• Polo Noyola
  • 16 Mayo 2013
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Por: Polo Noyola

Desde la independencia las inteligencias mexicanas se volcaron para discutir las formas y las modalidades de la educación pública para los mexicanos. Dos siglos después podemos ver que faltó sustancia en esa discusión; en las últimas décadas han sobrado los alegatos laborales y escaseado los propiamente educativos. Es cierto que las escuelas están en los rincones más recónditos de nuestra geografía, pero también que la calidad de la educación está supeditada a los engranajes que mueven una burocracia inmensa, gravemente enferma de corrupción y de política, que tan bien representaba la maestra Elba Esther Gordillo, la más clara y triste imagen de la educación mexicana, anulada ahora para felicidad de todos.

Pero hay otras imágenes menos publicitadas. En el año 2000 pude hacer una serie de entrevistas a ancianos maestros y maestras para un libro que terminó publicando las Secretaria de Educación estatal, entonces a cargo de Carlos Alberto Julián y Nácer.* Alguno de ellos había dado clases desde 1927 en las Escuelas de Circuito revolucionarias, el resto en las décadas siguientes, pero a todos los unía una mística magisterial que ya no es sencillo descubrir en los maestros contemporáneos, tan preocupados por el escalafón.

A partir de la reforma educativa del 1975 algo cambió en la educación mexicana, los planes y programas se orientaron a la productividad, a la supuesta eficiencia, perdiéndose la mística de aquel magisterio sustentado en  valores filosóficos de tipo humanista. Cuando los maestros mexicanos –y poblanos en particular- de aquellas décadas eran mucho más que un simple profesor. En aquellas lejanas rancherías y pueblos cuyo acceso obligaba a cabalgar o a efectuar largas caminatas, los maestros fueron consejeros matrimoniales, asistentes de las autoridades, médicos, ingenieros, artesanos, entrenadores deportivos y, por supuesto, organizadores y maestros de ceremonias de la festividad que hiciera falta y algunas que ellos se encargaron de improvisar. No es exagerado decir que eran el alma y el elemento unificador de los intereses colectivos. Una razón para edificar, para crecer, para soñar.

La pregunta obvia es: ¿quiénes son los maestros de hoy?

 

Maestro Eusebio Hernández Castillo

Por ahí llegó aquello que llamamos vocación, o manera de empezar a luchar por la vida. Sí, yo terminé mis estudios y cómo va… Sí señor, ya aprendió a leer. Bueno, ahí terminó. Como dos años estuve así, en esa situación ganando unos centavitos ¿cuánto cree usted? No mucho, 2 pesos mensuales. Claro, para mí era un tesoro. O fue un tesoro. Yo se lo daba a mi mamá: ten mamá. “No m`ijo”. Ten ten, lo que tú me das es mucho… Y así fuimos.

Decidí ser maestro en el momento crítico que tiene tal vez todo ser humano. Cuando viene ya la evolución biológica. “Y ahora qué voy a hacer, a qué me voy a dedicar. Yo no voy a ser mecánico ajustador de tabiques, como dicen ahora, para que me digan matacuarzo o qué sé yo. Pues tengo que luchar”. Y no faltó quien me dijera “oye, pues si ya empezaste a ser maestrito, por qué no le sigues, yo conozco a una persona y te voy a presentar con él, a ver si te ayuda”. Para esto, déjeme decirle, ya el tiempo había corrido ¿eh? Esto era más o menos por los años 1925, 27, algo así, cuando empezaron a funcionar o se crearon las escuelas rurales, a raíz de la fundación de la Secretaría de Educación Pública, cuyo secretario fue el licenciado José Vasconcelos. Al correr del tiempo vinieron otros, les decían ministros, ministros de educación, y se crearon unas escuelas llamadas de Circuito, pagadas por el pueblo, o sea la comunidad, porque  desde entonces, como hoy, el presupuesto para educación era muy reducido. No sé por qué, ahora que ya soy demasiado adulto, todo mundo dice, grita: “que por la educación”. Sí, se ha beneficiado mucho, pero no de manera total, sino parcial, lamentablemente todavía tenemos un gran porcentaje de población, de ciudadanía analfabeta, no obstante los esfuerzos de los buenos gobernantes, como hubo muchos. Nadie olvida la administración del presidente caballero, Manuel Ávila Camacho, y su gran colaborador, un hombre culto, Jaime Torres Bodet, se hizo una gran obra. Y entonces se  crearon las escuelas de Circuito, pagadas por la comunidad.  Y yo fui uno de ellos, antes de tener plaza oficial, plaza de gobierno. Ni título, lo reconozco. Pero, como dicen, los libros, grandes amigos, grandes consejeros del hombre, de la humanidad, me sirvieron de mucho y apliqué lo poco que aprendí. Lo apliqué, lo llevé a mi comunidad y me seguí en el magisterio, pagado por la comunidad. Cada semana, alguien salía de casa en casa a pedir la colaboración. Y me acuerdo que mis padres hablaban también de cooperación de la época de Porfirio Díaz, porque también en esa época la educación no fue bien atendida, sino sólo educación para los ricos o para los hijos de los ricos. ¿Para los pobres cuándo? Porqué los millones y millones de mexicanos analfabetas, que todavía los hay, todavía los encontramos, entonces estaban en todas partes. Bueno, pues mis padres hablaban de que “ya llegó el cobrador”. Viene por el “Chicontepec”. Qué cosa es eso, preguntaba a mis hermanos. Yo era muy joven, un morrillo. “Es el pago para el maestro”. Desde entonces ya se pedía apoyo económico de los padres de familia para medio, tal vez, solventar el llamado salario, sueldo o remuneración del maestro, que hoy sigue siendo modesto, para no entrar en más detalles.

Todavía en la actualidad leo en las revistas, en los periódicos, que gana más un bolero, que gana más equis persona. Esa es la política. Eso y más merecemos, porque nos hemos abandonado nosotros mismos, muy a pesar de que se hizo la Revolución. Los que salieron ganando fueron los vivales de la Revolución, porque los maestros se fueron a la Revolución, digo yo y lo he comprobado, para defender sus propios intereses, porque no aceptaron así como así que las tierras que usufructuaban, no volvieran a los campesinos. Lo tenemos comprobado, la vida actual nos lo está diciendo. Ranchos por aquí, pero de fulano, de zutano. Ahora ya no son de los generales, son de los políticos. En cambio, hay campesinos desarrapados, como nosotros también, los maestros, sin tierra, sin recursos para cultivarla. Siquiera un pedazo de tierra para obtener de ella lo necesario, lo indispensable para poder sostener la vida. No para tener coches, dos o tres y ya, hijos en colegios y ahí te va…

Al recibir mi primera orden para ser maestro de Circuito, me decían: “su sueldo lo recibirá de la comunidad”. Veinte pesos mensuales, veinticinco en otras comunidades que tenían más apoyos, y así vine. Trabajé  tres años como maestro de circuito: 1927, 28 y 29. Y en 1931, al darse cuenta que más o menos la pude hacer como maestro de circuito, me dieron mi nombramiento de maestro rural de parte de la secretaría. Entonces sí, ya me sentí seguro, confiado, estimulado: dije “ahora me toca a mí corresponder y demostrar que sí las puedo. Y le voy a entrar con más ganas, la voy a seguir”. Ahora sí, dije yo, ya voy a ganar, pero seguro, ya no me lo va a dar el pueblo. Ya no se va a sacrificar la comunidad, va a ser de parte del gobierno. Y mi nombramiento dice todavía: “tendrá usted un sueldo mensual de cuarenta y cinco pesos”. Mi nombramiento ya oficial. Feliz de la vida, me sentí millonario.

 

Profesora Olga Díaz

Para mí ser maestra es entregar la vida a la escuela, a la educación, porque nada más trabajar por ganar, pues se puede trabajar en muchas cosas por ganar. Aquí es un trabajo en el que hay que entregarse, no sólo para recibir una quincena. Si ustedes no se acomodan en el magisterio, sálganse, pero no quiten el tiempo. Si van a ir sepan que van a entregarse, van a dar todo lo que tienen para que beneficien a la comunidad a donde vayan... No nada más vayan a perder el tiempo. Tenemos mucha gente, algunos grandes que también son abuelos, que todavía nos ven como maestros. Nos siguen llamando profesores, maestros. Es una gran satisfacción. Ahí, en la primaria, fue mi elemento. Trabajé 34 años, luego me jubilé en el régimen federal, por cierto que con una pensión bajísima, pero bueno, qué le vamos a hacer. Ahora, antes de enfermarme de los ojos, hasta el año pasado tuve niños para regularizar. Uno es maestra para toda la vida.

 

Profesor Heriberto Valencia Rivera

La educación ha cambiado mucho. Antes nosotros teníamos algo, nos habían imbuido aquello de la responsabilidad, del cumplimiento, y ahora vemos que los maestros no como quiera cumplen, lo más que pueden se van a sus problemas, a pasear. Claro que debe haber compañeros que sí trabajan, que sí cumplen, pero muchos ya no cumplen. Ya se ve que la educación no es la misma,  ha bajado. Ahora que los alumnos también en parte se educan por ellos mismos, a través de la tele, del radio, del periódico, de revistas, ya ellos van buscando, obteniendo conocimientos nuevos a través de sus medios y van cambiando su educación, va siendo otra, pero ya no es originado en la escuela, que lo hayan adquirido a través del interés que les ha inculcado la escuela, ellos siguen solos y eso es una ventaja. Pero ya no es como antes que el sindicato era una autoridad y el sindicato también veía que se cumpliera, que se trabajara. Hoy ya no. El sindicato parece enemigo del maestro. Lo atienden porque tienen la obligación de atenderlo, pero ya no hay aquella afinidad que había entre el maestro y el sindicato. Hay un cambio muy notable. Antes nosotros vivíamos de una forma distinta, todavía con el temor al inspector, al director. Todavía los respetaba uno mucho. Hoy, cuál inspector, el maestro como si nada. Le dice algo, pues le contesta. Ya no, ya no… Ya ha cambiado mucho eso de autoridad a autoridad. Eso ayudaba a la educación, a que el maestro cumpliera.  Ahora al maestro no hay quien lo vigile, no hay quien le diga nada, en el mejor de los casos el que cumple cumple. Ya si le exigen o le apuren, cumple. Y el que no, aún cuando le estén exigiendo, no cumple. Esa es su costumbre. En ese aspecto está mal la educación. Y hay mucho empleo educativo, hay muchos funcionarios en educación, creo que está peor.

Para mi ser maestro significa todo. No fui otra cosa, ni seré otra cosa más que maestro. Y eso pues me ha dado muchas satisfacciones. También problemas, pero esos como que no importan. Yo al magisterio lo quiero y siento que es la satisfacción más grande de mi vida. Cuarenta y dos años. Hasta que me atacó la reuma fue que dejé el aula. Falté un día y me sentí mal. Pero cuando falté una semana, dije ya, hasta aquí. Porque no me gustaba faltar a la escuela. Nos inculcaron muy fuerte eso, no me gustaba. No iba a la escuela y me sentía mal, nomás pensando en la escuela, no porque haya sido maestro, no, sino porque las gentes que nos educaron en esa forma lo hicieron muy bien. Se nos quedó grabada esa idea de cumplir. Si no iba a la escuela me sentía más malo en mi cama. Y luego una semana, dije no, aquí se acaba esto. Ya me jubilé. Ya también eran 42 años, ya no me voy a divertir, me jubilo. Pero sí hubiera querido trabajar otros cinco años, hubiera podido. Pero así no, faltando a la escuela no. O voy o no voy. Pues no voy. Y me jubilé.

Me sentía contento porque pensaba y sentía que yo había cumplido, mis cuarenta y dos años siento que los cumplí bien. Eso es mío, nomás mío. No sé si así fue, pero yo así lo sentí. Me retiré con gusto, me siento honrado y contento de haber sido maestro. Muy bien. A mí me da gusto hablar del magisterio, de que hablen del magisterio. Siento bien, porque lo fui y porque traje del magisterio muy buenos recuerdos. Pero también me siento mal cuando hablan mal del magisterio. Fui maestro y no me gusta. Todos aceptaron el magisterio, se hicieron partícipes del magisterio. Claro que yo lo quiero. Sí, señor.

 

Profesor Jorge Mario Gómez Aguilar

Había yo previsto un objetivo de vida, que era ingresar al sistema de secundarias, para lo que debía ir a la Normal Superior. Entonces el proyecto estaba hecho, sabía que en mi vida personal no debía comprometerme, ni formar una familia ni nada hasta no alcanzar ese objetivo, cosa que a veces no prevé uno y muchos de mis compañeros se casaron luego luego, al año, a veces por falta de previsión y tal vez errores de juventud, se casaron y se quedaron ahí. Yo pensé bien y me propuse eso, tener ingresos más adecuados para formar una familia, pues el maestro de secundaria siempre ha ganado más que el de primaria, y en esas épocas la diferencia era más marcada. Podría decirse que pagaban el doble. Entonces lo primero que traté de hacer fue cambiarme de estado, venir aquí a Puebla. Y bueno, la suerte está cuando la busca uno y está en el lugar adecuado, pero no es gratis. Estuve yendo a México, a la Dirección General, y por desgracia no fui considerado en los cambios que se hicieron, pero en esa época las autoridades eran más consecuentes y más conscientes de su función, no eran tan arrogantes como ahora. En un pasillo escuché a una maestra que estaba platicando cerca de mí con otra de sus compañeras. “A mí me urge cambiarme, ya sea a Querétaro o a Guanajuato. Yo ya no aguanto allá en Cuetzalan”.  Y que oigo, “Cuetzalan”, Puebla. Estar en Puebla. ¿Qué hago, qué hago? No, hay que ser arrojado. Me acerco a la maestra y le digo: “disculpe, maestra, que haya yo escuchado cosas que no debo escuchar, pero tengo algo que a la mejor nos puede convenir a los dos. Mire, yo trabajo en el estado de Guanajuato y sé que usted trabaja en Cuetzalan, como lo acabo de escuchar, que quiere usted cambiarse a un estado como Guanajuato. Si a usted le parece, podríamos hacer una permuta, pues yo quiero cambiarme a Puebla. No lo pensó dos veces., “Sí, como no. ¿Y cómo es el lugar donde trabaja?” Pues mire, trabajo en una sierra, muy bonito, todo verde… je je. ¿Y Cuetzalan cómo es? “Oh, sí, también muy sano, muy agradable”. Ambos dimos un panorama que vendiera e hicimos elogio de nuestros lugares.  Fuimos entonces con nuestro director y nos atendió. Le explicamos el plan. “Si ustedes están de acuerdo ahorita les damos el formato para que lo firmen y listo”. Así de fácil. Una cosa de suerte.

Llegué a la zona de Cuetzalan y me mandaron como a una hora y cinco minutos de ahí, un ranchito que se llama Xalpancingo, así estaba oficialmente. Es por Tenango.  Fui a abrir una escuela que había estado cerrada, otro reto. Allá en Guanajuato hablaban español, todos hablan español y la gente era incluso mestiza, pero aquí me encuentro con que casi todos hablan náhuatl. Y yo no lo hablaba. Tenía noción de algunas palabras porque mi madre sí lo hablaba, pero nunca nos lo enseñó. Y las primeras instrucciones que recibo del inspector es que “hay que castellanizar a los niños”, y ya castellanizados, entrarle al proceso de la escritura. Entonces a mí se me fue una pregunta, yo siempre he sido inquieto, he sido cuestionador, preguntón. Le digo, maestro, y cuando usted me vaya a visitar, cuando usted me vaya a pedir cuentas de mi trabajo, me vas a considerar ese tiempo de castellanización primero y después las labores que directamente tenemos encomendadas. “Ah, no. No, tú tienes que hacer primero eso, sino, cómo vas a enseñar”.

Para esto había hecho unas reflexiones: en primer lugar me dije que no me iba a volver a pasar lo que me había pasado ese año, entonces había yo visto los libros y vi que sí tenían su gran valor, siempre y cuando se cuidara su manejo. Me dije: yo puedo hacer con esos libros que un niño aprenda a leer, aunque no hable español. Le dije al inspector: Mire, maestro, si usted me va a supervisar de acuerdo con lo que está establecido, debo dedicarme a hacer mi trabajo como yo considere que lo debo hacer. No es presunción, pero yo necesito mis libros de texto a más tardar en 15 días. “Pero cómo...” Maestro, usted va a supervisar y yo le entregaré cuentas. Ya después, sobre el terreno, veremos si usted o yo teníamos la razón. Y así me fui.

Tengo cierta idea para el dibujo. Recordé el método de mi padre, que usaba mucho los sonidos onomatopéyicos, entonces dije: con estos niños tengo que entrar por sonidos, voy a empezar a usar un poco a Flores Quintero y después me meteré a las letras. Me puse a hacer mis láminas para enseñar las vocales a través de sonidos. Afortunadamente había niños que sí hablaban un poco el español y también el náhuatl, ellos me servían de intérprete y esa fue mi primera experiencia bonita como profesor, porque sí logré hacer que por lo menos un 60 por ciento de mis niños de  primero aprendieran a leer y a escribir en el primer año escolar. Porque allá había la costumbre, a manera de paradigma, que los niños aprendían a leer y escribir hasta los dos años. No, mis alumnos de primer año, como los agarré nuevecitos, me dije, aquí me van a aprender.

La pobreza era extrema. La mayoría de ellos se iban de braceros. Se siguen yendo. Así fue como viví dos ambientes educativos diferentes, pero con el mismo problema, la cuestión de cómo hacer llegar la educación y, sobre todo, el proporcionar esa herramienta que es la lectura y la escritura a los niños, que parece mentira pero a estas alturas no acababa uno de entender la cuadratura al círculo de cómo hacer para que sean lectores eficientes, todavía estamos buscando formas y medios de cómo lograr esto. Siempre tomando en cuenta el interés de las personas en acceder a la escuela, que consideran valioso. En las ciudades hemos desvirtuado tanto la razón de ser de la educación que ahora ir a la escuela parece más obligatorio que satisfactorio. Es el sistema y nosotros somos parte de ese sistema.

Yo volvería a ser maestro, de tener la oportunidad. Este deseo obedece a ciertas situaciones. Para mí es una profesión que me dio la posibilidad de hablar de libertad y de libertar el pensamiento de los jóvenes al inducirlos al análisis de las cosas, de observar con profundidad lo que es la vida a través de los ojos de la ciencia, como lo dice el artículo tercero, tratando de combatir la ignorancia y los fanatismos. Creo que esa entrega que me hizo la vida no la cambiaría por nada, porque si algo considero valioso en mi es la libertad de pensamiento que me doy para poder analizar las cosas, que a nadie le acepto que me ponga cortapisas, incluidas las religiones. No tengo temor de enfrentar esas situaciones,  sin obstáculos epistemológicos que me cierren las puertas al contexto real. Siento que se me ha favorecido a mí con mi profesión. Esa es la diversidad del ser humano, cada quien se construye, esa otredad es la que enriquece a la humanidad. Pues si fuéramos iguales no sería nada agradable. Del otro siempre podré aprender, más que enseñar.

Creo que a partir de la reforma educativa del 75, cuando los planes y programas se manejaron con la orientación de la productividad, de la eficiencia en el trabajo, se perdieron  muchos valores filosóficos de tipo humanista. Siento que yo todavía fui educado en un ambiente donde el ser humano debía ser el eje principal de la educación.

 

Profesor Antonio Galaviz Portilla

Ser maestro significó, en primera, un trabajo importante. Ese trabajo importante fue para mejorar a nuestra misma juventud, nuestros mismos niños, nuestras mismas familias, nuestras mismas gentes. Para mejorar. Porque el pueblo de México necesita de mucha preparación, de mucha educación y nosotros la teníamos en la mano, y había que ponerse a trabajar con voluntad para que el trabajo se pudiera realizar mejor y, sobre todo, aumentar el aprovechamiento. Solamente así nosotros podemos lograr que México se eduque con el trabajo de nosotros los maestros, porque si los maestros descuidamos nuestro trabajo, no se hace nada. A mí me da mucho coraje cuando el maestro hace las cosas nada más como le sale. Siento feo porque a ese maestro lo podemos enseñar a que haga las cosas bien, lo podemos orientar para que haga un trabajo mejor, para que atienda mejor a su grupo, atienda mejor a sus alumnos en lo general; el trabajo, que nos rinda, que salga mejor, porque si no estamos perdiendo tiempo nada más. Esa ha sido la situación de la educación. Se ha perdido mucho tiempo, pero porque falta mucha orientación. Para mí que la educación está en manos del supervisor y el director de la escuela, pero esas gentes a veces no se preocupan por mejorarse. Es largo eso ¿verdad? es toda una cadena la que lo compone...

El sindicato... ¿cómo le diré? Yo tengo mucho que criticar al sindicato en la educación, porque el sindicato a veces, por su manera de ser, se vuelve política nada más. Lo que quieren ellos es superarse sindicalmente y darle a las personas, casi sin conocerlas, darles ascensos, darles mejoras, mejorarlos de lugar, mejorarlos de escuela, mejorarlos en todo lo que ellos pueden hacer, pero en cosa educativa, para mí, el sindicato no hace nada. No hace nada. Pues ellos dicen que sí, a su modo dicen que sí, pero no me gusta a mí su modo de ser. Mi relación con el sindicato fue muy cercana. Yo llegué a ser miembro del comité ejecutivo del estado, el estatal. No estuve comisionado, yo trabajaba y venía a dar mis vueltas, pero sí, fui del comité ejecutivo. Y muchas veces yo fui de delegado al congreso y tuve muy de cerca la situación del sindicato. Poco apoyo al trabajo. Ellos nombran a un director sin saber qué es lo que va hacer, sin saber quién es, nada más porque quieren tener gente. Los apoyan. Nombran un supervisor porque también quieren lo mismo, una plaza porque también quieren lo mismo. Y ese es el sindicato. Complejo, eso sí, porque yo pienso que el sindicato y la Secretaría se deberían poner de acuerdo, antes que nada, pero no llegan a ningún acuerdo. Un acuerdo para lograr los éxitos del trabajo, ponerse a...ordenar. “Esto lo vamos a hacer así, esto en esta forma y esto en esta otra”, y cada quien que viera materiales para poder trabajar mejor, para que ellos hicieran un mejor trabajo. Es mi forma de pensar porque yo lo viví, también. Fueron 45 años de servicio los que tuve, sí señor. Así creo yo que se puede trabajar mejor.

Hay negligencia, mucho ausentismo, mucho descuido en el trabajo, falta mucha orientación al magisterio para que pueda trabajar, pero esa orientación, quien la debe de dar es el mismo supervisor, es el que debe orientar a los maestros, enseñarles a resolver el trabajo de la escuela, si acaso tienen errores, corregírselos, en un plano de altura, de compañeros, de amigos, para que el maestro lo entienda a uno. Porque muchos llegan sólo para regañar. Y eso no debe ser. Estuve quince años trabajando acá por Xoxtla. Ahí me jubilé. Me di cuenta de muchas cosas. Nunca tuve problemas, trabajé perfectamente bien, los iba a visitar, les hacía ver sus deficiencias, les recomendaba muchas cosas, les hacía ver lo que estaba mal y nunca me lo tomaron a mal. Muchas recomendaciones, que es lo que debe uno de hacer, y que uno, si le están dando una nueva forma de enseñanza, que uno mismo la aplique con los maestros, que vaya uno con ellos y la compartan. Porque al maestro le da usted muchas orientaciones y muchos de ellos no las toman en cuenta, se siguen con la misma rutina y ahí están. Y eso es lo que nos ha amolado mucho.

 

*Noyola, L., Memorias magisteriales,SEP Puebla, 2001

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