• Sergio Mastretta/Primera parte
  • 22 Enero 2015
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Las vidas se cruzan y no se tocan. Unas miran a la tierra, acostumbradas a mirarla desde todas sus cortes y poderes contemplados en la bitácora de sus helicópteros. Esas vidas, las más alumbradas, son invisibles, inexpugnables. Otras se sientan en la sillería para escuchar discursos y saber que cuando hablen de estadísticas e indicadores ellas contarán como las que asoman la cabeza arriba de la línea. Esas se saben sobrevivientes. Las más quedarán afuera, de un lado y otro de la valla de seguridad dispuesta a doscientos cincuenta metros de toda posibilidad de que alguien no invitado se asome al aseado mundo de los funcionarios públicos. Esas se saben vivas.

Lunes 19 de enero. La foto la tomo de OEM: ahí están los dos que han bajado una vez más de sus  helicópteros. ¿Qué miran sus ojos, qué se dicen sus manos? Peña Nieto inaugura el recién construido desde cero Hospital para (antes del) Niño Poblano. Moreno Valle baja sus cartas. A su alrededor las vidas se cruzan: la policía local (municipales de Puebla y San Andrés Cholula y granaderos estatales) trabajan a conciencia para pulir la imagen represora de los gobernantes y, de paso, abollan la académica neutralidad de los directivos de la universidad pública. Yo recorro el día desde el evento inaugural, la represión frente a la Universidad Iberoamericana de una marcha estudiantil para recordarle al priista el crimen de Ayotzinapa, y el interrogante sobre si nuestro sistema de salud es mera fachada.

Las vidas se cruzan y yo trato de iluminar esas encrucijadas en la que nuestras soledades se vuelven destino colectivo: una porra pagada al presidente en su pasarela, una corretiza de granaderos a los eternos y renacidos estudiantes de estos años dos miles, una caminata hasta el camión que no acaba de pasar convertido en metrobús, una entrega de suero contra los retortijones estomacales en la tierra yerma de Azumiatla.

Pero las vidas no se tocan. Del amanecer a la noche, cada quien se desvanece en sus soledades.

Amanecer

José N. es policía auxiliar. Camina a hacia la combi a las seis treinta de la mañana desde su casa en ese sumidero proletario enmarañado al sur de la ciudad; cualquiera puede ser su colonia, La Playa, 5 de Mayo, Minerales de Guadalupe, Loma Bonita Sur; cualquiera puede ser su casa, la mayoría plantada en lotecitos de siete por 14 metros en dos o tres recámaras, chance la cocina con vista al patio trasero. Va muy serio, pues ya le dieron fecha para su examen de confianza y tiene que pagar los antecedentes no penales y la prueba de no haber cometido un crimen con arma de fuego. Y el Metrobús, no le gusta nada la idea del Metrobús.

María N. se levanta temprano para encender la lumbre, y ya a esa hora reconoce el retortijón que trae en el estómago por lo que sale a cortar un poco de yerbabuena. Todavía está oscuro en Azumiatla, así que desde su patio admira como todos los días la extensión de luces de la ciudad que parece estar tan cerca. Al rato, cuando el sol repunte de las sombras saldrá ese manchón blanquecino y polvoso al que baja de cuando en cuando y al que su marido se va todos los días para pasarla trepado en alguna de esas torres que construyen y que ella no conoce. Pero el dolor, qué dolorazo en el vientre.

Marcela N luce su uniforme de enfermera impecable en el Agua Azul Mayorazgo que brincotea hacia el norte por uno de los carriles de la 11 Sur en el que trajinan los constructores del pavimento de concreto que al fin llegó hasta ese punto del sur. ¡Y ya van a inaugurar la estación del metrobús Limones, justo en la 157 Poniente! ¿Y ahora qué? ¿Tendrá que tomar tres camiones para llegar hasta el Hospital para el Niño Poblano en el que ha empezado a trabajar y que hoy inaugura el presidente Peña Nieto? No lo sabe. En su reloj se marcan las 7. Ella estará a las 8 junto con sus compañeras, listas todas para esperar tres horas la bajada de los helicópteros.

Manuel N sale del Infonavit Amalucan a las 6 rumbo a CU y a su clase de Cálculo Integral. A las 9.30 estará en el arranque de la marcha hasta el hospital del niño poblano para participar en el acto de repudio a Peña Nieto. No presta mucha atención al hecho de que venga a inaugurar el nuevo hospital. Es más, no recuerda con detalle cómo era el anterior. En su pensamiento están los muchachos desaparecidos, y justo el lunes que viene se cumplirán cuatro meses de esa jodida noche en Iguala. No puede quedarse viendo como si no pasaran estas cosas en México. Y si no, ¿para qué estudias?, ¿para qué te desmañanas y te quiebras la cabeza con las derivadas y las funciones variables? Ahí tienes un problema: ¿las chingaderas que ocurren en el país puedes resolverse con las herramientas del cálculo?, ¿y qué dices del concepto de razón de cambio?

Enrique N y Rafael N despiertan más o menos a la misma hora para acudir a sus hábitos diarios. Sus ordenanzas han dispuesto ya el café y la síntesis noticiosa con los artículos más relevantes y la estimación de los ánimos de la opinión pública. El primer indicador que miran es el de sus porcentajes de aceptación o rechazo. ¿Qué hay en la agenda? Ah sí, ir a Puebla. Claro, la visita de Enrique. Si lo piensan, los dos son fieles exponentes de la generación del cambio que inauguraron Zedillo y Fox, son su producto más acabado, metrosexuales políticos de un país moderno que sólo se reconoce si lo miras como los dioses, al vuelo de pájaro del poder omnipotente. Un día más en el helicóptero. Faltaba más, ¿quién dice que no se puede vivir en México sin pisar una calle?

Del Tlatoani y el Virrey

A las 11 de la mañana todavía circulan los coches sobre Niño Poblano, de ida y vuelta. Las vallas metálicas están dispuestas a todo lo largo de los carriles principales a partir del lindero con la Ibero. En el nuevo puente peatonal que cruza el boulevard desde el Parque del Arte y hasta el nuevo parque de la Niñez Poblana hay un grupo del Estado Mayor Presidencial que corta el paso. De hecho, los de casquete corto exageradamente corto rebajado de la nuca están por todos los rumbos, pero justo debajo de ese puente los militares en traje civil se acompañan por una unidad armada con tal vez una ametralladora Browning M2 o una MG21, a saber, y un pelotón de soldados. A esta hora no veo alguna formación de granaderos en el entorno.




Como no cargo invitación, me abandono a mi suerte. En el estacionamiento de la Ibero me pidieron una identificación, y ahí quedó mi licencia vencida. No tengo ex IFE, así que llego al retén desarmado. Claro que no puedo pasar, me dicen uno de los tres soldados en uniforme negro y chanchomon, así que sigo por fuera a lo largo de la valla que encierra el carril lateral hasta la puerta de acceso de los invitados. Ahí están los camionetones de los que bajan los funcionarios les diré importantes, y los diputados, faltaba más. Hay una fila larga que va a dar mucho más allá de la puerta principal del nuevo hospital. Las primeras en la cola son unas enfermeras, en un bloque de tres en fila que cubre toda la banqueta por treinta metros y que espera desde las ocho de la mañana. No tengo invitación pero ahí está un amigo reportero que hoy trabaja como asesor de comunicación del bloque de diputados panistas en el congreso local, así que veinte minutos después ya porto un formal gafete de invitado con el que me presento en el retén de los chanchomones. Pásele, señor, ya ve que sí se puede.

Justo a las 11 un EMP de gorrita y un altavoz da la voz de pásenle con su gafete a la vista. Claro, por supuesto los de la cola se esperan: señora señor diputado ustedes primero.  Y tras las enfermeras los funcionarios de Salud. Me cuelo entre ellos.

Y me encuentro la primera perla del día: los soldaditos a cargo me quitan mi libreta y mi pluma en los filtros que ha puesto el Estado Mayor presidencial; son cuatro arcos a los que ya mero les añaden las bandas para las maletas.

  "Si no está de acuerdo, no entra --me dijo el soldadito vestido de civil--, está usted en libertad."

Sale, me niego y me quedo fuera. Y he venido a ver caminar a Peña Nieto por su pasarela de porristas y burócratas que quieren abrazarlo. No puedo perdérmelo. Por mínima dignidad pregunto: ¿Y cuál es el motivo? Contra lo que pudiera pensarse, me responde muy sincero: “Mire, señor, lo que pasa es que los jefes no quieren que se levanten pancartas en contra del presidente".

Así que ni libreta ni pluma. La dejo en un archivero plástico dispuesto para el caso ahí en el suelo. Y me rematan: "La deja bajo su responsabilidad".

Mi libreta. Prefiero dejar los calcetines, pero no tienen interés en ellos. Mi pluma. Tendré que reforzar la neurona para los olvidos de los sesenta años que ya cargo. ¿Tanto me interesa el evento? ¿Qué voy a encontrar? Dos discursos para los politólogos monitores de toda señal futurista para el 18. Compadre, cuánto me has apoyado, hermano, aquí estoy por si se diera el caso.

Mi libreta, mi pluma, mis neuronas restringidas, mi sentido de vida.

 

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Camino rumbo al tinglado al lado del director del hospital integral de Izúcar de Matamoros. Está en la Jurisdicción 7 que tiene, me dice rápido rápido, 115 casas de salud y 38 Centros de Salud, uno de ellos urbano, el CESA o centro de salud de servicios ampliados que ya tiene unidades de diagnóstico como laboratorio y rayos X, que él dirige. Y han gando premios en productividad, lo que les significa a cada uno bonos por el diez por ciento de su salario. Asi, en caliente, le digo, las tres cosas más fregonas que tiene ese hospital, y no duda: urgencias, atención a mujeres embarazadas y servicio de partos. Sale, nuevos mixtecos al mundo. Y lo negativo: muchos pacientes, el tiempo de espera prolongado, las dificultades en urgencias.

No es fácil evaluar lo que tenemos. Ah, pero los que bajan en helicóptero traen los indicadores pegados a la lámina: Peña Nieto dirá dentro de un ratito que en 1990 morían 41 de cada mil niños nacidos contra los 15.7 que hoy no viven, y que no llegaban a los cinco años 32.5 de cada mil contra los 13.7 en el año 2013.

Yo recuerdo algo de lo que escribí sobre la epidemia de cólera que azotó el sur de Puebla en 1991:

            “30 de julio. La corriente que sale de la galería Hidalgo, en el barrio de Santa Clara, arrastra cangrejos y pescados muertos. Y sobre todo lombrices, marañas de víboras diminutas y tiesas como raíces en la tierra reseca. “Es el cloro –dicen los campesinos-, ha matado todo los bichos pa que ya no nos enfermemos”.

         Pronto, cuando se vayan las pipas rojas de los bomberos poblanos, mujeres y niños tendrán que acarrear con sus cubetas el agua que han bebido desde hace cien años los habitantes de este barrio.

         “Nunca la hervimos –dice una anciana, abuelita de Lupe Valerio Bonillas, la niña de cinco años muerta en tres horas por una diarrea fulminante-, nunca pasó nada, y ya ven lo que nos pasó”.

         Lupita murió el lunes tempranito, a su cuerpecito se le fue la vida en los brazos de su mamá, cuando a las siete de la mañana la lleva a la carrera al Centro de Salud, instalado en el zócalo del pueblo, a más de un kilómetro de distancia de Santa Clara. “Ya no aguantó a llegar –dice la abuelita-, tuvo vómitos, diarrea, calambres, y lo que arrojaba de su estomaguito olía a pescado, ya no aguantó a llegar”.

         Una semana después, en la ciudad de Puebla, las autoridades de Salubridad reconocen que una de las personas que murieron en Santa Clara fue víctima del cólera. Pudo ser Lupita.

         A los demás, igual que a ella, habrá que decir que los mató su miseria.”

http://mundonuestro.e-consulta.com/index.php/cronica/item/cronica-hostorica-colera-en-puebla-julio-1991

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Ya no es del niño poblano. Para eso existen las preposiciones que descargan propiedades. Ahora es el Hospital para el Niño Poblano. Ahí está, blanco y cuadrado, enorme si se le compara con el galerón chaparro que tuvimos durante veinticinco años. Ahora veo la fachada y con ella el interrogante sobre los más de ocho mil millones de pesos invertidos por el gobierno de Moreno Valle en Salud, lo que más ha presumido contra los años marinistas. “Invertimos en salud lo que en cuatro sexenios, crecimos un sexenio por año”, dirá dentro de una hora apenas se baje de su helicóptero el visitante. ¿Es fachada? Ya lo dirán sus usuarios. Ahora reviso lo que dice en internet del hospital el gobierno. Sus especialidades por orden alfabético, se vienen en carretada alquímica: alergología, anestesiología, audiología, cirugías cardiovascular, cardiovascular-hemodinamia, maxilo facial, plástica, dermatología, endocrinología, epidemiología, foniatría (tendré que averiguar qué es eso), gastroenterología, genética, infectología, medicina física de rehabilitación, medicina interna, nefrología, neumología, neurocirugía, neurología, nutrición, odontopediatría, oncohematología, oncología, ortodoncia, otorrinolaringología, paidopsiquiatría, reumatología, saludo mental,  urología. Vaya cuenta. Además Urgencias, 89 camas y 27 consultorios. Todo cabe tras ese muro alto, con los ribetes azules marca MV.

225 millones de pesos le metieron. Para eso es el Estado.

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Las vallas también están adentro, para plantar un pasillo que Peña Nieto recorre muy diestro. Para acá, presidente, le llaman, y para allá va, y el apretón y el beso si se deja, y los celulares en cada mano. Es su mundo de porra organizada sin matracas, que aquí ya no hay charros. Para cuando pasa por mi lugar el cerco del Estado Mayor es apreciable: chalecos cafés ellos, trajecitos sastres negros y coletas ellas; cuento siete en mi círculo, se mueven discretos, miran y caminan, encuentras los huecos, miran y adivinan que aquí no hay conflicto. Cuento quince en su rededor, por dentro de la valla. ¿Cuántos en total para un evento así? ¿Quinientos? ¿Cuántos en el siclo azteca de un sexenio?

La vida se cruza y entiende que es un dispendio.

Y ahí atrasito, el Virrey. Moreno Valle también estrecha manos. Pero un ojo al gato, no pierde de vista el andar del presidente, en un descuido, y le costará trabajo alcanzarlo. Es un satélite en este mundo de órbitas estrechas y oblicuas en las que dan vueltas fortunas y guillotinas. Subir, bajar, andar a gatas y ser rastrero, volar en helicóptero sin mirar la cuenta y quedarte poco a poco sordo.

Luego el estrado, los discursos, los indicadores y las especulaciones. Anoto dos puntos: Peña Nieto ha dado un buen espaldarazo al poblano, casi los miro cómplices de historias de familia; y ha repetido visita el secretario Ruiz Esparza y el gobernador recordará la lana que ya se invierte en ese armatoste de concreto que será el segundo piso en la autopista y desde el que admiraremos a placer la Malinche.

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Son las 12.50. Me libro de los discursos. Ahí están los boletines. ¡Mi libreta y mi pluma!  Regreso al punto de acceso y ahí la recupero, muy compungida por mi abandono. Y justo a tiempo, pues los soldados uniformados y civiles ya levantan la carpa. Uno, dos, ai nos vemos.

Afuera, en la avenida, ya la valla corta los dos carriles centrales del boulevard del Niño Poblano --¿serán capaces de rebautizarla para?--, y muy lejos, más allá del COSCO, alumbran las torretas policiacas que impiden el paso desde Atlixcáyotl. No se miran manifestantes, pero intuyo que algo ha pasado: justo a la entrada peatonal de la Ibero, una treintena de granaderos regresa de una batida contra un pequeño grupo de estudiantes  que alcanzó a llegar hasta la valla decidido a expresar su repudio a Peña Nieto.

Para eso traigo mi libreta. Escribo en ella:

“El operativo ya ha terminado, la marcha de retorno de los granaderos, la furia de la muchacha policía municipal que me pregunta y usté quien es. La alerta en el radio: cuidado que no se vayan a saltar por la Ibero. La detención contada por uno que se libró del arresto. La solidaridad de la Ibero.”

Ahí, ya en los jardines de la universidad Jesuita, me cuentan: se llevaron a Shariff Guerrero, de la facultad de computación, y a Edgar Juárez, de Ciencias Químicas… Nos cercaron nada más llegamos, iban por todos, gritaban “a este, a este”, y se fueron sobre Shariff… ¡Nos van a encapsular!, gritábamos, corran… Y entonces nos abrieron las puertas aquí los de la Ibero.

Ahí los veo. No son más de veinte. Las vidas se cruzan, la soledad ase aprieta, las preguntas se responden.

Y más tarde escribo en Facebook: “De nueva cuenta la incomprensible tontería de la policía local (municipal y estatal, pues las dos estaban representadas), que arremete contra un pequeño grupo de estudiantes de la BUAP que lograron brincar el cerco que le tendieron en la prepa 2 de Octubre al contingente que se había desplazado desde CU. Vi a los muchachos ya dentro de la Ibero, pues ahí les dieron refugio. Me contaron la detención de dos de ellos. Es absurdo, no había manera de que se pudieran acercar hasta el lugar del evento: la valla de granaderos estaba a más de cien metros del lugar de acceso al evento de MV-PN, y el sitio, todavía estaba unos 150 metros más allá. ¿Qué necesidad de arremeter contra 25 o 30 estudiantes que fueron a expresar su repudio?”

Por la mañana leí algo escrito por Héctor Aguilar Camín en Milenio:

“Sobre la política: el bien de la política es administrar la discordia. El bien del Estado es dar seguridad pública en sus tres dimensiones: seguridad física, seguridad jurídica, seguridad patrimonial. El secreto último de la seguridad pública no reside en el uso de la fuerza, sino en la observancia de la ley. El secreto último de la observancia de la ley es la disposición de los ciudadanos a respetarla. Sobre la democracia: la democracia no resuelve todos los problemas públicos, solo el muy importante de quién gobierna y por cuánto tiempo.”

Y luego pienso en estas vidas nuestras mexicanas cruzadas por la discordia. Veo la soledad de los estudiantes de la BUAP en el jardín de la Ibero. Y escucho de nueva cuenta el vuelo rasante de los helicópteros y las vidas que cargan y no bajan a la tierra.

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Leo a mediodía el enérgico reclamo de la Ibero Puebla: “La institución hace un llamado a las autoridades del Estado para que se conduzcan en el marco de la ley, reconociendo y respetando los derechos a la libre expresión, asociación y manifestación de las ideas. El momento actual que vive nuestro país exige de sus autoridades sensibilidad y un comportamiento respetuoso del ejercicio de los derechos y las libertades de la ciudadanía.”

Veo los dos boletines dados a conocer por las autoridades de la BUAP. El primero “reprueba cualquier acto fuera de la legalidad y se deslinda de acciones como a toma de camiones o cualquier acto vandálico que se pudiera llevar a cabo y que afecte a la convivencia pacífica entre ciudadanos.” Han explicado que lo dieron a conocer antes de las detenciones de los estudiantes. El segundo señala que ya sus abogados hacen lo que tienen que hacer para lograr la liberación de los muchachos.

Pienso en esas nuestras más añejas instituciones, ligadas en la historia del edificio Carolino. Los jesuitas. Los liberales. Unos  y otros han conocido sus propios excesos, sufrido sus errores. Unos y otros han padecido a los poderosos en turno. Y los han sobrevivido.





Atardecer

Recorro toda la 11 Sur hasta Azumiatla. He visto las estaciones del Metrobús terminadas a todo lo largo. La terminal, a la altura de la 153 Poniente, apenas esta en sus inicios. Los pavimentadores de concreto trabajan en uno de los carriles de la avenida. La modernidad llega al sur, pero se ha quedado a dos kilómetros del rio. Esa es otra historia. Yo quiero ver uno de tantos centros de salud presumidos por el gobierno. 





Sigo el camino al otro lado del puente. Observo la gota a gota del crecimiento urbano y el caos. El enorme terreno bardeado en el hervor de la especulación inmobiliaria. Las colonias grises que trepan el cerro pelado. El río que ya es pantano. Los moscos que se me vendrán encima con la furia de una jauría.





El centro de salud de Azumiatla está en el borde de entrada del pueblo, poco antes de la y griega que lleva a la ribera sur de la presa de Valsequillo. Es un centro de salud que comparte terreno con lo que llaman centro integrador de servicios, con el módulo de registro civil, un INEA que tiene inscritos a 300 adultos (eso me dirá la maestra que ahí encuentro), y un centro de cómputo nuevecito que día a día se hace viejo por falta de uso.

“Ai están las máquinas --me dice el policía--, pero nadie las usa.”

El centro de Salud ha cerrado hace rato. A la vista dos perros ladradores y la voz del policía: su enojo contra el gobierno por el metrobús y las dificultades que acarreará para la gente pues nadie les explica nada y ven venir un aumento en su gasto diario, su decepción contra los partidos, su enojo por la situación de los policías, sus despidos por el examen de confianza, su costo, sus carencias, la falta de pensión, los arbitrarios despidos.

 Tiene próxima una nueva prueba de confianza. No le gusta la idea. Se paga por todo, por la carta de antecedentes no penales, por la carta que prueba que no ha cometido delito alguno con arma de fuego. Por lo pronto ahí está con su horario de 24 por 24. Él recibirá mañana a las mujeres que empezarán a hacer cola antes de las siete de la mañana.

Una mujer viene desde el extremo opuesto del pueblo. Ella mira todas las madrugadas las luces en el valle y al amanecer el despunte del sol en la Malinche. No la ha dejado el retortijón en todo el día. Ya no están los doctores, le dice el policía. Pero no se preocupe. Va a la recepción al fondo del pasillo, y regresa con un atado de cinco sobrecitos de suero.

Las vidas se cruzan. 

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