• Gustavo Javier Hernández
  • 27 Noviembre 2014
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Este jueves 27 se presenta el libro El taxi de la unidad 88, del escritor poblano Gustavo Javier Hernández, en un evento organizado por el Instituto Municipal de Arte y Cultura. De este autor presentamos este cuento con el ánimo de abrir en Mundo Nuestro el espacio a la narrativa propia. La ficción puede alumbrar la realidad que nos abruma. 


Pesadillas continuas abruman mi mente. El sueño es ligero, lo bastante que ya he olvidado las dulzuras que contiene cada noche. El ocaso es ya ahora un trastorno. Mi propia identidad parece escabullirse.

Estos terribles sucesos tuvieron sus inicios desde que llegó a mí aquel libro carcomido. Recuerdo perfectamente su textura, sus amarillentas páginas y esa infernal portada que traía gravado el extraño nombre de Gimbaltu.  Cuando lo palpé por vez primera, deseé con todo fulgor ver su contenido y ahora me arrepiento aunque ya sea demasiado tarde. Lo hecho, hecho esta.

En los días que lo leí descubrí cosas las cuales no tienen que ser descubiertas. Esas fórmulas que sonaban como algo oscuro y prohibido parecían absorberme; sin embargo, seguí con la profana lectura que envolvía cada vez más mi alma.

¡Oh! ¿Por qué tuve que conseguir aquel Enenap que liberó esa fuerza?

¡Vaya que el destino es lo bastante caprichoso! A tal grado que pude conseguir tras mí delirio y obsesión la preciada Aremium que ni en el viejo Egipto se puede obtener.  Kefrén, Ramsés el soberbio, ni si quiera el mítico Menes habrían podido imaginar de tal fuerza que habita en el mundo; aunque los poderes no son para los simples mortales. Tarde, tarde lo he aprendido.

Mi pobre conciencia a hoy, dicen, ya no es lúcida; tal vez tengan razón o simplemente se equivoquen. No obstante, sea lo que sea disfrute sumergido bajo el transe de mi delirio del dulce Laerec; esa que ni en sueños el hombre podrá vislumbrar, mucho menos conocer ya que su ciencia es lo bastante pobre. Aunque bien se dice que detrás de algo bueno hay algo malo como lo que me sucedió más adelante…

Fue un catorce de marzo cuando me topé con el tétrico encantamiento del olvidado AYA TUK que incluso los sumerios pudieron ver. Maldigo mi curiosidad pues seguí al pie de la letra los conjuros que el día de mañana me hicieron preso de él y de mí mismo. Así invocando poderes inimaginables con un hechizo que salió de mi control, pude conocer el principio de todos mis miedos; por ello, un poderoso viento oscuro me arrastró a través de abismos sin dimensión y regiones donde todo lo conocido se desvanecía. El tétrico libro del Gimbaltu había ganado poniendo sobre mi algo de ese espantoso ser abominable que contagia a los seres de su terrible deformidad.

Desde ahora entiendo porque el gran Kefrén mando a edificar la milenaria esfinge o del porque en las antiguas civilizaciones gravaban imágenes de seres antroformos que solo la historia o la mitología hoy recuerda.

A mi suerte, el viejo frasco que contenía la sagrada Aremium se desquebrajó en aquel momento de pesadilla rompiendo toda conexión de espacio-tiempo; consiguiendo y de pura suerte librarme de la opresión del AYA TUK que me absorbía bajo aquella diabólica mirada.

Al despertarme de ese sueño traslucido mi cuarto yacía regado y cubierto por el polvo estelar; mientras que el Enenap se había consumido por completo dejando seca mi habitación. De esta experiencia solo la memoria de mi diario guarda el terrible secreto. El libro del Gimbaltu trate de quemarlo, de cortarlo, de destruirlo de las mil maneras pero no había al parecer una manera. Así que opté por enterrarle…

Por último cabe decir que la tierna imagen del Laerec se ha fugado, entre mis recuerdos nada hay de esa dulce experiencia. Lo único que ha perdurado es la terrible mirada del cruel y despiadado AYA TUK que a veces creo verla reflejada entre mis propios ojos. Por ello, me he desecho de todos los espejos del interior 

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