• Israel Quezada
  • 04 Julio 2013
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Por: Israel Quezada

¿Cumple un papel la literatura? Sí, aunque no es fácil decir cuál es este papel. Ha de haber tantas respuestas como interpretaciones de las obras o como visiones de quienes leen y escriben. Puede ser cuestión de postura y que no hay una posición definitiva, ni respuesta única. No pienso en términos de relativismo sino de complejidad. La relación que hay entre los referentes de nociones complejas como son sociedad, literatura y realidad no puede ser menos que compleja. Y cada respuesta dependiendo de su pertinencia es sólo una aproximación del fenómeno.

Según cierta perspectiva, habrá quien escribe con la convicción de que el vínculo entre la literatura y la realidad es necesario y que por lo mismo uno deber conformarse a él o conservar intacto este lazo. Y habrá lectores que estén satisfechos y gocen con esto. La dificultad sería creer que esta relación basta para definir la literatura. Pero sabemos que muy pronto a esto se le llama literatura panfletaria. Personalmente, aunque prefiero un cierto realismo en la literatura, rechazo un poco el incluir motivaciones morales en el acto creativo.

 

Si sirve para la construcción de un lenguaje entonces sirve para más que eso. Entendemos las palabras como su materia prima. Sin éstas no habría tal cosa como literatura. Pero las palabras, sin sernos decisivamente vitales, nos ayudan a nombrar el mundo y a intentar entenderlo. Muy pronto nuestra manera de estar en vida implica un cierto dialogo que tenemos con otros y sobre todo con nosotros mismos. Con el lenguaje construimos pues nuestra persona y nuestra identidad. Y es un proceso que pasa casi desapercibido. Los escritores son especialistas del lenguaje, conoce tal vez más y más acertadas palabras, puesto que son su herramienta de trabajo. Si frecuentamos a estos especialistas tendremos la oportunidad de descubrir palabras nuevas, o viejas palabras con nuevos sentidos. Y al mismo tiempo, muchas veces también sin darnos cuenta, estamos modelando cierta identidad y forjando un entendimiento cada vez más preciso. Todo esto gracias a la estricta función de construir un lenguaje. La literatura también sirve para pasarla bien, para pasarla simple y llanamente, para hacernos los interesantes, para seducir a la mujer inalcanzable o para fingir que uno está haciendo algo importante.

 

Yo pienso que sí podemos construir una mejor sociedad desde la lectura. Aún si tal vez soy ingenuo al suponer que sería lo máximo ser parte de una sociedad ilustrada. En cualquier caso sí si entiendo “mejor” en un sentido estético. El sentido moral no le da su carácter específico y por lo mismo no me parece interesante. Pienso que si hay un deber moral que concierne a la literatura y la sociedad es el deber de hacerla accesible al mayor número. Por un lado la literatura y toda actividad intelectual no dejan de ser un excedente al esfuerzo de sobrevivencia de las sociedades. En este sentido son un verdadero lujo y en gran medida se trata de actividades elitistas. Entonces, una sociedad que permitiría a la gran mayoría el desarrollo intelectual y de actividades artísticas es una sociedad que ha resulto, ahora sí de la mejor manera, la  mayor parte de sus problemas o al menos sus problemas esenciales. Pero, en fin, esto pertenece a la ficción o a un ideal que no guía ningún entendimiento político hoy en día.

 

¿Nos vuelve mejores personas? Lo veo de la misma manera que el dilema de la sociedad. Creo que la sociedad precede al individuo. Y nuevamente, mejores personas en cuanto más complejas, sofisticadas y capaces, pero moralmente no forzosamente mejores. Y qué bueno, la literatura tiene un montón de refinados psicópatas simpatiquísimos.

 

Se trató más bien de una experiencia con Profética y fue LA experiencia determinante de mi vida. Trabajé ahí durante un año. Llegué en septiembre del 2003. Unas semanas antes de que abriera al público la biblioteca que fue el 2 de Octubre. Comencé verificando físicamente los libros, su posición, sus etiquetas. Tenía que advertir errores. Una vez abierta la biblioteca estuve en la atención al público y unos meses después pude catalogar y preparar materialmente los libros para llevarlos a los estantes. Si trabajé principalmente en la biblioteca, en las noches me bajaba a la cafetería a poner la música y a chelear. Hice de todo porque me encantaba estar en Profética el mayor tiempo posible. Tanto que veía a Don Eugenio como mi mayor rival, mi objetivo era arrebatarle el juego de llaves y vivir secreta y monacalmente en la biblioteca.

 

 

La primera vez que fui como visitante era una noche de cuenta cuentos recuerdo sobre todo las postales verdes con textos de Calvino y de Borges, el acento argentino del cuentista y la presencia un poco nebulosa de gente feliz en el patio, escuchando, bebiendo, conviviendo. Recuerdo la mañana del lunes en que me presenté para pedirle trabajo al dueño. Era la primera vez que veía a José Luis. Me tomó veinte minutos contarle mi historia desesperada y hablarle de presentimiento que yo estaba hecho para trabajar entre esos muros. Me escuchó, seriamente y supongo que un poco extrañado, tomó el dinero de la nómina y me pidió que lo fuera a depositar a la sucursal de al lado. Cuando regresé, me llevó a presentar con el resto de los bibliotecarios Yuri, Memo y Abraham, y fue así de fácil, mi destino con Profética acabo por sellarse. Pero el recuerdo realmente particular Profética no lo puedo rememorar, lo recupero cada vez que regreso a la biblioteca y respiro hondo ese olor único de papel, barniz y madera. Es un aroma muy especial, el lugar huele al mismo tiempo a novedad y a permanencia.

 

¿Cómo valoro este esfuerzo cultural desde la sociedad civil? La pregunta me recuerda a lo que escribió Monsiváis sobre el temblor del 85, que ese es el momento en el que surge realmente la sociedad civil mexicana: la amplitud de la catástrofe evidenció la impotencia del Estado y fue la sociedad organizada de manera urgente, anónima y espontánea la que llevó a cabo las acciones de rescate. En el caso de Profética no es fácil nombrar o aún identificar el tipo de catástrofe a la que una casa de lectura viene a responder urgentemente. Pero si el cataclismo de una sociedad que no lee es abstracto y puede parecer menor, sus efectos son carencias reales en cada individuo y los daños son visibles. En cualquier caso me parece que Profética es una iniciativa inesperada, tan a contracorriente que nos invita a cuestionarnos y,  en el mejor de los casos, a levantar proyectos que muchas veces han sido descartados por “idealistas” o “absurdos”. Una historia como la de Profética nos enseña concretamente lo que es revertir los valores y nos ayuda a pensar que la necedad está más bien en seguir fundando nuestras relaciones sociales sobre principios utilitaristas y  ambiciones de acumulación.

 

A Profética y hay que visitarla religiosamente. Alguna vez platicando con José Luis me dejó entrever al caballero andante que embiste molinos de viento convencido de atacar desaforados gigantes. Me encanta que la lectura dicte nuestras vidas y que los estantes de los libros sean los muros de nuestro lugar de encuentros. Ciertas personas vamos a privilegiar siempre lugares así de excepcionales. Y el menor de los compromisos es darle permanencia. Actualmente no es sólo ridículo si no peligroso incentivar el comercio del libro por internet. En este primer semestre del 2013 en Francia, cuyo índice de lectores se porta mejor que el mexicano, grandes librerías están cerrando, Virgin y Chapitre, otras están recortando al máximo su personal y modificando sus estrategias de venta, Decitre y la Fnac. Se trata de grupos comerciales que si al principio apostaron por las ofertas culturales ahora tienen como dirección prioritaria la oferta de artículos de lujo, cosméticos y alta tecnología de cínica obsolescencia. Nuestras sociedades llegan a un momento crítico: nos saturamos con hábitos de consumo superfluos y estamos despreciando las formas lentas del convivio y la reflexión. Yo diría que nos corresponde revertir esto también, y ver que el verdadero lujo consiste en pensar por sí mismo, en ser auténtico y fomentar esos espacios que tienen alma y que nos la devuelven. Porqué reproducir hábitos de consumo formateados e insípidos (estoy pensando en esos cafés servidos al mayoreo en vaso de cartón con una sirena verde como logotipo). Estamos de acuerdo que hay espacios como los aeropuertos que son reproducibles de manera en todas las geografías. ¿Por qué querríamos que nuestras ciudades se parezcan cada vez más a un aeropuerto?

 

Para multiplicar un esfuerzo como Profética hay que soñar.

 

(Israel Quezada, filósofo)


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