La de Guerrero es una historia de muertos a la mala, dice Armando Bartra, un camposanto de héroes trágicos que penan en su postergado afán libertario. Esa idea mítica tenemos del sur. Con sus profetas y guerreros Emiliano Zapata y Lucio Cabañas, muertos en la guerra.
Pero de cuando en cuando, como si leyeran en los ojos de sus perseguidores, otros profetas leen partes de guerra:
“Estaban heridos --afirmó el viernes 17 de octubre el cura dominico de 69 años de edad Alejandro Solalinde--, y así como estaban heridos, los quemaron vivos, les pusieron diésel. Eso se va a saber. Dicen que hasta les pusieron madera, algunos de ellos estaban vivos, otros muertos.”
Y su versión sobre lo sucedido en Ayotzinapa desmanteló la ilusión del gobierno mexicano de salir bien librado de la responsabilidad en la masacre de Iguala.
También, de cuando en cuando, los pueblos se rebelan contra sus profetas:
“¡Si viene acá ese cura lo vamos a quemar vivo!”, dijo uno de los padres de los muchachos desaparecidos y cuya muerte no aceptarán de esa manera.
“¡Si anda diciendo que mi hijo está en una fosa, dígame en cuál!”, exclamó otro.
Hubo chiflidos, insultos cuando el cura cruzó el patio en la normal de Ayotzinapa. No lo dejaron dar misa.
El profeta so conmocionó por el dolor provocado en los padres. Pidió disculpas. Regresó a su desierto. Pero su voz resonó por todo México.
1
Alejandro Solalinde viene de un desierto tropical, aquel en el que al llegar al patio ferrocarrilero La Bestia ver romperse la noche en centenares de manchas oscuras que abordan sus tanques y furgones. Día tras día, año tras año, en aquel infierno de parias expatriados sobre los que se ha cebado la más prolija ruindad mexicana, el dominico ha levantado su voz iluminadora de flagelos y latrocinios.
Desde ese desierto ha llegado el profeta Solalinde. No encuentro mejor nombre para su desgarbada figura. Lo he visto escuchar las alabanzas que le prodigaron en el Paseo de la Reforma los marchistas por Ayotzinapa. A los agoreros de la suerte sombría los pueblos los alaban, y de cuando en cuando los cuelgan.
Solalinde viene de un encierro del que ha extraído la única pastoral católica que puede sostenerse racionalmente hoy en el mundo: la de la entrega de la vida por los más pobres. No puede ser de otra manera para un hombre que ha fundado su destino en el evangelio.
Es un profeta. Y los profetas no se callan. Están para eso, para someter la ignominia del poderoso en turno. Nabucodonosor en el año 587 antes de Cristo, cualquier presidente de México en el presente nuestro. Enrique Peña Nieto, el presidente al que este quijote le ha tumbado la versión de que Iguala es una anomalía que se queda en Iguala, que los muertos que no aparecen no estarán muertos nunca, que en esas fosas no está enterrado un país entero.
Recojo las palabras de este escuálido adivino de nuestro apocalipsis:
“Si el gobierno no actúa como debe y sigue como hasta ahora, va a seguir exasperando a la gente, no va a poder controlar los estallidos y la indignación social será llevada a otros extremos.”
Y del gobierno federal: “Debe reconocer que el país está tronado, que tenemos demasiados signos de violencia por todos lados como para lanzar un yupi oficial y decir que aquí no ha pasado nada, que esto de Ayotzinapa se va a arreglar con mesitas de negociación y dinerito a la gente pobre. Esto es un asunto de justicia.”
Y de los partidos políticos: “Han hecho a un lado el dolor de las víctimas y las familias de los normalistas de Ayotzinapa para taparse las espaldas y cubrirse de impunidad con un solo propósito, pensar en la rapiña electorera (…) Esto es parte de la impunidad política y las reglas que se vienen aplicando como parte del viejo sistema político mexicano (…) Lo deplorable es que no les importe la tragedia de estas familias que exigen la presentación con vida de los 43 normalistas de Ayotzinapa, que los políticos prefieran ponerse a pensar ‘¿cómo vamos a tener un control de daños político que pueda redituar en menos pérdida de votos o cómo manejar un control de daños partidista para no perder posiciones?”
Uno por uno pone a los partidos en su lugar:
“La rapiña electorera parte de que el PRI quiere recuperar el gobierno de Guerrero para afianzarse en 2018; mientras que el PRD debe reconocer que no escogió a su mejor gente y nombró a Ángel Aguirre Rivero, quien ya venía calado con el ADN priista y mañas que tiene un represor. Entonces, no se puede llamar engaño porque ya sabían a quién tenían como su mejor hombre (...) Y el PAN ha sido un partido alejado de los pobres y sin tradición en el sur, sólo les interesa ver qué ventaja pueden sacar de esta desgracia.”
Y describió el conflicto extremo en Guerrero: el narco-estado y la insurgencia guerrillera: “El narco independiente ya ha infiltrado a la clase política, a todos los niveles de gobierno, por eso hay narco -estados. Y la guerrilla ha tenido presencia en Guerrero y otras entidades como Oaxaca porque sus habitantes han sido reprimidos.”
Cerró con el presidente: “El responsable número uno es Enrique Peña Nieto porque él es quien quiso ser presidente, es él el responsable de la nación, es el comandante en jefe de las fuerzas armadas y de toda la seguridad en México.”
De cuando en cuando las voces reflejan ánimos incendiarios, partes militares que simplemente nos recuerdan eso: que México está en guerra.
Ahí está, para pesadumbre de los hombres en el poder, la voz del cura Solalinde.
2
De cuando en cuando, como un recurso bíblico, los profetas se convierten en un parte de guerra.
Porque otros profetas en México se han ido a la guerra. Hay memorias que corren ocultas y que de cuando en cuando asoman. ¿Qué pasó en aquellos años sesenta que provocó un nuevo levantamiento armado de campesinos del sur? ¿Qué ocurrió en Ayotzinapa que produjo a Lucio Cabañas? ¿Qué ocurría en ese sur campesino que generó esa guerrilla?
Esta es la única voz que tengo ahora de ese profeta campesino que tomó el fusil para llevar a la práctica las acciones que su voz anunciaba:
“Nosotros nacimos en Ayotzinapa haciendo todo --dijo Lucio Cabañas desde la Sierra de Atoyac en una grabación que quedó para la historia y que escucho en el documental del 2007 sobre la vida del guerrillero de la sierra de Atoyac “La guerrilla y la esperanza: Lucio Cabañas”, del director Gerardo Tort (http://www.youtube.com/watch?v=u_cJudvX2DQ)--. Yo me acuerdo que estaba en el sexto de primaria cuando hicimos la primera asamblea con cinco compañeros. ‘Compañeros, estamos estudiando, vamos a terminar la primaria, ¿qué vamos a hacer por el pueblo? Parece que vamos a hacer una revolución. Ah, pues que habláramos los de sexto de primaria, nosotros, de revolución era muy raro. Entonces nosotros hablábamos de revolución antes de irnos a la escuela.”
Es una voz desde la guerra que el país de aquellos años ocultó en las páginas rojas y que años después la recordamos como un capítulo fundamental de la guerra sucia del Estado priista.
“Pasó la matanza de 18 campesinos en tierra caliente. --dijo entonces Lucio para explicar la revuelta--. Antes de que estuviéramos en el monte pasó la masacre de estudiantes y de campesinos en Chilpancingo, por la lucha contra Caballero Aburto. ¡Pasaron asesinatos dondequiera!”
La vida se mueve en causas y efectos, y trato de entender a Lucio: gobiernos autoritarios y matones, campesinos pobres y encabronados. Escuelas cardenistas y jóvenes maestros decididos a hacer la revolución socialista. Y él ahí, como uno de esos maestros:
“Que había maestros del pueblo que estábamos dispuestos a orientarlos, no sólo en la educación sino en sus luchas como parte del pueblo, padres de familia parte del pueblo, contra todo el régimen, contra el gobierno, contra la clase rica… Y nos metimos con los problemas contra las compañías madereras, contra el ayuntamiento, contra la explotación de los ricos ahí en Atoyac… Y se creó el movimiento. Entonces fue que se enojó Don Gobierno y nos mandó un montón de judiciales y nos hicieron una matanza el 18 de mayo.”
Murieron cinco personas, una mujer embarazada entre ellas. Lucio Cabañas no esperó por nuevos motivos, vislumbró el ojo por ojo, la patria o la muerte:
“Ahora nos toca a nosotros vengar al pueblo. Cuando nos matan compañeros hay que matar enemigos, cuando matan pueblo hay que matar enemigos del pueblo. Nomás eso esperábamos, que nos dieran un motivo… Estábamos cansados de la lucha pacífica sin lograr nada. Por eso dijimos; ¡nos vamos a la sierra!”
Y ya encarrerado, la guerra de los pobres:
“Por esa razón, nosotros no necesitamos ningún análisis. Y hasta ahorita, para desarrollar la guerra en México no necesitamos tanto análisis. Vamos a desarrollar la guerra contra la clase rica. El único análisis es que nos están fregando, y hay que organizar al pueblo para contestarles.”
“Ellos estaban acostumbrados desde la Revolución, que vino Zapata, Emiliano Zapata… Mandó ayuda, armas y todo para levantarse. Ahora por eso decían: Oiga profe, ¿y quién es el general que da el material? Decían, ¿cuándo? Díganos la fecha nomás. Creían que era tipo Madero, que se manda un comunicado y el 20 de noviembre se levanta, se insurrecciona la gente.”
“Para la lucha dentro de lo urbano, en los pueblos grandes, contamos con el estudiantado de Guerrero. También el estudiantado está con nosotros, y esa es nuestra garantía.”
Lucio Cabañas Barrientos nació en el Porvenir, Átoyac de Álvarez, Guerrero, en diciembre de 1938. Durante su infancia, su padre, su padrastro y sus tíos Leonardo Cabañas y Juan Iturio fueron asesinados por pistoleros sin que nadie hiciera justicia. Para poder estudiar la Normal, Lucio se escapó de su casa. En febrero de 1956 entró en la escuela normal Raúl Isidro Burgos, en Ayotzinapa, para terminar su sexto año de primaria.
3
Entonces los profetas se convierten en el parte de guerra.
El 18 de mayo de 1967 Lucio Cabañas tenía 29 años, y por la tarde una decisión tomada: trepar a la sierra a hacer la revolución. Era un maestro campesino al que se le acabó la paciencia, ese día, cuando los judiciales reprimieron a tiros un simple mitin contra la directora de una escuela en Atoyac, terminó para él la búsqueda de una salida pacífica en la solución de las demandas campesinas en Guerrero.
No era cualquier maestro. Había estudiado en Ayotzinapa. No era cualquier rincón de México. Era el sur, era Guerrero.
Encuentro la voz de otro visionario para tratar de entender a Lucio:
“La de la Guerrero es la historia de los matones y los matados --explica Armando Bartra en la película “La guerrilla y la esperanza: Lucio Cabañas”--, es la historia de los caciques y los grandes personajes terribles, es la historia de los muertos a la mala, la historia de los héroes trágicos, con esta idea de que los guerrerenses no mueren de muerte natural, con esta idea de que hay fantasmas que recorren los pueblos y los barrios, esta idea de que Guerrero es un camposanto de muertos a la mala que penan por su postergado afán libertario.”
Así cuenta Alberto G. López Limón (Lucio Cabañas Barrientos y el Partido de los Pobres, 2009. Centro de Investigaciones Históricas Rubén Jaramillo Ménez http://tinyurl.com/n392buc) lo sucedido el día en que Lucio Cabañas se fue a levantar en armas la sierra de Guerrero.
En Atoyac, la Sociedad de Padres de Familia de la escuela primaria “Juan N. Álvarez” realiza un mitin en el que se pide la destitución de la directora de la escuela Julia Paco Pizá y de los maestros que la apoyan. Poco antes de las diez de la mañana, una comisión le solicita a Cabañas que funja como orador, porque el que iba a serlo no se presentaría. Lucio acepta, pero pide que lo esperen hasta las diez y media, para aprovechar el tiempo del “recreo” en su escuela, la “Modesto Alarcón”, cercana a la otra. Cuando Cabañas participa en el mitin, la policía judicial del estado de Guerrero trata de impedirlo. Los agentes se abren paso entre la concentración de manifestantes para detener o eliminar a Lucio, hay forcejeos y disparos hacia la multitud. El resultado es de 11 muertos. Como se intenta culparlo de los acontecimientos, Cabañas se ve forzado a refugiarse en la sierra para defenderse de la persecución que busca eliminarlo. En la tarde invita al ejido de San Martín a la lucha armada. “¿No hay condiciones para hacer la revolución? Qué me importa que no haya condiciones… cuando matan al pueblo, hay que matar enemigos del pueblo y de ahí parte la revolución, de ahí parte toda revolución.”
Siguieron siete años de guerra con el levantamiento campesino armado más importante ocurrido en México desde la revolución cristera contra el monolito llamado Gobierno de la Revolución Mexicana. Una historia trágica que dejó centenares de muertos entre soldados, guerrilleros y ajusticiados, además de 535 desapariciones de civiles documentadas. La guerra en el paraíso, la llamó el historiador y novelista Carlos Montemayor.
De esa tragedia escojo dos momentos escritos por Alberto G. López Limón que dan idea de lo sucedido en esas sierras en los primeros años setenta.
+ El 21 de agosto de 1974 una columna de la Brigada Campesina de Ajusticiamiento-Partido de los Pobres (BCA-PDLP) sostiene un encuentro contra el Grupo Escobedo, Grupo Iñigo y Grupo Llanos del 48º Batallón de Infantería; son capturados dos combatientes. Ese mismo día, por la noche, a la altura de La Huerta de Los López, la BCA-PDLP comandada por Lucio embosca una columna de 100 soldados que se dirigían de El Ticuí a Caña de Agua. Los soldados tienen 29 bajas, 14 muertos y 15 heridos. Días después, el 25 de agosto nuevamente se enfrentan insurgentes y tropas federales. Muere un rebelde y son secuestrados ocho personas. En los siguientes días, el ejército se dedica a recapturar a toda la gente a la que había acusado un año atrás de participar en emboscadas al lado de la BCA-PDLP, pero que el Juez había liberado por falta de pruebas. Ya no las entregará a ninguna autoridad competente. Algunos serán desaparecidos y otros estarán largo tiempo recluidos en los campos militares, ahora convertidos en campos de concentración.
++ El 1 de diciembre de 1974, bajo la guía de José Isabel Ramos, Chavelo, campesino cafetalero del ejido de Santa Lucia, Tecpan, el pequeño grupo de cuatro guerrilleros, comandados por Lucio, llega a la región de El Otatal. Con el pretexto de ir a tratar un asunto relativo a sus créditos a las oficinas del INMECAFE, se separa temprano de ese mismo día del grupo. Lucio le entrega $2,000.00. Baja para delatarlos al ejército. En el Guayabillo le da mitad de esa suma a su primo Gilberto Ramos, que era comisario municipal; le indica el lugar donde se encuentra Lucio y sus compañeros, encargándole que hable con el oficial en turno del ejército para concertar una cita con él en la tarde de ese mismo día. A las 10 de la noche en la casa de Gilberto, José se reúne con un general, un mayor y un capitán en ropas de civil. Planificaron la emboscada.
A las 7 a.m. del 2 de diciembre de 1974 se levanta el delator. Con su sobrino y los demás que lo acompañan desde que los encontró en el camino de El Guayabillo a El Otatal, le lleva a Lucio y sus compañeros comida. La última comida de Lucio es una calabaza hervida. Sin percatarse son rodeados por los Grupos “Avispa” y “Vallecitos”, Patrullas 3º uno y dos, “Isaías” una, Sección Barraza y Coral, así como la Sección Ocho, al mando del Comandante del 19º Batallón de Infantería. Cerca de 200 hombres. Al retirarse del campamento José Isabel, los soldados abren fuego. Durante una hora los cuatro guerrilleros resistieron. Al final Lucio Cabañas Barrientos, Lino Rosas Pérez, René, mueren en combate. Esteban Mesino, Arturo, capturado con vida, es ejecutado extrajudicialmente. (…) su cadáver y el de Lino son enterrados por los soldados a flor de tierra, los pobladores lo encuentran con las manos atadas a la espalda con una agujeta. Existe la versión que sostiene que Lucio para evitar caer con vida y dañar más al PDLP con la información que pudieran extraerle a través de la tortura, decide suicidarse. Es capturado con vida el joven Marcelo Serafín Juárez, Roberto; hasta la fecha se encuentra desaparecido. El ejército tiene dos soldados muertos y cinco heridos. Queda en manos del ejército un rifle AR-15 (el cual portaba Lucio), un AR-18, una carabina M-1 y 4 carabinas M-2; un rifle Winchester calibre 30-06, dos rifles calibre 22 y dos escopetas. Además de documentos, literatura y efectos personales de Lucio Cabañas Barrientos.
4
Cuarenta años después algo ha cambiado en Guerrero: en las serranías de Teloloapan, Arcelia, Cuetzala, Coyuca de Catalán, Pungarabato, una hectárea de amapola como las que también abundan en el municipio de Heliodoro Castillo produce ocho kilos de goma de opio, con los cuales se puede elaborar un kilo de heroína, con valor en el mercado de unos 4 millones 500 mil pesos. Familias enteras se dedican a ello. Los niños expertos en rayar la flor se entretienen con el ajetreo de los soldados de la 35 Zona Militar que suben al monte con la intención de destruir los cultivos. Cuando se van los militares sus padres vuelven a sembrarla.
Convertida en dólares, la goma de opio que sale de la sierra guerrerense en Estados Unidos alcanza los 17 mil millones de dólares. (cnf. Héctor de Mauleón, El negocio detrás de Iguala http://www.eluniversalmas.com.mx/columnas/2014/10/109430.php)
No hay revolución que valga en esas montañas. Ahora es la sierra del cártel “Guerreros Unidos”, la expresión más probada y burda de un hecho incontestable: la organización social que llamamos Estado bajo control total del crimen organizado.
“Grotesco”, puede ser el término que nos ayude a entender lo que representa Iguala en este México nuestro.
Un país siempre en busca de sus profetas.