• JR Sánchez
  • 03 Abril 2014
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Sale de un estacionamiento generoso (donde le ofrecen el servicio gratis) todo temblón, con serias dificultades para controlar el vehículo. Es un tipo flaco vestido de colores, de esos “zopencos” que aman –aunque disfrazado− llamarse hipster; un hombrecillo que no puede con el enorme objeto donde va montado, sin considerar el plus que le complica el pedaleo a razón de la absurda incomodidad de llevar un ajustado pantalón que le oprime el culo y la entrepierna. Le observo… Avanza un poco y tiene que ir de vez en vez acomodando el portafolio o morral tipo cartero que se mueve y cae, una y otra vez, sobre las piernas, afectando la maniobra. Por la torpeza en el manejo, parece que es la primera vez que la usa o que recién aprendió el arte de andar en bicicleta.

 

Toda persona, animal o cosa que se transporta en bicicleta es una ciclista por el mero hecho de emplear la bicicleta. Una moda que por estupidez resulta perniciosa. Una chica transita por una calle con la incertidumbre embarrada en la cara. Llega con maniobras torpes a un cruce que para su fortuna no consta más que de un carril; su pretensión muestra que deseaba continuar su trayecto en línea recta siguiendo el flujo; tiembla, intenta frenar un poco, voltea hacia los pedales, no observa que el semáforo le marca el rojo y sigue encontrándose con un automotor que le toca el claxon mientras el conductor le grita con fuerza ¡fíjate pendeja! Ella se ve obligada a virar hacia otro sentido no sin antes chocar con ligereza con un carro estacionado al que le regala un rayón en la puerta como parte de la estupidez que le acarrea su ignorancia.

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