• Sergio Mastretta
  • 04 Marzo 2015

Lo que puede ser tiene un origen. Este es un resumen científico hecho por Natura Mexicana del valor biológico de la Selva Lacandona:

“En la Lacandona se encuentra una de las selvas húmedas más altas (con árboles emergentes hasta de 60 m. de altura) de México, la vegetación en esta región es peculiar debido a su origen fisiográfico y a la morfología de los suelos. Ahí convergen especies de origen neártico y neotropical (Toledo y Carrillo, 1992) y sólo aquí pueden encontrarse  animales y plantas de origen amazónico (Esteban Martínez. com. pers.) Además, el macizo de vegetación posee el 43% de la flora de Chiapas y el 19% de la flora de nuestro país, compuesta por 22,800 especies (Rzedowski 1991). Mantiene poblaciones silvestres de árboles maderables y otras plantas con importancia económica, como el cedro, la caoba, la palma camedor, la vainilla y el cacao. Aunado a esto es el único hábitat de la Lacandonia schismatica, una especie que ha revolucionado el entendimiento de la biología vegetal en el mundo (Martínez y Ramos, 1989).

“La Selva Lacandona alberga la mayor riqueza de mamíferos de México, se han registrado 113 especies de este grupo y algunas como el tlacuache cuatro ojos y el armadillo cola desnuda solamente se encuentran en esta región del país (Medellín, 1994). Algo similar sucede con otros grupos, el 30% de las aves del país habitan en la Lacandona, siendo este el único lugar de México donde se tienen registros de una población viable de guacamaya roja (Natura y Ecosistemas Mexicanos, 2013). Además, se conocen 54 especies de insectos que tienen afinidad con Centroamérica y la cuenca amazónica, cuyo límite de distribución en el continente es el río Lacantún, la parte más sureña de la región Lacandona (De la Maza y De la Maza, 1987). Se han identificado 800 especies de mariposas diurnas que representan el 44% de la biodiversidad del grupo en México, algunas de ellas son endémicas del género Agrias, Bolboneura y Perrhybris (De la Maza y De la Maza, 1982, 1985, 1989 y 1993).”



Mono aullador/Foto de Natura Mexicana.

ES difícil ver el futuro que tiene el acuerdo institucional que derivó en el proyecto “Desarrollo Rural Sustentable en Corredores Biológicos del Estado de Chiapas”. Por ahora el hecho es que el Estado mexicano ha invertido en los últimos cuatro años 595  millones de pesos en 166 mil hectáreas chiapanecas con el   Pago de Servicios Ambientales (PSA), un programa que paga a los campesinos por la conservación de sus selvas.

Son muchos los organismos de la sociedad involucrados. Las secretarías SAGARPA y SEMARNAT, con organismos como la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (CONANP) y la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (CONABIO); organizaciones civiles como Natura Mexicana, que en alianza con la UNAM y otras instituciones académicas desarrolla el más sólido proyecto piloto de conservación de selvas campesinas en los ejidos de Marqués de Comillas, o la Asociación Cultural Na Bolom, que realiza estudios de dinámica de uso de suelo, o la cooperativa AMBIO, que desarrolla experiencias en monitoreo comunitario y comercialización de créditos de carbono, o el  del Colegio de la Frontera SUR (ECOSUR) y el Centro GEO, que realizan el desarrollo de un sistema de Medición Reporte y Verificación de las emisiones de carbono forestal.

Y la investigación científica involucrada en la restauración de los ecosistemas.

Estos son los testimonios de la selva posible. La del bienestar de las comunidades campesinas fundado en la conservación ambiental.

 

Lepidópteros diurnos y mariposas

 

Sí, la Selva Lacandona es el centro de más alta diversidad biológica en el trópico de Norte y Mesoamérica, pero ¿qué significa que en el 0.2% del territorio nacional se concentre un importante porcentaje de las especies presentes en el país? 

Javier De la Maza se hizo esta reflexión hace mucho tiempo, antes incluso de que se decretaran las 331 mil hectáreas de la Reserva de la Biósfera de Montes Azules: Tal vez en 1979, cuando junto con un grupo de biólogos probados y estudiantes jóvenes de la UNAM aterrizó en la pista de Chajul, hoy convertida en una avenida de camellón como tantas otras en estas comunidades que por mucho tiempo no tuvieron otra vía de comunicación con el exterior. Como no fuera el río y el día entero para llegar a la terracería y el camión que tras ocho horas insufribles te dejaría en Palenque, al otro lado de la selva y de regreso al mundo.

Lo veo ahí, en el comedor de Estación Chajul, retratado en una lancha en el Lacantún, con los ojos sorprendidos como los llevas cuando miras por primera vez las ceibas que sobresalen como reinas inalcanzables en la maraña verde amarrada a la corriente. Pero los suyos son ojos científicos que miran, detectan, describen, analizan, cuestionan y publican. 800 especies de mariposas se han identificado en 35 años de estudiar la selva en el río Lacantún, el 44% de la biodiversidad del grupo en México, y las endémicas del género Agrias, Bolboneura y Perrhybris por delante. 



Taller de producción artística en el mariposario de Playón de Gloria/Foto de Sergio Mastretta.

 

Pero lo veo también en los ojos de Caralampio, el campesino que en el ejido de Playón de la Gloria encabeza el mariposario establecido en una vega del río Lacantún,  una explotación sustentable que le permite a esa comunidad ejidal elaborar con las alas multicolores de las mariposas una de las más hermosas artesanías que brotan de manos mexicanas. Caralampio nombra a su manera alguna de las mariposas que De la Maza estudia y bautiza con sufridos latinazgos: esa es un cabrito. Y luego se sigue en retahíla: julias, amarillas, cuadradas, tigras, monarcas, lichas, zopilotes o patitos, tronaderas (parece que aplaudieran), calenturas, caritas, naylas, seis soles, diablitos, lupitas, tigras verdes, globitos, chamitas, papilios…



Caralampio, en el mariposario de Playón de Gloria. Foto de Sergio Mastretta.

Javier habla como biólogo, y así describe estas selvas húmedas: sus árboles emergentes alcanzan los 60 metros de altura, y la vegetación es peculiar por la morfología del suelo y su fisiografía; aquí convergen especies de origen neártico y neotropical lo que explica que sólo aquí encuentres animales y plantas amazónicas; y que en este macizo se guarde el 43% de la flora chiapaneca y una de cada cinco especies que existen en México. Los cedros y las caobas que en miles de trozos y por el río se llevaron desde las monterías los madereros tabasqueños y españoles hasta los talleres ebanistas ingleses y americanos entre 1870 y 1949. O una planta como la Lacandonia schismatica, y el debate en el que se revoluciona el entendimiento de la biología vegetal y por el que desgarran sus vestiduras los biólogos: ¿su flor rompe con todo lo conocido o es meramente una inflorescencia? http://www.biodiversidad.gob.mx/especies/especies_priori/fichas/pdf/Lacandonia.pdf

O los mamíferos, dice Javier, no hay otro lugar como éste en México: 113 especies, y sólo aquí el tlacuache cuatro ojos y el armadillo cola desnuda. Y las aves, una de cada tres de las que vuelan en el país, y sólo aquí se sostiene la viabilidad de las guacamayas rojas. Y los insectos, con 54 especies afines con la cuenca amazónica.

Y desde ese mundo de zumbidos y aleteos Javier mira al río. Estamos en la cuenca media del río Usumacinta, y llueve tanto como para producir uno de cada tres litros de agua dulce de México. Y aquí el agua lleva tanto nutriente que da para alimentar a las pesquerías del golfo, además de 56 especies de peces en el propio río, 22 de ellas exclusivas de la región. Por eso Javier mira estas selvas con ojos entrenados para entender lo que representan para mantener los ecosistemas, su capacidad para regular el clima, para capturar carbono, para producir y conservar el agua y los suelos, para reducir los daños por inundaciones, para desarrollar los ciclos biogeoquímicos en los que se soportan las cadenas alimenticias terrestres y acuáticas.  Es lo que ya no sólo los funcionarios y los biólogos, también cada vez más los campesinos, reconocen como “servicios ambientales”.

No es fácil para un científico como Javier De la Maza asimilar el paso del tiempo sin que la sociedad mexicana comprenda el riesgo enorme de que se pierdan el último territorio de selva húmeda en México.

 

Canto de la selva

 

El viernes 13 de junio, el mismo día en que un buen número de ONG’s ambientalistas en la ciudad de México firmó un desplegado en el que entre otras cosas acusan a Natura Mexicana de operar como hoteles eco-turísticos las estaciones de Chajul y Tzendales --sin aportar ningún elemento de prueba--, encuentro a Obed a la entrada de Canto de la Selva, uno de los dos únicos hoteles en toda la región de Montes Azules --el otro es el Centro Eco-turístico Guacamayas, también en la ribera del Lacantún, pero 17 kilómetros río abajo--. Obed dejó todo por Canto de la Selva, el proyecto eco-turístico que el ejido de La Galaxia desarrolla en uno de los más grandes meandros que forma el Lacantún, en su carrera hacia el Usumacinta, 90 kilómetros río arriba. No siembra, no tiene ganado. Y se le ve feliz. Apenas la última semana de mayo pasaron unos turistas gringos que dejaron 1,500 pesos diarios cada uno. Luego vinieron las tormentas que golpearon Chiapas y el río dejo su marca en la vega. Esta tarde hay asueto. El calor es terrible y los moscos atenazan. Veo volar un moscón y pienso en los colmoyotes.



En la foto satelital el meandro que guarda 155 hectáreas de selva en el que se esconde el hotel es una pera con su base de2.5 kilómetros metido de lleno casi tres en la reserva de Montes Azules. Los ejidatarios tumbaron en un primer arranque la mitad del arbolado en el meandro, hasta que hace un par de años metieron lo que quedaba en el programa de Pago por Servicios Ambientales. Y desarrollaron con la ayuda de las biólogas de Natura Mexicana el proyecto hotelero. La brecha por la que llegas da una buena idea de lo ocurrido en la selva: a mano izquierda, los maizales rodean tres ceibas enormes, unos cohetes con penachos a punto de despegue, y antes los potreros y la palma africana y en el camino los peones guatemaltecos que regresan al pueblo; a mano derecha un paredón verde asomado al baldío de los agricultores se interroga si tendrá éxito el experimento hotelero. De repente, la brecha se introduce en la selva y en un instante no puedes creer que las hachas derribaran tanta belleza.



Meandro en el río Lacantún.



Selva y deforestación en el meandro de Playón de Gloria/Foto de Sergio Mastretta.

Son seis o siete búngalos ocultos entre el follaje. Estás en uno y no ves a los otros. Buena madera y excelente gusto arquitectónico. Las habitaciones dejan libre la vista de la selva que queda a la mano de tres metros, con estructura de mosquitero y terraza de por medio. Arriba el dosel no deja ver el cielo; al frente el follaje oculta lo que pase más allá de veinte metros. Imagino la noche y el canto de la selva.



El río Lacantún desde el hotel Canto de la Selva/Foto de Sergio Mastretta.

Obed nos lleva al río, por un sendero abierto que rodea una enorme ceiba. El cuello se tuerce, pero de inmediato la vista está en el suelo, pues este campesino expulsado de niño junto con sus padres por la devastación de la tierra en su pueblo Rizo de Oro, allá por la presa de La Angostura, platica de una nauyaca dormida al pie de un amargoso apenas hace unos días. El sendero no te lleva en más de cincuenta metros a la palapa colgada en la ribera, que en esta orilla ve pasar el agua seis metros abajo. La inundación de hace dos semanas cubrió el sendero y pasó debajo de los búngalos. La palapa montada en concreto resistió sin problemas.

Obed señala un cocodrilo en el playón en la otra orilla. Buena suerte del guía y del turista que le pregunta cómo fue que talaron la mitad de esta isla.

“Y eso que todos vimos lo que pasó sucedió en Rizo de Oro, cómo nos acabamos toda esas selvas. No quedó nada. Y para allá íbamos aquí con la decisión fatal del gobierno de permitir en los noventa el aprovechamiento forestal, eso provocó la tala que ha visto en Galaxia. La confrontación ha sido fuerte entre los ejidatarios, unos por talar y otros por conservar. Al final dijimos, cada quien su parte, cada quien decide. Nosotros salvamos esto para el Canto de la Selva.”



Ceiba gigante en Canto de la Selva

 

Acahual

 

Acahual le llaman en los pueblos de la selva a los campos que por un tiempo se abandonan a la fuerza del agua y al milagro de las semillas voladoras. El viernes 15 de junio en Playón de Gloria atravieso un potrero cercano al río Lacantún con José Luis Méndez, un campesino que decidió hace cinco años devolver a la naturaleza un potrero de cinco hectáreas dedicado por más de diez a la ganadería. No es fácil creer lo que se ve: el hombre distingue uno por uno los árboles que le señalo: ceiba, canchán, guayacán, pomela, palo buscado, laurel negro, árbol de pozol, fierrillo, comida de loro, plumillo, amargoso, guapaque, chalom, chalóm de montaña, lagarto, zapote de agua, quina, ramón, maculis… Todos entre tres y diez metros de altura. En cinco años una pequeña selva. Es un esfuerzo personal, el de un hombre que decidió apostar por la selva. José Luis dejó un potrero de tres hectáreas como vía de escape en caso de su propósito fracase. 



En el acahual/ Foto de Sergio Mastretta.

Lucía Ruiz y Paula Meli son dos jóvenes biólogas que en Natura Mexicana dedicaron tres años a la investigación de los procesos de conservación y restauración de las selva tropical en espacios perturbados por la acción humana: Herramientas legales para la conservación y restauración de la vegetación ribereña: un estudio de caso en la Selva Lacandona, es la de Lucía,quien estudió 57 kilómetros de la ribera del río Lacantún del lado de Marqués de Comillas y encontró que sólo un 25 % corresponden a acahuales maduros y vegetación primaria con una franja mayos a los diez metros de anchura; el cambio en el uso del suelo, el no reconocimiento de la propiedad federal en las riberas por los ejidatarios y un marco jurídico impracticable han provocado esta intensa perturbación. Restauración de los ecosistemas ribereños y sus servicios ecosistémicos: meta-análisis global y un estudio de caso en Chiapas, México, es la tesis de Paula, un estudio sobre la recuperación de servicios ribereños que prueba que un esfuerzo de restauración activa puede generar resultados sustanciales en el corto plazo. Ambos estudios subrayan la importancia de contar con un marco legal eficaz y eficiente. 



Ribera en el río Chajul deforestada para la siembra de palma africana/Foto de Sergio Mastretta.

 

El programa de Pago por Servicios Ambientales no contempla el respaldo de esfuerzos como el del campesino José Luis. Si contara con él, y se pudieran aplicar las recomendaciones de especialistas como Lucía y Paula, es decir, dinero y tecnología, le iría mejor y serían muchísimos los campesinos que seguirían su ejemplo. Por ahora, los acahuales están expuestos siempre a la lógica del hambre que aprieta a las familias campesinas, y siempre estará ahí la oportunidad de recibir el apoyo de la SAGARPA, mucho más eficiente y experimentada que la CONAFOR en aquello de “bajar recursos federales” para el desarrollo de la ganadería.

El sábado 15 me muestran otro acahual. Está en la embocadura de los ríos Jabalí (Santo Domingo) y Jataté, donde en estricta medida arranca el Lacantún, al sureste de la reserva de Montes Azules, unos kilómetros debajo de la laguna de Miramar. Tiene diez años que dejaron esa ribera a la acción recuperadora de la naturaleza. La fronda alcanza los veinte metros. ¿Será que la Lacandona no está definitivamente perdida? 



Ribera en el Jataté recuperada por la selva/Foto de Sergio Mastretta.

 

Por el Jataté bajaron miles de trozas en aquellos años de la bonanza porfiriana para los madereros de Tabasco. Hasta Tenosique, cuatrocientos kilómetros río abajo, como un rastro de hormigas rojas entre los pedregales, flotaban drenando la sangre de la montaña.

Para cualquiera que no sepa, lo que se mira es selva. Luego me recuerdan que varios de los árboles que lucen su figura al sol de mediodía pueden alcanzar tranquilamente los cuarenta metros de altura. Cincuenta años no son tanto tiempo. Observo los remolinos furiosos que elaboran en su encuentro los dos cauces enfrentados. Mientras, los hombres que me acompañan narran una escena policiaca de la picaresca de este pueblo llamado Democracia, con la historia de un malandrín que terminó refugiado en el islote de selva virgen que forman los dos ríos. Yo divago y asumo que la biodiversidad de la vida remontará sin contratiempos el caudaloso río de la insensatez humana, y que para entonces, ninguno de los que ahora nos maravillamos con el espectáculo de la crecida de los ríos de junio estaremos para contarlo.

 

La selva de don Rubén

 

Don Rubén tiene 77 años y es uno de los fundadores de Playón de la Gloria, a principios de los setenta. Tiene gripa pero anda con el torso desnudo a la mitad de su selva. “Yo supe de la vida, es mi primera memoria que tengo, cuando a los seis años encontré muerto a mi padre allá arriba, en la Trinitaria. Llevábamos en burro al mercado la cosecha de chiles, dos días nos hicimos desde La Gloria. Dijo que no iba a tomar, pero lo hizo. Ese día que amaneció no lo vimos ahí donde nos dormimos. Estaba tirado cercas, y ahí junto estaba el piedrón con el que le reventaron la cabeza. Entonces supe de la vida.”



La selva de don Rubén en Playón de Gloria/Foto de Sergio Mastretta.

Su historia es larga, pero la mitad de ella ha transcurrido aquí en Playón de la Gloria. En su terreno que pega con el río está el mariposario en el que Caralampio nombra por su apariencia a las mariposas. Las nietas de don Rubén construyen los platos con las floridas alas de las mariposas. Ahora el viejo y yo caminamos por la orilla arbolada hasta encontrar la ribera que su vecino ha destroncado sin clemencia. Va nombrando los arbolones que nos asombran y en algunos describe sus cualidades. Del ramón se come la semilla, primero se dora y se hace como atole o café, y da una resina, pero su madera no sirve para tabla; el palo de elote es bueno pa leña y la semilla también se dora y se come, tiene sabor a elote; la semilla de la piña se la comen los monos saraguatos, que por lo menos cada quince días se dan una vuelta por la huerta; del frijolillo sacas tablas y viguetas para corrales; el coyte es vomitivo si se muele la hoja y te tomas su jugo; el sonsapote o  cabeza de mico es bueno pa la disentería y con su madera sacas buenas tablas; el gambudo  quién sabe pa qué sea; y ese matapalo se está comiendo un café; y este amargoso que bien mide 40 metros da una fruta que no se aprovecha, parecida a la del plumillo aquel, pero sí se aprovecha la madera, y mira, aquí está su semilla, es una plumilla que el aire carga y por allá lleva; esta mata baja es café, y se la comen los changos; y mira este palo de chicuy, y aquella quina, para bajar las calenturas del paludismo, haces un cocimiento de cáscaras y les ayudas a las mujeres en la menstruación. 



Don Rubén, en Playón de Gloria/Foto de Sergio Mastretta.

No para. Descubrió una ceiba, que ya reconozco fácilmente por el tronco espinudo; esta mide unos treinta metros, es joven, me dice; y su semilla (a don Rubén le encantan las semillas) es mata segura, mira son estas volutas como de algodón, no pesan, igual que las de la vivurina o la pimienta, es mata segura le digo, el aigre las lleva hasta Guatemala. Su madera es suave, cómo cuesta cortarla con la motosierra, se embota, se hace taco, mejor déjalas. Y va a la memoria don Rubén: cuando construían los tepescos, las tarimas que armaban para alcanzar el tronco sobre los tres o cuatro metros de los contrafuertes, pero en Playón de la Gloria era pura bejucalera, no había muchos árboles grandes, no era montaña alta. Y regresa a sus árboles en la ribera: el frijolillo, su fruta se la comen los tucanes y los loros, claro, también las ardillas… Y el bari, el chalum, el mamey.

Ah, para la gripa, un cocimiento de sauco y cebollas.

Al final, identifica una caoba. Me dice su nombre científico: Swetania macrophylla. Si alguna vez existieron, ya no las encontraron en Playón de Gloria.

 

La selva posible/Memoria campesina

Giovanni Martínez, campesino de Flor de Marqués: Cuando mis papás llegaron la selva era mucho más grande que ahorita. Yo nací aquí y me enseñaron a cuidar la selva y me empezaron a hablar sobre los beneficios que traía. Tons ya pues de chiquito yo fui viendo y pues también fui empezando a valorar la selva. Mi abuelito fue quien le empezó a decir a ellos. Mis abuelitos son de la Frontera Comalapa y a ellos él los trajo para acá y entonces pues él nos empezaba a decir y hasta la fecha nos dice que la selva nos ayuda porque si la talas se va a acabar el mundo, fácilmente se acaba. ¿Por qué? Porque la selva es la que nos ayuda a respirar.

Baltasar Lombera, campesino de Boca de Chajul: Hay cosas buenas que se pueden hacer y que son muy rescatables, aprender de lo que nos pasó es excelente, lamentarnos no conduce a nada. Aquí en Chajul se benefició al sembrar en la tierra, se dejó de ser nómadas en la agricultura, la gente siembra el mismo terreno desde hace buenos años, entonces eso fue positivo. Yo he sembrado maíz, frijol, tengo un ciclo al pie de la letra. Mi papá destronconó hace 25 años, desde entonces se ha cultivado. No invento ni quiero volverme mago, cosecho frijol, siembro maíz, porque en esta época no nos sirve sembrar frijol, llueve mucho, no sirve, entonces siembro maíz. Ai quedó, vuelvo a rastrear, vuelvo a sembrar frijol. Y así. Ciclo-ciclo. Sacó el maíz y el frijol del gasto. Tiene cinco años que lo llevo así, pegado a la letra. A veces pierdo todo, llega el río y me tumba, nada queda. Duele, te deja sin comer, bailando en un pie. Pero sigo así, ciclo a ciclo. Almaceno el gasto, y lo llevo a la letra. Empecé con seis toneladas en un terreno de dos hectáreas, el año pasado saqué nueve.

Juan Marroquín, campesino de La Galaxia: Se va a acabar la selva. Nosotros como familia Marroquín, con algunos de los Pérez, somos dueños de 1,300 hectáreas. Yo comencé a hablar de la importancia de la selva desde los ochenta. Primero a nivel regional, luego a nivel ejido. Por eso se dio la autorización de dio el permiso para aprovechar las 2,047 hectáreas. Dije, si en una hectárea puedo tener dos vacas, ¿cuántos árboles puedo aprovechar en un año por hectárea? ¿Cuánto me rinde la madera? Por eso promoví el aprovechamiento forestal sostenible, la idea fue aprovechar cien hectáreas, y así regresar a los veinte años a donde iniciamos. No lo logramos por varios factores: nuestra madera no tenía mercado en el 99, luego aunque teníamos permiso para veinte años el gobierno nos exige que actualices tu proyecto, tu plan de manejo, y tienes que pagar a otro ingeniero para que haga el estudio, y lo que más nos molestó es que cuando sacabas madera preciosa te detenía desde el barrendero hasta el oficial más grande, todos querían dinero. Gran problema: si queremos dedicarnos a la silvicultura, a un plan de manejo ordenado, sustentable, no te dejan. Decía un funcionario: ‘si vienes derecho, te torcemos, y si vienes torcido, te enderezamos.”. El dinero es como el aceite, afloja el tornillo más oxidado. Nos detuvieron un camión, ordenó el oficial bajar la madera a un lado del camino, ahí se quedó, luego quemaron para sembrar milpa y se quemó todo.

Domingo Martínez, campesino de Flor de Marqués: Debería de haber más conciencia en las ciudades, porque si nosotros no nos pusiéramos en ese plan, entonces el gobierno nos dio las tierras, son de nosotros, le ponemos motosierra a toda la selva y se acabó. Pues también la gente de allá afuera está sufriendo, sufre más por el agua, las inundaciones, todo, también en eso debe de poner de su parte la gente de afuera, nosotros nos ponemos a proteger la selva pero también queremos comer, queremos vestir a nuestra familia, tenemos hijos, tenemos esposa y así como está de caro todo mil pesos no es nada. Por eso la gente dice que si pusieran más a lo que es el pago entonces con gusto.

Nicolás López, campesino de Democracia: Todos los ejidatarios nos reunimos en Amatitlán en la oficina de silvicultores en Amatitlán. El gobierno está apoyando un poquito, pero con eso estamos conservando la selva, ya estamos viendo el calentamiento global, nos damos cuenta, por eso estamos conformes. Sí quisiéramos que aumentara la tarifa por el pago de servicios ambientales, porqué con eso no podemos salir adelante, tenemos mucha necesidad.

Floridalma Pérez, campesina de Cuarto Pueblo, Guatemala: Ah, el padre Guillermo Woods, él decía que las tierras había que cuidarlas mucho porque era el patrimonio de los hijos; y que había que cuidar la selva porque pues era como la vida de nosotros porque si tumbábamos todo, todo, todo, y acabábamos con la selva si no cuidábamos lo que es la naturaleza, entonces iba a haber mucha sequía y que se iba a acabar todo, y los que íbamos a sufrir éramos nosotros. La gente estaba de acuerdo porque por eso él organizaba a la gente, estaba organizado como para proteger todo.

Giovanni Martínez, campesino de Flor de Marqués: Cuando mis papás llegaron la selva era mucho más grande que ahorita. Yo nací aquí y me enseñaron a cuidar la selva y me empezaron a hablar sobre los beneficios que traía. Tons ya pues de chiquito yo fui viendo y pues también fui empezando a valorar la selva. Mi abuelito fue quien le empezó a decir a ellos. Mis abuelitos son de la Frontera Comalapa y a ellos él los trajo para acá y entonces pues él nos empezaba a decir y hasta la fecha nos dice que la selva nos ayuda porque si la talas se va a acabar el mundo, fácilmente se acaba. ¿Por qué? Porque la selva es la que nos ayuda a respirar.

Arminda Hernández, campesina de Playón de la Gloria: Queremos que siga la Reserva, pues. Se está tratando de conservar queremos que tenga éxito el proyecto con Natura. ¿Qué va a pasar si invaden la Reserva? Este río Lacantún se va a acabar, se va a hacer chico, si ya lo arroyos se están secando, cuánta agua se nos va a ir. Ahorita no lo vemos, pero se va a acabar, vamos a caer en lo peor. En Playón hay gente que sí quiere el programa, pero hay gente que no. Cada año se va acabando todo. Sacamos maíz pero barato, de estar atenidos al pago por servicio ambiental no sé qué vamos a hacer. Si fuera más alto el pago tal vez mejoraría. He oído muchos comentarios de que no alcanza, así que muchos están de acuerdo y muchos no.

Nicolás López, campesino de Democracia: Nosotros los padres estamos aquí para enseñarles a los hijos lo importante de la conservación  y desde pequeños como van a trabajar  y hacer más productivo el campo, ya no tumbar más montaña, es la meta, para que siembren café y  cacao que está permitido sembrar como parte de la conservación.  En las hectáreas tenemos café y cacao para vender, y sí da, cuando pega bien. Ahorita entró la plaga, ya no dio el café, ahora hay que cortarlo, cambiar la estrategia, buscar otro que resista.

Juan Marroquín, campesino de La Galaxia: Al ver que el aprovechamiento maderable no dio efecto, por lo barato, porque dan los permisos para el tiempo de aguas, no en secas, en enero, febrero. Meten la máquina en junio, se meten profundo, y cuando regresa, viene tumbando todo el sotobosque, todos los renuevos los destruye. Barato y con destrucción del sotobosque, ese proyecto nos dejó más pobres de lo que estábamos. Nos daban 15 mil pesos al año por 50 metros cúbicos. Entonces yo propuse diferente, ya estaban los pagos por servicios ambientales. Algo no hacíamos bien, pues no pasaban en Conafor, hasta que vino Natura Mexicana, con Javier de la Maza y l maestra Julia Carabias, en el 2008. Pero nos dieron más 392 pesos por hectáreas. Luego salió otro programita y ya nos dieron 800 pesos. Algunos querían seguir con el aprovechamiento, pero cuando vieron que ya pagaron, le entraron, ahora tenemos cerca de 1,500 hectáreas en pagos. Es poco todavía lo que pagan por hectárea. Se tiene que pagar mejor. Eso es lo que decimos aquí en Galaxia.

Giovanni Martínez, campesino de Flor de Marqués: Se vive del campo, pero como para decir que me voy a comprar un carro de mis cosechas tal vez sí lo voy a hacer pero me va a costar. Tenemos una camionetita, la compramos del apoyo que nos dan de pago por servicios ambientales, entonces de ahí yo tengo catorce hectáreas metidas en la conservación y él tiene veinte entonces las unimos y platicamos y ya desde hace mucho nos hacía falta una camioneta para el trabajo,  para cargar la leña, el maíz, el frijol cuando sale. Y ya pues hubo una oportunidad de comprar la camioneta y pues ya la compramos de ese dinero, de ahí salió.

Nicolás López, campesino de Democracia: Nosotros vamos mucho al monte a vigilar porqué yo soy el técnico de las comunidades y monitoreo los animales como pescados y aves, nos dieron un libro, así reconozco los animales  que se ven son  el loro, las guacamayas las había antes, no porqué se fueron,  pero pavas sí, y loco faisán, monos como el saraguato y el araña, el ocelote, el puma, el jaguar. Me he encontrado con un jaguar cuatro veces en los últimos cinco años.  Antes venían a la comunidad y se comían los pollos y puercos, pero como trajeron perros ya no se acercan.  Y si te ven, se van, tienen miedo. Antes se metían, entraban en los corrales, comían puercos.

Giovanni Martínez, campesino de flor de Marqués: La esperanza que yo tengo es que el campamento Tamandúa jale y yo con mi papá y mi familia sabemos, y yo sé, yo lo siento que sí va a funcionar y que sí tenemos la esperanza de que sí jale y de que ahí vamos a sobrevivir nosotros. Somos 19 ejidatarios, todos con selva, no importa donde la tengas nomás que esté conservándola. Además del pago de servicios ambientales.

Nicolás López, campesino de Democracia: Pues yo creo que la selva vale mucho, y nosotros que la cuidamos pues no estamos pidiendo que nos den mucho dinero pero que nos den ora sí lo necesario para sobrevivir. Si no quieren que la gente la tale pues yo creo que deberían de pensar eso que la selva nos ayuda y no sólo a nosotros acá sino al mundo entero, yo creo que deberían de pensar eso y que nosotros también queremos vestir y comer, deben de echar más billetito para acá. Se lo hemos dicho a los que vienen, a los que vienen a veces a visitarnos se los he dicho porque la selva no es nuestra sino es de todos y deberíamos de cuidarla entre todos.

 

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