Cada vez resulta más inconcebible el soportar las cosas que suceden en “nuestro país”. Tanto, que resulta incierto, ajeno y extraño, llamarle nuestro a un lugar en el que todos los días se pierde el sentido de pertenencia, o quizá y peor aún, a ciertas generaciones nunca les ha pertenecido. Todos los días somos testigos inconformes de noticias que atropellan las buenas costumbres, las buenas intenciones; la justicia, la equidad, el orden, la gobernabilidad, el control, son palabras devastadas que se desmoronan, que se arruinan en una práctica obsoleta, donde sólo sacan partido los canallas, los tramposos, los deplorables. El acontecer de un habitante cualquiera, que se enfrenta al día con la fuerte y firme intención de hacer algo provechoso, productivo; de poner su empeño y todos sus deseos plausibles para mejorar, para cambiar las condiciones. Basta con indagar un poco, sólo un poco, para encontrar cualquier deseo que pudiera ser positivo en el desempeñarnos a favor de México, a favor de las nuevas generaciones, en favor de aquellos a los que sí les interesa hacer algo mejor de lo que ya se ha hecho. Pero entonces, vienen las noticias, las cosas absurdas que nos restriegan en la cara, las situaciones inexplicables, las que confirman que todo gira en torno a esos grupos de poder o de poderes. Abusivos, granujas, traidores arteros, los adjetivos para calificarles ya no son precisos. ¡Malditos! Mil veces ¡Malditos!
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