• Emma Yanes y Sergio Mastretta
  • 22 Noviembre 2013
".$creditoFoto."
Por: Emma Yanes y Sergio Mastretta

Pasó el 20 de noviembre muy desvalido. Dicen que no hay memoria que valga. Bien haríamos con mirar lo que ocurre en Michoacán y Guerrero. Y en Oaxaca. Y en la frontera de Matamoros y Reynosa. Y aquí en Puebla. Bien haríamos si miramos con otros ojos a México. Con ojos atentos, capaces de reconocer los signos de los tiempos.

Crescencio jue pacífico. Murió en los años ochenta en algún rincón de los llanos de Otumba, al norte de la ciudad de México. Él si miraba largo. Sobrevivió a la violencia extrema de la revolución mexicana. “Hay que aguantar como burros mañosos para que no venga de nuevo lo de la antigua…”

Para conocer la historia hay que aprender a mirar como la mira Cresencio, como se mira el campo, como se reconocen unos quelites de unas verdolagas. Como se mira a la tierra a la que nunca se olvida.

Sólo así no olvidaremos de dónde viene México.

Mundo Nuestro presenta este texto escrito por Emma Yanes y Sergio Mastretta, y que formó parte del libro Con el sudor de tu crisis, publicado por la BUAP en el año de 1989. 


Primera parte

 

Junio de 1983

Otumba: gran parte de la tierra sin sembrar, unas cuantas yuntas trabajando parcelas recién barbechadas. Entre nopales y magueyes, la casa de la señora Felícitas en el pueblo de San Marcos. Sólo dos cuartitos de piedra: tinacales de aguamiel, hojas de maguey, jarros y cazuelas colgadas de la pared. En un rincón de la  casa, doña Felícitas, una mujer de rostro indígena de aproximadamente de 35 años, hace las tortillas blancas y grandes sobre el metate. En el otro extremo, su hermano Carmelo, en cuclillas, selecciona los frijoles para la siembra. Y el tío don Crescencio, de 80 años, sentado junto al tinacal, nos ofrece con insistencia un vaso de pulque: no sabe agrio, es dulce, refresca. Nos vuelve a servir, dice que el que hay en México ya está meniado y además le ponen agua, que el pulque de Otumba es el mero bueno.

            Don Carmelo: “De habitantes somos unos dos mil o tres mil almas, con chamacos y todo. Somos 240 ejidatarios. Cada quien trabaja su parcela, lo propio. Es una miseria, tres hectáreas. La mía fue un traslado, murió el mero dueño que era, me la pasaron. Sembramos máiz, frijol, haba, todo por temporal. Si Dios quiere socorrer con l´ agua se da la cosecha. Apenas antier empezó a llover; estaba dura la calor  y uno tristeando en la tierra y se vino el relámpago nomás así y la lluvia se vino y corrimos del gusto al ranchito pa´ dar gracias a Dios y nos tomamos el pulquito. Apenas estoy seleccionando el frijol pa´ la siembra; recién lo compré, es del de hace dos años, trai mucha piedra. Está dura la cosa; ora si nos dicen: ‘¿qué siembras buen hombre?`, uno responde: frijoles. Y el otro nos va a contestar: ´pues piedras levantarás`… Luego la aguamiel nos la pagan bien barata, a peso el litro, y ellos venden el pulque a diez pesos. No se da la siembra, todos se están yendo pa´l  Distrito. Los viejos nos quedamos de pastores o a raspar magueyes. El nopal y el quelite se da mucho, casi solo, tenemos pa´ irla pasando. Todavía tenemos un guardadito de maíz del año pasado pa´ mal pasarla. Somos de aquí nacidos y aquí hemos de morirnos. Cuando bien nos va sacamos pa´ no comprar la semilla, pa´l gasto de uno. Y a raspar el maguey, que no falte el traguito pa´ beber. El pasado año el gobierno metió máquinas a limpiar las tierras, con eso del SAM, pero salió lo mismo: donde entraron las máquinas se levantó frijol, pero ya no jalan las máquinas, no llueve y no se dio nada. El banco ofrece centavos y se queda con la mitad de la cosecha, y si no da uno se queda con la deuda. Mejor nos atenemos a lo que Dios nos socorra,  pero que sea propio. Ya aquí muchos cambiaron de religión; andan por todos lados cargando la Biblia y ya no le ponen la veladora a los santos. Los de la religión nuestra ya están haciendo las misas de espigas pa´ que dé la lluvia. Pero cuando Dios no quiere, los santos no pueden socorrer l´ agüita.”

Doña Felícitas toma una bolita de masa, la redondea, la pone sobre la piedra, no deja de trabajar. Interviene en la plática, interrumpe a su hermano: “Nosotros no le hacemos caso a los de la Biblia. A San Isidro ya lo sacamos a pasear a las tierras el día 15, pero no llovió, hasta ayer.”

Don Carmelo: “Está duro por donde le vea uno. Tenemos que sembrar con yunta, no salen los centavos pa´ pagar tractor: piden 2900 pesos por barbechar una hectárea. Pá sembrar piden otro pago, otro pa´ cajonear. Mejor, digo yo, lo que salga con la yuntita. Aquí el que tiene ha luchado pa´conseguir su tierra, su pulquito, su chivo. Cuesta sostenerlos.”

Doña Felícitas: “Aquí muchos vivieron la revolución, los viejos dicen que fue por envidias. Ahí está mi tío, pregúntele, estuvo en los balazos.”

Don Crescencio se acomoda bien en la silla, reflexiona un rato, sirve más pulque: “Antes había en Otumba pura hacienda y la gente puro pion. Pasó aquí Carranza en el ferrocarril. Lo empezaron a peliar, yo lo vi, luego más adelante lo atajaron y lo mataron. Ya despuesito vinieron los ejidos. Los dueños de la hacienda, unos Campero, ya se fueron pa´ siempre. Ora ya no estamos esclavizados a los mandones del patrón, el administrador, el mayordomo, tanto malora. La necesidad nos obligaba a trabajar pa´ellos; 40 centavos ganaba, 70, no pasé de ai. No dejaban sembrar lo de uno los hacendados, no nos quedaba nada, ni el cuartillo de maíz.”

Doña Felícitas levanta la tortilla con la punta de los dedos, la pone en el comal; es grande y blanca, nos invita a un taco de frijoles, de nuevo interviene en la plática: “Mi agüela dice usaban la biznaga pa´ la tortilla. Luego la hacían del mezale de maguey, se les rompía todita en el comal, sabía feo. “

Don Crescencio: “Pus eso que tú oyiste yo lo vide. La tortillita se rompía en la mano, era de mezale, sabía a crudo. Y los de la guerra le daban a uno la cebada y el maíz al caballo. Todavía habemos con licencia de nuestro Señor unos de esos tiempos; ya nos tocó la tierrita nuestra, y el maíz blanco y bonito como el nuestro. Cuando los balazos, los rateros condenados, los soldados, entraban a la cocinita a la fuerza y todo se llevaban. A la mujer se la llevan por la fuerza y la hacían soldada y la llevaban a lo bola pa´ que hiciera de comer. Yo jui pacífico. Estaba en la edad pa´l reclutamiento, me escondía de la leva. Nomás oía sonar la bala y m´iba pa´l barranco, pa´l otro lado, donde fuera, donde no la oyera la bala. Entonces se quemaban los puentes del tren, le hacían la malobra al vaporcito, al vía angosta, así era. Dicen ya viene cundiendo de güelta lo de la antigua. Ni lo quiera Dios. Vamos arriesgarle a la tierrita y onque piérdamos. Si hay comida bendito sea el Señor; si no, pus hay que aguantar la carga como burro pa´que no haiga guerra. Y que sea el burro mañoso pa´que no se caiga la carga. Yo mi partido  ya lo eché al olvido; sale bien carísimo sembrar. Dicen ora la guerra que se viene va a ser del aire, están preparando los aviones y tanta tropa que tiene el gobierno.”

Don Carmelo sigue seleccionando el frijol, separa los chicos de los grandes, los pintos de los güeritos, les quita las piedras. Interrumpe al viejo. “Está triste todo. ¿Por qué han de darnos miedo los balazos? Hay que entrarle al cuero, digo yo, hay que entrarle.”

Don Crescencio: “Anda vete pues. Ya deja el frijol, vete a corretiar balas. O de una vez te preparamos el cuadro aquí mesmo, te organizamos el fusilamiento.”

Doña Felícitas: “Ya no pelié tío, ya no pelié.”

Don Carmelo: “Aquí estamos amolados. No sale pa´ la mantención, no sale pa´l tractor, no sale pa´l abono, ya no sale. El abono de la gallina es el mejor, pero habíamos de tener una granja pa´que saliera. Con 30 pollitos que tenemos por ai sueltos, nomás no, ni modo de corretearlos pa’saber dónde ensucian. “

Doña Felícitas: “Vamos a ponerles un pañalito, como a los chilpayates, pa´ que se ensucien en un solo lugar.”

Don Crescencio: “Está bueno, siga de respondona, siga.”

Don Carmelo: “El tractor en un instante termina y en un instante me deja encuerado. Mejor me sesgo tantito pa´no quedarme desnudo. Todavía el año pasado cobraban a 800 pesos, todavía le entré; onque perdí, le entré. Ora la mujer ya deja sola la casa, se va al campo, dicen que a trabajar; van a ratiar de paso, ya ni se paran en la plaza las condenadas.”

Doña Felícitas: “Está bueno, en el campo todos somos dueños, así decimos, y vamos llenando el ayatito. Está bueno, así todos comemos.”

El viejo Crescencio sirve otro vaso de pulque, vuelve a intervenir: “Ya no pelien. Se vienen tristes los tiempos. Hay que hacernos burros mañosos pa´ que no haiga otra guerra. Yo jui pacífico. No me gustan los balazos, andan saliendo muertos, verlos ai tirados junto al maguey y las muchachas dando hijo ajeno. Si llega un soldado y me dice a fuerzas que tengo que ser como él, yo me pongo de pie y le respondo: `mire soldado, mejor deme cinco balazos ora mismo y de una vez quedamos a mano.´ Ya en el otro mundo, digo yo, arreglaremos cuentas. Uno como quiera ya, con lo poco que nos falta pa’morirnos, como quiera acompletamos. Se viene triste pa´ los chamacos. Hay que aguantar la carga como burros mañosos pa´ que no cunda de nuevo lo de la antigua. “

Julio de 1984

En la carretera, rumbo a Otumba, el mismo paisaje: nopales y tierra seca. Doña Felícitas, igual que hace un año. Desde el rincón, desde la oscuridad, prepara la masa y echa las tortillas mientras habla. “Siempre sí se compadeció la virgencita. La pasearon por la tierra y llovió. Se dio el maicito, el frijol, el alberjonsín. La haba no quiso darse. Ahora está cara la yunta, está caro el tractor. Salió el maicito y juntamos la pastura para los animalitos. Y una, como endenantes, echando la tortilla en el comal. Se apaga con la vientadera, con el aire”.

Ahora nomás yo ando. Mi muchacho anda juido. Dios sabrá. El tío Crescencio dijo el mes pasado: ahora vuelvo, voy a deshojar. No volvió. Jala pa’ un lado, jala pa’l otro el tío Crescencio. Dice tiene guardados sus centavitos para cuando lo entierren. Luego decía nos ayudaba en la tierra. Nomás ayudaba un poquito, se iba a tumbar a la sombra. No se casó el tío Crescencio y ahora mismo ya se quiere matrimoniar. Las pasea en burro a sus señoras, les regala frijol, luego ya lo botan: no tiene parcela. Un sobrino suyo se la quedó. Cumplidos tiene los 81 el tío Crescencio, anda a la pura arrepentida, sin mujer, sin chamacada: ahora quién lo va a enterrar. Un mes no se ve a don Crescencio. Se va a Campero, donde su parcela. Se va a saludar a su tierrita. Se queda la semana, el mes, nomás mirándola. Le agarró cariño. Antes, dicen, nadie tenía la tierra y ahora nomás la mira. Anda a la arrepentida, no se matrimonió. Quién lo va a enterrar, allá en la tierra suya de Campero.

“Bendito sea Dios, llovió. Pero ahora Carmelo no puede trabajar la parcela. Vinieron unos gringos, dizque traen papeles. Andan escarbando la tierra del ejido, no puede entrar la yunta. ‘Oh’, dice la gringa, ‘qué chulada de paredes tamos haciendo, ¡oh!’, y rascan la tierra pa’ llevarse los tepalcates de los antiguos. Con ésos se daban la bendición. Endenantes no había santitos pa’ cuidar la tierra. Rásquele y rásquele a la tierrita están los gringos y llenan los costales de los tepalcates que usaban los de endenantes. No se puede barbechar. Allí en la parcela se acaba l agua pa’ los gringos. Y gritan y corren al jagüey a tomar l’agüita de ésa, donde mero se mían los animalitos. Van a tomar la porquería y a nosotros nos da risa. Carmelo dice que no quería gringos en su tierrita, allá pa’l cerro. Dicen vienen ellos mandados y traen papeles y peones pa’ escarbar la tierrita nuestra. Luego dicen: unos nomás no dejaron entrar a los gringos y el gobierno les quitó su tierrita; les metió pura nopalera y nunca más van a sembrar. Mejor Carmelo se entendió con ellos. Ai como pudo se entendieron; no cantan el mismo hablar. No que otros, dice Carmelo, por salvar la vida la andan perdiendo. Él nomás anda al monte: cuida al animal. Por ai ha de andar.

“Otros de aquí sí pueden barbechar. Juntaron unos pa’l tractor. Al cabo no come pastura, ni l’agua. Igual se descompone. Se queda botado en medio campo, peor enterrado que el nopal. Nomás estorbando la barbechada, el fierro ése, peor que el nopal. Todo está caro, peor está. Y la chamacada que volvieron unos de México. Se fueron y sacaron sus centavitos allá y vinieron acá de vuelta, igual los dejan. Todo recaro está. No alcanza pa’la yunta, pa’l tractor, pa’l animal. Yo digo el gobierno es ingrato; del campo comen los de la ciudad”.

Doña Felícitas se levanta y abandona por un momento su rincón. Nos ofrece un vaso de pulque, el recuerdo más próximo de don Crescencio El Pacífico.

(CONTINÚA SEGUNDA PARTE)

Click HERE is best bookmaker in the world.
Offers Bet365 best odds.
All CMS Templates