• Sergio Mastretta
  • 02 Mayo 2013
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Por: Sergio Mastretta

Junio 1990 trabajo

Tiempo completo

NAUCALPAN

La calle, la noche, los pasos mareados, la soledad del atraco. La calle, el día, los rostros estrechos, no eres nadie. Ya saliste, ya entraste, ya dormiste, ya cogiste, ya tragaste. Es de día, es de noche en la galera nublada del neón, en la bóveda celestial del ruido, en el clavado eterno al tiempo registrado en la cuota de producción, en el destajo divino para indulgencia de los ingenieros, en la cadena apocalíptica del ritmo electrónico. Estás despierto, existes, no eres nadie, caminas por este puente Levadizo, vas y vienes, eres la sangre del progreso: tiemblas de frío, te apestan los pies, te van a pagar triple el 25 de diciembre, llegaste pedo y no se dieron cuenta, el supervisor te dijo ái la llevas, te mentaron la madre por arrastrado, se trabó una tuerca y por un día no cagaste a la dice, tu vieja te dice anímate con el otro cuartito pa que hagas tus cosas a gusto y no nos vean los niños. Es de día, es de noche, estás en ese puente peatonal, viste a esos tres, te detuvieron los gandallas: afloja, pus qué chingaos quieren que aflojes, si ya saliste, si ya entraste, si no has cobrado, si no la chinguen muchachos, si no ven que eres un pinche obrero.

-Le ponemos en su madre por ojete.

-Pa qué, ñero, es un chambeador, ha de traer pa su combi y su refresco.

Sí, pa qué, existes, no eres nadie, pinche obrero.

TLANE

Pega el neón en la madrugada.

-¿Y por qué te mandaron a Cromados? -pregunta el viejo.

A los dos les quema la nariz ese humor ácido en el ambiente. Le tupen, pero platican.

-Por ese güey de Duarte -dice el muchacho, su ayudante-. No merece llamarse mexicano. Estaba yo en Tornos con un cuate que está a destajo. No sabía hacer la chamba, apenas me iniciaba, quebraba las brocas, me ponía nervioso. Me dice el otro: "Mira, no la haces, y yo tengo que sacar mi destajo, no me conviene trabajar contigo, estoy perdiendo". Fue y se quejó con Duarte, el supervisor. Me llamaron a la caseta, le pedí que me pusieran en otro lugar con uno que ganara igual que yo, pa que no peleáramos. "Sí, no hay problema -dijo-, mañana te cambio de trabajo". Al otro día me llaman de nuevo, ese Duarte como un Ingeniero de Relaciones: "A ver, muchacho -me dicen-, ¿por qué no quieres trabajar?". Me trabé de coraje, y el ruco riéndose. Entonces me llevan como el Jefe de Producción, le dicen que yo no quiero trabajar, que como ya tengo la planta no quiero hacer nada. "Muy bien -dijo el jefe-, que se vaya al tercer turno en Cromados". "Oiga -me defendí-, son cuentos, vea mi récord, no tengo faltas". "No me importa -me dice-, como motivo o sin motivo te me vas a Cromados. O escoge: castigo de tres días o Cromados en la noche". -Y aquí me tiene -terminó el joven su historia.

 

NAUCALPAN

Héctor trabaja en la Circular, una máquina soldadora de tijeras de bicicleta. A las ocho de la mañana el departamento es un estruendo entero de rebabas y chirridos. Cada quien en lo suyo, unos cuarenta hombres esmerilan, pulen y rebabean. Héctor está entretenido en la Circular, solda a una temperatura méndiga, mete y saca las piezas, tiene que sacar 400 tijeras en la jornada, ni modo, es eventual. Pero ese güerito de bata impecable, ¿por qué se le queda viendo? ¿Qué nunca ha visto a un camello chingarle?

-Bueno, qué, soy o me parezco...-le dice.

-¿Usted no sabe que esa máquina es automática?

-responde de tajo el güerito, a todo esto un ingeniero italiano.

-¿Quién le dijo?

-Lo digo yo, la máquina es italiana, debe tener un automático. ¿Ustedes se lo quitaron?

-Ah chingá, yo no le quité ni madres.

Y lo entiende todo: por qué duran poco los operadores en esa máquina que obliga a meterse al fuego para meter y sacar las tijeras pegado a un ritmo infernal: gira y metes la tijera, gira y solda, gira y sacas la tijera. Qué más les da, ellos lo que quieren es producción.

-Qué poca madre, con razón le pusieron La Ruleta de la Muerte.

Sí, qué poca, y el ingeniero le da una palmada en la espalda.

 

XALOSTOC

A qué extremo llegaba: ir al escusado, bajarse los pantalones, sentarse en la tasa. Todo para ver pasar el tiempo, para no sentirse molido por él. De quién huía, se preguntaba. No era del supervisor, jodido igual que él, con unos años más en la fábrica, arrastrado como cualquiera, con necesidades parecidas, con la mamonería común al puesto, prángana de pesera, tránsfuga de la Guerrero avecindado en Nezahualcóyotl. Tampoco de los ingenieros que se arrimaban a distancia prudente con sus carpetas y sus cascos relucientes: esos se la pelaban. Veía rabiar a todos los de la bata sacando stándares, poniéndolos un día a destajo y el otro a factor, siempre en el enredo de sacarles más producción. De quién huía ahí en el baño: vacilaba. Ahora mismo perdía dinero, cinco minutos fuera de la máquina, jugando gatos entre panochas y gallitos ingleses, rayando "el inge Huerta de relaciones es puto", asimilando concientes y subconcientes bajo el narcótico de aceite y mierda. Cómo se hacía pendejo.

Se fajó al ritmo de la compresora. Afuera ella lo esperaba, como siempre, con esa disposición húmeda de las mujeres. Lo había retenido, cuando tantos otros pasaron por su ritmo. Nunca tuvo temor del despido, ella y el se sacaban todo el jugo, jamás se enfadarían los jefes. Los ponían de ejemplo del slogan de "Calidad total" que manejaba la empresa. Ninguno de los dos objetaba las jornadas de doce horas para cumplir con los objetivos de la producción Y no era que ella lo hiciera todo y pareciera que él sólo quitaba y acomodaba piezas. Bien tratada sabía ganar segundos sin tener problemas con el control de calidad. Por qué entonces, le temía.

Los amigos se lo dijeron: "Ya te jodiste, es como una vieja, te enamoró y ya no te suelta". Pateó el banco junto a la máquina. "¿Quién pone en duda mi libertad?".

Poco después lo sacaron. No sintió el golpe, sólo la vista nublada. Una rebaba lo puso al fin en su lugar.

COACALCO

No hagas caso de esta moquera, muchacho, ya la tendrás con el tiempo. Alergia sílica, natural para los trabajadores DEL vidrio. Pero ya las cosas han cambiado, orita podemos platicar y nadie vendrá a molestarnos. Mira al horno trabajando... A veces me imagino ahí dentro, licuado en vidrio, apenas un borbotón rojo para acabar invisible en uno de esos grandes ventanales de Paseo de la Reforma, esa avenida que uno conoce por los anuncios de la televisión. ¿Te has puesto a ver qué lejos está Coacalco de Chapultepec? A veces creo que vivo en otro país. Pero mira el horno, ruge como el diablo.

Llévala tranquila y traga agua, pa la deshidratada, pero no te aburras. Tú no viste lo que era esto antes, cuando el patrón, antes de la cooperativa. Yo empecé a trabajar de hornero hace años, cuando no estaban esas bandas transportadoras que traen la materia prima. Entonces alimentábamos el horno con botes, palas y carretillas. "No hay dinero", decía el dueño, y a joderse. Subíamos los botes por una escalera y nomás sentías el calor del ladrillo rojo rojo ardiente por fuera del horno, algo que no se aguantaba. Pero nomás salía uno un ratito a descansar y vas pa dentro, porque cuando sale vidrio de tres milímetros parece que va corriendo y el horno se traga todo lo que le eches. Meneado, sube y baja, corre y trae, un hormigueo de botes, palas y carretillas. Y luego el dolor de cabeza, y el cuerpo flojo, sin agua. Pero el dolor de cabeza, eso era lo que más me podía, un dolor entre ceja y ceja por el que pasaba tragando mejorales disque pa espantarlo. Y mira esta panza, no es de pulquero, es de tragar tanta agua porque el calor te mata.

Qué... Ya te vas... ¿Qué vas a hacer? Bueno, llévate tu juventud a esas bandas transportadoras. Pero fíjense que no se apelmase el material, y ponte la mascarilla, no la chingues, porque cooperativa o no, el polvo es el mismo. Bueno, ya la tendrás, al tiempo, la silicosis.

 

VALLE DE MÉXICO

 

 

No es mala idea, a pesar de que el Gorrión se haya quedado jeta echado junto a los quemadores en la galera del Arenero. Que se joda en esta noche helada, que lo acalambre la cruda, que se lo parche el diablo. Ahí está ella, abandonada en el patio, ausente del hormigueo nocturno de Reparación Diesel, sola en su ronroneo lúgubre de máquina adormilada, con el rostro al sur cálido de la jornada libre de órdenes aguardientosas y eructos de aceite.

Los reflectores quiebran los durmientes tendidos a la oscuridad paralela que se tragó al camión Ferronales hace media hora -el próximo llegará de Buenavista hasta las dos-. Mejor patear un bote de Tecate para romper la claridad del silencio frente al Fichero. Un foquito débil alumbra las tarjetas con sus cuadritos de entrada y salida indiferentes. Sólo queda putear contra el reloj, el Gorrión y el Mayordomo de Auxiliares de la Casa Redonda, dejar esa corralera de tiempo muerto y caminar por el Patio de Abastos enchapopotado y mierdoso; los charcos de charol platean un mundo impecable de tuberías, tanques y satélites para la arena como cohetes siderales. Pero se te viene la tarde encima. Y qué tiene que seas un mono paleador de arena para locomotoras en el turno vespertino de los talleres del Valle de México. Que se pudra el Mayordomo que se largó en el Ferronales sin avisarles, que se cueza en los orines de las fosas que ellos limpian, que lo horneen sin prisa en el cilindro quemador del Arenero, que le ciernan todas sus pedas y desprecios, que lo trepen desmoronado al Satélite, que lo haga talco una carguera contra los rieles ahí mismo en Abastos a medio día a la vista de todos los monos que caciquea y deja colgados al primer pomo.

Patea el mismo bote de cerveza. Tiene la jeta del Gorrión culero. Tiene los huevos del Mayordomo. Quién puso ahí la Tecate, quién la puso a ella. Solitaria, con las farolas apagadas, con el ronroneo lúgubre en la aburrida revolución de los pistones, en el pesaroso sube y baja de las bielas. Eres una explosión cualquiera en un cilindro, una fumarola vil que nadie pela. El Mayordomo y el Gorrión están dormidos. Tú estás a media peda, solo, con ella. Cuentas los durmientes, pisas los charcos, ves el reflejo, en la noche el mundo es plateado. Un pie en el estribo enterregado, dos manos en los tubos helados, tres brincos en los escalones rugosos, un picaporte cómplice, una cabina centro de tu vida. Vuelta a la perilla que libera la corriente -siempre has dicho que guardas una para estos casos-, sometes a los motores de tracción. La manija del freno, un bufido que te calienta la sangre. El inversor adelante, la palanca de marcha en el primer punto; el ronroneo se alegra, se aligera, rueda suavecito, no se dan cuenta los durmientes. Va la farola encendida a la vía del tren 409 dispuesta con los cambios a favor al sur cálido, al fin de esa noche paralela a la carretera que se tragó al Ferronales rumbo de Pantaco, del puente de Cuitláhuac, del crucero del Circuito Interior, de la frontera de Nonoalco.

"Estás pedo", te acuerdas que dijo el Gorrión. Te esperan a la altura del puente de Cuitláhuac: cómo chingaos te vas a robar una locomotora. Los ves con sus chamarrones verdes y sus linternas, se trepan al vuelo a tu sueño de 120 toneladas. Los Agentes Especiales de Ferrocarriles.

"Cuál es la bronca, Gorrión, no pasará de que nos den una pinche calentada". (Sergio Mastretta)

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