• Raúl Picazo
  • 28 Agosto 2014
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Hace años trabajé para un candidato del PRI que contendía por una diputación local, ahí, tuve la oportunidad de mirar por tres meses, la vida del político acaudalado en campaña y la vida de los jodidos votantes. Pueblos donde el hambre, la desolación y manipulación son cosa de todos los días. (Pueblos agarrados de los huevos, donde por una torta o un refresco se podrían partir la madre)

Viajábamos en una camioneta Tahoe negra, con aire acondicionado. Yo escribía boletines de prensa donde argumentaba las bondades del candidato y por qué debía ser el elegido. Se pagaba una lana a los medios disponibles para que salieran aquellas mentiras que escribía. Ahí aprendí eso que llaman el 'maiceo' y otras bonitas practicas políticas. Viajé por la sierra con mi cámara, y capté los rostros hastiados de mentiras.

¿Por qué les cuento esto? Por la simple y sencilla razón de enterar a la banda, que estén pendientes de sus políticos, que no se dejen engañar por falsas ilusiones y pretensiones; para que dejen la 'chaira" y analicen la realidad que vivimos, así como para pensar cómo podemos construir un espacio habitable, para todos, hasta para esos políticos y sus difusores de mentiras.

Cabe resaltar que ganamos la campaña.

 

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Casi no hablé con el candidato, sólo escuchaba lo que decía en los mítines y transcribía en un boletín informativo aquello que les prometía a los votantes, o sea, una calle pavimentada, un aula con pizarrón blanco, arreglar ciertos desperfectos en zonas afectadas por las lluvias, útiles escolares. Y en ocasiones, iba más lejos si se sacaba de la manga, como aquella ocasión que prometió en Zempoala, Municipio de Chiconcuautla, algo así como un Instituto de Estudios Superiores con carreras enfocadas al desarrollo de la comunidad, una propuesta bastante arriesgada, pensé en ese momento. Y aunque no era necesario tener contacto con él, sabía lo que debía de hacer y eso era más que suficiente. Caminé junto al él por lugares muy alejados de los municipios, entre indígenas muy pobres. También asistí a reuniones comunales, donde los líderes se reunían para pactar con los operadores para que el día de la votación, todos salieran a sufragar por el PRI. Esa era la famosa maquinaria. Me había preguntado sobre el significado de eso llamado maquinaria priista, hasta que lo vi. El candidato tenía que resolver con dinero, desde la comida, hasta los asuntos personales con sus camaradas más allegados.

Recuerdo una reunión con un candidato presidencial de Tlaola, aquel necesitaba dinero para comprar a sus votantes, para lo que el candidato a la diputación dijo, “todo el dinero se lo está llevando el candidato a gobernador, pero algo te va a tocar”. Así pasaron los meses, entre reuniones,  mítines, entrega despensas y  regalos.

Esto que escribo es una realidad que me tocó vivir y que a la luz del tiempo, puedo vislumbrar con más claridad, aunque a decir verdad, todo ese tiempo estuve cavilando y pensando sobre aquello que todos llaman democracia y que no es más que un concepto que podría funcionar si los sujetos que enarbolan su bandera no fueran corruptos por esencia, y sí, hombres de pensamiento y acción.

 

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El candidato con el que trabajaba era un empresario que se había hecho de mucho dinero, su fortuna dependía quizá de las prebendas que el gobierno le otorgaba, pero no el gobierno estatal, sino alguien más arriba. Me dijeron que contaba con helicópteros que rentaba a otros políticos para sus viajes. Descubrí que era verdad cuando sentados en una mesa, tomándonos una limonada, uno de sus allegados le dijo que cierto helicóptero estaba en reparación y que algún otro había llegado a su destino, también hablaron de uno de sus pilotos y algunos asuntos que ya no le puse atención.

También pensaba en las mentiras que escribía, hasta llegué a creer que en verdad todo lo que se decía se llevaría a cabo. Uno tiene que ponerse la camiseta, uno tiene que convertirse en ellos para poder decir la verdad impostada, hacer a un lado la realidad y sentirse parte de un grupo donde no has sido elegido por principios, sino contratado.

En la política uno debe de abandonar su dignidad social, sus ideas personales y dedicarse a lamer muy bien los zapatos del que se encuentra arriba. La política en México es deleznable, y háganme caso, es hipócrita y no tiene ningún sentido humano. Al menos en la experiencia que me tocó vivir,  me hizo ver que la clase trabajadora está siendo explotada para pagar sus impuestos y que todo ese dinero se mueve en las cúpulas de poder, las cuales son invisibles pero reales. Se queda en las familias de los políticos, y con ese capital se hacen más empresas para seguir explotando a los obreros, y engañando a los campesinos, poniendo de lado a los empresarios voraces para seguir con la cadena. Deberíamos indignarnos tan solo de saber que nos quieren vivos porque les mantenemos.

 

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Las giras por los pueblos fue lo más importante para mí, recorrimos lugares alejados, anduvimos por cerros, calles estrechas, lodo, cemento, con niños, señores, mujeres, discapacitados, nos atendieron mayordomos que nos colocaban collares de flores. Cuando llegábamos a los pueblos, todo estaba organizado para escuchar al candidato, después de la arenga que insuflaba una burbuja de mentiras, se les repartían pelotas, refrescos, balones, plástico en general, a toda la muchedumbre que se reunía para escuchar la mentira.  

Comía carnitas casi todo el tiempo, porque cuando no estaba con los jefes, estaba con la avanzada, con la banda que se la rifaba poniendo las mesas, organizando  todo para que el candidato llegue nada más a hacer su chamba. Una ocasión me dejó en un pueblo porque ellos tenían cosas importantes que hacer, reuniones donde se hablaba de la verdad y no de las mentiras que yo retrasmitía por medios dudosos que cobraban bien por eso espacios. En tiempos electorales los medios de comunicación se ponen en venta.

Me hice de un amigo que era el jefe de avanzadas, priista de cepa, que andaba en esa chamba mucho tiempo atrás, en campañas para gobernadores y diputados en el estado de Puebla. Era un hombre moreno y gordo, con lentes de fondo de botella, manejaba las camionetas donde llevaban las playeras, las pelotas y los refrescos, regalos que ayudaban a cargar dos chalanes que tenía y a los cuales les habían prometido el empleo de policía terminada la campaña, si es que el candidato resultaba ganador.

Nos acostumbramos a todo. Pero aquellos pueblos qué pueden hacer, cuando se vive del campo que encuentra abandonado, cuando los caminos están de la chingada y no se puede transitar, cuando no hay dinero siquiera para comer, cómo luchar contra el opresor.

En aquellas fiestas de carne de puerco, el indígena se sentía comprometido con el candidato, daba su voto, se hacía a la idea que aquel día iba a comer y eso era ganancia. Muchos se llevaban la carne a su casa, otros comían en la calle, los refrescos no alcanzaban, las playeras menos, las pelotas para los niños eran las más cotizadas.

De regreso de algún pueblo desolado, un conjunto de gente interceptó la camioneta donde viajábamos porque sabían que llevábamos regalos. Querían playeras. Era un grupo como de quince personas, nos dijeron que si no les dábamos algo no iban a votar por el PRI, entonces el jefe de la avanzada apagó la camioneta para bajar y darles lo que pedían. Mala idea, porque en ese instante, otras personas se dejaron venir y tuvimos que subirnos a la camioneta  y  lanzar las playeras desde las ventanillas, así como algunos balones que los niños se disputaron a patadas. Arrancamos y dejamos atrás aquella imagen digna de un pueblo olvidado de México.

 

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Casi no hablé con el candidato, la segunda ocasión que me dirigió la palabra fue para regañarme. Habíamos asistido a Pahuatlán a una junta muy importante, se rumoraba que Zavala seguía perdiendo gente y esa entidad era una de ellas. Así que el candidato a diputado se la rifó tarde, pues salimos para allá después de una gira cansada. Estaba muy  oscuro en aquellas calles donde se reunieron los comuneros, los sujetos que lo abordaron eran un par de campesinos que lo saludaron con respeto, les tomé una foto que salió bastante mal, y junto con otras, las envié a la redacción de los periódicos. Fue un error de mi parte por mandar archivos que no servían y publicaron la foto más fea. Cuando me vio me dijo: “Mira esta foto, quiénes son estos pinches gatos. Publica fotos donde salga bien.” Sabía lo que me decía. Mi cámara no había captado aquellas imágenes que los políticos aman, ahí donde están saludando a la anciana de la comunidad, a los niños piojosos y sucios. Esas son las imágenes que venden, las que conmueven el corazón y hacen que los votantes escépticos se convenzan. Aquella frase me molestó bastante. Quiénes eran esos pinches gatos, quizá los que lo iban a lanzar al curul. Por qué ahuyentar de esa manera el ínfimo respeto que le tenía al candidato.

Las juntas privadas se llevaban a cabo en restaurantes donde la calidad de la comida era buena, respetable. Me tocaron varias de esas. Quería escuchar lo que decían, así que después de sacar las fotos correspondientes, era todo oídos. Pero qué se puede sacar de todo esas negociaciones, no se platica de las formas de vencer la ignorancia, sino de acrecentarla, no se hablaba de motivos serios donde se plantearan las directrices de buenos gobiernos, era puro estire y afloja. Que dice que no sacará a su gente, si no sueltas la lana por anticipado. El presidente de tal junta se quiere ir con los otros. Cómo va la campaña en Puebla.  Moreno Valle se va a llevar la gubernatura, andan diciendo. Nada de interés. Mejor me iba a platicar con mi amigo de la avanzada  sobre el frio y la negra noche que se ceñía sobre nosotros.

 

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De lo más lamentable y asombroso que vi durante la campaña fue en una comunidad controlada por Antorcha Campesina. Más de mil personas congregaron en una cancha de basquetbol. Todos muy ordenados se sentaron y escucharon las propuestas. Estaban hambrientos, se miraban impacientes. Otros tantos seguían arribando al punto de reunión. Los líderes antorchistas estaban muy contentos, se les veía en su rostro y en su panza descomunal. En distintos puntos del pueblo ya se encontraban los cazos rebosantes de carnitas listas para servirse. Más de mil indígenas estaban en espera de que la misa terminara, controlados por los organizadores para que escucharan la homilía. Después de hacer el trabajo que me tocaba, fui con el jefe de la avanzada y le dije que le ayudaba, lo que quería en realidad hacer era tomar una foto de toda esa gente que pelearía por un refresco, de sus manos que arrebatarían las viandas, con los puestos de las carnitas llenos hasta reventar. Todas esas manos pidiendo un poco de comida me hacían pensar en la hambruna. Triste y desconsolado me abrí a un lugar más tranquilo, donde pudiera respirar ese aire tan fresco que recorre los pueblos más humildes, alejados de las ciudades populosas.

 

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Pero todo debía llegar a su fin. Fueron meses de una carrera contra el tiempo. Las campañas políticas son una locura, no descansas nada, hasta los domingos se trabajaba, que si vamos aquí, que si hay otra reunión, que es día del niño, vamos a dar unos regalos, que si es el día de las madres, pues vamos a darle unas jícaras de plástico para que no digan que somos culeros. De un lado para otro, de una mentira a otra. Y ahora me pregunto, dónde está el candidato, qué hizo en su gestión y a quién realmente ayudó, porque yo no seguí sus pasos. Pero cada ocasión que regreso a mi pueblo, y que platico con mis conocidos, me hacen saber que nada ha cambiado, y aunque no debemos esperar nada de ellos, lo pensamos, porque trabajamos para  avanzar, sea cual sea nuestro destino, mientras que ellos, desde su automóvil, mueven sus negocios y nos hacen participes de su mentira, que creemos y perpetuamos. 

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