Una catástrofe nuclear: las notas se expanden con la regularidad de un bocado radiactivo por todos los diarios noticiosos. Nada luce esperanzador; todo muestra su hambrienta y terrible cara de guerra. Ucrania es “El último territorio” en disputa. El amor bélico, ese sempiterno anexo a la naturaleza humana que tunde noche y día las ideologías. Una auténtica “rusofilia” voraz e inflamable que confunde su conciencia y destruye su actuar mediante el empleo de su esencia cismática –un tanto al puro estilo de Raskólnikov, de Dostoyevski- que se vislumbra en los catorce ensayos de carácter histórico, “muestrario de extravagancias” que el autor expone en doscientas once páginas. Una Ucrania forzada para adaptarse a las exigencias, al pluralismo, dando refugio a casi todos aquellos perseguidos por su raza, nacionalidad o religión.
Esas noticias desagradables que llegan desde aquellos territorios fríos de Europa y que hoy vuelven a ser relevantes por la nueva tensión que surge entre dos antiguos enemigos nucleares: la Rusia de Vladímir Putin y los Estados Unidos de Norte-América -de los ufanos nombrados reguladores del mundo-. “Lo que sucede es que bajo nuestros pies yacen demasiados cadáveres” dice Yuri Andrujovich incisivo en los argumentos de sus críticas elegantes en relación a las costumbres, a la historia, a la cultura en general que fluye entre la gente y población ucraniana. Lo mismo de cómo se han ganado terrenos, que perdido territorios; “un apocalipsis urbano que es relativamente nuevo”. Cada texto no está sometido al rigor típico del ensayo pretencioso y erudito. El autor se desprende de ese rol (a cuyo ejercicio, de cualquier forma, estaría autorizado gracias a la posesión de notables atributos intelectuales) para convertirse en la voz amiga y sincera de un hombre dolido, enfadado; testigo del quebranto diario ante las condiciones opresoras que obligan a partir y a morir a gente inocente, que no tendría que perder porque ama el territorio a pesar del confinamiento que la historia le ha planteado.
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