Tesis
Creí que el filósofo Gilles Deleuze se había suicidado recientemente. Compartí una noticia de 1995 en Facebook y nadie dijo nada, no me corrigieron, nadie comentó su muerte ocurrida hace 18 años, no se emitieron opiniones sobre el suicidio como tema filosófico. No lo conocía: había escuchado hablar de él, he visto muchos de sus libros, pero no lo he leído. Muestro mi ignorancia a la menor provocación, ignorancia que pasa desapercibida porque la mayoría de los que conozco, y me podrían juzgar, tampoco lo sabían o ignoraron mi publicación.
Esta noticia me hizo pensar en los escritores vivos y en los escritores muertos, en la decisión de leer a un bando o a otro. Si me decido por los vivos, Gilles Deleuze tendría que esperar, además no escribía novelas. Aún así gracias a la noticia, pude abrir paso a una meditación intrascendente: los escritores muertos tienen mucho más que decir que los vivos, porque los vivos se encuentran empecinados en mover sus libros en el mercado y los muertos descansan en la gloria eterna, donde no hay más preocupación sobre la oferta y la demanda.
A los escritores vivos se les encuentra en las redes sociales, siempre contando buenos chistes y chismes, dando un consejo, recreando anécdotas, opinando sobre todo, compartiendo sabias experiencias. Escriben más en las redes sociales que buenos libros. Los muertos son silenciosos. Nada pueden hacer para entrar a la era digital.
Katy II-60Busco un libro, pero no sé si de un escritor vivo o muerto. Sigo empecinado en apartarme de los escritores mexicanos, en comenzar a leer a autores extranjeros. Porque a pesar de que hay miles de buenos y excelentes libros, puedo decir con esa valentía somera que no me es característica: estoy hasta la madre de la literatura mexicana.
(Foto de portada: Reportaje “The Empress who married the bandit” Carnaval de Huejotzingo, 1941. Archivo privado de fotografía y gráfica Kati y José Horna.)
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