• Marjory Elizabeth Hord
  • 20 Noviembre 2013
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Por: Marjory Elizabeth Hord/Taller de Periodismo Narrativo

23 de marzo en la Sierra Norte de Puebla. La carretera serpentea por la ladera boscosa hasta el río y el Puente del Siglo. Desde allí el camino sube decidido hasta la punta del cerro desde el que San Miguel Tenango domina la barranca, y en el horizonte se avista Zacatlán de las Manzanas. No llegamos solos, la gente llega en coches, en camiones, en transporte público. Avanzamos hacia la plaza central, donde las mantas nos ofrecen la bienvenida en náhuatl, en español, inglés… ¡y en alemán! Los reunidos representan una variedad colorida de indígenas de la región, mestizos y extranjeros. Saludamos también a miembros de pueblos popolocas, zapotecas, mixtecos y  purépechas, entre otros. ¿La ocasión? La dedicación del Nuevo Testamento en el náhuatl de Tenango y otras dos comunidades de la región.

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Es una historia larga. Es extraño que después de cinco siglos desde la conquista española recién reciban estos pueblos nahuas la traducción de una parte importante de la Biblia en su lengua materna. Si nos remontamos hasta el tiempo de los primeros franciscanos que empezaron la obra católica en Huejotzingo, descubriremos que cuando decidieron que castellanizar antes de evangelizar, como les pedían los conquistadores, “estaba en chino”, encontraron a un muchacho español que había crecido entre niños que hablaban náhuatl, y este se convirtió en su maestro de la lengua. Con el tiempo se convirtió en fraile –Fray Alonso de Molina--, y se interesó en traducir el catecismo y también algunas partes de las Escrituras. Sin embargo, éstas últimas nunca fueron publicadas por el hecho de que se consideraba casi una herejía que la Palabra de Dios estuviera en esa lengua bárbara. El enorme “Vocabulario” español-náhuatl de Fray Molina—el primero impreso en el Nuevo Mundo-- es lo más reconocido de la gran herencia que dejó, testimonio de un impresionante esfuerzo lingüístico.

Sí existieron publicaciones que incluían porciones bíblicas en  náhuatl, como el libro Epistolae et Evangelia, que incluía algunos pasajes para las lecturas dominicales.

Algunos especialistas en el tema dicen que el hecho de presentar a Cristo como “la tortilla de Dios” en vez de “el pan” era una de las barbaridades que la ortodoxia no podía tolerar. En la Enciclopedia de México se afirma: “En el Siglo XVIII hubo un intento de traducir la Biblia al mexicano (náhuatl), pero fue prohibido por las autoridades de la Iglesia Romana, que lo consideraban peligroso, a pesar de que fueron misioneros católicos los autores de tal iniciativa”.

A mediados del siglo XIX llegó a Puebla el inglés Diego Thompson para promover el sistema educativo lancasteriano. También se dedicó a la venta y distribución de la Biblia y entabló amistad con el Lic. José María Luis Mora, líder liberal y sacerdote católico, pero también uno de los más importantes historiadores mexicanos de la época. Él escribió a la Sociedad Bíblica en Londres que “por excitación del Sr. Thomson, vuestro comisionado, he dado varios pasos para un ensayo de versión a los idiomas mexicano, otomí y tarasco, empezando por el evangelio según San Lucas”. Sin embargo, no hay evidencia de que prosperaran estos intentos, posiblemente por lo que también indicó Mora: “…deberá dilatar algo, porque la pobreza del país y el estado de inseguridad en que vive hace que la atención de todos se fije de preferencia en otras cosas que se reputan de primera necesidad”.

En el siglo XX numerosas traducciones del Nuevo Testamento en variantes del náhuatl se llevaron a cabo, y entre ellas, dos de diferentes áreas de la sierra norte de Puebla. Cuando algunos habitantes de Tenango compraron libros de la zona de Huauchinago porque les aseguraban que sería comprensible para ellos, quedaron desilusionados. No era igual, no les llegaba al corazón. Los tomos quedaron sin uso, enmoheciéndose en el clima lluvioso. Sin embargo, algunos lingüistas insistían que la variante de San Miguel no necesitaba una traducción adicional.

Como en muchas comunidades en la Sierra, la entrada de grupos evangélicos no fue fácil, pero en los años ’70 un habitante de Tenango, Alfonso Márquez, regresó de haber trabajado en Baja California y quiso iniciar una obra bautista. En el norte había conocido “del Evangelio” y dejó su alcoholismo; llegó a asistir a un seminario bautista en Nogales, Arizona. De regreso en su tierra, estudió primeros auxilios para tener una entrada en los hogares y se dedicó a la panadería, y poco a poco inició una iglesia. Predicaba en náhuatl porque sabía que, como en muchas zonas indígenas, las personas mayores y las mujeres dominan muy poco el castellano. Por otro lado, aun los que se dicen bilingües con frecuencia sólo manejan el español en contextos limitados. Márquez se interesó en las necesidades de su pueblo e hizo muchas visitas a la capital de Puebla hasta ver realizados los sueños de que tuvieran, luz, agua y una clínica en Tenango.

El sueño de tener la Biblia en su lengua tardó más. A inicios del nuevo siglo, una lingüista alemana, Petra Schroeder, supo que había interés y decidió dedicarse al proyecto, sobre todo como asesora de un grupo de personas hablantes del náhuatl en el pueblo. Dos jovencitas de la comunidad tomaron un diplomado de lingüística descriptiva. A través de una década participaron diferentes traductores en el proyecto, entre ellos católicos, bautistas y pentecostales. Tener esta meta en común ayudó a unir más a estos grupos entre los cuales había existido mucha tensión en el pasado. 

 

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El momento de recibir la traducción ha llegado. Representantes de agrupaciones eclesiásticas y civiles suben al podio, sus cuellos adornados con collares de flores. Algunos ofrecen discursos de felicitación. Entre ellos está el pastor de la iglesia de Petra, que ha venido desde Alemania; su mensaje se traduce al español y luego al náhuatl. El presidente de la Unión Nacional de Traductores Indígenas, Luis Chávez Aquino, también se dirige al público. 

 

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El momento de recibir la traducción ha llegado. Representantes de agrupaciones eclesiásticas y civiles suben al podio, sus cuellos adornados con collares de flores. Algunos ofrecen discursos de felicitación. Entre ellos está el pastor de la iglesia de Petra, que ha venido desde Alemania; su mensaje se traduce al español y luego al náhuatl. El presidente de la Unión Nacional de Traductores Indígenas, Luis Chávez Aquino, también se dirige al público. 





Una joven del equipo de traductores, Elizabeth Márquez —hija de Alfonso Márquez--, habla en defensa de la belleza y complejidad de su lengua. Nos da ejemplos de términos expresivos, como el que se utiliza para el pecado, “tlahtlacol” que viene de la raíz “cocoltic”, algo torcido, que no es recto.

 

El estruendo de unas bocinas con música popular, seguramente de un vendedor ambulante, dificulta la comprensión de quienes desde las orillas procuran captar las palabras de los discursos. También resulta difícil escuchar el canto de un grupo de nahuas veracruzanos. Sin duda el responsable no comprende –o no le importa— que con su altavoz estropea la calidad de un suceso único que ha convocado asistentes de varios estados y aun del extranjero.

Observo a numerosas mujeres con sus coloridos vestidos, en muchos casos de aparente estreno. Sé que en la vida diaria las jovencitas tienden más y más a portar prendas de la moda actual, pero es obvio que se han engalanado para esta ceremonia, sobre todo si les toca alguna participación en ella. Varias señoritas forman la escolta en el juramento de la bandera. Desde atrás veo sus trenzas con largos listones tejidos que terminaban en vistosas borlas, y que caen sobre sus pesadas enaguas de lana negra.  

 

Por fin llega la hora culminante, y los presentes estamos a la expectativa. ¿Llegarán los Nuevos Testamentos en cajas para que algún personaje corte un listón? Algunos hemos estado en otra dedicación de una traducción en el sur de Puebla, y recordamos que los libros entraron con una banda de música y con la explosión de alegres cohetes.

Aparecen en el estrado parejas que representan diferentes edades: niños, jóvenes, adultos y ancianos. Suena una grabación de música que eleva la emoción del momento. De repente, jóvenes con trajes típicos forman una valla para que pase una joven que camina desde la distancia, carga con un mecapal un gran chiquihuite. Avanza hasta el estrado, y uno por uno les entrega a los que esperaban servilletas bordadas con flores que envuelven paquetes que semejan los envoltorios con tortillas que se acostumbran servir en las mesas. Al abrir sus servilletas, se descubren los Nuevos Testamentos con letras doradas, que alzaron en el aire.

Un anciano se enjugó unas lágrimas. El alimento esencial, la tortilla, se hizo metáfora de este alimento espiritual.  (Las fotografías que ilustran el texto son de la propia autora)



Por fin llega la hora culminante, y los presentes estamos a la expectativa. ¿Llegarán los Nuevos Testamentos en cajas para que algún personaje corte un listón? Algunos hemos estado en otra dedicación de una traducción en el sur de Puebla, y recordamos que los libros entraron con una banda de música y con la explosión de alegres cohetes.

Aparecen en el estrado parejas que representan diferentes edades: niños, jóvenes, adultos y ancianos. Suena una grabación de música que eleva la emoción del momento. De repente, jóvenes con trajes típicos forman una valla para que pase una joven que camina desde la distancia, carga con un mecapal un gran chiquihuite. Avanza hasta el estrado, y uno por uno les entrega a los que esperaban servilletas bordadas con flores que envuelven paquetes que semejan los envoltorios con tortillas que se acostumbran servir en las mesas. Al abrir sus servilletas, se descubren los Nuevos Testamentos con letras doradas, que alzaron en el aire.

Un anciano se enjugó unas lágrimas. El alimento esencial, la tortilla, se hizo metáfora de este alimento espiritual.  (Las fotografías que ilustran el texto son de la propia autora, salo la del chiquihuite, que es de Donna Shaver)



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