• Manuel Payno
  • 16 Abril 2014
".$creditoFoto."
Manuel Payno, uno de los más importantes escritores mexicanos en el siglo XIX, autor de El fistol del diablo y Los bandidos de Río Frío, fue también, además, periodista, académico, político, funcionario público y diplomático, y por tanto un profundo conocedor de la realidad mexicana en aquel primer siglo de nuestra trágica y caótica independencia. La prueba está en este texto sobre el maguey, la más extraordinaria de nuestras plantas, productor del más antiguo elixir de nuestros dioses, hoy amenazado y en una terrible carrera contra el tiempo por su sobrevivencia en los campos del altiplano de México. Cincuenta millones de plantas había en 1950. Hoy apenas rebasan los cincuenta mil ejemplares.



Con este texto arrancamos en Mundo Nuestro el seguimiento del proceso de recuperación de esta hermosa planta a partir de una suma de esfuerzos entre productores y gobiernos que puede llevar a que los campos que recorrió Payno vuelvan a cubrirse de pencas afiladas que apuntan invencibles a los cielos tormentosos o resecos de nuestros tiempos.

Cuando los españoles penetraron en los hermosos valles abrigados por las cordilleras de la América del Sur, encontraron que las montañas, los ríos; las plantas, los animales y los hombres, todo era objeto de sorpresa y admiración. Efectivamente, Colón descubrió un nuevo mundo, no solo por ser desconocido para la raza civilizada de la Europa, sino porque mucho de lo que había en estas ignoradas tierras, llamaba la atención por sus extrañas formas y positiva novedad. Abundantes montañas que arrojaban fuego y hacían estremecer la tierra; floridos valles donde se producían frutos azucarados de los más vivos colores: espaciosas sementeras donde se cultivaba un grano saludable y  como el trigo (1): profundos barrancos donde se confundían en las arenas el oro, las esmeraldas, las ametistas y los topacios: montañas atravesadas por anchas fajas de plata que asomaban sus crestas hasta las elevadas cumbres de la sierra; producciones, en fin tan variadas como nuevas y verdaderamente útiles.

Una de las que llamaron, y con mucha justicia la atención de los primero europeos que pisaron estas regiones, fue el maguey, objeto de este escrito. El padre José Acosta, que vivía en México por los años de 1586, dice (2) el árbol de las maravillas, es el maguey. En efecto, su remoto y misterioso origen, su forma, su modo de vivir y morir, sus multiplicados productos, todo contribuye á que sea digno de ocupar un lugar muy señalado y distinguido, entre la infinidad de plantas que forman la magnífica y admirable flora mexicana.

¿Quién plantó el primer maguey? ¿Dónde se plantó? ¿Fué esta planta anterior al Diluvio ó posterior á este grande cataclismo? ¿Se formó acaso de alguna de las sustancias que quedaron depositadas en la tierra? ¿Era el maguey planta de las regiones del Asia, y las aves atravesando las montañas y los mares, trajeron estas semillas para depositarlas en la mesa central del Anáhuac (3) ó los primeros habitantes que pasaron á estas regiones, fueron los que condujeron en su larga y estraña peregrinación, todas las semillas de las plantas útiles á fin de cultivarlas y servirse de ellas para su alimento y vestido?  El origen del maguey es tan oscuro y dudoso como el de los primeros habitantes que ocuparon estas regiones, y cuando se trata de profundizar la materia, se encuentra que la historia de esta planta está mezclada de una manera íntima á las tradiciones fabulosas y á los grandes sucesos de las antiguas razas que ocuparon la mesa central de la América del Sur.

Los primeros habitantes del país de Anáhuac, según las tradiciones indígenas y la opinión de muchos de los escritores españoles, fué una raza de gigantes. Un terrible huracán que arrancó de raíz los árboles más antiguos y corpulentos, y unos terremotos que desgajaron las montañas, destruyeron á los gigantes; pero algunos de ellos escaparon en el valle del Atoyac, donde sin duda no fueron tan tremendos los huracanes ni los terremotos tan fuertes.




Estos gigantes que escaparon de la catástrofe, andaban desnudos, con el cabello suelto y desgreñado, comían la carne cruda de los animales feroces que mataban, como Hércules, con unas clavas ó mazas formadas de los troncos gruesos de los árboles, y eran altaneros, crueles y vengativos, siendo más dañinos y temibles, porque á su refinada barbárie reunían una fuerza sobrenatural (4).

Los habitantes civilizados que vinieron á cultivar los valles de Atoyac y Matlaueye, (Tlaxcala), se encontraron con estos hombres, más feroces que los animales de la montaña. Al principio, y por miedo, hicieron con ellos buena amistad; pero á poco tiempo conocieron que eran una pesada é insoportable carga. Los gigantes comían mucho, y los xicalancas ó toltecas tenían que cultivar la tierra que ocupasen en la caza para mantenerlo. Además, como los gigantes no tenían mujeres, se entregaban á todo género de abominaciones, de modo que llegaron á ser insufribles. Pensaron naturalmente deshacerse a toda costa de tan perversos huéspedes y purgar definitivamente de esos monstruos, las pintorescas riveras del Atoyac.

Un día hicieron un gran banquete y con las mayores instancias convidaron á todos los gigantes sin esceptuar uno solo. Como glotones que eran aceptaron sin dificultad. Sirviéndose cuantos manjares proporcionaba entonces la tierra. El agua se proscribió absolutamente y en su lugar se bebió el jugo del maguey. Los gigantes que por primera vez gustaban de ese delicioso licor, bebieron hasta que cayeron en tierra sin sentido. Entonces á una señal se levantaron los Toltecas tomaron sus armas, cayeron sobre los gigantes é hicieron una horrible carnicería acabando para siempre con esa raza maldita y que algunos autores en sus piadosas conjeturas han opinado que descendían del parricida Caín. Los Toltecas, Ulmecas ó Xicalancas, pues se asigna precisamente quienes fueron los autores de esta hazaña, para borrar hasta la memoria, enterraron los huesos colosales de estos sodomitas. Se ha creído que esos huesos encontrados en diversas partes del país, y de los cuales tengo varios (5), en mi poder, pertenecían á gigantes; pero los sabios Humboldt y Cuvier, han demostrado, que eran de especies de animales perdidas.

Sea como fuere, á la planta del Maguey se debió, que nuestros antepasados se librasen del yugo y servidumbre de los gigantes. 




¿Quién fué el primero que descubrió que del centro ó del corazón del maguey podía estraerse una sustancia dulce, agradable y embriagadora? La observación de las gentes del campo en el trascurso de muchos años, indica el uso y propiedades de las plantas, trasmitiéndose de padres á hijos, sin poder averiguar á quien se debió la primera observación; aunque después los sabios estudien, como ha sucedido con el té, el café, el tabaco, sus naturaleza y propiedades. Sin embargo, respecto del pulque, tenemos necesidad de referir la tradición, que como de época más moderna, merece seguramente más fé, que la de los gigantes que acabamos de contar; y cierto ó no, es uno de los episodios más poéticos é interesantes de la historia tolteca.

Personaje con tocado de maguey, Templo Rojo de Cacaxtla. Foto: Francisco Rivas Castro/Dirección de Estudios Arqueológicos del INAH. Una muy fundamentada investigación de este autor, El maguey y el pulque entre los pueblos ñahñö de Hidalgo, México, la puedes leer en:  http://tinyurl.com/kv6pgrv

 

El Caballero Lorenzo Boturini, que como es sabido reunió una abundante y preciosa colección de mapas y manuscritos antiguos de los mexicanos, dice: que el Dios Ixquitecatl fué el que inventó el modo de sacar el aguamiel del maguey y que un monarca de los Culhuas que se embriagó en público, para disculpar tan vergonzosa falta, instituyó una fiesta que fué la cuarta movible, en honor de los dioses del vino, y en dicho día se daba licencia general á todos para embriagarse. Cualquiera que sea el fundamento de esta interpretación  de las pinturas simbólicas de los indios, nos parece más verídica y probable la muy importante que vamos á referir.

Por los años de 1045 á 1050, reinaba en el Imperio de Tollan, el octavo Rey Tolteca, llamado Tepancaltzin. Era un monarca sabio, rígido en sus costumbres, muy amado de sus vasallos, y temido y respetado de sus vecinos y tributarios; jamás había cometido falta q1ue empañase su conducta. Un día, y era en el año décimo de su reinado, se presentó en su palacio un noble y pariente suyo llamado Papantzin.

Señor, le dijo, mi hija ha descubierto que del centro de las plantas de Metl que  tiene en su jardín, brota un licor dulce y aromático. Hemos venido á ofrecer á nuestro rey las primicias de este descubrimiento.

El rey le dio las gracias y lo hizo sentar junto á su trono, y ordenó que fuese conducida a su presencia, la hija de su noble pariente.

La doncella entró con un tecomatl (6) pintado de color rojo en el cual había algunos presentes y flores, y además otra vasija llena de la aguamiel del maguey.

La doncella estaba vestida al uso de las nobles Toltecas, con una túnica de algodón blanca que le bajaba hasta los tobillos, y sobre esa túnica tres pellizas de algodón bordadas de diversos colores. Tenía 16 años, era de ese cutis sedoso y moreno de las hijas de los trópicos, de grandes ojos negros, de cabello abundante, negro y lustroso, de bica fresca, encarnada, franca y graciosa, que encerraba una dentadura más blanca que el marfil. Se llamaba Xochitl, es decir, Flor y en efecto, no había en todas las campañas de Anáhuac, flor que pudiera compararse á la hermosa hija de Papantzin.

El monarca recibió el presente, gustó el licor y dió las gracia á su noble pariente; pero con un embarazo y turbación tal, que desde luego se notaba que algo pasaba en su alma. Xochitl por su parte, pudorosa, inocente y casta, bajaba los ojos, el color encendía sus mejillas y sus miradas no se atrevían á encontrarse con las de su Soberano. Desde este momento su suerte quedó decidida. A los pocos días Tepancaltzin rogó a su pariente que enviase á su hija con una nueva provisión de aguamiel, y como en esto hacia grande honor el soberano á la familia; Xochitl se encaminó al palacio acompañada de su nodriza, y presentó de nuevo algunas vasijas del sabroso licor.

El rey le dijo que una doncella tan noble y tan hermosa, debía ser educada y servida como una princesa en la casa real, y en consecuencia la envió á su palacio de Palpan, participando á su pariente esta resolución con la nodriza que regresó sola á la habitación de la doncella.

Durante más de un año el amor y las delicias, coronaron la ardiente pasión del monarca, y de su unión secreta con Xochitl, resultó un niño hermoso como los padres que le dieron el ser. Se le puso por nombre Meconetzin (hijo del maguey) aludiendo á que esta planta fué el origen  de estos afortunado amores (7).

El padre de la joven que había concebido ya sospechas, y que sobre, todo deseaba ver á su hija, de la cual había estado separado cerca de dos años, se disfrazó de mercader y logró introducirse al palacio de Palpan, hasta llegar á la que encontró con un niño en los brazos.

Las costumbres puras y sencillas de los primeros Toltecas, no podían menos de convertir tales lances amorosos, en motivo de escándalo y aun de crimen; así es, que Papantzin, no contuvo su cólera e indignación, sino por el respeto profundo y tradicional que los súbditos profesaban á sus reyes; pero con la conciencia y el derecho de un padre engañado y ofendido, se presentó á reclamar al rey la honra de su hija. El rey, mas con el lenguaje de un enamorado, que con el tono altivo de un monarca, procuró disculparse y prometió distinguir á su noble querida, y fijar en su hijo la sucesión de la corona. Colmó de presentes al ofendido viejo, y le prometió que cuidaría de reparar su honor en la primera oportunidad.

El monarca era casado, pero en efecto, tan luego como falleció la reina, se llevó á Xochitl y á su hijo, á su residencia y según algunos autores, se casó con ella.

En pocos años el hijo del maguey, fué un joven gallardo, entendido, inclinado al gobierno del reino y á la guerra. Habiendo concluido su padre el periodo de su reinado que debía ser de 52 años, mandó que fuese reconocido como sucesor su hijo, que se llamó más tarde Topiltzin ó el justiciero, y entregó el gobierno á Xochitl, la que se condujo como una mujer llena de prudencia, de talento y de virtudes, de tal que se captó el amor y respeto de todos sus súbditos. Sin embargo, tres señores ó Régulos poderosos de la corte, bajo el pretesto de la irregularidad de la sucesión, rehusaron reconocer como soberano al hijo de Xochitl, mantuviéronse quietos mucho tiempo, pero al fin declararon abiertamente su rebelión, y coligados, reunieron un numeroso ejercito y se encaminaron á batir á Topiltzin hasta las puertas mismas de su capital.

Celebróse una tregua de diez años; pero terminada, comenzó la guerra más encarnizada y formidable por ambas partes. El monarca Tolteca peleó siempre (8) con valor y con fortuna durante tres años, pero á la plaga de la guerra se añadieron la peste y el hambre que diezmaron á todas las poblaciones del imperio, las que débiles y faltas de todo recurso, fueron sucesivamente cayendo en poder de los enemigo, que todo lo llevaban á fuego y sangre.

En cuanto á Xochitl, fiel á sus costumbres y á su raza y con todo el noble orgullo de una gran señora, jamás se doblegó ni á las circunstancias ni á los peligros. Sus faltas, si las tuvo, las expió sobradamente con una serie no interrumpida de sufrimientos durante todo el tiempo de la guerra. Animosa y fuerte no hubo riesgo que no arrostrase, ni dificultad que no procurase vencer por afirmar los derechos y el trono de su hijo, hasta que abandonada enteramente de la suerte, cayó muerta al lado de su esposo Tepancaltzin en una de las últimas batallas que señalaron la completa destrucción y ruina del Imperio Tolteca. Los vencedores estaban de tal manera estenuados al tiempo de obtener el triunfo, que lejos de poder reconstruir la monarquía que habían destruido, á duras penas pudieron retirarse á sus tierras. Topiltzin se refugió á la corte Chichimeca y jamás quiso volver á los lugares que fueron testigos de su brillo pasajero y de su completa desgracia. El país por algunos años quedó aniquilado y desierto, hasta que vinieron a poblarlo otras razas procedentes de los desconocidos países del Norte, y formaron otro nuevo y poderoso Imperio.

Tal es en compendio la historia del descubrimiento del pulque. Si ella es una mentira, mentira convencional es también la historia primitiva de todos los pueblos, siempre adulterada por las pasiones y los intereses de los hombres, y convertida cuando más en una fábula respetable. Nuestro plan no sería completo si no refiriésemos todo lo que hemos podido inquirir con relación á la singular planta, que es objeto de esta memoria.

Mas sea que fuese la divinidad de que habla Boturini ó la reina Xochitl la que descubrió el licor del maguey, el caso es que los diversos usos de esta planta eran muy conocidos muchos años antes de que viniesen los europeos á la América.

En la gran fiesta que se celebraba en honor del dios Texcatlipuca se ponían en el templo mayor de México, muchas espinas de las que se servían todos los que hacían penitencia, picándose las piernas hasta que les brotaba la sangre. También había disciplinas hechas de las fibras de las hojas de esta planta: con ellas se azotaban y era un deber presentar al dios estos trofeos ensangrentados que se depositaban en un cuatro construido en el mismo templo.

            El Cronista Antonio de Herrera en el siguiente párrafo confirma lo que asentamos en el precedente. “En acabando de “incensar las dignidades y sacerdotes del templo, también había una pieza con muchos asientos, y con puntas de maguey se sacaban los penitentes de la espinilla junto á la pantorrilla mucha sangre, untábanse las sienes bañando con la demás sangre, las lancetas, y poníanlas entre las almenas del patio, hincados en unas bolas de paja para que los viesen.”




En cuanto al licor del maguey, se generalizo tanto, que muchos reyes tuvieron que dictar leyes muy severas contra la embriaguez, hasta llegar á decretarse la pena de muerte para los nobles á quienes se probase que tenían tal vicio.

            La venta del pulque estaba prohibida y se cuenta que un día el rey Netzahualcoyotl, que entonces estaba fugitivo,  entró en casa de una señora viuda y rica, y cerciorado de que contra la ley hacia un gran comercio, vendiendo pulque, mandó antes de separarse de la casa, que fuese ahorcada, lo que al punto ejecutaron las gentes que le acompañaban.

            Permitiase únicamente el uso del pulque á las mujeres que estaban criando, y á los viejos; y se designaba una cierta dosis para los soldados cuando andaban en campaña.

            Aunque el principal objeto de los españoles que vinieron en los primeros tiempos de la conquista, era buscar oro, plata y piedras preciosas, la planta del maguey era tan notable, que como hemos dicho al principio, no pudo menos de llamar la atención de la mayor parte de los escritores que se ocuparon de las cosas de estas tierras; así no hay autor que no haya dicho algo del maguey.

            Encontraron la planta, no solo en el continente, sino en muchas de las islas; aunque creo que pudieron haberlo confundido con los Aloea cuya forma exterior es semejante. Creyeron que estas plantas, eran unos cardos ó alcachofas gigantescas, y en efecto le nombraron Cardón, pero realmente no pudieron conocer bien sus propiedades, sino cuando visitando con más espacio la mesa central, y más impuestos del comercio, usos y costumbres de los mexicanos, se cercioraron de la multitud de usos que los naturales de Nueva España hacían de esta planta.

            Pudieran llenarse muchas páginas con citas de los autores que han hablado del maguey; pero como las descripciones se parecen las unas á las otras, nos contentaremos para no hacer muy difuso y cansado este escrito, con citar un párrafo de uno de los escritores más antiguos, para dar a conocer la manera como consideraron esta planta los primeros pobladores europeos (cita número 9)

            “Existe en este país (México) una planta que es á la vez árbol y cardo. Las hojas son gruesas como la rodilla  y más largas que el brazo. Sale del centro un retoño que  se eleva dos ó tres veces á la altura de un hombre, y su grueso es como un niño de seis á siete años. Cuando está maduro, los indios cortan la base del retoño, la que produce un licor que mezclan con las cortezas de un árbol particular. Un día o dos beben con exceso hasta que caen de borrachos, y aunque pierdan la razón, no por eso dejan  de beber, porque es un punto de honor el emborracharse. Este árbol es de la más grande utilidad, pues produce vino, vinagre, miel y un brebaje semejante al jugo de uva cocida.  También sirve para hacer vestidos de los hombres y mujeres, zapatos, cuerdas, y sirven también para techar las casas. Recogen también las hojas de este árbol ó de este cardo el cual es tan estimado por los naturales, como la viña entre los europeos. Cuecen las hojas en hornos hechos en la tierra y los rodean de leña con un arte particular. Asan las  hojas, les quitan la corteza y los nervios y fabrican una bebida (mezcal) con la que se embriagan. Los naturales les llaman magueyes.”

            Hernán Cortés en las difusas relaciones que escribió a á Carlos V apenas consagró unas cuantas líneas al maguey. En la segunda de las cartas hablando del mercado de México, dice: “Venden miel de abejas y cera y miel de cañas de maíz, que son tan melosas como las de azúcar; y miel de unas plantas que llaman maguey, que es muy mejor que arrope y de estas plantas hacen azúcar y vino que así mismo venden”

            Nada podía dar testimonio más patente de lo adelantada que estaba la agricultura entre los Toltecas y Mexicanos, como el esmerado cultivo del maguey, el estudio minucioso que habían hecho de todas sus propiedades y el utilísimo empleo y aplicación de sus productos á las necesidades y aun á los placeres de la vida. Los españoles en lo general hablaban del vino que producía la planta y de la embriaguez de los indios; pero no observaban el arte y esmero con que se aprovechaban de esta planta, que era para los nobles un objeto de riqueza inagotable y en la mayor parte de los señoríos y reinos Culhuas, Teopanecas, y Mexicanos la base de la subsistencia de las familias de la clase ínfima del pueblo.

            En efecto, estos plantíos, por reducida que fueran, les proporcionaban ocupación y subsistencia. Los magueyes que estaban ya en estado de producir licor eran explotados, y el jugo convertido en esa miel y azúcar que el Conquistador encontró en el mercado de Tlaltelolco. El producto de la venta servía para adquirir otros objetos necesarios en las familias. Como las hojas del maguey van secándose á medida que se extrae el jugo, en vez de tirarlas ó dejarlas abandonadas en el campo, las recogían, las echaban en agua para que acabase de destruirse la parte carnosa, y recogiendo cuidadosamente las fibras, con las muy finas tejían vestidos para hombres y mujeres, y de las gruesas hacían sandalias, sogas, disciplinas, ondas, escudos ó rodelas para los soldados, y otras varias cosas (cita número 10). Esto daba ocupación á las mujeres, que eran por lo general las que se dedicaban á este género de trabajos, mientras los hombres se empleaban en las faenas del campo, ya para el trasplante y beneficios necesarios al maguey, ya para el cultivo del maíz, de las legumbres y de los árboles frutales. 



Cuando había necesidad de techar una casa los vástagos de los magueyes que acababan de florecer, servían de vigas y las hojas de tejas para el techo. Si el invierno era  muy fuerte ó la leña y el carbón se escaseaban, los desperdicios secos de las hojas pequeñas que quedaban en el campo, proporcionaban combustible abundante.

            El fuego, que todo lo aniquila y consume, no era bastante poderoso contra esta planta. Las cenizas de las hojas no sólo servían como todas las cenizas, para abonar la tierra, sino que de ellas se hacía una excelente lejía.

            Si se trataba de lavar la ropa, una cierta parte d las raíces servía de jabón, y si a las cocineras faltaban vasijas, las hojas del maguey acanaladas y compactas les proporcionaban el que echasen en ellas la masa del maíz, antes de hacer los panes ó tortillas. Si las gentes entendidas y sabias tenían necesidad de consignar los sucesos históricos, era el maguey el que les proporcionaba,  de la epidermis de las hojas, un papel blanco, compacto, sedoso y á propósito  para que esos documentos se conservasen muchos años (cita número 11).

            Los artistas también tenían que servirse del maguey para confeccionar las obras raras de mosaico y pluma que trabajaban. ”De estas pencas hechas pedazos (dice el P. Motolinía) (cita número 12) se sirven mucho los maestros que llaman mentecato, que labraban de pluma y oro, y encima de estas pencas hacen un papel de algodón engrudado, tan delgado como una muy delgada toca; y sobre aquel papel y encima de la penca, labran todos sus dibujos; y es de los principales instrumentos de su oficio. Los pintores y oficiales se aprovechan mucho de estas hojas. Hasta los que hacen casas toman un pedazo y en él llevan el barro.”

            En una palabra, no había ninguno de los usos domésticos de los tiempos antiguos de México, que no tuviese relación con el maguey, y con razón el Dr. Hernández decía que era una planta que á una familia económica, podía proporcionarle, por si sola, la subsistencia sin necesidad de ninguna otra cosa.

            Pocas o ningunas noticias nos han dejado los escritores, por las cuales se puede deducir la extensión que tenía el cultivo de esa planta entre los mexicanos. Sí, se sabe que en los reinos de Tollan, de Texcoco, de México y en las repúblicas independientes de Tlaxcala, Huexuzingo y Cholula, y en muchos otros señoríos de los valles de Puebla y México se cultivaba el maguey en gran escala, y los vasallos pagaban una parte de los tributos en vestidos y calzados hechos con las fibras del maguey. “El tributo que pagaban los Chichimecas de la provincia de Tepetlaoztoc consistía en conejos, liebres, siervos, pieles de animales y mantos ó capas de una tela fabricada con el latli o peto de maguey.”

            Herrera asegura que había grandes plantíos de maguey de pulque en Nueva Galicia (Guadalajara) y Michoacán: sin que esto sea dudoso, debe suponerse que esos plantíos de maguey no eran de la calidad exquisita de los que cultivaban los mexicanos.

            Sea como fuere, el caso es que el cultivo de maguey que positivamente podía, lo mismo que las gramíneas, llamarse una planta socia, debió tener durante las épocas de prosperidad de los imperios de Tollan, México y Texcoco, una importancia difícil de concebirse ni calcularse hoy. La población, según los datos más probables, subía á más de treinta millones, y este número aunque se reduzca á la mitad, estaba agrupado precisamente en la región del maguey. El algodón y las fibras del maguey eran la base para la construcción de las telas que servían para el vestido; y el vestido, aunque de cierta manera y forma que repugna á las modas europeas, lo usaban la mayor parte de los pobladores de la raza Tolteos que fue la que se esparció por diversas provincias de México y formó sociedades regularizadas. El consumo de pulque como bebida la más agradable de todas las que usaban, debió también ser considerable, así como el de la miel, puesto que carecían de las cañas de azúcar.

            ¿Qué habría dicho Mr. De Paw (cita número 13) si hubiese podido contemplar de cerca esta planta maravillosa y gigantesca, y observar que el pueblo en cuyo territorio estaba colocada por la Providencia había descubierto sus propiedades y aplicado sus productos, no sólo como hemos dicho á las necesidades de la vida, sino también á curar las dolencias del hombre? No cabe duda, uno de los caracteres distintivos de los pueblos civilizados, es la observación de la naturaleza y el esmero en el cultivo de las plantas. Esta es la cuna y el origen de las ciencias. La física, la química, la astronomía y la medicina, ¿qué serían sin las primeras observaciones y trabajos de esos pueblos primitivos, cuyo origen está envuelto en la duda y el misterio, y que los hombres que les van sucediendo, quizá más rudos y bárbaros, bajo diferentes aspectos, califican de salvajes y hasta de irracionales?

El m. ix.

Historia natural y moral de Indias, edición de Madrid año de 1608

Anáhuac. Región 6 tierra junto al agua

Esta es la tradición poética y fabulosa de los pobladores del Nuevo Mundo, y se halla confirmada con la mayor formalidad por todos los misioneros que vinieron á Nueva España en los primeros tiempos de la conquista.

Uno de estos huesos es menos de la mitad de un fémur, y tiene cerca de un metro. Lo encontré en las orillas del lago de Texcoco.

Vasija formada de la mitad de la corteza de una fruta indígena, de la familia de los cucurbitáceos

Iztacquauhtzin, reinó 52 años, tiempo que había sido fijado por sus antecesores. Tuvo relaciones amorosas con Quetzalxochilzen mujer de un noble llamado Papantzil que era de sangre real. Esta mujer le dio un hijo llamado Topiltzin que aunque adulterio sucedió al Imperio, el año de 882. (Ome acatl) lo que fue causa de que algunos reyes y señores se levantaran contra él. Alva-hist, de los Chichimecas. Colección de Ternauz de Compans. El mismo Ternaus, en nota que copiaremos más adelante, sonara esta historia refiriéndose á otras relaciones que nosotros hemos seguido, porque Alva se ocupa solo muy en compendio de los reyes toltecas, siendo su objeto en las Relaciones de donde está sacada esta nota, referir la historia de los monarcas chichimecas desde Xolotl en adelante.

Según diversas relaciones, este rey se llamaba Tepancaltain. Su querida era la hija y no la mujer de Papantzin. Ella había descubierto el arte de extraer la miel del Maguey, y la vio el rey por primera vez cuando se le presentó á ofrecerle las primicias de su invención. Por esta razón su hijo fue llamado primeramente Meconztzin ó hijo del maguey, y más tarde recibió el nombre de Tepiltzin ó el justiciero. Topiltzin tuvo que sostener largas guerras con los que se revelaron, y se refugió en una caverna cerca de Xico y después en la provincia de Tlapallan cerca del mar del sur: murió de edad de 104 años dejando muchas y sabias leyes, que fueron después puestas en vigor por el rey Nezahualcoyotl. Después de transcurridos muchos años, los indios creían que aún vivía en la caverna de Xico el destronado Topiltzin. Nota de Fernaux de Compansá la Historia de los Chichimecas de D. Fernaux de A.

Relación de un gentil hombre de la comitiva de Hernán Cortés. Impresión de Venecia año de 1606.

Hablando el cronista Herrera de los michoacanos, dice “Usaban de las mismas armas que los otros: iban encueros embijados de colorado, negro y amarillo con petos fuertes de maguey.” Década III

Existen todavía multitud de documentos curiosos en papel de maguey; pueden citarse entre otros el que adquirió Valdeck que representa los principales acontecimientos del reinado de Xolotl, y el testamento original de una parienta de Juan Diego, que pertenecía á la colección de Boturini. Seguramente en el Museo de México, de cuyos objetos no hay catálogo, existen varios mapas y documentos muy importantes.

Historia de los indios de la Nueva España. Colección de documentos para la historia de México, publicados por D. Joaquín García Icazlalceta. –México 1858.

Cornelio de Paw publicó en 1768 y 1769, una obra plagada de errores, inexactitudes y falta absoluta de criterio, que tituló Indagaciones sobre los americanos. Esta y otras obras sobre los egipcios y los chinos le valieron los dictados de filósofo y de sabio, cuando mejor merecía los de ligero y presuntuoso. Nuestro distinguido compatriota D. Francisco Javier Clavijero, se encargó de sus Disertaciones sobre la tierra, los animales y los habitantes de México, de refutar los escritos de Paw, y logró con el acopio de pruebas y datos que ellas contienen, destruir las erróneas opiniones que acerca de México se habían formado en Europa con la lectura de los escritos de Paw.

 




Click HERE is best bookmaker in the world.
Offers Bet365 best odds.
All CMS Templates