• Julio Glockner
  • 29 Noviembre 2012
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Por: Julio Glockner

 

Lo sagrado y lo profano

Sucede que la noción de lo sagrado, que ordena la visión del mundo en las sociedades tradicionales, desvanece las fronteras entre interioridad y exterioridad a las que nos hemos acostumbrado en las culturas occidentales modernas.  Las imágenes que se tienen al consumir plantas visionarias son consideradas entonces, por la ciencia moderna, como alucinaciones, porque se considera que carecen de un emisor externo y que son producto de la mera subjetividad del individuo. Sin embargo, un chamán piensa que mediante la ingestión ritual de estas plantas se abre la oportunidad de ver, no hacia su propio interior, sino hacia la conformación esencial del mundo, donde espíritu y materia son uno mismo.


Cuando a María Sabina se le revelaba el Chicón-Nindó sabía que estaba mirando y hablando con el cerro que está al lado de su casa, y que podía trabajar ritualmente con él porque esencialmente ella y él, y los enfermos y consultantes que trataba, son parte de una unidad cósmica que el consumo de hongos sagrados hace evidente. Es fundamental, entonces, esclarecer la noción de lo sagrado y no renunciar a ella mediante una pedantería racionalista.


No voy a cometer la insensatez de intentar definir lo sagrado, más bien intentaré aludir a su sentido contrastándolo con la idea de lo profano. Lo sagrado surge de la capacidad de asombro de los humanos. El hecho mismo de que el mundo sea y que el hombre lo experimente intensamente, es la fuente de lo sagrado. Lo sagrado es un estado anímico que aparece cuando el hombre se sabe plenamente integrado a lo existente.


Es un lugar común afirmar que el miedo a ciertos fenómenos naturales (tormentas, temblores, erupciones volcánicas) fue lo que originó el pensamiento religioso y condujo a los humanos a rendirles culto para poder apaciguarlos. Esta idea, repetida hasta la saciedad, es sin embargo inconsistente porque supone al humano como recién llegado a un mundo que lo asusta porque le es desconocido. Es decir, esta idea ignora el milenario antecedente biológico del homo sapiens sapiens  que entró a su propia humanidad por la puerta de los primates inferiores. Es decir, el humano no llegó al mundo sino que brotó de él. Cuando el hombre, gracias a la particular evolución de su sistema nervioso, adquiere conciencia de esta pertenencia al cosmos, cuyas fuerzas operan dentro y fuera de él, surge la experiencia religiosa, pero no motivada por el temor, sino por la conciencia de pertenecer al todo. Es a parir de esta conciencia que se desplegará una mitología y un ritual para dar cuenta de este vínculo sagrado con el cosmos. El pensamiento religioso no surgió a causa del miedo, sino del asombro de pertenecer al mundo. 


Cuando el humano piensa y sientesu situación en el mundo, se sabe parte de algo inconmensurable, de algo que lo rebasa infinitamente. En la raíz misma de la experiencia mística se concibe la superioridad de lo existente en relación con la experiencia personal, es decir, se es plenamente consciente del modo descomunal en que lo existente excede a la vida personal. Pero al mismo tiempo es un momento luminoso en que la materia, a través de la conciencia humana, se piensa a sí misma, y en ese sentido se produce un desvanecimiento de la individualidad y un poderoso sentimiento de pertenencia al todo. De modo que la infinita pequeñez personal se compensa simultáneamente con el sentimiento de pertenencia que integra al individuo al cosmos.  Lo sagrado, entonces, es conciencia de esta unidad, mientras que lo profano es el mundo de la diferencia, de la distinción sujeto-objeto en el que predomina la conciencia de la separación de eso que llamamos yo, con el mundo que lo rodea, mundo sobre el que, por otra parte, se debe operar pragmáticamente para poder sobrevivir.


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