• Alicia Flores
  • 23 Noviembre 2015
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Este texto –la narración de los esponsales de Felipe II y María Tudor en la Catedral de Winchester el 25 de julio de 1554--forma parte de la novela  Un rescatista en la corte de Felipe II (BUAP 2015), de la escritora  Alicia Flores, que se presentará este jueves 26 de noviembre, a las 12 del día, en la Biblioteca Palafoxiana, con la participación de las Doctoras Ana María Huerta y Maribel Vázquez y el prologuista de la novela Reynaldo Carballido.

La novela trata con un gran rigor histórico el ascenso al trono de Felipe II, en pleno siglo XVI, y en el corazón de las dos naciones que perfilaron en sus matrimonios y sus guerras el mundo moderno que brotaría del Renacimiento, la conquista de América y la Reforma religiosa.

De Alicia Flores Mundo Nuestro el texto Mexican Spy Army, de la novelaEl Faro Sierra Negra.

(Ilustración de portadilla: detalle de Retrato de Felipe II y María Tudor, reyes de Inglaterra. 1558. Pintura sobre tabla.  Hans Eworth or Ewoutsz)





A los trece años y medio conozco Inglaterra, la tierra de papá Albert y Eleanor. La faz de la Gran Bretaña emerge entre la niebla con sus colmillos blancos y sus barbas verdes. Su pertinaz lluvia dota de ese mágico color al campo, hace jugosas sus fresas, moras y manzanas silvestres, convierte a las arlequinadas vacas en máquinas de hacer leche y confiere a sus corderos lanas esponjosas. Bordeamos los lomos del Támesis espejeando bajo el cielo azul, viendo en su ribera mujeres de cutis esplendorosos lavando: me recuerdan la mejilla aduraznada de Leni a la que en una ocasión –dice tía Inés- le pegué un mordisco.

Mi hermana me había descrito a Mary Tudor (su prima adoptiva), como una mujer hermosa, compasiva y sabia; pero durante la travesía escuché de ella sólo cosas desagradables: que allanó su camino al trono entre otras herederas (una hermana y una sobrina) encarcelando a la primera y decapitando a la segunda; pero como decía Martín: “No creer, hasta ver”.

La noche anterior del día designado para la boda, nos empleamos a fondo para acicalar a nuestro soberano. El 24 de julio las campanas de la catedral de Winchester del condado de Hamphshire doblan festivamente, alrededor del atrio se agolpa el pueblo inglés: gustan de los espectáculos, sobre todo si participan sus soberanos.

El desfile español para encontrarse con la desposada comprende cuatrocientas personas a pie: primero los trompeteros con su pendón desplegado de la casa Austria- Aragón Castilla, luego tamborileros, pajes, escuderos y camarlengos: los siguen dos falanges de 50 hombres entre los que se cuentan lanceros, alabarderos, arqueros, ballesteros e infanzones en uniforme de gala; doce gentilhombres portando blasones pertenecientes a las familias más nobles y antiguas de España preceden al rey Felipe, escogidos por sus apellidos (Hurtado, Mendoza, Béjar, Santillana, Fuensalida), edad y presencia física.

Felipe II marcha flanqueado por el tercer duque de Alba y el príncipe de Éboli; Martín y yo somos elegidos para portar el dosel bajo el cual desfila el soberano.

Para destacar en el desfile vamos tocados con un casco con morrión de plumas y calzamos botas de siete cms. de plataforma; yo soy idéntico a papá Albert y puedo pasar por británico; Martín es apiñonado, cenceño, de  ojos castaños con ojeras pronunciadas, pelo ala de cuervo  y cerrada barba, llevamos en alto la seda primorosamente bordada con  el escudo de los contrayentes: el águila castellana de San Juan y el león británico.

Bajo el palio rojo nuestro rey con casco de plumas de quetzal, traje con  peto de forja toledana en plata Real de Catorce, espada Habsburgo y la orden de la Jarretera en la pierna derecha lo han transformado en un ser vital; marchando al mismo paso formamos un abanico de razas mediterráneas; el público enmudece un momento y sólo se escucha el rítmico choque de pasos y hierros sobre la adoquinada Thames Street.

Martín  asevera:

--Los símbolos heráldicos son universales: los guerreros aztecas usaban escudos de caballero águila y caballero jaguar, nuestro león americano. 

Justo a la entrada del atrio de la catedral de Winchester está situada la carroza real con el escudo de armas Tudor bajo un arco floral que dice en español:      

                

Entra en la guardia amorosa

de tu pueblo y de tu esposa

 

Felipe me pasa su casco y ayuda a la reina Mary a descender, al poner pie en tierra los tamborileros tocan un redoble y los arqueros lanzan al cielo flechas embotadas con banderolas de seda tremolando al éter las iniciales “M y F”, inclinado tomo aire percibiendo olor a pólvora, sudor y coles de la muchedumbre y enfoco a la reina: el encantador paisaje se borra y con la boca amarga observo que esta señora no corresponde a la descripción de Eleanor. Bajo el despiadado sol de junio hay una mujer flaca, color de cera, tiene el rostro surcado por múltiples arrugas y los delgados labios se pliegan en un gesto de amargura; ataviada con un vestido de terciopelo azul medianoche, mangas de satín abullonadas y un collar de perlas grises de tres vueltas, su capelo con una capa de gasa oscura que la brisa hace flamear, le confiere aspecto de monja: ¡ni para sus esponsales se soltó la cabellera como corresponde a una novia virgen! Los trompeteros y el griterío se minimizan,  sigue un instante de silenciosa tensión… que se rompe cuando el rey se quita su casco para inclinarse ante ella. La reina Mary hace un ligerísimo ademán de cabeza en señal de asentimiento y extiende su mano, él la besa y se encaminan al portal de la Iglesia donde los espera el arzobispo; se escucha el repique alborozado de las campanas mayores. En medio de la algarabía Martín murmura:

--Fea, vieja y hasta inglesa

¡ay Felipe, chúpate esa!

En la misa de velaciones todos los españoles oramos cual místicos en arrebato: Cristo tiene que darle mucho valor a Felipe para apurar ese cáliz. Siendo Mary reina y él rey consorte no puede ordenarle nada, y la misión filipense de derogar la doctrina protestante anglicana e integrarla al Imperio español sólo puede lograrse por la vía del amor conyugal. La reina sigue en actitud rígida y su rostro es una máscara inescrutable; sólo en el momento que el obispo Stephen Gardiner le coloca una pequeña corona que luce el diamante del príncipe Negro para sellar los esponsales, destella en el rostro de la soberana una sonrisa que momentáneamente la embellece.

 

Flores, Alicia. "Un rescatista en la corte de Felipe II". Dirección de Fomento Editorial de la BUAP. Colección Asteriscos. Prólogo de Reynaldo Carballido. Puebla, México. Primera edición: septiembre del 2015. Número de páginas: 320. ISBN: 978-607-487-891-2.

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