• Por JR Sánchez
  • 05 Junio 2014
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Escuchaba intentando disimular la pena, pero no podía dejar de mirarle la boca al pronunciar ciertas palabras (pero es que tiene unos labios que lucen deliciosos, en especial cuando sonríe y su boca tan coqueta se mueve hacia un lado). ¡Maldito nerviosismo! Por momentos me sentí arrepentida. ¡Yo y mi bocota!  “¿Qué es lo que más te gusta de tu cuerpo?” ¡Y así, sin pena, totalmente desinhibido, me estaba  hablando de sus intimidades, de su “cosa”! (aunque bueno… si es como lo cuenta, no debe ser una cosa tan fea). Agggrrr, ¡ay sí, pendejo! ¡Debe ser un pinche cogelón de primera! Un promiscuo maestro que así sin más, se pone a confesarle intimidades a cualquier taradita que se lo pregunte con tal de presumir… ¡Presumido como todos los hombres! Y de seguro ésas se lo creen porque yo… (Pero si no lo creo del todo, ¿por qué me inquieto? ¿Por qué siento acalorado todo el cuerpo? ¿Y esas veces en que me humedezco?) ¡Carajo! ¿Por qué no soy tan zorra como mis amigas? Así todo sería más fácil. Podría ir al cine gratis, comer en lugares padres, tener un chofer a cualquier hora del día, podría empezar los ahorros que tanta falta me hacen al evitarme varios gastos, una temporadita y, cuando me fastidie, pues a la chingada y me busco a otro. ¡Como él, que estoy segura que así debe de comportarse, el muy tarado! Con la misma frescura con la que se expresa de su pito bien podría decirle: “Sólo hablas. Hasta no ver no creer”. Coquetearle un poco, dar lugar para que el menso caiga redondo, reaccione y, atendiendo a la naturaleza fácil de los hombres, me responda: “Cuando quieras vamos a un lugar que te guste, donde la pasemos bien y lo comprobamos” ¡Y ya está! Pero eso sí, antes le saco una buena cena y ya después que pague un lindo hotel; disfruto un rato de los placeres del sexo (que, por cierto, tanta falta me hace), caricias, placer (después de todo feo no está). Un acostón saludable para calmar las ansias y después tan amigos como siempre. Y bueno, por sus estúpidas manías nos seguiremos viendo  en el ambiente del café y en el de sus pinches letras que tanto ama y, ¿quién sabe?, si me gusta, quizás hasta lo repitamos varias veces.

Pero… ¡Aaaaahhh, malditos hombres! En algunas cosas se sienten tan seguros.

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