Cuando escribo una reseña (ya sea de libros, cine, música o lo que sea), tiendo a evocar recuerdos y sensaciones de cuando era niño, de cuando estaba “descubriendo” el mundo junto a muchos de mis amigos (algunos de mis amigos también eran mis primos) y pasábamos tardes enteras viendo películas que los adultos consideraban aptas para nosotros.
Disney fue una niñera para muchos de nosotros, en especial para mi familia que hasta la fecha en algunas reuniones se pone a cantar ridículamente las canciones que salían en las películas animadas o actuadas. Mary Poppins era genial con su supercalifragilisticoespialidoso y Bernardo y Bianca emocionaban mucho con sus aventuras rescatando a una niña de las garras de una de las mejores y más graciosas villanas que tiene Disney. Hubo una temporada en que las películas de Disney eran dibujadas de tal manera que aun parecían los bocetos y muchas de las líneas o trazos originales no eran una línea bien definida, sino un conjunto que iba delimitando las figuras; pensemos, por ejemplo, en Bernardo y Bianca (la primera, porque la segunda ya no se ve igual), La noche de las narices frías (101 dálmatas), Los aristogatos, El libro de la selva, Robin Hood y La espada en la piedra. Todas ellas tienen algo en común y es que lucen semejantes, los perfiles de los personajes (dibujados) lucen similares y producen un sello como de autenticidad de quien sea que los haya diseñado, haciendo que los ubiquemos inmediatamente dentro de la misma línea visual.
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