• Julio Glockner
  • 29 Noviembre 2012
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Por: Julio Glockner

 
Temores infundados

Son dos los principales temores de la gente ante el consumo de marihuana: el primero consiste en pensar que es un puente para conectar a la persona con drogas más potentes y peligrosas; el segundo que la persona se vuelve violenta bajo sus efectos y está en un serio riesgo de convertirse en un delincuente o un criminal. Estas inquietudes vienen de muy lejos y se repiten constantemente a pesar de haber sido desmentidas en varias ocasiones por minuciosos estudios realizados por diversas instituciones de salud en distintos países y épocas: desde fines del siglo XIX por el gobierno británico, hasta 1978 por el gobierno francés y por supuesto en Estados Unidos, según informa Antonio Escohotado, una de las autoridades mundiales en el tema de las drogas, en su libro, La cuestión del cáñamo.

El llamado Informe Pelletier, encargado por el gobierno francés en 1978 para comprender con bases científicas el asunto (algo que debió hacer el gobierno mexicano hace mucho) concluye lo siguiente:

“Los efectos a corto plazo de marihuana fumada en dosis medias son mínimos o latentes, aunque sean patentes para el hachis en muy altas dosis. Los efectos a largo plazo son discutibles… Los fumadores forman grupos homogéneos y poco inclinados, por no decir hostiles, a otras drogas, sobre todo a la heroína… Un adolescente que fume marihuana de modo ocasional no puede considerarse toxicómano, en el sentido patológico del término. El informe añade que no sería justo ni moralmente honesto, dejar de subrayar que los consumidores de drogas legales (como el alcohol) representan un coste social incomparablemente superior.” (Escohotado: 1997, p. 46,47)

En 1972 Richard Nixon encargó a 13 especialistas (psiquiatras, juristas, sociólogos, senadores) una investigación sobre el tema. Los resultados se conocen con el nombre de Reporte Oficial de la Comisión Nacional sobre Marihuana y Abuso de Drogas y concluyen lo siguiente: 1) “El uso de marihuana frena la agresión; 2) No hay pruebas de que su empleo conduzca al uso de otras drogas.”

No obstante, los partidarios del prohibicionismo, en un intento por hacer valer una posición ideológica más que científica, realizaron a principios de los ochenta, también en los Estados Unidos, una serie de investigaciones poco honestas en el afán de demostrar la condición adictiva de la marihuana y su propensión al crimen sin motivo alguno, según declaraba enfáticamente Ronald Reagan. Fue así como un grupo de experimentadores se sirvió de algunos pacientes que eran recompensados con dinero, para suministrarles dosis hasta cien veces superiores a las que puede administrarse un fumador de marihuana o hachís. Algunos se asustaron gravemente, otros reaccionaron con desagrado y algunos más pidieron repetir la experiencia. De aquí dedujeron los nada imparciales investigadores, hasta qué punto es adictivo el cáñamo, añadiendo, desde luego,  que despierta un “furor criminal, la conducción temeraria de vehículos, el gusto por la pornografía e incluso el satanismo religioso.” (Escohotado: 1997, p. 48)

 


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