• Sofía Hernández
  • 04 Abril 2013

Volver al principio, abrirse al mundo.

Sofía Hernández, 13 años, violinista, estudiante de secundaria.

Las dimensiones solo existen en el pensamiento humano.
Esta fue la reflexión que muchos hicimos  en este viaje, entre ellos afortunadamente yo.  

Mi cuento comienza después de bastantes vueltas e historias que  no voy a contar hoy. Cuando llegamos al estacionamiento de las cascadas en Xaltetempa,   tomamos un sendero y descendidos unos cien metros con incontables paradas, aguardando a los Yanes. Llegamos a la primera cascada.
Al cabo de un rato, continuamos nuestro increíble paseo hacia la segunda cascada, con una bajada más empinada y resbalosa que nunca; varios sentones más tarde llegamos a la posa de la cascada donde nos refrescamos y descansamos. Ahí decidimos continuar hasta el río, pero esta vez sólo iríamos la mitad  del grupo.
Después de haber cruzado dos puentes y varios riachuelos nos encontramos en el centro del rio, un lugar increíble, con el cañón de piedra en ambos lados, lleno de algas, plantas gigantes y flores apenas más grandes que la uña de mi dedo meñique. Observamos cómo  la luz jugaba con los colores y matices del río, y escuchamos cómo chocaba el agua con las   piedras  con el río.

"Maravilloso", decíamos, hasta que nos percatamos de no estar seguros sobre el camino que debíamos tomar. Algunos decían por la derecha, y otros por la izquierda. Después de meditarlo un buen rato, el grupo optó por la izquierda, pues había menos piedras en el camino, y la vereda se veía más clara... O eso creíamos.
Después de caminar cinco minutos se acabó la vereda del lado oeste, así que optamos por cruzar el río. Aunque cruzamos por donde las piedras eran ms grandes y seguidas fue una tarea muy difícil, con algunas caídas, golpes y mojadas de pies, logramos pasar al otro lado. Pero al cabo de un rato se volvió a acabar la vereda y tuvimos que repetir aquella difícil tarea varias veces antes de llegar a una piedra del tamaño de u1na isla, sin exagerar, no una isla enorme, pero lo suficientemente grande para cargar a doscientas personas.

Al final de "la isla", cuando todo parecía marchar bien, los ánimos se vinieron abajo otra vez, pues la cañada se hacía tan angosta que no dejaba que nadie más que el agua misma pasara, así que tuvimos que rehacer nuestros pasos hasta llegar a dos veredas escondidas detrás de una roca, tomamos la que nos pareció la indicada y comenzamos a subir. Tras haber caminado media hora más, paramos a descansar y a tomar agua. En el camino encontramos una casita con la vista más bonita del mundo, con muchos naranjos sembrados alrededor. Ahí el grupo pudo retomar fuerzas con chistes bromas y canciones. Cuando la subida casi se hizo insoportable por lo empinada, comenzaron los zigzags; al principio pensé que serían unos diez cuando mucho, pero al cabo de unos interminables minutos ya había contado más de veinte y aún la subida se veía larga. Cuando por fin llegamos a la cima nos encontramos con varias casitas, podría decir que unas cinco. Una tenía un estanque pequeño con  vareas gallinas canturreando a su alrededor. Nos dábamos por perdidos, así que decidimos comenzar a caminar para reencontrarnos  con la otra mitad del grupo.

 Fue entonces que mi papa se comenzó  a morir de risa. Al principio no entendíamos nada, pero cuando nos acercamos vimos que habíamos llegado al estacionamiento de las cascadas, mientras que nuestro destino estaba a más de dos o tres kilómetros. Simplemente, regresamos a nuestro punto de partida. Intentamos llamar a los que traían el coche para que regresaran por nosotros, pero no había señal en el celular, así que comenzamos a caminar hacia la carretera, con la idea de encontrar señal o un taxi. Al cabo de  vareos intentos fallidos de comunicarnos entró una milagrosa llamada, y gracias a ella volvieron.

Esta historia, si no mal recuerdo, comenzó con una reflexión, tal vez algunos se preguntarán porqué. Pues verán, al llegar  al caserío antes del estacionamiento no sabíamos dónde estábamos, no importaba quienes éramos, ni conocíamos a nadie y no teníamos la menor idea de cómo regresar. Por eso es que no somos importantes para la rutina diaria de la vida. La importancia se encuentra dentro de la mente  y corazón de cada persona, por eso es importante saber medir nuestra magnitud y estar abiertos a todo.

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