• Carlos Mastretta Arista
  • 14 Agosto 2014
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6 de enero, lunes 1948

María de los Ángeles, amor mío:

Gran suerte ha tenido mi corazón en estos días; y muchas cosas son las que tanta felicidad me han dado que anoche, volviendo del teatro, permanecí largo tiempo inventariando, y nuevamente gozando los instantes incomparables que en menos de 48 horas había vivido; he quedado perplejo ante tanta y tan inmensa bendición del cielo, otorgada con tanta liberalidad a mi alma, un tiempo tan ansiosa y ahora tan insaciable de ternura. (...) Pero de todos los hechos, dos sobresalen en mi recuerdo, y quiero en esta carta para ti, y sólo para ti, recordarlos para que mejor te expliques cuán sublime es la melodía de amor en la cual vivo, y más que vivir sueño con los ojos abiertos. El primero de tales sueños está rodeado de silencio y embelezo.

Probablemente, Shao–Sin, ya no lo recuerdes... Se trata del instante en el cual, mientras volvíamos de Valsequillo, acurrucándote en el asiento apoyaste delicadamente tu cabeza en mi hombro. Cuando sentí el amoroso y delicado rasgo tuyo volví los ojos hacia ti y tuve celos de los rayos que tenuemente iluminaban tu cabello. Cerré los ojos y pensé en el sueño aquel y en mis palabras cuando te decía que tú eres el águila y yo el peñasco duro en el cual ella descansa. (...) Y magistralmente este hecho se une a otro que tanto recuerdo con ternura: a un poeta inmenso de tiempos lejanos, Tarso, y un compositor de más recientes épocas, Rachmaninoff los unió mi amor en sus transportes espontáneos que tanto son para ti. Y las palabras que el inmortal bate del monasterio de San Onofre, situado en la colina llamada Gianicolo –que el Tiber acaricia en su base y la campiña circunda en el poniente–escribiera hace cuatrocientos años, quisiera haberlas yo escrito para la música del genial báltico que tan bien describe la belleza de tu alma incomparable: “Eres de la vida toda flor y cada flor, y del universo el amor y todo amor”. (...)

Te quiere y es tuyo

Carlos


Sept.16/1948

Amor mío:

Ha pasado un día más sin la dicha de verte, aunque siempre subsiste la felicidad de saberte feliz. Hoy tuve la inmensa sorpresa de leer el papelito que reenviaste con Cato: ¡gracias amor mío de mi vida! Y así pasó el día de hoy, un día más en el cual me ha tocado constatar cuán grande es el vacío de mi vida cuando tú no estás:

8 horas: Llegada a Valsequillo, solo. Arreglé el motor, preparé la lancha y me fui solo hasta San Antonio del Puente buscando en la naturaleza de un día maravilloso el reflejo de tus ojos. ¡No lo encontré, mi Geles! 12 horas: Llegada a Puerto Guzmán. Ahí encontré a tu Papá con tu tía Margarita, los niños y Nico también. Visita a la casa y lista de materiales que faltan. Despedida y regreso a Puebla a comer. 15 horas: Retorno a Valsequillo donde encontré numerosa compañía (doña Isabel, Maícha, Abelardo, Nica, Alice, aparte de tus papás y Cato... y tu recado). Gracias amor. Bridge en pareja con Abelardo contra Maru Villar y tu mamá. Yo en jornada de suerte loca. Me levanté azorado y cedí el lugar a Maícha. Llevé a pescar a tu tía Margarita, a quien la belleza de una rara tarde le hizo un poético efecto. Después me fui sólo con Nico en la lancha por todos los sitios que tanto me hablan de ti. Llegué a tiempo para echar a caminar la planta de luz. En el trailer de Nicho gran asamblea de Nichos–Panchos y Señoras y relativas ruidosas y molestas proles. A las ocho y media retorno a Puebla, solo, en mi renovado Ford.

21 horas: Cita con el matrimonio Sánchez Guzmán para ver a Cantinflas en el Coliseo. Plancha del matrimonio y tarea inútil del cómico para quitar mi cuento de Chichén Itza.

12 horas: Atravesada de zócalo y portal rumbo a casa en medio de solita sudorosa y encopetada muchedumbre atareadísima en torno a vendimias. Combate de barruntos de flores y postreros y tímidos cohetes que festejan la libertad... ¿Cuál?

12.30 horas: Por fi n pluma y papel y una charla con mi amor, el amor más bello, único e incomparable de la tierra.

Te quiero y te beso, tuyo

Carlos

 

Sept. 29, lunes, 1948

María de los Ángeles, querida:

...Y rompí cuanto hace media hora –antes de hablarte–

– había escrito era unan página surgida de las cenizas de mi tristeza vespertina que no quiero unir a la luz que tus palabras –la melodía inefable de tu voz–me han dejado en el alma. Te quiero María de los Ángeles, y soy tuyo. Tuyo antes de encontrarte y tuyo para siempre. (...)

Anteanoche, en la casa de Maícha, cuando el fuego y el ambiente invitaban a las confi dencias, hablé de nuestro amor con un cariño tal que ni yo mismo imaginaba. (...)

Hace dos o tres semanas, mientras me encontraba de visita en tu casa, tu tia Elena llevó a la sala un retrato que tu mamá deseaba mostrarnos. Es aquel donde están todos ustedes retratados, ¿recuerdas? Lo contemplé dedicando mi atención a una serena fi gura de mujer joven, muy joven, toda paz y dulzura... Te pregunté una fecha: “1942”, me respondiste... Y voló mi pensamiento saltando las páginas desastrosas de mi vida pasada en la búsqueda de aquella época, y leí rápidamente: Marsella, Lyon, Konlovatz, Spalato, Sección IV Contraespionaje, Roma, Estado Mayor, Viena, Budapest, Varsovia, Gomel; unm obscuro ofi cialillo vagabundeando por mil lugares, luchando y soñando una mujer joven, muy joven, toda luz y dulzura... Ella. Cuatro años después esa ella está a mi lado y veo la fotografía suya de aquella época y reconozco a la mujer soñada aquel entonces. No es poesía ni es romanticismo el mío: es auténtica relación de hechos. (...) No quiero, después de tus lágrimas de hoy, aumentar tus tristezas con mis molestas tristezas. (...)

Incomparablemente te quiero y soy tuyo

Carlos


Caros y Geles se casaron el 11 de diciembre de 1948.

 

27 de Oct. Lunes, 1948

...pues bien, mi amor, ¡sea como tú quieras! Me has dicho que cuanto ocurrió el jueves pasado no debemos festejarlo y así será. No lo festejaré, aunque mi alma ha por fi n probado lo que es la alegría profunda e impenetrablemente misterioso de la vida. No lo festejaré, pero no por eso no debo decirte cuántos y cuáles fueron los pensamientos, las sensaciones raras y únicas, que he experimentado, y experimento, a raíz de un pequeño e imperceptible suceso que si bien –lo confieso––, deseaba yo ardientemente, en aquél momento se encontraba y aconteció fuera del alcance de mi voluntad... Fue algo que ni tú, María de los Ángeles, ni yo podemos satisfactoriamente explicar. Aconteció, y sólo el firmamento impasiblemente observó y estoy seguro de que si las estrellas hablaran no nos condenarían, puesto que ello se debió quizás al mecanismo que sabiamente rige y controla todos los hechos visibles e invisibles del universo, o sea, a la Fuerza Divina. ¿No lo crees tú así? Fue un momento fugaz, como sólo lo es la felicidad, y sin embargo dejó, y para siempre en mi vida,, una huella imperecedera.

Soy, y tú lo sabes, uno de esos sujetos que en términos marineros la humanidad define como “navegados”.

A través de mi no sonriente camino encontré y probé infinidad de sensaciones. Para ser más explícito, debo decirte que en un afán de conocer de la vida todo sendero, afán ridículo y absurdo, hoy lo compruebo, bebí en muchas aguas, aunque jamás en ello haya yo descendido a la trivialidad y la abyección. Tú me conoces. Es por todo esto, que tan torpemente mi pluma pretende exponerte que, cuanto en un espacio de pocos segundos se verificó hace cuatro noches ha causado a mi corazón una felicidad jamás experimentada, una extraordinaria y sublime sensación de ensueño y de embelezo... (...)

Y comprendí cuanto sobre un beso de amor, el único hasta ahora de mi vida, han escrito en prosa, en verso y en música todos los artistas en el lento correr de los siglos. Y te confieso que cuando entré en su Sala y tú me dijiste si acaso estaba loco, porque al parecer hablaba solo, lo primero que se me ocurrió decir fueron los versos de Dante en su canto al amor que sustentó por Beatriz precisamente el Poeta arrastrado por su empeño describe el beso que jamás dio a su amada y que termina en estos términos:

“Has, o Dios, que esto jamás se ofusque”

(...) Podrás en tu destino luminoso alejarte de mi vida y yo volverme el peregrino de tu amor incomparable. Pero ese instante, ese beso, que Dios quiso, lo llevaré para toda la eternidad como un símbolo de paz y de ternura, como la realidad de un ensueño alcanzado, como la certidumbre de toda la belleza divina de la vida.

¡Y no te digo más! Sólo te repetiré una vez todavía que mi amor que ha alcanzado esa meta vive de ti y para ti. Y que en ese instante como nunca fui tuyo, solamente tuyo, amor mío.

Te quiere,

Carlos

 

Diciembre 1/lunes, 1948

Hoy ha sido uno de esos días en los cuales hubiera sido de gran consuelo e inmensa felicidad poder pasar a tu lado unos instantes para poder encontrar en la luz de tus ojos la certeza de un mañana, unido en la certeza de un amor que jamás se extinguirá. Fue una jornada de esas que se suelen llamar negras por la concatenación de sucesos desagradables que atenazan el alma y amenazan con sumirla en un frío escepticismo. Primero tuve que constatar que quizás por haber vivido bastante, pude certeramente prever cuanto ayer aconteció. Vino después una carta con la mala noticia que sabes… Después otra noticia no buena y otra y otras más que vinieron como el tamborileo frenético de un jazz a desconcentrarme bastante... A las cinco fui a

la cantera a efectuar una prueba de sondeo en el fondo de la veta calcárea; verifiqué la profundidad de los taladros, preparé las cargas de dinamita, asistí y dirigí su colocación,

y ya sonadas las seis encendí la mecha,, después de lanzar los cohetes rojos de peligro. Ronco fue el bramido de la explosión, tan semejante a otros millares de explosiones que en un tiempo constituyeron las notas macabras de una sinfonía de destrucción y de muerte en la cual fui actor y espectador más o menos voluntario. Detrás de la protección de piedras en la que me encontraba vi contra la rojiza luz de una puesta de sol maravillosa el polvillo menudo ascender al cielo seguido por una estela plateada que a la luz se teñía con los colores del sol moribundo. Fantasía de luces verdaderamente única, pero desgraciadamente tanta belleza me anunciaba claramente un nuevo fracaso: bajo la veta de piedra caliza había una vasta corriente de agua sulfurosa; tal era la plateada estela que se teñía con los colores de un ocaso de diciembre. Quedé amargado, desconcertado, dos meses de trabajo perdidos y el anuncio de buscar otra dirección al mineral. Pero cuando disipados los últimos polvos de la explosión ya sobre mi corazón bajaba la sombra de la tristeza, alcé los ojos hacia el horizonte y sobre él, en dirección del volcán, cuya sombra se recortaba contra la franqueza del cielo, brillaba una lucecita toda ternura y belleza, esa luz que tantas veces desde la orilla del lago he visto junto a ti, y que es un pálido reflejo de la luz de esperanza que eres tú en mi vida, María de los Ángeles. ¡La luz de mi esperanza!, eso eres en mi vida, amor mío. Vista la estrella, olvidé mis luchas, mis cuitas y pensé en ti. Y así como las flores brotan espontáneas sobre las verdes praderas, así brotaron sobre la pradera de mi corazón miles de ternuras inefables, para ti y por ti. (...) Estas y otras miles de cosas pasaban por mi mente cuando la voz brusca de un cantero que me dijo

“Mi jefe, tantísima agua” me recondujo velozmente a la realidad. Dos minutos y quizás antes mi respuesta hubiera sido de desaliento, de amargura. No fue así: “No importa, mañana volveremos a comenzar”, repliqué calmadamente eso porque mi alma, mi corazón, mi vida se hallaban y se encuentran inundados, iluminados por la luz de mi esperanza, por ti María de los Ángeles. (...)

Amor mío, dime, ¿qué será de mi vida sin ti? Es noche y no quiero pensarlo, porque como nunca me siento y soy incomparablemente tuyo. Te quiero

Carlos



Sus ojos le arrebataron el alma.

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