La ciudad guardada en sus muros

La fundación de la ciudad de Puebla, en el año de 1531, se hizo con meticuloso cuidado, queriendo acotar el creciente poderío de los conquistadores-encomenderos y dar cabida a las continuas migraciones de Españoles peninsulares que reclamaban para sí tierra y mano de obra indígena gratuita para empezar una nueva vida en esta región recién descubierta y conquistada.

Este “ensayo de república” es intentado por primera vez en la Nueva España con la fundación de la Ciudad de los Ángeles, la que estuvo a cargo de la Segunda Real Audiencia y la especial tutela de su oidor Juan de Salmerón.

 

El valle de Cuetlaxcoapan, lugar en el que se fundó la ciudad de acuerdo a todas las crónicas, se encontraba deshabitado al momento de la conquista de México y estaba rodeado de varios señoríos indígenas comarcanos y era considerado como tierra sagrada muy propicia para realizar guerras floridas que mantuvieran vivos a sus dioses con la sangre de los guerreros tomados como prisioneros durante la batalla; de allí el nombre de Cuetlaxcoapan “lugar donde las víboras cambian de piel”, o “lugar donde los jóvenes se hacen guerreros”.

 

El 16 de abril de 1531, la ciudad fue trazada al oriente del río Almoloyan después llamado San Francisco y 5 meses después fue trasladada, durante el mes de septiembre, a su banda poniente por razones de seguridad e higiene ya que el lugar de la fundación sufría de graves inundaciones por los torrenciales aguaceros característicos de la zona. Al trazo se le dió un diseño rectangular, en forma de damero, con calles rectas y manzanas rectangulares delineadas a escuadra y compás, siendo estas de 100 x 200 varas castellanas[1].

 

Las manzanas cuyos lados se alineaban, el más largo en sentido oriente-poniente y el más corto en el sentido norte-sur, se subdividieron en ocho lotes idénticos de 50 x 50 varas, siendo la superficie territorial de estos solares de 1764 m2 aproximadamente, terreno suficiente para construir una cómoda casa-habitación con patio, traspatio de servicio y caballerizas (La actual Casa del Mendrugo ocupa la mitad de la superficie original).

La manifiesta protección real a la naciente ciudad angelopolitana que la declara como ciudad en los albores de su existencia, el año de 1532, la ennoblece prontamente al otorgarle en 1538 su escudo de armas donde emblemáticamente se pide a los ángeles “custodiarla en todos sus caminos”. Se otorgan fácilmente solares, huertas y “suertes de tierra” a sus primeros vecinos a quienes se les proporciona mano indígena para la construcción de sus casas y el cultivo de sus tierras, se les exenta por 30 años del pago de impuestos, se desvía el camino Veracruz-México para que cruce la recién erigida población y se traslada a ella la sede del obispado de Tlaxcala, el más rico de América y uno de los más extensos. Estas acciones hacen que la nueva Puebla creciera rápidamente y en pocos años se consolidara como la segunda en importancia de la Nueva España, llegando a avecindarse en ella lo mismo conquistadores y encomenderos que ricos comerciantes y labradores, incipientes artesanos e industriales y gran cantidad de clérigos y religiosos que la enriquecieron y afamaron rápidamente. A todos ellos la Ciudad les mercedó solares, huertas y “suertes de tierra”[2], por el sólo hecho de radicar en ella. Los más céntricos de estos solares, los que rodeaban la plaza de armas, se reservaron para los conquistadores y fundadores, con excepción de los predios que se cedieron para ser la sede permanente de los poderes civil y eclesiástico que gobernarían la novísima ciudad representados respectivamente por el palacio del ayuntamiento y la catedral angelopolitana.

En un segundo plano se ubicarían los predios destinados para el asentamiento de las principales órdenes religiosas que llegaron a la ciudad[3] y el otorgamiento de solares y huertas a nuevos pobladores civiles y eclesiásticos que lo solicitaren. Puebla desde 1543 fue la sede del obispado más rico de la Nueva España, uno de los más extensos y poblados. Más alejado de la plaza de armas se ubicaban los solares dados a artesanos, industriales y pobladores en general; además de las huertas, molinos y batanes que por su propia naturaleza necesitaban estar cerca de las corrientes de agua[4].

El predio en el que fue desplantada la Casa del Mendrugo perteneció primero a Juan de Ortega, uno de los primeros pobladores de la ciudad, a quien se le mercedó pocos años después de fundada ésta, cuando solicitó a su regimiento, el 1 de diciembre de 1534, ser recibido como vecino; su oficio era mallero[5]. Posteriormente la Casa fue hipotecada por este personaje a favor de los menores hijos del conquistador Pedro López de Alcántara, escritura signada el 30 de diciembre de 1553 ante el escribano público Andrés de Herrera e inscrita en el libro de censos correspondiente[6], [7].

El Sacerdote Juan Vizcaino, quien llegara a fungir como canónigo de la catedral angelopolitana, fue propietario también del inmueble, las casas del padre Vizcaino lindaban “por una parte con casas de Bartolomé Rodríguez de Fuenlabrada e por la otra con calle real y están frente casas de la compañía del nombre de Jesús desta ciudad que fueron de Francisco de Montealegre, difunto, e por delante calle real que va de la plaza pública al río de San Francisco, edificadas en un solar e medio poco más o menos”[8], la que contó además con su propia merced de agua desde el año de 1560, cuando el cabildo se la concedió al canónigo Vizcaino y la tomaba directamente de la fuente principal de la ciudad[9].

Es probable que la primitiva construcción de la casa de Juan de Ortega fuera de un solo nivel, hecha con materiales perecederos primero y “de cal y canto” después, cuando la Puebla de los Ángeles era ya “[…] la mejor ciudad que hay en toda la Nueva España después de México […]”[10] como lo expresara hacia 1540 el propio fray Toribio de Benavente “Motolinia” a quien tradicionalmente se le ha atribuido la fundación de la ciudad.


[1] La vara castellana tenía una longitud de 84 centímetros aproximadamente.

[2] Una suerte de tierra equivalía a unas diez hectáreas y media de superficie y era la cuarta parte de una caballería.

[3] Con excepción de la Orden seráfica de San Francisco que es la primera en asentarse en el valle de Cuetlaxcoapan y lo hizo fuera de la actual traza urbana, ubicándose en el lugar donde algunos historiadores y cronistas afirman fue el asentamiento primigenio de la ciudad de los Ángeles.

[4] Córdova Durana, Arturo, “la Traza material y espiritual de la Puebla del siglo XVI”, ponencia dictada en el Coloquio organizado por el Archivo General Municipal de Puebla para conmemorar el 469 aniversario de fundación de la ciudad, Puebla, abril 16 de 2000.

[5] Archivo General Municipal de Puebla (en adelante AGMP), Libro de Actas de Cabildo, No. 3, f. 26 de la foliación antigua.

[6] Libro de Censos, No. 2, f. 152 r. consultado en fotocopia.

[7] En el Archivo General de Notarías de Puebla (en adelante AGNP) sólo existen los protocolos de los tres primeros meses del año citado.

[8] Biblioteca Central José María Lafragua, Fondo Jesuita, Libro de escrituras y documentos antiguos. Años 1582-1760, ff. 39-39 v.

[9] AGMP, LC. No. 7, ff. 94 v.-94 v.

[10] Benavente, fray Toribio de “Motolinia”, Historia de los Indios de la Nueva España (estudio crítico, apéndices, notas e índices de Edmundo O´Gorman), 3ª ed., México, Ed. Porrúa, 1979. Colección Sepan Cuantos No. 129, p. 188.



La altura de la casa debió alcanzar muy pronto los 2 niveles debido a su proximidad a la plaza de armas y su ubicación dentro de las manzanas perimetrales a dicho centro rector por ser casa-habitación de las familias más pudientes y exitosas de la ciudad, dándole a la ciudad de Puebla desde el propio siglo XVI una fisonomía urbana propia de un gran asentamiento renacentista[11], tradición que posteriormente ha de gravitar en la evolución arquitectónica de la región poblana[12].

Este afán de grandeza de los habitantes poblanos se fortaleció y vio reflejado en la suntuosidad de sus casas, iglesias y conventos al finalizar el siglo XVI y gran parte del XVII, en el llamado “siglo de oro poblano”, tiempo en el cual la ciudad se enriqueció enormemente por ser el cruce estratégico de caminos que controlaba el flujo de las materias primas y productos terminados de la Nueva España y las mercaderías venidas del Oriente a través de las Filipinas y de la misma Península Ibérica; Será también el momento en que la ciudad se embellezca con sus calles bien trazadas, sus varios conventos y monasterios, sus eximios colegios jesuitas y palafoxianos, sus caritativos hospitales y hospicios y sus numerosas iglesias, edificaciones donde privaría primero el estilo manierista y el barroco después; siendo el primero una manifestación culta difundida entre los años 1570-1580 gracias a la consulta de tratados de arquitectura europeos como los Tercero y Quarto Libro de Architectura de Sebastiano Serlio y el de la Regla de los Cinco Ordenes de Arquitectura de Jácome Vignola y la circulación en la Puebla de los Ángeles de estampas y grabados flamencos, italianos y alemanes. El barroco sustituiría al manierismo a partir de la década de 1640-1650, cuando don Juan de Palafox y Mendoza, noveno obispo de la diócesis angelopolitana, terminara de construir nuestra suntuosa catedral, en la que el altar de los Reyes, construido por el maestro ensamblador Lucas Méndez entre 1642 y 1649 introduciría el barroco en Puebla al utilizarlo por primera vez en sus columnas salomónicas[13].

La casa del Mendrugo, al igual que la casa del Alfeñique, la Casa del conde de Castelo, mejor conocida como “de los Muñecos” y otras casas de mucha importancia en la ciudad fueron modificadas sustancialmente en sus estructuras arquitectónicas al mediar el siglo XVIII para agregarles un piso más y volverlas de tres niveles, en donde la planta baja y el entrepiso pasó a conocerse en arquitectura como “de plato y taza” por servir este piso intermedio como una extensión de la accesoria cuyo vano principal daba hacia la calle para permitir la adecuada exhibición y venta de sus mercaderías; quedando el piso superior para habitación del propietario y sus familiares, quienes tenían preparado un “salón de estrado con todo y dosel” por si el rey o su alter ego, el virrey si dignaba visitarlos algún remoto día.

Las fachadas de las suntuosas mansiones fueron cubiertas con azulejos y ladrillo en forma de “petatillo” gracias a la idea del insigne arquitecto José Miguel de Santa María a quien se le ocurrió uniformar así las fachadas de los colegios palafoxianos de San Pedro y San Juan con el Palacio Episcopal para darle una uniformidad estilística con un disfrute visual agradable que ejercería una gran influencia regional no sólo en la extensa jurisdicción territorial del obispado de Tlaxcala, con sede en Puebla, sino que alcanzaría a influir en los lugares más remotos de la Nueva España.

Es hasta estos momentos que la casa siguió siendo de propietarios particulares quienes la fueron transformando arquitectónica y estilísticamente hasta dejarla casi como hoy la conocemos.

La dirección del colegio jesuita de San Jerónimo, el más antiguo colegio de la órden en Puebla, debió adquirir la propiedad de la Casa del Mendrugo junto con tres más situadas en la misma cuadra o manzana pocos años antes de la expulsión de la orden de los reinos de la Nueva España, acaecida en el año de 1767 debido a la política absolutista del régimen Borbón de Carlos III.

La operación de compraventa fue concretada en la misma década en que la orden fue expulsada de la Nueva España, entre los años 1760-1767, por lo que el inmueble estuvo poco tiempo en su poder. Una vez ocurrido el extrañamiento de la orden religiosa, las propiedades fueron administradas de 1767 a 1774 por la Comisión de Temporalidades,

En un estado de cuentas que dicho colegio tuvo que rendir en 1774 a la Comisión se lee lo siguiente

“Colegio Seminario nombrado San Gerónimo de la Ciudad de la Puebla de los Ángeles en Nueva España. Documento 3º, en que con arreglo a los Artículos 5, 7 de la Real Instrucción se patentiza las casas que posé éste Colegio sus valores y rendimientos, como también las cantidades enteradas por cuenta de este colegio.

Tiene quatro casas en su circuito, las quales se compraron con los sobrantes de este Colegio a varios individuos, reportando una de ellas la manutención de 5 colegiales de oposición, cuyas noticias son las únicas que se an podido adquirir, pasándose a manifestar los valores de las citadas fincas:

Una en la Calle que llaman de la Palma, fabricada en tres órdenes de viviendas, esto es: vajos, entresuelos y principales, con fachada al poniente de 25 varas y fondo de 40; lindando por el Sur con casas que quedaron por fallecimiento del Presvítero don Manuel Martínez, y por el Norte con otra que también pertenece a este Colegio. Valorada en 17,440 pesos 6 reales.!”

Más adelante, la citada Comisión de Temporalidades reintegraría, en 1774, las propiedades al citado colegio de San Jerónimo para que, con sus rentas, pudiera el rector sufragar los crecidos gastos de la institución educativa.:

En aquellos momentos, la Casa del Mendrugo o “Casa Grande” como le decían, se componía “de once piezas altas, cinco de entresuelos y cinco vajas con las acesorias que son quatro”, y reportaba entonces una renta mensual de 47 pesos, dos y medio reales.

El colegio de San Jerónimo continúo funcionando como tal hasta el año de 1819 en que fue fusionado a los otros colegios jesuitas de San Ignacio y del Espíritu Santo situación que perduró hasta el año de 1825 en que desaparecieron como instituciones educativas religiosas para dar paso al surgimiento del Colegio del Estado, institución de carácter civil que en 1937 llegó a ser reconocida como institución independiente del gobierno del Estado, hasta alcanzar su autonomía el año de 1961.

La propiedad de la casa no fue afectada por las leyes de enajenación de bienes eclesiásticos de 1857 y las posteriores Leyes juaristas de Reforma ya que el inmueble pertenecía a una institución de carácter civil creada por el Gobierno del Estado por lo que fue posible enajenar el inmueble con toda legalidad, a favor de particulares en 1862, por el entonces rector del Colegio del Estado, don Juan Ortiz de Montellano.

El primer propietario porterior a la expulsión Jesuita fue José Guadalupe Pavón quien cedió prontamente la propiedad del inmueble al licenciado Carlos Báez quien era inquilino de la casa. El Sr. Báez hizo diferentes obras arquitectónicas en la finca “como enlozar el patio, poner puertas y vidrieras, extender los corredores, que sólo había en dos lados del patio principal, techado piezas, y aún construido dos nuevas en la azotehuela”,

El siguiente propietario fue Manuel M Arrioja en 1884

El 9 de octubre de 1890, la casa se vendió en precio de 18,000 pesos al rico comerciante y hacendado Francisco Ramírez y Miranda[14], originario de Huamantla, Tlaxcala y dueño de numerosas casas en la ciudad de Puebla[15] y en la villa de Libres, Puebla[16], así como de gran cantidad de haciendas en las municipalidades de Libres[17], Tepeyahualco[18], Tepeaca[19] y Acajete[20].

Don Francisco Ramírez y Miranda mandó acondicionar la casa a su gusto pues contaba con suficientes recursos financieros para hacerlo y sus iníciales F.R.M. aparecen más de una vez inscritas en los paramentos de la casa.

La casa se vendió poco tiempo después a favor de don Eduardo de Ovando, poblano de viejo cuño, quien la traspasaría casi de inmediato, el 3 de diciembre de 1901, al también hacendado y comerciante Enrique García Cano, de origen atlixquense[21]. La finca valía en ese momento 18 mil pesos, de los cuales 8,400 estaban reconocidos a favor del Hospital de Dementes.

Bajo estas mismas condiciones y precio el inmueble fue vendido dos años después, el 17 de julio de 1903, a don Tomás Lozano Zayas[22], hacendado atlixquense.

Cuatro décadas después en 1949, la adquirían por vía de remate el Lic. Luis Lozano Cardoso, familiar de don Tomás y el señor Bernardo Rojas Domínguez.

Dos años más tarde, el 6 de julio de 1951, dichos señores Lozano Cardoso y Rojas Domínguez venden la propiedad a los hermanos Lozano y Gómez Daza en precio de 48 mil pesos y enajenan el usufructo a favor de su sobrina, la señorita doña Ana María Lozano Martínez[23] y es hasta la muerte de doña Ana María Lozano, acaecida el 4 de mayo de 1954 cuando de consolida consolida definitivamente dicha venta.

Los hermanos José Luis, Carlos y Guillermo Lozano Gómez Daza, junto con doña María Guadalupe Lozano de Molina y la sucesión del finado Jorge Lozano Gómez Daza[24], transmitieron la posesión y dominio del citado inmueble a favor de don Agustín Méndez Ortiz, el 27 de junio de 1963[25] .

La casa pasa a ser de las hijas de Don Agustín Méndez Ortíz. Las hermanas y familiares Méndez Sánchez habitan la casa hasta el 16 de Julio de 1996 cuando es adquirida por la Sra. Margarita Mora Carreto.

La casa permanece vacía por 12 años y sufre graves deterioros y saqueos que la hacen inhabitable e inservible llegando a un estado cercano a su colapso.

La propiedad pasa en Julio del 2008 nuevamente a la familia Lozano cuando José Ramón Lozano torres, sobrino bisnieto de Tomás Lozano Zayas, la adquiere para convertirla en un centro cultural para la ciudad.


[11] Tovar de Teresa, Guillermo, La Ciudad de México y la Utopía en el siglo XVI, México, Seguros de México, S. A. 1987, p. 137.

[12] Castro Morales, Efraín, “Desarrollo Urbano de la ciudad de Puebla” en Artes de México, Puebla, México, Núm. 81-82, año XIII, 1966, pp. 8-10.

[13] Ibidem, pp. 66-69.

[14] Archivo del Registro Público de la Propiedad y del Comercio de Puebla (en adelante ARPPyCP), Libro 1, Vol. No. 20, ff. 86-86 v. Registro No. 123, de fecha 25 de octubre de 1890. Una copia simple de esta escritura fue agregada al Libro 5º, Vol. 49, ff. 173 r.- 177r. de este archivo.

[15] La número 8 de la Calle de Espejo, la número 10 de la Calle de Raboso, la número 2 de la Calle de la Palma, la número 3 de la Calle de Santa Clara y la número 18 de la Calle de la Fuente Alta de la Merced.

[16] La número 24 de la Calle de Jesús Bernal y la número 101 frente al Parque Colón.

[17] Hacienda de San Nicolás Tehuatzingo y su rancho anexo de Rossains.

[18] Hacienda de Pizarro.

[19] Hacienda de Gorospe con su anexa “La Joya”.

[20] Hacienda de San José Chiquiyuca. Para las referencias de las casas y haciendas citadas se consultó el AGNP, Notaría No. 10, Protocolos del año 1895. Escritura fechada el 24 de noviembre y asentada en el Registro Público de la Propiedad hasta el 14 de marzo de 1896 bajo los números 2 al 6 del Libro 1, Vol. 28, ff. 2 v.- 4 r.

[21] Cfr. AGNP, Notaría No. 5, Protocolos de 1901, Instrumento Público No. 2027. Una copia simple de esta escritura fue agregada al Libro 5º, Tomo 91, ff. 142 r.- 144 r. del ARPPyCP.

[22] La copia de esta escritura quedó agregada al tomo 99 del Libro 5º, a folios del 208 al 210 del ARPPyCP.

[23] Cfr. Escritura Pública No. 12,982, suscrita ante el mismo Notario.

[24] ARPPyCP, Libro 1, Vol. No. 193, folio 93v. El registro de esta escritura se hizo hasta el 16 de agosto de 1996 pues insólitamente no se había asentado en el libro correspondiente, razón por la cual el titular del Registro Público de la Propiedad en uso de las facultades que le concedía el reglamento en sus artículos del 28 al 61 procedió a enmendar dicho error.

[25] AGNP, Notaría No. 4, Volumen CCLX, Instrumento No. 20,501. Año de 1963. Escritura de fecha 27 de junio de 1963, agregada a folios del 163 al 173, del Tomo 813 del Libro 5º del ARPPyCP.