• Jorge G. Castañeda
  • 10 Marzo 2016
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Sólo así: por una agenda ciudadana independiente

Mundo Nuestro. Para Jorge G. Castañeda no hay otro camino que el de la movilización política independiente que eche del poder en el 2018 a la partidocracia que reina en México. Los partidos han probado su fracaso. Es tiempo de construir una opción independiente desde la sociedad civil.

Este texto es la introducción del libro Solo así: por una agenda ciudadana independiente, que se presenta este viernes en Profética. La ilustración de portadilla se tomó de e-consulta.


Presentación en Profética: viernes 11, 7 PM.

 

Éste opúsculo tiene una breve historia. Siempre he pensado que el papel de los llamados “intelectuales” en las gestas políticas consiste en proponer ideas para armar un programa. Lo hice con Vicente Fox, trabajando directamente en su campaña; en  2004 con un libro para mi propia campaña; entre 2009 y 2012, con Héctor Aguilar Carmín al publicar tres textos cortos de corte programático, dirigidos a quien se pusiera el saco. Lo hago ahora de nuevo, en parte con Aguilar Carmín, a quien agradezco la autorización de reproducir largas citas de sus diversos ensayos, su meticulosa lectura y sus múltiples y pertinentes sugerencias. Extiendo también mi agradecimiento a Joel Ortega por sus comentarios, críticas y su insistencia en ponerle más sabor al caldo, y a Patricio Navia por la suya en la esperanza.

La estructura es sencilla. Comienza con un corte de caja sobre el sexenio de Enrique Peña Nieto. Enseguida se presentan tres capítulos: el primero dedicado a algunos ingredientes adicionales al saldo que contabilizó Aguilar Carmín en su ensayo en Nexos, el segundo a una agenda ciudadana para el 2018, y el tercero a la necesidad y viabilidad de una candidatura independiente en esta sucesión presidencial. Las tres secciones – balance, programa, expresión electoral – se engarzan. De cada una se deriva la siguiente.

La mancuerna moral de corrupción y violaciones a los derechos humanos, unida por el pecado mayor de la impunidad, hundió al sexenio de Peña Nieto. Sus reformas – muchas de ellas necesarias, virtuosas, productivas a mediano plazo – quedaron teñidas por la casa blanca, Malinalco, el tren chino, más lo que se acumule, y por Tlatlaya, Ayotzinapa, Apatzingán, Tanhuato, y lo que sigue. A la amnistía peñista – tácita y amplia- a Calderón, y formal y completa a los responsables de la corrupción  en su propio gobierno, se aunaron factores producto de errores y casualidades. Los conocemos: un mediocre crecimiento económico —otra vez--; una incapacidad de ejecución -otra vez–; una insensibilidad notable ante la opinión pública y publicada. Como resultado de todo, presenciamos un vehemente rechazo y desprecio de la sociedad mexicana por la clase política y por el derroche de los partidos y las cámaras, repudio nunca visto desde que existen mediciones al respecto.

Por eso, la elaboración de la agenda ciudadana –término ambiguo, pero útil, para establecer una diferencia fácil y directamente de este diagnóstico. Se centra en la impunidad y sus dos retoños: la corrupción y las violaciones a los derechos humanos, en las reformas del sistema de partidos y de representación, y a la defensa de minorías y de la desdichada mayoría compuesta por los consumidores mexicanos. Agenda ciudadana  y volcada sobre estos temas por una sencilla razón: a diferencia de metas fundamentales como crecer, reducir la desigualdad y abatir la pobreza y la violencia, ubicar a México y un mundo cada vez más convulso y cercano, que los partidos asumen y procuran alcanzar, sólo una candidatura apartidista puede hacer suyas estas otras demandas, y concentrarse en lograrlas. Por supuesto que las exigencias económicas, sociales y de seguridad de la ciudadanía son esenciales; pero existen programas al respecto, los partidos los enarbolan, y yo mismo he insistido en ellos. Aquí hago hincapié en lo que no se menciona tanto, o en lo que se dice pero no se hace, y no se hará, si todo queda en manos de los partidos.

Aclaro que buena parte de los componentes de esta agenda son las concreciones o “aterrizajes” de esta noción etérea cuya acepción se equipara a la pornografía, a saber, el estado de derecho. Nadie sabe definirlo, pero lo reconocemos cuando lo vemos. Impunidad, corrupción, violaciones a los derechos humanos, sistema electoral viciado, consumidores expoliados, minorías desamparadas: todos padecen las consecuencias de un estado de derecho cojo, manco y decapitado. Se puede intentar proceder al revés; construir ese estado de derecho, y todo lo demás caerá por añadidura. No lo creo.

La tercera sección es una prolongación de las dos primeras, y descansa en una tesis franca y directa: en el México de hoy, estos cambios únicamente son posibles mediante un gobierno exterior a la partidocracia, que nazca de fuera de los partidos, que como fuerza externa al sistema lo obligue a transformarse. Ni el PRI ni el PAN  lo harán; ya fracasaron. La izquierda va de salida en la región; la nuestra es todo menos que ajena a la impunidad y corrupción que nos ahogan. El soplo nuevo debe surgir sin ellos. Sólo así. Ese gobierno puede provenir exclusivamente de una candidatura independiente a la presidencia, única y con un programa, con un equipo de campaña y de gobierno, y una planilla de candidatos independientes que la acompañe. De ese modo se podrá plantear la disputa del 2018 como corresponde al ánimo de la sociedad mexicana: entre los adversarios o verdugos de la partidocracia y sus defensores y beneficiarios, no entre izquierda y derecha, entre progresistas y conservadores, entre priistas y el anti- PRI. Convertir la elección del 2018 en un referéndum sobre la partidocracia equivale a lo que se hizo en el 2000, esto es, imponer un referéndum sobre la permanencia del PRI en Los Pinos.

Para eso debe servir este largo ensayo, o pequeño librito, el primero de varios que intentaré elaborar durante los próximos dos años. El objetivo radica en socializar el tripié --diagnóstico/agenda/candidatura– en el que descansa el texto, discutirlo con la sociedad, y sensibilizar a los posibles candidatos independientes de su coherencia interna y pertinencia. El punto de partida –y de llegada-- de este esfuerzo es simple. Peña desperdició una oportunidad magnífica: la regó. Junto con el hartazgo acumulado, provocó una reacción inédita de despecho a la clase política. De esa indignación emana una agenda ciudadana, distinta de la agenda –esencial– de los partidos. Esa agenda sólo la puede abanderar una candidatura independiente, y nadie más la puede poner en práctica que un gobierno amplio, plural e independiente, producto de la victoria de esa candidatura. Sólo así. 



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