• Fernando Fernández Font/Rector Ibero Puebla
  • 03 Septiembre 2015
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El ejercicio de la rendición de cuentas es un deber, no sólo de los servidores públicos, sino de todos aquellos que de alguna manera vivimos nuestra función en servicio del bien común. En éste, mi segundo informe, quiero mostrar los pasos que la Universidad Iberoamericana Puebla ha ido dando a lo largo de este tiempo.

 

Ha pasado un año en el que nuestra institución ha vivido de cara a una sociedad compleja. Un panorama que ha retado nuestra misma actividad académica y que, sin duda, la ha obligado a ser consciente del precio que ha tenido que pagar, por haber asumido decisiones no fáciles. No afrontar este reto, hubiera sido ir contra la tradición ignaciana que, antes que otro compromiso, su deber está con la verdad. Acciones de todo tipo han permeado nuestros espacios y en todas ellas hemos tratado de ser fieles a nuestro lema: “La verdad nos hará libres”.

 

Sabemos que vivimos en una época en la que los sofismas dominan el discurso oficial, tanto en temas políticos como en cuestiones educativas. La propaganda oficial va por un lado y la realidad por el otro. Diversos actores de la sociedad con demasiada facilidad mencionan “la defensa de los derechos humanos” o el orgullo de un “estado de derecho”; sin embargo, la verdad es que con demasiada frecuencia se conculcan las garantías más elementales de la población.

 

Algo parecido sucede con el tema de la educación: sin radicalizar su contenido profundo, se habla con demasiada ligereza de educación humanista, de valores, de formación para el bien común, para la ciudadanía; sin embargo, esto no se hace desde los verdaderos intereses de la mayorías excluidas, sino desde una visión de clase que sólo procura los beneficios de los mismos que se han visto privilegiados con una formación a la que más de 7 millones de jóvenes no han podido acceder.

 

Como acaba de señalar recientemente el investigador Humberto Muñoz García, con tantas cosas que pasan en la sociedad, es fundamental que la universidad tome plena conciencia de su ser histórico y se valorice” (1). Tomar plena conciencia del ser histórico es caer en la cuenta que el acto educativo se realiza en un contexto determinado, con una estructura socio-política concreta y con intereses que ponen en juego a los principales actores de la sociedad. Y, ahí, en esa lucha, se encuentra inmersa la institución universitaria. La Universidad no es eterna, atemporal, ahistórica. Eso es ideología. Y ante esa lucha antagónica es ante la que tiene que definir de qué lado está, cómo quiere jugar, con qué actores quiere identificarse o, en su lugar, confrontarse.

 

A este propósito, un documento reciente de los jesuitas sobre las Universidades y la justicia (2) señala que “la Compañía debe discernir qué tipo de sociedad es conveniente y, consecuentemente, qué tipo de universidad se precisa. Esta es una pregunta central en el discernimiento de la misión y que las universidades deben plantearse constantemente”.

 

Dentro del descrédito en el que han ido cayendo muchas instituciones de nuestra sociedad, algunas Universidades siguen siendo dignas de respeto. Gracias a su inteligencia universitaria y a su presencia crítica en la sociedad, han ido acrecentando su peso social.

 

Es claro –como continúa Muñoz García- que una revisión del proceder institucional y de las opciones que la institución educativa realiza debe “permitirnos recobrar fuerza para hacer la crítica social, frenar los excesos del mercado y colaborar de cerca para estimular el desarrollo social” (3). Puedo afirmar que nuestra Universidad ha caminado por estos rumbos y ha dirigido sus potencialidades hacia esa intencionalidad.

 

La última Congregación General de los jesuitas evidencia “que la justicia puede comprenderse dentro de un marco de relaciones de alianza, que conlleva compromisos más allá de las relaciones contractuales, moviendo a defender al excluido, a situarse junto al marginado y a desafiar las estructuras sociales injustas”. (CG 35, D.3, N. 2)

Así pues, la coherencia con los principios es lo que hace valiosa una Universidad; pero que esos principios busquen la justicia e igualdad, es la que la hace imprescindible en una sociedad como la nuestra. Y esto es justo lo que hemos tratado de mantener a lo largo de este segundo año. Hacer declaraciones de principios es demasiado fácil; lo difícil es ser coherente con ellas.

 

De ahí las tensiones generadoras que confirman el objetivo final al que aspiramos: tratar de dotar a los alumnos “de valores que están por encima de lo que se gana con dinero, la fama y el éxito” y de formar “líderes preocupados por la sociedad y el mundo, deseosos de acabar con el hambre y los enfrentamientos en el mundo”; –pues como indica el P. Kolvenbach- “ser ciudadano implica reflexionar sobre los problemas complejos que afectan a la humanidad, servir con generosidad sin necesidad de recibir nada a cambio, divulgar conocimientos que desenmascaran prejuicios sociales y discriminaciones, tomar parte en los debates públicos e influir en los ámbitos de decisión con rigor y empeño en favor del bien común”. (4)

 

 

Así pues, éstos son los pasos que hemos dado en nuestro caminar a lo largo de este segundo año. La Universidad Iberoamericana de Puebla se consolida, sin perder de vista los ideales que siguen siendo el acicate que nos impulsa a seguir en la brecha. Estamos hechos para más como universidad jesuita: como académicos, formadores, empleados, alumnos, egresados, como esta gran comunidad ignaciana que somos, sabemos que podemos dar más; que aún debemos ir más lejos. En la espiritualidad ignaciana no basta con lograr un bien; lo que se pretende es “el bien mayor”. Igual sucede con la sociedad en la que nos encontramos: estamos persuadidos que podemos tener otra sociedad más al modo del Reino proclamado por Jesucristo.

 

Eventos como los que se llevaron a cabo en favor de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa son para nosotros semillas de esperanza, porque nos están evidenciando que nuestros estudiantes, de mano de sus profesores, no sólo están atentos a las injusticias y abusos que suceden en nuestra sociedad, sino que tienen la creatividad para mantener vivo el clamor por la justicia. Desde su propio campo disciplinar, han ido expresando sus potencialidades y demostrado que pueden y podrán salir adelante con su profesión, sin traicionar los ideales de justicia.

 

Al igual, el que haya surgido de nuestras aulas un estudiante como Manuel Alberto Merlo que, a pesar del amedrentamiento que sufrió en su propio hogar, siguió adelante con su candidatura independiente y quedó como 4ª fuerza, es una confirmación de la coherencia que buscamos entre nuestros principios y la puesta en práctica de los mismos.

 

De hecho, desde los albores de la Compañía, nuestras instituciones de Educación Superior han procurado formar integralmente personas que pudieran liderar el proceso de crecimiento y modernización de las ciudades y naciones en las que se encontraban. Como señalaba el P. Kolvenbach, “todo centro jesuita de enseñanza superior está llamado a vivir dentro de una realidad social… y a vivir para tal realidad social, a iluminarla con la inteligencia universitaria, a emplear todo el peso de la universidad para transformarla” (P. Kolvenbach, 2000b, 308).

 

No sólo afirmamos nuestro modelo humanista socialmente comprometido, sino que tenemos las mediaciones que nos permiten evidenciar la congruencia de nuestras prácticas.

No sólo hablamos de humanismo, sino que hacemos la defensa y promoción de los derechos humanos; no sólo hacemos crítica a la sociedad de consumo, a los bajos salarios, a las injusticias que se cometen en el mundo laboral, sino que proponemos una nueva forma de realizar el proceso productivo del país a través de la propuesta de la economía social y solidaria; no sólo nos unimos afectiva y afectuosamente al Papa Francisco en su Encíclica sobre “El Cuidado de la Casa Común”, sino que la respaldamos con nuestro Instituto Interdisciplinario de Medio Ambiente. Y el Instituto de Diseño e Innovación Tecnológica (IDIT), ha llegado hasta grupos productores campesinos y sub-urbanos para abrirles espacios a la incubación de sus empresas y la aceleración de las mismas. La tecnología puesta a su servicio, va demostrando todo lo que es capaz nuestro modelo jesuita al integrar la técnica y la “ciencia con conciencia”, a fin de aportar soluciones y propuestas a las sociedades marginadas.

 

El P. Ellacuría anticipó el camino: “La Compañía, fiel a su carisma –señala-, debe estar en la avanzada que en el mundo actual significa estar en lo más bajo de la historia junto a los crucificados. Desde esas cruces debe denunciar todo aquello que en su contorno inmediato contribuye a crear la miseria y el dolor del mundo, debe compartir la suerte de aquellos para quienes vivir es su máxima tarea y la muerte su destino más cercano; debe defender los derechos de los hijos de Dios, sobre todo el derecho a la vida”. (Ellacuría, 1993, 115).

 

La Agenda 2020 sigue manteniendo nuestro rumbo. Nos sentimos muy satisfechos con lo logrado: un campus cada día más amigable para los alumnos; una academia con gran calidad y ofertas cada día más innovadoras; un cuerpo de maestros, formadores y administrativos convencidos que la vocación de una Universidad jesuita es “dar más”; una calidad que no se mide como éxito profesional, sino como pertinencia social.

 

En apego a nuestro Modelo Educativo Ignaciano, nuestro criterio más radical de evaluación no está referido exclusivamente al tiempo que pasan nuestros alumnos por el campus universitario, sino a lo que hayan llegado a hacer y a ser en su futuro próximo y la capacidad que hayan mostrado de mantener su compromiso con el mundo social y laboral desde el parámetro ignaciano.

De ahí surgen algunos indicadores que nos sirven para evaluar a estos mismos egresados: como el tipo de trabajo que desempeñan, en qué medida benefician a la sociedad, cuáles han sido sus decisiones vitales más importantes o por qué valores se han regido. Este concepto de excelencia puede estar distante de los que suelen utilizarse para los rankings universitarios, pero es el que verdaderamente consideramos pertinente.

 

El rumbo está claro. Seguimos siendo una Universidad histórica que va evolucionando a fin de responder de forma más pertinente a los requerimientos de la sociedad concreta en la que está enclavada. La innovación, que va siendo el motor de nuestra Universidad, no puede surgir sino de la combinación de tres elementos: la crítica realidad exterior, la inteligencia universitaria y el acicate que surge de la “Buena Noticia” del Evangelio, como horizonte que nos guía y dinamiza. Estos son los grandes derroteros por los que queremos seguir avanzando hacia el 2,020. No queremos más, pero tampoco menos que ser “la Universidad Jesuita en Puebla”.

 

 

1 Muñoz García, Humberto. “Prioridades políticas para conducir la Universidad” en Campos-Milenio. 7 de mayo de 2015. No. 606

2 Varios, “La Promoción de la Justicia en las Universidades de la Compañía”; Roma, 2014

3 Muñoz García, Ibid.

4 Ibid.

 

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