• Carlos Mastretta Arista
  • 12 Diciembre 2012
Italia-Messico

La historia moderna de una nación se concentra en la vida de un exiliado y su hijo. Dos generaciones encierran el fin de una época, la del proceso de unificación de Italia (1815-1870), y el desarrollo del estado fascista, el desastre más grande sufrido por su pueblo desde el siglo XVI, en la era de la guerra interminable entre la corona francesa y la española. Pero al cerrar el siglo XIX, sometidos los lastres antiguos –los estados pontificios y el control austriaco en el Véneto--, y lejos ya de las guerras garibaldinas, Italia vive una monarquía constitucional con el liderazgo de grupos liberales de la burguesía piamontesa aliados con los toscanos, pero siempre asediados por los políticos de la derecha. Partida en dos, entre el norte industrial en ascenso y el sur campesino arruinado, Italia se sume en la modernidad, a la que llega tarde incluso para el reparto colonial de África. A principios de los noventa, sin embargo, tiene invadidas la región costera de Somalia y una parte sustancial de Eritrea. Entonces comienza la historia del abuelo.

1 de marzo de 1896, cien mil soldados etíopes al mando del emperador Menelik II no pueden creer que los 25 mil soldados del ejército italiano invasor inicien un ataque frontal esa madrugada en el valle de Adua. No tienen tampoco por qué saber que la presión política en Roma por el alto costo de la expedición africana y, sobre todo, la prepotencia extrema de los europeos, derivará en esa decisión a pesar de las tan ventajosas circunstancias a favor de los abisinios. Pronto se repondrán de la sorpresa, y para el mediodía los africanos habrán destrozado totalmente dos de las tres brigadas italianas en la que será la victoria más importante de África en combate militar contra una fuerza europea desde los tiempos de Aníbal, 200 años antes de Cristo. Tal será la humillación para Italia y sus ambiciones coloniales que dará motivos para que cuarenta años más tarde el régimen fascista de Mussolinni intente una nueva guerra contra el antiguo teritorio de Abisinia. Con el tiempo, Adua sería la perla de los fracasos militares del burdo expansionismo de los romanos en Africa. Para miles de campesinos desde Sicilia hasta Lombardía, la derrota será el toque de escape hacia América, sobre todo a Estados Unidos, Venezuela, Brasil y Argentina. Algunos llegarán a México, como Carlo Manstretta, oficial del ejercito e ingeniero civil nacido en Stradella, un pueblo vinicultor al sur de Milán, en la región de Pavía, a orillas del río Po. Carlo, mi abuelo, es de los pocos soldados sobrevivientes que escaparán a la matanza; unas semanas después de la batalla, con un reducido grupo alcanzará la costa tras una caminata infernal por el desierto de Eritrea. De regresó en Milán encontrará que el escándalo por la derrota contra las hordas de Menelik alcanza para derribar ministro Crispi, cuya renuncia con todo su gabinete ilustra las socorridas crisis y caídas de gobiernos que identificarán a la política italiana del siglo XX. Por supuesto con la guerra civil de por medio, que Carlo, ya en México, sufrirá con el dolor de saber que en ella se encuentra Carlo, el segundo de sus hijos, como soldado del ejército italiano en aquellos mortales años de la segunda guerra. Pero por lo pronto el abuelo Carlo contará la historia de la debacle de Adua a un tío periodista en Turín, asunto que no le perdonan los colonialistas a un oficial del ejército. Italia en 1898 es un polvorín. Como miles de paisanos suyos, Carlo, soldado e ingeniero, para huir de las represalias, abordará un día cualquiera de 1899 un barco en Génova con rumbo de Nueva York. Orgulloso profesionista, no soportará el maltrato y la discriminación de los norteamericanos contra los migrantes italianos, así que buscará otros derroteros. En 1900 llegará a la ciudad de México, contratado por la empresa del ferrocarril Nacional. Confundido y rebautizado su apellido en la aduana de Veracruz, ahí empezará la historia de los Mastretta en México.

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