• Video de Zero One Animation/Melbourne Museum
  • 09 Marzo 2015
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Mundo Nuestro: Lo vemos así, todos los días, tan en lo suyo, arrojando sus bocanadas, que su penacho cambiante es prueba de que existimos. Los días pasan. Ayer mismo, domingo, yo le tomé esta foto rumbo a San Mateo Ozolco: 



El cerro que humea acompaña la mañana en el camino a San Mateo Ozolco… (Foto de Mundo Nuestro).





Por la tarde tiene otro rostro desde Tabacotla, en Chipilo (Foto de Verónica Mastretta)

 

Los días pasan. También los años. El cerro que humea, dicen los campesinos, y así lo han informado los libros de texto desde que el Estado le cuanta a su manera la historia a los mexicanos.

Y sin embargo esos cerros truenan.

 Y para comprenderlo tenemos en este siglo nuestro la ciencia y las tecnologías de información y comunicación. Lo vemos como si estuviéramos ahí, ese 24 de agosto del año 79 antes de Cristo, en la animación realizada por Zero One Animation para el Melbourne Museum.

Ahí está Pompeya, arrasada apenas en unas horas.  Vale acompañar esas escenas con la historia:

De los relatos del testigo Plinio el Joven y las investigaciones de los vulcanólogos de nuestros tiempos, esta síntesis que puede leerse en Wikipedia:

En la mañana del 24 de agosto del 79 D.C, una columna de humo comenzó a ascender del volcán Vesubio. La población pensó que se trataba de un escape más de humo, pues ya había pasado en años anteriores.

Pero esta vez la erupción se manifestó de dos maneras: en Herculano, una especie de fango, mezcla de cenizas, lava y lluvia, inundó las calzadas y callejuelas de la ciudad, cubrió los tejados y penetró por ventanas y rendijas. La gente salió horrorizada de sus casas y muy pocos pudieron huir de aquella ciudad italiana. En Pompeya se inició como una finísima lluvia de cenizas que nadie sentía. Luego cayeron los lapilli, pequeñas piedras volcánicas que se parecen a las normales y por último, piedras pómez de varios kilogramos de peso. La ciudad quedó envuelta en vapores de azufre que penetraron por las rendijas y hendiduras de las casas y villas y se filtraron en las togas que la población se ponía en nariz y boca para protegerse. Los pompeyanos comenzaron a pasar angustiosos minutos, replegados en los rincones que podían encontrar. Cuando al último momento trataron de huir, muchos murieron lapidados por las piedras pómez. Aterrorizada, la población retrocedía y se encerraba en sus casas. Pero era demasiado tarde. En algunos casos, los techos se derrumbaban, dejando sepultados a los inquilinos.

“El 26 de agosto, el sol volvió a salir. Del Vesubio sólo salía una débil columna de humo y este volcán se encontraba rodeado por un enorme pedrisco, del que apenas salía alguna columna o algún tejado. En una distancia de 18 kilómetros, el paisaje quedó asolado: los jardines no eran más que un terregal, los campos estaban llenos de ramas ennegrecidas. Las partículas de cenizas se extendieron por África, Siria y Egipto.”

 

Y aquí algo del relato directo del propio Plinio el Joven, quien describe las últimas horas de su tío, Plinio el Viejo:

 

Se encontraba en Miseno al mando de la flota. El 24 de agosto, como a la séptima hora, mi madre le hace notar que ha aparecido en el cielo una nube extraña por su aspecto y tamaño. Él había tomado su acostumbrado baño de sol, había tomado luego un baño de agua fría, había comido algo tumbado y en aquellos momentos estaba estudiando; pide el calzado, sube a un lugar desde el que podía contemplarse mejor aquel prodigio. La nube surgía sin que los que miraban desde lejos no pudieran averiguar con seguridad de qué monte (luego se supo que había sido el Vesubio), mostrando un aspecto y una forma que recordaba más a un pino32 que a ningún otro árbol. Pues tras alzarse a gran altura como si fuese el tronco de un árbol larguísimo, se abría como en ramas; yo imagino que esto era porque había sido lanzada hacia arriba por la primera erupción; luego, cuando la fuerza de ésta había decaído, debilitada o incluso vencida por su propio peso se disipaba a lo ancho, a veces de un color blanco, otras sucio y manchado a causa de la tierra o cenizas que transportaba. A mi tío, como hombre sabio que era, le pareció que se trataba de un fenómeno importante y que merecía ser contemplado desde más cerca

Mi tío decidió bajar hasta la playa y ver sobre el lugar si era posible una salida por mar, pero éste permanecía todavía violento y peligroso. Allí, recostándose sobre un lienzo extendido sobre el terreno, mi tío pidió repetidamente agua fría para beber. Luego, las llamas y el olor del azufre, anuncio de que el fuego se aproximaba, ponen en fuga a sus compañeros, a él en cambio le animan a seguir. Apoyándose en dos jóvenes esclavos pudo ponerse en pie, pero al punto se desplomó, porque, como yo supongo, la densa humareda le impidió respirar y le cerró la laringe, que tenía de nacimiento delicada y estrecha y que con frecuencia se inflamaba. Cuando volvió el día (que era el tercero a contar desde el último que él había visto), su cuerpo fue encontrado intacto, en perfecto estado y cubierto con la vestimenta que llevaba: el aspecto de su cuerpo más parecía el de una persona descansando que el de un difunto.

 

Los días pasan. Se irá el invierno, y por unos meses, el Popo se calmará un poco, como acostumbra hacerlo desde que en diciembre de 1994 reencontrara sus ánimos eruptivos. 

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