• Julio Glockner
  • 29 Noviembre 2012
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Por: Julio Glockner


Regalo expiatorio y banquete sacramental

En el mundo religioso mesoamericano existieron dos grandes variantes sacrificiales practicadas también en la antigua Grecia, en Egipto, Mesopotamia y la India. Siguiendo a Edward Tylor y a Marcel Mauss, Antonio Escohotado denomina a la primera regalo expiatorio, que consiste en el obsequio de una víctima a la deidad o a los seres espirituales a través del sacrificio. Lo que motiva el acto de obsequiar es la idea de congraciarse con los seres sagrados mediante un acto de reciprocidad simbólica, gracias al cual un individuo o un grupo ofrecen algo a cambio de sí mismos. Ese algo puede ser desde un cabello arrancado de la cabeza o una gota de sangre extraída del cuerpo, hasta un animal o una víctima humana, la idea siempre será la misma: aquello que se ofrenda cubre una deuda. La religiosidad mesoamericana era exuberante en sus donaciones, así  nos lo hacen ver las crónicas del siglo XVI y las evidencias arqueológicas que han desenterrado suntuosos ofrendas que comprenden restos humanos y de aves, de fauna terrestre y marina, joyas, atuendos, objetos rituales e infinidad de flores.

La segunda variante, llamada banquete sacramental, concibe el sacrificio como un acto de participación, que no sólo establece un vínculo entre lo sagrado y lo profano sino una unidad más alta entre los miembros de un grupo. El complejo religioso ligado a esta variante emplea en forma sistemática sustancias psicoactivas desde tiempos que se remontan a los paleohomínidos, cientos de miles de años antes de la revolución neolítica. (Escotado: 2000 p.p. 35, 42) El ágape enteogénico es entonces una de sus expresiones más relevantes pues en él se consuma un rito de comunión entre los hombres y de identidad de los hombres con los dioses. Esta forma sacrificial se vincula con una naturaleza esencialmente animada, que postula una co-pertenencia de lo divino y lo humano. Desde luego que estas variantes no son excluyentes y pueden coexistir, como ocurre en Mesoamérica, en forma complementaria. Este tipo de sacrificio, vinculado a la figura del chamán, existía diseminado en el cuerpo social, actuando en el ámbito doméstico, en la aldea agrícola y el calpulli urbano, procurando restablecer la salud, la fortuna individual y familiar, celebrado frecuentemente para encontrar objetos o animales robados o perdidos, para lograr una buena caza y recoger una cosecha abundante, para conocer las intenciones de un adversario, para restablecer  relaciones personales y comunales entre tantas otras preocupaciones y anhelos que acontecen en la vida cotidiana y que encuentran en el consumo ritual de plantas sagradas un elemento eficaz para enfrentar e intentar resolver problemas en las más diversas circunstancias.

En el México antiguo el empleo de plantas visionarias comprendía un espectro tan amplio que iba desde su empleo doméstico hasta su utilización en los grandes ceremonias públicas. Fray Diego Durán y Hernando Alvarado Tezozomoc escribieron que los invitados a estas grandes celebraciones eran obsequiados con banquetes, ricas mantas y adornos personales. A todos ellos se les proporcionaban ramos de flores y sahumadores en los que se depositaban resinas y flores aromáticas, pero también tabaco y yauhtli (tagetes lucida) dos potentes psicotrópicos. 


Es necesario advertir que los textos de los cronistas recrean, con una imaginación que suponemos no pierde de vista la información que han obtenido de diversas fuentes, escenas que a veces abundan en detalles y que siempre se balancean entre la literatura, la referencia histórica o mítica, y la descripción etnográfica, todo teñido por una visión judeocristiana del mundo.  En este ámbito discursivo, cualquier intento de interpretación debe proceder con suma cautela, procurando no crear situaciones ficticias carentes de sustento, pero tampoco debemos omitir, por una suerte de autocensura, aquello que bien puede provenir de la deducción.


Durán y Tezozomoc mencionan que al arribar Tizoc al poder, después de la muerte de Axayacatl, ocurrida en 1481, se distribuyeron entre los asistentes distinguidos “hongos montecinos con que se embriagan, que llaman cuauhnanacatl, y comidos comienzan el canto en muy alto punto, que retumba la gran plaza. Desde a un rato, les tornan a dar de comer de los hongos borrachos, que comiendo dos o tres de aquellos mojados en un poco de miel quedan tan borrachos perdidos que no saben de sí. Y luego el canto en más alto punto que el primero, y luego, a medio baile y canto, los llaman a todos y les dan otra vez vestidos, todo cumplidamente, a cada uno como la primera vez… y esto duró por espacio de cuatro días…


Por la  crónica de un tal Gaspar de Covarrubias, gobernador de las minas de Temazcaltepec, escrita en 1579, sabemos también que los indios matlaltzincas tributaban a los señores de México: “… hongos con los cuales el pueblo se emborrachaba…” De modo que para las grandes festividades no sólo se consumían los hongos que estaban a su disposición en las laderas de la Sierra Nevada, sino que se proveían de los hongos que crecían en otras regiones sometidas al dominio mexica.  Si la cifra que Tezozomoc menciona no es inexacta, la cantidad de hongos que se requerían en las grandes celebraciones era bastante grande. El autor de la Crónica mexicana menciona dos mil danzantes en el patio de Huitzilopochtli los días en que se festejaba el ascenso al poder de Moctezuma II. Dice lo siguiente: “Y luego apagaron las lumbreras que estaban en el patio para que ubiese lugar para todos, que eran más de dos mil en la danza. Y antes de entrar en la danza los extranjeros, les dieron a comer hongos montesinos, que se embriagan con ellos, y con esto entraron a la danza”.

 


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