• Raúl Picazo
  • 20 Marzo 2014
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En la novela El camino de Ida de Ricardo Piglia, encontré una idea sugestiva que simplemente dan ganas de llevar a cabo: la única forma para llamar la atención masiva en tiempos donde el griterío no deja escuchar las voces disidentes es el asesinato. El pensamiento es claro y ha ocurrido en muchos países por personas que necesitan decirle a los demás: aquí estamos y necesitamos espacio para expresar lo que sentimos; no importa imponer el terror, lo que necesitamos es salir en televisión.

 

Grupos en todo el mundo se hacen de armas, solitarios planean asesinatos llamando así la atención de los canales de televisión que vomitan diariamente las mentiras. Entonces, nos enteramos de su desconcierto, de su opinión, dejando la muerte a un lado, para apoyarlos o denostarlos. Es sólo un modo de operar.

 

La muerte de un conjunto de personas por un coche bomba, por ejemplo, nos invita a reflexionar sobre el acontecimiento y nos permite ver periféricamente, pero no hace nada por esclarecer el panorama, ¿quiénes eran los muertos, cuáles eran sus nombres, qué empleos tenían? Nada, nos dan el número de fallecidos y la causa, se limitan a gritar, pero todo queda impune. La muerte de un grupo de personas sirve como material de noticia, pero no se puede acudir a lo individual, las historias personales las dejamos aparte e, intuimos, son las más importantes.




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