• Carlos Mastretta Ariza
  • 28 Noviembre 2012

Introducción

Encrucijadas

El viaje es un vuelco en el corazón. Una mirada, la memoria, un extravío. Raíces y ríos. Ahuehuetes y rascacielos. Abismos y puentes. Campo abierto, quebrada rotunda. Rostros, sombríos, sonrientes. Azar. Decisiones. La historia no tiene principio. El final, da igual si es apocalíptico.

Vida quebrada y destino. Las historias arrancan en la encrucijada. La memoria guarda la tragedia y las desgracias, como mojoneras que no se sabe si marcan puntos finales y comienzos. La muerte, el matrimonio, el trabajo, acciones particulares entreveradas con los acontecimientos colectivos. “Quedé marcado”, decimos. Marcas, cuños, hierros, cicatrices, en la carne, en los ojos, en las palabras.


Señales. Cada quien fija las suyas. Las más elementales, la guerra, el hambre, son palancas brutales del éxodo y el dolor abismal. El desamor, la pérdida del corazón. La locura total.


Y sin embargo todo corre en la sangre de las generaciones, y con el tiempo las palabras florecen inadvertidas del sufrimiento y el desconsuelo de los abuelos, y la vida se reconstruye en el aliento de la narración y el ánimo de que las cosas, algún día, serán mejores.

 

Italia

1 de marzo de 1896, Carlo Manstretta Magnani, nacido en Stradella, Italia, en 1874, hijo del Capo Mastro Marco Manstretta, miembro él de una familia de campesinos lombardos, ingeniero civil y capitán del ejército italiano, sobrevive la batalla de Adua en Abisinia, que en una sola mañana deja más de veinte mil muertos entre etíopes y europeos. Punto de quiebre: contar para un periódico de Turín, y a un tío periodista, la catástrofe en África le obliga al exilio en América. Nueva York es tan sólo un puerto, un punto de paso. En 1901, en México, trabaja como constructor de puentes para el ferrocarril Nacional y presas para riego en el Querétaro porfiriano. Ana Arista, una joven de San Juan del Río, doblega al aventurero. Carlo llega a Puebla en 1908 para dirigir la construcción de un sistema hidroeléctrico en el río Atoyac, para un grupo textilero de la ciudad en la que morirá en 1955.

1 de marzo de 1935, Pavía, a orillas del río Po. Carlo Manstretta Arista, nacido en 1912 en Puebla, y quien desde los 15 años vive el sueño italiano de su padre, queda marcado para la tragedia de la era. Il Duce, Benito Mussolini, visita la escuela militar de ingeniería en la que estudia il messicano, como le conocen sus compañeros. Es el momento de máximo esplendor del líder fascista, en el año mismo que ordena una nueva invasión italiana en África, y una vez más en Abisinia. Punto de quiebre: Carlo no logra construir su futuro como periodista de automovilismo deportivo: en 1940, la Italia fascista se trepa al carro mortal de Hitler, así que el joven

 

ingeniero mecánico quedará enrolado, y también como capitán, en el ejército italiano, para sobrevivir la guerra no se sabe dónde, igual en el frente africano que en el los Balcanes o en el servicio secreto del ejército o simplemente como periodista civil en medio de la guerra civil que azota a la nación en 1943-1945. Se entera de la derrota del Eje en un campo de concentración del ejército norteamericano en las inmediaciones de Roma. Destruida su vida en Europa, Carlo regresa a su tierra en 1946. A los 35 años, arranca una nueva vida en México. Se casa con la poblana María de los Ángeles Guzmán Ramos en 1948. Venderá, para vivir, autos europeos el resto de su vida; pero como periodista y escritor, será el relator humorista de la transformación de una ciudad baluarte de la desigualdad social en la explosión de los 500 mil habitantes, que de vivir sus mejores tiempos en la era porfiriana cayó en la postración en la medianía del siglo, víctima de la ceguera y los vicios de sus clases dirigentes. Carlos Mastretta Arista, ya con nombre y apellidos mexicanos, muere en 1971


Los textos, cartas y documentos y fotografías que se presentan en este libro forman parte de una primera intentona de recuperación y sistematización del archivo de Carlos Mastretta Arista, guardado por su esposa, la señora María de los Ángeles Guzmán Ramos.

 

Sergio Mastretta

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