huesos están cortados".

Su compañero, risueño, al que los agentes han detenido hasta ocho veces, es albañil en Los Angeles. Dice que gana nueve dólares la hora, ya con rebaja.

- En Guatemala, 20 quetzales diarios -dice-. Sólo que seas cabrón.

- ¿Por qué no agarraste pollero? -le pregunto.

- El pollero te mete la pija.


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