• Leonor Mastretta
  • 04 Abril 2013

Viaje a la sierra interior.

Leonor Mastretta, 41 años, pintora y Presidenta del Patronato de la Orquesta Esperanza Azteca.

El paseo que planeamos para visitar la Sierra Norte se me convirtió en viaje o nos convirtió en viajeros. Se volvió un espacio de encuentro, de cuestionamiento, de sensaciones y reflexiones. Se me permite contar en este espacio sólo una de tantas, “lo que quepa en media cuartilla”, me dijeron.

Puesta a escoger hablaré de algo subjetivo, porque no hay espacio para describir lo verde de ese lugar, las plantas que allí viven, las bromelias pegadas a los árboles con sus flores rojas, los helechos chiquitos que crecen en los palos caídos de un árbol, los ríos que comienzan en hilitos de agua, las cascadas magníficas, las montañas que impresionan una detrás de la otra, la niebla que llega y luego se va, las casas de adobe que no conocen la rigidez del block de cemento, los olores del pan de queso, el sabor de las gorditas de alverjón que antes de este viaje no me gustaban, la luna gigante y las estrellas tan cerquita que se tocan.

Escribo mejor sobre la sensación que en mí produjo estar tan lejos… ¿de qué?, ¿del mundo?, ¿de cuál…? Lejos de la ciudad, lejos de la sociedad de multitudes, del lugar donde la voz es  ruidosa, donde entre todos sabemos casi todo, del lugar donde no es posible perderse porque siempre hay alguien cerca que nos puede decir mejor el camino.

En cambio, estar entre las montañas es oír la voz como un susurro, es dejar que quepa en nuestro pensamiento la posibilidad de la tragedia en solitario; es sentir que toda la magnificencia que presenciamos no es admirada en este momento sino solamente por nosotros; saber que el equilibrio entre todo el ecosistema es muy frágil, y aún así maravillarse de que no se rompa; es tener miedo de que una minera sea capaz de acabar con lo mucho de encima para sacar lo poquito de abajo; es cambiar nuestro esquema de pensamiento para entender que al pueblo de enfrente no se llega por una línea recta;  es tratar de ponerse en el lugar de la mujer que camina cargada de leña y que tiene que subir  mucho aún para llegar a su casa; es saberse pequeñito en el tiempo comparado con el que le llevó al agua que cae horadar la pared de piedra… En fin, es ese sentimiento de pequeñez, de soledad, de insignificancia que por oposición te ayuda a sentirte, responsable, único y acompañado, y que nos confirma que el camino no existe.

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