El restaurante La Noria cumple veinte años en junio, y Blas Cernicchiaro lo celebra con la gracia que vincula el diseño y el arte culinario.
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Blas sostiene la foto contra los laureles del patio en el restaurante La Noria. En ella un muchacho saca agua de una pila de cemento; al fondo, lo que queda de una construcción que empezó su historia en el siglo XVI, y que en la colonia se conociera como la hacienda de San Miguel la Noria.
Blas juega con las fotografías, las mueve con la facilidad con la que la memoria extrae los recuerdos y los revuelve con el tiempo presente. Puede imaginar una hacienda, unos llanos que se agotan en el río Atoyac, una ciudad que todavía queda lejos, que no se ha desbordado, que no ha arrasado todavía con los sueños de los que señalaron los límites de su señorío. La ciudad fundada contra el espacio abierto de los pueblos y la vida rural. Y puede jugar con una ciudad que arrebata con su empuje todo vestigio del tiempo perdido, que sólo sabe de tráfico y puentes, y grúas y planos, y oficinas y espectaculares en una modernidad desesperada en la que todo se parece a sí mismo.
Y puede Blas contemplar que la vida tiene ciclos, que no hay aventura que no se finque en lo que los otros han construido, y que la mirada inteligente da la vuelta y recoge por la memoria experta lo mejor de los otros y que se puede hablar de un tiempo recuperado. Como se recoge el agua de una noria.
“Son nuestros sabores, nuestras tradiciones --dice Blas--, recuperamos su esencia, las reinventamos. Somos tradicionalmente contemporáneos.”
Blas se trasladó en el tiempo, reconoció espacios, señaló muros y nombró los usos de un pasado que la casona tuvo, y construyó los propios:
“Las trojes se convirtieron en el vestíbulo --dice--, los establos en el comedor, y así, sucesivamente, hasta conformar un diseño ecléctico, que fusiona vanguardia con arquitectura tradicional y que privilegia la naturaleza.”
Blas Cernicchiaro, con su espacio cultural y el restaurante, cumple veinte años el próximo junio, y da cuenta con ello que el tiempo es cíclico, circular, y tal vez quejumbroso y rudo, como una antigua noria.
