En noviembre de 1929, el joven Carlos Mastretta Arista viaja a Italia a estudiar ingeniería mecánica en la ciudad de Pavía, en las orillas del río Po, sesenta kilómetros al sur de Milán y muy cerca del pueblo natal de su padre. Stradella, con raíces romanas y construcciones medievales, es un pueblo de productores de vino espumoso con todos los rasgos tradicionales de la sociedad campesina, pero con una experiencia industrial en los textiles, en la manufactura de acordeones y, entrados los años veinte, en la fabricación de motocicletas. Enclavado en las colinas que marcan la partida de los Apeninos al sur y con la vista de los Alpes al norte, es un pueblo que ha visto pasar a todos los señores de la guerra, desde los tiempos de Aníbal. Vivirá la guerra propia en los años infernales de 1943-1945.
Pero al arrancar los años treinta, Carlos Mastretta es un joven de 17 años, y entre los rigurosos días escolares hallará el ánimo italiana que su padre dejara en 1898, obligado por el exilio. Carlo, como le llaman todos, despierta a la vida en Milán, la capital industrial de Italia, que será su referencia en los 17 años de su vida en Europa. Es un espectador en el Gran Premio de Monza en 1930, carrera ganada por Tazio Nuovolari, el mítico piloto italiano; Enzo Ferrari es maestro suyo en la escuela –la clase de Motores de Aviación, convertida por el futuro rey del automovilismo en una cátedra de la pasión por la velocidad--; el instituto técnico reforzará la rigurosa disciplina aprendida con los jesuitas mexicanos; la playa y el verano encienden sus entusiasmos varoniles; la vida rural de Stradella le impone la costumbre antigua de la pasta y el vino. Italia, sin más, lo encuentra en su sangre.
Y son los años treinta. La era de esplendor del Duce, brutales para desgracia de sus opositores, gloriosos para el desvalido espíritu imperial de los italianos, que prende como yesca en el ánimo de los campesinos antiguos de la Lombardía. El espíritu patritota de la época, el catolicismo radical heredado por la abuela --reforzado por la revuelta cristera--, y el nacionalismo del abuelo Carlo, encaminaron sin remedio al joven poblano a enrolarse en el ejército.
La consecuencia de su decisión es este libro.